" La
Gran Logia de Chile aprecia en todo su alto valor moral y ejemplarizador la irrenunciable
tarea de buscar la verdad...Es un hecho que, durante la anterior administración, nuestro
país vivió una situación crítica en la que muchos de los valores más caros de la
democracia sufrieron grave deterioro. La integridad, la seguridad y la dignidad de muchas
personas fueron seriamente afectadas, creando condiciones de injusticia que el Estado, por
razones humanitarias, tiene la obligación de reparar, y de precaver en el futuro." MESA de DIALOGO por los
DERECHOS HUMANOS
Un diálogo para la verdad y la justicia
Intervención de Jorge Carvajal Muñoz* el 14 de septiembre de 1999
*Gran Maestro de la Gran Logia de Chile
Fundamentos de la presencia de la Masonería en esta Mesa
de Diálogo
Creo que los integrantes de esta entidad, formada a
iniciativa del Sr. Ministro de Defensa Nacional, están enterados de que la Masonería no
es un partido político ni una secta religiosa. Su naturaleza es iniciática y
filosófica, regida por principios inspirados en el laicismo, la libertad y la justicia, y
que son consustanciales con la democracia. El recuerdo de esta definición institucional
nos parece oportuno, como referente de nuestra presencia en esta Mesa de Diálogo
nacional.
La Masonería está presente en la contingencia abarcadora
de la vida del ser humano, como actor social, a través de sus integrantes, los que, por
imperativo de principios, aman a su patria, respetan a la autoridad legítima del país y
actúan sin otra línea de acción común que aquella que deriva de la observancia de sus
principios fundamentales. Y precisamente por respeto a las diferentes ideas políticas y
religiosas de sus miembros, prescinde como Orden, en cuanto le es posible, de
declaraciones o intervenciones públicas; pero no elude su responsabilidad institucional
frente a los hechos trascendentes que afectan la dignidad del ser humano, centro de sus
preocupaciones más preponderantes.
La Masonería desde sus primeros tiempos en Chile, ha
estado fuertemente ligada, mediante la acción individual y personal de sus hombres, a los
hechos políticos del país. En sus filas han coexistido, también, armoniosamente,
miembros destacados de las Fuerzas Armadas y de Orden, junto con representantes
calificados de una civilidad ideológicamente plural. Los fundadores de todas las ramas de
las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, fueron principalmente masones y un número
importante de sus Generales, Comandantes en Jefe o Directores Generales también lo han
sido.
Como defensora de la dignidad del hombre, la
Francmasonería adhiere sin reservas a la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
cuya conceptualización desde el siglo XVIII y hasta los documentos contemporáneos de
orden universal ha tenido en los masones sus mejores autores. Su vigencia constituye hoy
un patrimonio de la humanidad, que no puede ser vulnerado en nombre de legislaciones
nacionales ni circunstancias de ninguna naturaleza. Creemos que los principios contenidos
en esa Declaración deben ser internalizados en la conciencia individual y colectiva de
los chilenos.
No debe olvidarse que los Derechos Humanos son numerosos y
se les agrupa en tres generaciones. Además de los comúnmente identificados como tales,
por ej., el derecho a la vida y las libertades y garantías personales, también están
los de tipo socioeconómico, social y cultural, y los llamados derechos de los pueblos.
La violación de cualquiera de ellos nos hiere y nos duele,
como debería ocurrir con cualquier chileno culto, que posea noción y conciencia clara de
ellos. La Masonería y los masones han sido perseguidos y anatematizados por el solo hecho
de practicar la libertad de conciencia y la tolerancia, lo que ocurre aún en el presente.
La miseria y el hambre, las inequidades culturales y educacionales nos deberían conmover
tanto como la carencia de democracia, la tortura y las ejecuciones por razones
ideológicas.
El rol de la Mesa de Diálogo
Sin embargo, entendemos y estamos de acuerdo en que el
ámbito de esta Mesa de Diálogo es el referido a los Derechos Humanos de primera
generación.
