La
política de asesinatos y desapariciones de la DINA no responde, por tanto, al calor del
combate, a excesos que serían supuestamente explicables en una situación de guerra
irregular. Responde a una concepción ideológica. Esta concepción supone que es
justificado matar a prisioneros inermes para provocar una intimidación generalizada que
desaliente una resistencia u oposición organizada y para destruir a personas a quienes se
considera irrecuperables o irredimibles. Esta noción de irredimibilidad no puede ser más
contraria a los fundamentos mismos de toda concepción moral humanista o religiosa. Es la
negación de la esencial dignidad y albedrío de toda persona. Es la más extrema forma de
utilización de la persona humana como instrumento de una estrategia de poder. Me consta
que estas prácticas horrorizaron a muchos oficiales de las Fuerzas Armadas, quienes, sin
embargo, callaron o postergaron sus objeciones por un sentido de lealtad institucional. MESA de DIALOGO por los DERECHOS
HUMANOS
Un diálogo para la verdad y la justicia
Intervención de José Zalaquett el 24 de septiembre de 1999
I. Las preguntas iniciales: objetivos y metodología
de esta mesa de diálogo
II. La división entre chilenos y el quebrantamiento
de las bases éticas de nuestra convivencia.
III. La reconstrucción moral.
I.
LAS PREGUNTAS INICIALES: OBJETIVOS Y METODOLOGÍA DE ESTA MESA DE DIÁLOGO
1. Pienso que esta mesa debe proponerse dos objetivos
principales:
a) Contribuir a establecer la verdad respecto de las más
graves violaciones de derechos humanos del pasado, en lo que aún no ha sido esclarecida;
esto es, principalmente, la verdad sobre la suerte y paradero de más de 900 detenidos
desaparecidos.
b) Contribuir a que las responsabilidades sobre violaciones
de derechos humanos y sobre otros hechos relacionados con el quiebre de nuestra
convivencia, sean debidamente reconocidas y asumidas por las personas, sectores,
institutos armados y partidos políticos que corresponda.
Si pudiéramos avanzar hacia el primero de esos objetivos,
ya se justificaría nuestro trabajo, aunque el segundo, esto es, el reconocimiento de
distintas responsabilidades, es también esencial para la tarea de refundación ética en
que todos debiéramos estar empeñados y para enseñanza de futuras generaciones.
2. Como metodología, me parece que debiéramos observar
los siguientes criterios:
a) Comenzar por concentrarnos en la verdad sobre los
detenidos desaparecidos, por las razones que expuso Gonzalo Vial. Nuestra contribución
debería estar encaminada a obtener que quienes pueden entregar información relevante a
la justicia, lo hagan; y a formular recomendaciones sobre medidas que puedan hacer más
eficaz la labor de la justicia en esta materia.
En el cumplimiento de este fin no podemos atribuirnos
funciones que son propias de los tribunales, hacia los cuales debemos canalizar toda
información que pudiera llegarnos espontáneamente.
b) En nuestro trabajo debiéramos tener en cuenta lo que ya
se ha hecho. Existe un recuento completo de víctimas fatales del período 1973-1990, así
como de hechos y circunstancias relevantes. Ello consta en el informe de la Comisión
Nacional de Verdad y Reconciliación, de 1991, complementado por el informe de la
Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación, de 1996. Ninguno de los
aproximadamente 3.200 casos contenidos en esos informes ha sido desmentido, después de
transcurridos muchos años.
Esos textos, sin embargo, no han sido muy difundidos. Si no
los tenemos presentes, existe el riesgo de darlos por sabidos, olvidarlos y volver a
recorrer un camino que ya está avanzado.
Dichos informes formulan asimismo algunas recomendaciones
que pueden ser relevantes para los propósitos de nuestro trabajo.
c) En nuestro diálogo debemos hacer el mayor esfuerzo por
entender los puntos de vista de nuestros interlocutores. Para ello es crucial que logremos
hablar entre nosotros no sólo con franqueza sino con rigor. En el pasado han abundado
negaciones y distorsiones sobre el tema de los derechos humanos que constituyen un agravio
a la conciencia moral y al sentido común de la opinión pública. Esta actitud va siendo
superada, pero aún queda camino por recorrer.
