MESA de DIALOGO por los DERECHOS HUMANOS
Un diálogo para la verdad y la justicia
Intervención de Neftalí Aravena* el 7 de septiembre de 1999
* Obispo
Quiero en primer lugar valorar esta mesa de diálogo, por
considerar que a través de ella podemos empezar a resolver los grandes problemas que nos
aquejan como nación.
Debo agregar, que para mí es un privilegio estar
representando a los evangélicos de mi país en esta mesa y nuestro aporte es a partir del
Evangelio que es verdad, justicia, perdón y reconciliación. Acepté la invitación del
señor ministro con temor y temblor, por considerar que es una gran responsabilidad
y a la vez un gran desafío de contribuir con un grano de arena a la búsqueda de la
verdad y la consiguiente reconciliación.
Me parece que el haber tenido que llegar a constituir esta
mesa, se debe a que la transición no ha sido conducida con la transparencia que la
ciudadanía esperaba, ya que no se ha hecho llegar la información claramente, y esto ha
creado una gran desconfianza en la población. De allí que vengo con mucha esperanza a
esta instancia por considerar que se está dando un gran paso para romper la desconfianza
y empezar un camino nuevo de búsqueda de la verdad.
Hemos venido a participar de este diálogo por considerar
que tenemos un problema como chilenos que enfrentar y resolver. Corriendo el riesgo de
aventurar un juicio histórico, creo que nuestra generación ha tenido que vivir en los
últimos treinta años momentos dramáticos. Chile que miraba el futuro con tanta
esperanza durante nuestra juventud, llegó a ser el "laboratorio político" del
mundo.
Casi todas las ideologías existentes en el siglo fueron
importadas a nuestro país para tratar de imponerlas en nuestra nación, muchas veces sin
ser deseadas por la gran mayoría de la población chilena. La lucha ideológica polarizó
nuestra sociedad cada vez más, hasta que se llegó al quiebre de la institucionalidad.
Junto con esto, se instaló la violencia política, y
llegó a ser un hecho de la vida diaria. Esto nos enseñó que cuando el debate
democrático se derrumba, lo político muestra su lado oscuro. La tolerancia y la
solidaridad que nos caracterizó, se terminó, y empezamos a sentir miedo, miedo porque el
futuro se presentaba incierto, y muchos pensamos en ese momento que ni siquiera el hecho
de ser todos chilenos, nacidos todos en una misma tierra, sería suficiente para lograr la
paz y las buenas relaciones, para hacer progresar a nuestro sufrido país. En ese momento
ocurrieron los días más difíciles en nuestra vida como república. El solo recordar
estos hechos nos causa dolor, de allí que, no quisiera que todo lo visto, oído y vivido
en aquellos días volviera a suceder, por eso ruego a Dios para que nuestros nietos nunca
tengan que vivir experiencias traumáticas como éstas.
En los años posteriores, los chilenos hemos conversado
sobre muchas cosas, por ejemplo, ¿cómo vamos a desarrollar la vida económica del país?
¿cómo podemos constituir una base sólida para que Chile sea un país moderno? ¿cómo
podemos tener una transición exitosa?. Pero no hemos resuelto mucho la crisis profunda
que está dividiendo a nuestro país, ni la violencia que la acompaña. Para edificar es
necesario antes sanear el espacio sobre el cual queremos comenzar de nuevo.
( Efesios 2: 13 ss. "... Cristo es nuestra paz, de ambos pueblos hizo uno, derribando
la pared intermedia de separación...").
Tengo la impresión que tenemos miedo de enfrentar este
problema, pero si queremos solucionarlo tenemos que hacerlo, porque no, podemos seguir
posponiendo esta situación.
Debemos reconocer que tenemos un duelo pendiente, el cual
ha causado efectos muy negativos en nuestra sociedad. Por ejemplo, en lo psicológico,
derivando en paranoia y lo maníaco, lo que produce odios y rencores, autojustificación,
alienación y la incapacidad de tratar los unos con los otros. Pero es muy sabido que si
no se establecen vínculos con el otro, la reconciliación o el encuentro no puede
ocurrir. En vez de eso cada grupo queda congelado en el conflicto. Si queremos salir de
esto pacíficamente, y con una posibilidad real de alcanzar un verdadero perdón y
reconciliación tenemos que desarmar esta estructura de paranoia, de conflicto, y
autodestrucción. Debemos, a la luz de los hechos de violencia política, verlos pública
y honestamente. Hacer esto será muy doloroso especialmente en sus inicios, pero es
necesario hacerlo para llegar a la verdad, perdón y la reconciliación.