Reconocemos en la Mesa de Diálogo un esfuerzo notable e
inédito en los últimos tiempos de la historia de Chile para buscar elementos de
conciliación y de paz social, efectuado no sin reservas por todas las instituciones
representadas en ella.
La Gran Logia de Chile aprecia en todo su alto valor moral
y ejemplarizador la irrenunciable tarea de buscar la verdad, como medio indispensable para
que haya justicia y se obtenga la ansiada reconciliación de los chilenos.
Es un hecho que, durante la anterior administración,
nuestro país vivió una situación crítica en la que muchos de los valores más caros de
la democracia sufrieron grave deterioro. La integridad, la seguridad y la dignidad de
muchas personas fueron seriamente afectadas, creando condiciones de injusticia que el
Estado, por razones humanitarias, tiene la obligación de reparar, y de precaver en el
futuro.
La propia Masonería no es ajena a estos sufrimientos y
amarguras. El Presidente Salvador Allende Gossens fue un destacado masón; la Orden
reclamó su cadáver para darle sepultura y le fue negado. También lo fueron distinguido
oficiales como los Generales Carlos Ominami Daza y Alberto Bachelet Martínez, y otros que
sufrieron el rigor de Dawson como el ex Ministro Benjamín Teplizky. Algunos fueron
privados de la nacionalidad. Masón era nuestro hermano Andrés Pereira Salsberg, padre de
la abogada señorita Pamela Pereira, que forma parte de esta mesa.
Esta mesa debería establecer las acciones que permitan el
debido esclarecimiento de los hechos, en forma que elimine toda sombra de duda acerca de
personas o instituciones que, al no conocerse la verdad, pudieren aparecer ante la
opinión pública injustamente involucradas en ellos.
El rompimiento de la institucionalidad, con todas sus
secuelas que nos han dolido y nos duelen, obedeció sin duda a causas variadas de gran
complejidad, cuyo análisis no nos permite la extensión de esta exposición ni es el
objetivo de ella.
Quien desconozca que Chile vivió un estado de anormalidad
social y política y que esta misma confusión social dio paso a la intervención militar
y al inmediato y breve enfrentamiento, en que las Fuerzas Armadas tomaron el control
absoluto del país; quien no reconozca la existencia de excesos -al margen de cualquiera
consideración sobre su razón, si es que alguna razón cabe-, la responsabilidad directa
o indirecta de los hechos, del número de muertos, simplemente obstaculizaría cualquier
afán de llegar a conclusiones positivas que justifiquen la finalidad de este diálogo,
particularmente la esperanza de conocer dónde están sepultados los cadáveres de tantos
centenares de compatriotas.
Para la Masonería y sus miembros, estas preocupaciones no
son nuevas y tampoco es nueva su actitud de apoyo a las tentativas de entendimiento y
reconciliación de la sociedad chilena.
Miramos con el mayor respeto a nuestras Fuerzas Armadas. Y
cuando ellas, junto con sostener la irresponsabilidad institucional en los graves hechos
acontecidos, no desconocen que tales hechos pueden corresponder a las actuaciones
individuales que sobrepasaron los marcos de la doctrina, de la disciplina o la conducta
militar, observamos que hay una voluntad y una disposición al conocimiento de la verdad,
ya para proporcionar información o para la reconstitución de antecedentes documentales
que permitan saber el destino de los detenidos desaparecidos. Por eso requerimos su
máxima colaboración, a fin de retomar su tradicional prestigio histórico como
instituciones permanentes de la nación, hoy tan cuestionado.
Estimamos pertinente la propuesta de que en esta mesa debe
conversarse de todos los hechos incluidos los ocurridos antes del 11 de septiembre de 1973
y no sólo de esa fecha para adelante; las causas que dieron origen a lo que pasó en
Chile en esa época están allí, latentes y deber ser conocidas por toda la sociedad,
para establecer la verdad no es conveniente echar sobre ellas un manto de olvido.