En lo que resta de mi intervención me referiré a los
puntos enunciados en el discurso inicial del Sr. Ministro de Defensa, esto es: verdad,
justicia, reparación, perdón y reconciliación. Antes, buscaré situar el problema de
los derechos humanos en relación con lo que se ha llamado el quiebre de nuestra
convivencia nacional, sin por ello establecer vinculaciones que justifiquen en ninguna
medida tales violaciones o que condicionen la resolución de los problemas pendientes de
derechos humanos.
II.
LA DIVISIÓN ENTRE LOS CHILENOS Y EL QUEBRANTAMIENTO DE LAS BASES ETICAS DE NUESTRA
CONVIVENCIA.
1. El problema de los desaparecidos debe ser abordado sin
condicionantes. No obstante, hay otros temas relevantes para la reconstrucción moral de
nuestra convivencia.
Se ha dicho que establecer la suerte y paradero de los
desaparecidos debiera ser el único objetivo de esta mesa. Es razonable temer que las
referencias al período anterior al golpe militar se transformen en un intento de
justificar lo injustificable. Comparto esa aprensión. Sin embargo, creo que, tomando
precauciones contra ese riesgo, no pueden dejar de preocuparnos otros temas relevantes.
Ello es así porque nos encontramos, como país, empeñados
en un esfuerzo de refundación moral, luego de un quebrantamiento de las bases éticas de
nuestra convivencia. El problema de los detenidos desaparecidos representa la forma más
extrema y atroz de quiebre moral. Merece ser tratado por sí mismo y sin condicionantes.
Pero no excluye otros problemas relevantes.
Así lo entendió la Comisión de Verdad y Reconciliación,
en su capítulo sobre el origen de la polarización política.
2. El proceso de quiebre de las bases éticas de nuestra
convivencia.
Tomando pie en lo que se dice en ese capítulo del informe
de la Comisión de Verdad y Reconciliación, deseo marcar los siguientes puntos
éticamente significativos:
a) La crisis previa al golpe militar tiene, sin duda,
raíces que se remontan a los orígenes de este siglo o incluso más atrás, las cuales
pueden ser objeto de distintas interpretaciones históricas.
b) Sin embargo, en los años sesenta surgió una situación
cualitativamente distinta, desde el punto de vista de la ética política. Con
anterioridad a ese período, hubo en Chile exclusiones sociales y otras graves situaciones
de injusticia. También hubo crímenes y atropellos por parte de agentes del Estado. Pero
a partir de los años sesenta, se formulan proyectos políticos excluyentes, apoyados en
ideologías que, en aras de fines últimos, rechazaban las instituciones democráticas y
justificaban el recurso a la fuerza. Esta justificación no se basaba en la ausencia de
vías políticas; con todas sus imperfecciones, nuestro régimen republicano permitía
impulsar distintas posiciones dentro del juego democrático. La justificación del recurso
a la fuerza tenía una base ideológica.
c) El proceso de polarización política llegó al extremo
de crear bandos irreconciliables, cada cual cimentado en apasionadas lealtades de grupo y
en la deshumanización y descalificación radical del adversario. No todos se dejaron
arrastrar por ese clima, pero la dinámica de la polarización creciente dominó la vida
política. Se impuso así un criterio ideológico de justificación de las acciones
políticas a partir de fines últimos, en desmedro de una ética de los medios. Muchos de
los principales actores políticos transgredieron, entonces, el imperativo fundamental de
ética kantiana de que la persona humana no debe jamás tomarse como instrumento o medio,
sino que siempre debe considerarse como fin en sí misma. Por ello se puede decir que en
ese proceso de polarización se quebrantaron las bases éticas de nuestra convivencia. El
hecho de que los fines que se buscaban se sintieran como justos y necesarios no
justificaba, ciertamente, los medios empleados.
d) La Unidad Popular, en la cual participé, y fuerzas
políticas de izquierda ajenas a la Unidad Popular, como el MIR, no fueron las únicas
responsables de la situación de polarización que la Comisión de Verdad y
Reconciliación describió, pero pesa sobre ellas una elevada cuota de responsabilidad. El
gobierno de la Unidad Popular se movió al borde de la legalidad o más allá de ella.