Quiero colocar dos ejemplos, uno es el de Alemania Oriental
después de la caída del muro de Berlín. La sociedad alemana tenía que decidir qué
hacer con los archivos de la Stasi, la antigua policía secreta de la Alemania comunista.
La Stasi mantuvo archivos sobre casi la totalidad de los ciudadanos de su país, los
cuales fueron llenados con informes entregados por delatores quienes, muchas veces, fueron
miembros de la familia de la persona sobre la que se informó. Algunos dijeron que los
archivos debían ser destruidos, para que las familias no se separaran al confirmar la
traición de alguno de sus parientes. Sin embargo, el valor de la verdad fue más
fuerte, y los archivos fueron puestos a disposición de todos los ciudadanos. Esto causó
momentos de mucho dolor dentro de la sociedad alemana pero la simple y continua existencia
de esta información ha contribuido a la construcción de una nueva confianza entre
ciudadanos y familia.
Algo semejante sucedió en Sudáfrica. La investigación
duró más de dos años, con testimonios difundidos por televisión en vivo, es verdad que
este fue un proceso doloroso para toda la población del país. Sin embargo, se terminó
con perdón otorgado en la inmensa mayoría de los casos considerados, resultados que no
han sido cuestionados por los tribunales penales Sudafricanos.
Estos dos ejemplos nos muestran que el perdón y la
reconciliación son posibles, cuando se construye teniendo como base la verdad, y
todos los ciudadanos tienen acceso a ella. Creo que estos ejemplos son un posible camino a
seguir. Esto nos desafía a reconstituir los hechos y diarios a conocer. Como dice el
Evangelio de Juan 8: 32 "Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres".
Quiero precisar lo que entiendo por hechos. Esto no
significa una posición ideológica ni mucho menos polémica, no significa un discurso que
busca poner toda la culpabilidad sobre el otro sector, y proclamar nuestra inocencia. Ni
significa abogar por una interpretación sobre las causas históricas de lo sucedido en
1973. Significa que hay que comunicar toda la información, obtener la verdad de
dónde están las personas desaparecidas, y otras violaciones de sus derechos
fundamentales durante este tiempo. Recordando lo que dice el Evangelio de Juan (3: 21),
"mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras
son hechas en Dios". La verdad según los textos mencionados nos liberan de la carga
que por mucho tiempo hemos guardado y nos da la posibilidad de volver a mirar de frente al
otro.
Creo que es urgente comenzar este proceso ya que, estamos
llegando al de la generación de quienes dirigieron las fuerzas armadas en el conflicto de
la década del setenta en nuestro país y que son los que tienen conocimiento de primera
mano de los hechos acontecidos, por lo tanto, si ellos no hablan ahora la tarea de la
búsqueda de la verdad quedará inconclusa y será muy difícil recuperar las memorias y
testimonios esenciales sobre los hechos de hace veinticinco años, así pasará el
problema de los padres a sus hijos sin dejar constancia de lo necesario para establecer la
verdad y abrir el camino a la reconciliación.
Por lo demás, el profeta Isaías (42: 3) , hablando del
ministerio del siervo de Dios, decía "Por medio de la verdad traerá justicia",
es decir, la verdad nos ayudará al encuentro de los unos con los otros.
Hay un principio escondido que exige la búsqueda de
la verdad. Este es el que todas las personas tienen el mismo valor ante Dios, no
importando su condición y estado. Este principio será la base de una unidad nacional
real para el futuro, con mayor cohesión y unidad de propósito,
Como pastor, creo en la justicia divina entendiéndola en
la perspectiva del Evangelio que es más que discernir entre culpables e inocentes. El fin
último es llegar a encontrarse de nuevo y practicar el amor fraterno (1 Juan 3: 10 - 11).
No sé lo que Dios nos depara para los años venideros pero si puedo decir que los
chilenos no hemos tenido un mínimo de amor los unos con los otros en estos treinta años.
Hemos buscado, cada uno, nuestra sesgada visión de la justicia, hemos buscado una
justicia sin misericordia, que nos ha dejado sin justicia global. No estoy diciendo que se
anule la acción de la justicia, creo que ésta tiene que seguir adelante.
Es por eso que quiero terminar haciendo una invitación a
esta mesa a que caminemos juntos en la búsqueda de la verdad, la reconciliación y
justicia, que empecemos a confiar los unos en los otros reencontrándonos como nación y
no sigamos perdiendo el tiempo ya que, éste no se puede recuperar. Ruego a Dios para que
esta mesa de diálogo pueda encontrar un camino que nos conduzca a la reconciliación.