Cualquiera violación a los derechos humanos que no haya sido investigada debe serlo
mediante el uso de los procedimientos que se establezcan de acuerdo al ordenamiento propio
de un Estado de Derecho.
Debemos creer que las instituciones armadas carecen, hoy,
de mayor información. Sin embargo, resulta explícito que, en número mayoritario, tales
violaciones fueron cometidas por miembros o colaboradores de ellas. Cabe preguntarse,
¿las instituciones armadas han perdido, jurídicamente o de hecho, toda relación y
condición de mando superior sobre las personas que cometieron tales violaciones?, ¿estos
se emanciparon de toda subordinación a la institución que pertenecieron, si hoy no
pertenecen a ella, a la que sirvieron por orden superior o por propia iniciativa? Igual
pregunta cabe hacerse respecto de los que colaboraron en esos hechos y que no son miembros
de ellas. Pero, volviendo a las interrogaciones que nos hacíamos, ¿carecen de toda
autoridad ante los que fueron sus subordinados y colaboradores? En la actualidad, ¿no
pertenece a los respectivos cuerpos militares ningún partícipe de aquellos hechos y de
aquella época?
Las posturas, hasta ahora irreconciliables, entre las
partes directamente involucradas, por la dureza e inflexibilidad con que se habían
planteado, mantuvo en punto muerto todo posible entendimiento. En este sentido, no nos
parece correcto que se exculpe de modo absoluto a la civilidad afectada mayormente con las
muertes, torturas y secuestros en la responsabilidad que le cabe en el desencadenamiento
de los hechos que llevaron al país a la ruptura de la democracia. Y mucho menos nos
parece aceptable que se niegue la participación de los agentes del Estado y de los
particulares que estuvieron a su servicio, en las muertes, torturas y desaparecimientos.
"Hay, dice un pensador español, un pasado vivo y
activo en lo presente". En nuestro caso, es este pasado cercano el que mortifica lo
presente, lo que distancia y divide nuestra sociedad y el que va pervirtiendo las jóvenes
generaciones con un germen de odiosidades que no hemos sepultado. Y ello será
precisamente la agraviante realidad que les dejemos como herencia espiritual, si no somos
capaces de llegar a la conciliación que buscamos.
Los masones creemos que no es posible, moralmente,
traspasar a las futuras generaciones la fatalidad de nuestros desencuentros de hoy o de
ayer, aunque ellos queden como un testimonio histórico ojalá irrepetible.
Los masones buscamos la verdad como un nobilísimo pretexto
para entender mejor al hombre y la sociedad en que vive. Se trata por cierto de una verdad
filosófica harto distinta a la verificación de hechos como las muertes, el ocultamiento
de sitios de sepultación, la tortura y el exterminio como formas extremas de violación
de los derechos humanos. Pero en su fin último, de establecer certidumbres, no hay
diferencias entre aquella verdad y la verdad de los hechos que hoy nos preocupan por más
de un cuarto de siglo.
En este caso, la verdad para nosotros no es un medio para
satisfacer apetencias innobles, sino que una forma de generar las voluntades que nos
lleven a una oportunidad de reconciliación.
No es nuestro papel ni el de esta mesa hacer
enjuiciamientos. Ello sobrepasaría sus objetivos, según los entendemos, y sería una
trasgresión al propósito buscado.
Sin embargo, no nos puede ser desconocido el hecho de que
la ciudadanía tiene una certeza moral de que en el caso de los detenidos desaparecidos
hay una conclusión de muerte, más allá del alcance jurídico del secuestro. No negamos,
tampoco, la existencia de muertos en las filas de las Fuerzas Armadas, aunque su número
en relación con la muerte de civiles no admita comparación. Pero estas muertes
igualmente lamentables tienen, al menos, para las Fuerzas Armadas y para las familias
afectadas, la consoladora circunstancia de haberles dado una sepultura digna, derecho que
no han tenido los restos de muchas de las víctimas civiles.