Entre quienes apoyaban al gobierno de Allende había muchos que adherían al sistema
democrático y no buscaban el objetivo último de una revolución armada, pero se dejaron
arrastrar por la dinámica impuesta por los sectores más extremos o bien no pudieron
prevalecer sobre ellos.
Por razones conceptuales que no son puramente semánticas,
sostengo que no puede hablarse de violaciones sistemáticas de los derechos humanos por
parte del gobierno de Allende, pero sí hubo abuso de autoridad y de la ley; y muchos de
sus partidarios cometieron atropellos que afectaron seriamente a numerosas personas.
Por cierto que hubo estrategias de violencia en contra el
gobierno de Allende incluso antes de que asumiera el poder. Ejemplo de ello es el
asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, General Schneider. También pienso que
muchos de los que más tarde se opusieron al gobierno de Allende, no lo hicieron sólo
motivados sólo por una resistencia contra lo que veían como un grave peligro de
entronización marxista, sino que encontraron ocasión propicia de impulsar sus
convicciones ideológicas contrarias a la democracia. Se puede adjudicar también otras
responsabilidades a los adversarios de Allende, pero si sostenemos que las culpas de los
demás no excusan las propias, debemos comenzar por reconocer nuestras responsabilidades
históricas y políticas.
e) La situación de polarización política desembocó en
el golpe militar. La Comisión de Verdad y Reconciliación declaró que no le competía
juzgar si el golpe fue o no justificado, ni sobre si existía o no otra salida para el
conflicto que lo originó. Sobre esas materias pueden existir, legítimamente, distintas
opiniones.
Agrega la Comisión que aunque no puede ni debe entenderse
que la crisis que precedió al golpe militar justifique ni excuse, en ninguna medida, las
violaciones de los derechos humanos, el conocimiento de esa crisis se hace indispensable
para entender la gestación de esas violaciones y para prevenir que ellas se repitan.
3. Las desapariciones y otras violaciones de los derechos
humanos como expresión extrema e injustificable de quebrantamiento de las bases éticas y
legales de la convivencia en sociedad.
Consumado el golpe militar, el problema ético indiscutible
es saber cómo se empleó el poder sin contrapeso que había sido adquirido por la fuerza.
Las violaciones de los derechos humanos cometidas durante
ese gobierno están abundantemente documentadas. Sin embargo, conviene recalcar lo
siguiente:
a) Se cometieron crímenes de lesa humanidad.
La práctica de desaparición sistemática de personas ha
sido calificada de crimen contra la humanidad en tratados internacionales y en
convenciones de nuestra región americana. Nadie que conozca el derecho internacional duda
que la desaparición sistemática de personas constituía un crimen contra la humanidad
aun antes de ser calificada como tal por tratados específicos, porque tal crimen viola
una norma de jus cogens, esto es, una norma imperativa de derecho internacional.
En Chile, tal práctica sistemática tuvo lugar,
principalmente, entre 1974 y 1977, bajo conducción de la DINA. La responsabilidad por
este crimen contra la humanidad recae sobre quienes ordenaron esta política y dirigieron
su ejecución.
También hay varios centenares de casos de desaparecidos
durante los primeros meses del gobierno militar. Se trata, por lo general, de asesinatos
seguidos de inhumaciones ilegales, que no responden a una coordinación central que
tuviera por objeto eliminar a categorías predeterminadas de personas. En esto se
diferencian de los casos de responsabilidad de la DINA, detrás de los cuales había una
voluntad de exterminio, dirigida sistemáticamente, y por motivaciones políticas, en
contra de ciertas categorías de personas.
Todo ello está así establecido en el informe de la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación.
b) Los efectos de las desapariciones se perpetúan en el
tiempo.
Mientras permanezca la incertidumbre acerca de la suerte y
paradero de los desaparecidos, se continúa infligiendo un gravísimo sufrimiento a sus
familiares, además de haberse violado los derechos humanos de las propias víctimas.
Estas fueron detenidas, mantenidas en secreto cautiverio, torturadas y asesinadas. Se
dispuso de sus restos mortales en forma clandestina, mientras se negaban los hechos, tanto
en Chile como en foros internacionales, y se orquestaban maniobras de desinformación.
c) Las desapariciones sistemáticas y otras graves
violaciones no guardan relación alguna con el golpe militar ni con enfrentamientos.