No es fácil olvidar la desprotección en que vivió una
parte de nuestra población civil y tampoco la impunidad de los agentes del Estado, las
personas a su servicio o los simples particulares que actuaban junto a ellos, ni la
peculiar actitud de los Tribunales de Justicia, que pareció constituir, en los hechos, un
estímulo permanente a las violaciones de los derechos humanos. Debe recordarse la
inutilidad de los recursos de amparo y aun la actitud manifiestamente polarizada de las
más altas autoridades del Poder Judicial.
Los hechos de hoy muestran felizmente otra disposición en
las Fuerzas Armadas, en el Poder Judicial, en los partidos políticos, en el Parlamento y
en la ciudadanía. Los nueve años de vida democrática, la profundización en el
conocimiento de los hechos acaecidos durante el gobierno militar y fundamentalmente el
interés nacional común de avanzar en democracia, nos ha permitido dar este paso
esperanzador que, sin embargo, enfrenta el riesgo de que sus resultados no respondan a las
expectativas creadas por el anhelo de la conciliación.
Algunas ideas acerca del cómo lograr lo que esperamos de
la Mesa de Diálogo
Nosotros encontramos conveniente que si hay personas que
conocen el paradero de exiliados que estarían incluidos como detenidos desaparecidos,
pero que, según persistentes rumores, éstos viven en el exterior, deben entregarse sus
nombres y residencia con el objeto de reducir la cantidad de ellos de la lista y además
informarlo a sus familias que están convencidas de que sus parientes están muertos, como
también aquellas personas que sepan de la ubicación de cadáveres de los denominados
detenidos desaparecidos, den su ubicación con el fin de resolver el problema. Podría
aplicarse a estas personas directamente o por extensión, si es que son autores de hechos
punibles, el llamado "arrepentimiento eficaz" vigente para otro tipo de delitos
o asegurar a los informantes el absoluto secreto.
Vamos a suponer que en el contexto tan definido de la
propuesta global en que se inserta esta Mesa de Diálogo, se avanza en el conocimiento de
los sitios en que se encuentran los cadáveres de los detenidos desaparecidos. Deberemos
quedar sólo en esa instancia?, ¿significaría esta ocurrencia que otorgamos la impunidad
a los responsables de esas muertes y enterramientos clandestinos? A las ideas de verdad y
justicia, repugna una solución semejante. Este es, desde luego, un problema de soluciones
complejas y en torno a él y a los márgenes de la justicia deberíamos abocarnos, si hay
una real voluntad de avance en la finalidad que nos reúne.
Sólo esperamos que las imágenes y los odios del pasado,
que suelen agredir con protagonismos indebidos los esfuerzos del entendimiento nacional,
no perturben las aspiraciones expresadas en la voluntad de este encuentro inspirado en una
necesidad patriótica.
Una ruta, para avanzar, podría ser el ofrecer a través de
las iglesias, instituciones filosóficas o cualquier organización con bases éticas y
morales la colaboración para recibir este tipo de antecedentes, porque podría haber
personas que tengan antecedentes que no sean ni católicas ni evangélicas o que estén
confundidas y no sepan a quién acudir ni con quienes hablar. Entonces hay que ofrecer un
abanico de personas que puedan recibir estos antecedentes y que se les entregue la más
completa seguridad de protección a sus revelaciones o confidencias.
Parece razonable confiar en que el esclarecimiento de los
hechos implicaría por sí solo una sanción moral para sus autores y una posibilidad
cierta de perdón que restablezca la convivencia nacional. Sin embargo, también se ha de
considerar que las conclusiones e informaciones que se obtengan de la Mesa de Diálogo en
relación con la violación de los derechos humanos deben pasar íntegramente y sin
excepciones a los Tribunales de la República, para que se establezcan las
responsabilidades pertinentes y se haga justicia, con total independencia de la persona o
conjunto de personas que sean afectadas o involucradas. Las atribuciones y facultades que
competen al Poder Judicial en esta materia son insoslayables ya que de otra forma se
estaría atropellando el Estado de Derecho y vulnerando el avance democrático que con
tanto esfuerzo se ha venido consolidando en el país.