Respecto de los más graves crímenes no pueden aceptarse
explicaciones que ofenden la conciencia moral y el sentido común. Precisemos, más allá
de toda duda lo siguiente:
El gobierno militar había logrado completo control
del país pocos días después del 11 de septiembre. El Informe de la Comisión de Verdad
y Reconciliación consigna 30 casos de uniformados muertos en 1973; todos ellos, salvo
cuatro, perecieron entre el 11 y 15 de septiembre. Entre 1974 y 1976 se consignan dos
muertes de uniformados en cada uno de esos años. El informe, por cierto, lamenta toda
muerte en enfrentamiento y condena todo asesinato. Menciono estas cifras para destacar que
después de septiembre de 1973 y hasta 1979-1980, (cuando se desarrollan acciones
organizadas de insurgencia armada, impulsadas por el Partido Comunista y el MIR y aumentan
marcadamente las víctimas entre los uniformados) no hubo resistencia armada organizada en
contra del régimen. El endurecimiento de octubre de 1973, con la llamada Caravana de la
Muerte, que asesina a presos inermes, tiene lugar en un país controlado. Las
desapariciones sistemáticas llevadas adelante por la DINA y, en menor medida, por el
Comando Conjunto, se concentran entre 1974 y 1977, en igual situación de control.
La política de asesinatos y desapariciones de la
DINA no responde, por tanto, al calor del combate, a excesos que serían supuestamente
explicables en una situación de guerra irregular. Responde a una concepción ideológica.
Esta concepción supone que es justificado matar a prisioneros inermes para provocar una
intimidación generalizada que desaliente una resistencia u oposición organizada y para
destruir a personas a quienes se considera irrecuperables o irredimibles. Esta noción de
irredimibilidad no puede ser más contraria a los fundamentos mismos de toda concepción
moral humanista o religiosa. Es la negación de la esencial dignidad y albedrío de toda
persona. Es la más extrema forma de utilización de la persona humana como instrumento de
una estrategia de poder. Me consta que estas prácticas horrorizaron a muchos oficiales de
las Fuerzas Armadas, quienes, sin embargo, callaron o postergaron sus objeciones por un
sentido de lealtad institucional.
La política de desapariciones es también cobarde.
Da el golpe y busca esconder la mano. Su finalidad es eliminar, intimidar y, al mismo
tiempo, procurar evitar (fallidamente, en la práctica) los costos de imagen que
supondría haber cometido abiertamente tantos crímenes.
III.
LA RECONSTRUCCIÓN MORAL.
1. Período de refundación de un orden justo.
Luego de un período de ruptura de la convivencia nacional
como el descrito, en el cual se han quebrantado las bases éticas e institucionales de la
convivencia, las llamadas transiciones a la democracia son períodos en que se intenta una
reconstrucción moral. En tales tiempos se busca refundar un orden político justo y
sustentable.
Ello supone abordar el pasado de divisiones y de
violaciones de los derechos humanos. Supone también establecer bases institucionales
consensuadas. Ambas materias apuntan a un mismo objetivo, pero no pueden condicionarse
recíprocamente, porque el tema de los derechos humanos impone algunos deberes éticos
ineludibles, en tanto que los acuerdos constitucionales admiten una cierta variedad de
soluciones políticas.
El modo en que una nación enfrenta los dilemas más
importantes durante un período de reconstrucción moral tiene una importancia decisiva
para el futuro, por la fuerza simbólica y por la amplificación histórica que cobran los
eventos que tienen lugar en estos tiempos fundacionales.
2. Nuestro proceso está incompleto.
Se ha extendido en el país la convicción de que nuestro
proceso de reconstrucción de un orden político justo y sustentable está incompleto; que
hay graves problemas de derechos humanos no resueltos y también acuerdos institucionales
básicos pendientes. (Estas materias, repito, no deben mezclarse). Por ello, se
multiplican hoy en día los llamados a la paz social.
Sin embargo, no será posible alcanzar tal paz social si no
se observan determinados principios.
3. Principios que deben tenerse en cuenta sobre las
violaciones de derechos humanos del pasado.
El Sr. Ministro de Defensa ha sugerido que se deben
considerar políticas de verdad, justicia, reparación, perdón y revisión histórica.
Entendiendo el sentido de estos términos, me permito utilizarlos de modo parcialmente
distinto en la enunciación de principios que sigue:
a) Objetivos de una política de derechos humanos
Dentro del propósito general de refundación de un orden
justo, las políticas respecto del pasado de violaciones de los derechos humanos deben
tener fundamentalmente dos objetivos: reparar los males causados, en la medida que ello
sea factible, y prevenir la recurrencia de tales hechos.
Entre los distintos medios para avanzar hacia esos
objetivos, los principales son las medidas de revelación de la verdad, las de justicia y
las de perdón o clemencia.
b) La verdad
La verdad global sobre las más graves violaciones de los
derechos humanos ha quedado establecida por los informes ya mencionados. Todavía debemos
encontrar la verdad particular respecto de más de 900 casos de desaparecidos, entre otras
verdades pendientes.
c) El reconocimiento de la verdad y de las
responsabilidades que a cada cual caben.
No sólo es importante que la verdad sea conocida; también
debe ser reconocida por el conjunto de la sociedad y por los sectores específicamente
involucrados, como partidos políticos o las Fuerzas Armadas. El reconocimiento es un modo
de reafirmar los valores transgredidos.
El reconocimiento de la verdad debe llevar aparejada la
admisión de las responsabilidades que a cada cual caben.
Un reconocimiento de las responsabilidades de carácter
legal, la más grave de las cuales es la responsabilidad penal, atañe a los individuos a
quienes pueda imputársele. Tal reconocimiento es deseable, pero no puede exigirse,
atendidos el principio legal de presunción de inocencia y el que prohíbe que se fuercen
declaraciones autoinculpatorias.
Sin embargo, existen también responsabilidades
institucionales o colectivas, que no son de carácter legal sino histórico, político o
moral. Ellas se imputan con mucha frecuencia, y con razón, a sectores o instituciones
determinadas o incluso a toda una nación. Tales responsabilidades no imponen sanciones
legales sino la obligación moral de hacer gestos de reconocimiento, rectificar doctrinas
institucionales y contribuir a la reparación de los males causados.
La Comisión de Verdad y Reconciliación consideró el
problema de la responsabilidad institucional de las Fuerzas Armadas y de Orden. Esto es,
no una responsabilidad legal, sino una de carácter histórico, político o moral.
Señaló la Comisión: "Son los hombres los que forjan
y hacen grandes a las instituciones y son también los hombres quienes pueden afectarlas
negativamente". Agregó que en la historia patria prácticamente ninguna de las
instituciones de la vida nacional (pensemos en la Presidencia de la República, el
Congreso, el Poder Judicial, los partidos políticos, las iglesias, la prensa, los
sindicatos, las organizaciones empresariales) han estado exentas, como obra humana que
son, de alguna responsabilidad moral, política o histórica por graves falencias.
La Comisión destacó el peligro de llegar a pensar que no
importando cuál sea la conducta de miembros individuales de una institución, la
institución misma estará siempre inmune a todo daño o desprestigio. Se correría de
esta manera el peligro de caer en una actitud de complacencia que puede terminar por
dañar seriamente la integridad y prestigio institucionales que se busca resguardar.
La Comisión concluyó diciendo: "El reconocimiento de
las responsabilidades que a cada institución de la vida nacional caben... las enaltece,
las hace mejores y les permite servir más cabalmente los elevados propósitos para los
que fueron creadas".
d) Justicia.
La justicia respecto de las violaciones de derechos humanos
del pasado tiene al menos tres dimensiones. Una de ellas es la reivindicación de la
dignidad y el buen nombre de las víctimas, y se obtiene a través de medidas simbólicas
y conmemorativas. Otra dimensión es la reparativa, esto es, el otorgamiento de pensiones,
indemnizaciones y otros beneficios.
La tercera connotación, el castigo judicial de los
culpables, es lo que generalmente se entiende por justicia.
e) Medidas de perdón o clemencia.
Doctrinas religiosas y postulados humanistas se inclinan
por la superioridad moral del perdón sobre el castigo.