La Verdad y Justicia son necesarios nortes para lograr
cerrar las heridas existentes que dividen profundamente a los chilenos y obtener una lenta
pero efectiva reconciliación. El perdón es esencialmente subjetivo y será cada persona,
familia u organización afectada la que deberá tomar una decisión a ese respecto, ya que
no es posible imponer un perdón por decreto, por muy loables que sean sus propósitos.
Nosotros sólo podríamos pedir de ellas una actitud de grandeza y nobleza de alma.
Sobre la base de estas consideraciones, el problema en lo
práctico debería tener tres instancias:
-La primera es la que se está viviendo en la Mesa de
Diálogo y corresponde al rompimiento de la incomunicación y la demostración a todo el
país que sí se puede conversar y que hay cosas comunes que se pueden hacer, empezando
por aquello que nos une como son nuestra historia y tradición, sin postergar las posibles
soluciones.
-La segunda es lo que en definitiva se busca: las bases
sobre las cuales se debe sustentar una reconciliación verdadera, y son la verdad, la
justicia y el perdón.
-Y tercera, una propuesta concreta de solución que
requiere de un trámite legislativo, y eventualmente de un plebiscito, cuya filosofía ha
de ser el equilibrio en las responsabilidades y también en los beneficios con penas y
procedimientos aceptables:
1º Proponer las bases de una ley especial que considere
normas sobre las penas haciendo que sus beneficios alcancen a los ya condenados y a los
por condenar, haga aplicable por el juez la atenuante de cooperación eficaz sin que pueda
ser revisada en segunda instancia, garantice a los procesados la libertad provisional y,
además, contemple la responsabilidad del Estado para la reparación civil a los
familiares de las víctimas, fijando reglas especiales que garanticen su eficacia y
rapidez.
2º Designar a un Ministro en Visita, ojalá de la Corte
Suprema o quien ésta decida, con amplias facultades para investigar todos los delitos de
esta índole hasta 1990, con atribuciones para designar Ministros adjuntos donde sea
necesario, pudiendo ingresar a recintos de todo tipo, fijándose un plazo perentorio para
presentar querellas (podría ser de seis meses) y para que este juez falle en definitiva
(no más de dos años). En el procedimiento, entre otras cosas, deberá limitarse el
recurso de apelación sólo a los autos de procesamiento, libertad provisional y la
sentencia definitiva, disponiendo urgencia para su vista.
En esta hora, los chilenos debemos confiar y atenernos a
los mecanismos del derecho y la acción de los Tribunales de Justicia, que simbolizan la
evolución de la sociedad hacia una paz real. Debemos mirar hacia el futuro, y advertir
cuán necesario es cada uno para el otro, que el hombre es lo más valioso que hay sobre
la tierra, y que éste es un espacio común para todos, gracias a lo cual, nuestras
expectativas son hoy mejores. Debemos colaborar para que se establezca y se asuma la
verdad, con toda su inigualable fuerza moral, pero debemos comprender, al mismo tiempo,
que establecerla requiere serenidad y tiempo, pues ella no nace de la imposición de un
grupo, por fuerte que él sea circunstancialmente, sino de hechos objetivos y de la
conciencia colectiva en torno a ellos.
Sólo un sincero reconocimiento de la calidad de chilenos
de cada uno de nosotros hacia nuestros compatriotas, de que en este territorio somos y
debemos ser iguales en dignidad y derechos, y que unidos podemos superar nuestros
problemas con la misma fuerza que hemos enfrentado inmensas catástrofes naturales, hará
del nuestro un país de hermanos, y por ende, un país reconciliado. |