Sin embargo, sobre la base de esas mismas concepciones es
necesario distinguir, por una parte, el perdón individual del ofendido hacia el ofensor,
que pertenece al plano íntimo de la conciencia de cada cual, y bien puede otorgarse sin
condiciones; y, por otra parte, las medidas sociales o comunitarias de clemencia o
perdón, como el indulto y la amnistía. Estas últimas tienen por objeto restaurar o
reforzar el orden moral quebrantado. Por ende, el perdón es posible en la medida en que
contribuye a reafirmar la validez de las normas éticas violadas, porque se han reconocido
responsabilidades, se ha formulando un propósito de rectificación y se ha contribuido a
hacer reparaciones.
Tomando pie en tales conceptos milenarios, puede decirse
que las medidas sociales de clemencia o perdón, como el indulto y la amnistía, son
legítimas en la medida que sirven a los propósitos éticos de reconstruir un orden
político justo. No es legítima una amnistía encaminada a encubrir la verdad o que se
adopta sin que medie un reconocimiento o propósito expreso de no recaer en tales
conductas, porque ello tiende a validar las conductas criminales.
Desde el punto de vista de las normas internacionales que
establecen la obligación de juzgar crímenes contra la humanidad, tampoco son legítimas
las medidas de clemencia que imponen un manto de completa impunidad sobre tales conductas.
f) Reconciliación.
Tal como el concepto de perdón, al cual está
indudablemente ligada, la reconciliación se puede tomar en un sentido individual o
comunitario.
Desde la perspectiva judeo-cristiana, reconciliación
denota la reconstitución o recreación de un pacto o vínculo que se ha roto. En ese
sentido, se acerca a la noción de perdón social o comunitario mencionada más arriba,
pero también se aproxima a la idea política de un nuevo contrato social.
Para la psicología individual y social, lo que se ha dado
en llamar reconciliación puede relacionarse con el concepto de reparación posterior a un
trauma o duelo, que permita a los individuos y a la sociedad revivir el pasado doloroso
desde un ambiente protegido y poder mirar al ofensor en su integridad, con sus aspectos
positivos y negativos.
A diferencia de medidas como justicia o verdad, que hasta
cierto punto son cuantificables, la reconciliación nacional es un norte hacia el cual
apuntar. Se puede decir que es un objetivo más bien intangible, que se ve afectado,
favorable o desfavorablemente, por las políticas adoptadas, pero no depende enteramente
de ellas.
4. Los problemas pendientes
Las políticas de derechos humanos de los últimos nueve
años y las actuaciones de los tribunales han obtenido algunos logros significativos en
relación a los principios antes enunciados: se ha establecido la verdad global; esta
verdad ha sido ampliamente reconocida por sectores políticos y sociales; se han adoptado
medidas de reparación simbólica así como pensiones y otros beneficios; se ha hecho
justicia o se está en vías de hacerla respecto de casos no cubiertos por la amnistía de
1978.
Subsisten, sin embargo, a la luz de los principios
enunciados, dos graves obstáculos para la reconciliación:
a) El cumplimiento del imperativo moral de entregar a los
familiares de más de 900 detenidos desaparecidos sus restos mortales o, en todo caso, de
dar cuenta veraz y cabal de su suerte.
b) El necesario reconocimiento de responsabilidades por
parte de distintos sectores e instituciones de la sociedad chilena, como un modo de
reafirmar los principios de ética política que fueron transgredidos y para enseñanza de
futuras generaciones. La falta de reconocimientos distorsiona la memoria histórica y
dificulta la posibilidad de mirar el pasado de modo más integral, lo cual es base
indispensable para avanzar en un proceso de reconciliación. En lo que atañe a las
instituciones armadas, la falta de reconocimiento de sus responsabilidades institucionales
tiende a perpetuar la doctrina implícita de que es lícito en ciertas situaciones matar
prisioneros inermes.
Por estas razones, he sugerido que esta mesa se concentre
en esos dos temas. Si consiguiéramos avanzar o formular proposiciones significativas para
la remoción de esos obstáculos, habremos dado un paso más hacia la refundación de las
bases éticas de nuestra convivencia y hacia la reconciliación que todos anhelamos.
Resueltos esos problemas, la sociedad y sus instituciones
podrán enfrentar, sobre mejores bases éticas, la pregunta sobre la posibilidad y
extensión de un perdón social.