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LAS VICTIMAS DEL GENERAL    (Publicado en EL PAIS Semanal, Madrid)
Texto: Francesco Relea
Chile, 25 años después. Augusto Pinochet, tras abandonar el cargo de comandante en jefe del Ejército, ocupa actualmente un puesto de senador vitalicio. Desde el golpe de Estado de 1973, cerca de 4.000 opositores desaparecieron o murieron asesinados, entre ellos varios españoles. Su memoria sigue viva gracias a las investigaciones de la Audiencia Nacional. Este reportaje (publicado el 8 de marzo de 1998 en EL PAÍS Semanal) muestra el catálogo del horror chileno.
La personalidad del general Augusto Pinochet contiene un elemento que sobresale con poderosa fuerza y que ha estado presente en toda su trayectoria política: el engaño. Su capacidad de mentir quedó demostrada hasta el último minuto de vida del régimen del presidente Salvador Allende. Hasta que el engaño quedó transformado en traición. El recuerdo de tres episodios, podrían citarse muchos más, ilustra el dominio de la deslealtad del hombre que está a punto de soltar su última rienda de poder en Chile.

El 23 de agosto de 1973, el general Carlos Prats abandona el puesto de comandante en jefe del Ejército chileno ante la presión insostenible de los sectores civiles y militares más reaccionarios. Este mismo día, en una conversación con el presidente Allende, el general dimisionario propone a Pinochet para sucederle. “Hasta el momento en que –por mi sugerencia– el presidente Allende designó comandante en jefe del Ejército al general Pinochet, cuando presenté mi expediente de retiro, creía honestamente que dicho general compartía con sinceridad mi acendrada convicción de que la caótica situación chilena debía resolverse políticamente, sin golpe militar, ya que esto sería su peor solución”, escribió el general Prats en sus Memorias.

En la mañana del 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe ya está en marcha, el embajador de Estados Unidos, Nathaniel Davis, no tiene claro en qué bando se encuentra Pinochet. Escribe Davis, en su libro The last two years of Salvador Allende, que, iniciada la sublevación, Pinochet no realizó una acción militar a la cual se había comprometido. Es decir, juega hasta el último momento con su pretendida lealtad constitucional.

Horas más tarde del mismo 11 de septiembre, el almirante golpista Patricio Carvajal ha ocupado el Ministerio de Defensa y desde allí pide instrucciones a Pinochet, que se encuentra en la guarnición de Peñalolen. ¿Qué hacer con el presidente?, pregunta el almirante. ¿Un avión para Allende y su familia? Eso es, y a mitad de vuelo el aparato se cae, es la respuesta de Pinochet, entre risas.

El general leal se quita la careta y se dispone a encaramarse por la fuerza de las armas al poder en Chile, rompiendo la larga tradición constitucionalista de un país y un ejército sin parangón en América Latina. A partir de ahí, la obra de Pinochet durante 18 años de férrea dictadura es sobradamente conocida. Los familiares de sus víctimas son el mejor testimonio.

Un año después del golpe, Pinochet confesó en estos términos la deslealtad y traición a su presidente y a su comandante en jefe (Prats): “El día 20 de marzo de 1973 firmé un documento, que le mandé al general Benavides, en el que estaban estudiadas las posibilidades políticas por las que atravesaba el país y llegamos a la conclusión en forma muy clara que ya era imposible una solución de carácter constitucional. El Ejército planificó en ese momento la forma de actuar. Se mantuvo en secreto y, a Dios gracias, fue muy bien guardado, porque de otra forma hace rato que no estaríamos mirando la luz del sol. Fuimos ocho oficiales los que planificamos o que recibimos órdenes de llevarlo a cabo”. Así relató la conspiración en un discurso pronunciado ante los rotativos de Santiago el 7 de agosto de 1974.

Salvador Allende murió en el asalto de los golpistas al palacio presidencial de La Moneda aquella mañana del 11 de septiembre de 1973. El general Carlos Prats fue asesinado un año después, cuando una potente bomba hizo volar por los aires su automóvil en el barrio de Palermo, en Buenos Aires. La larga mano de la policía política pinochetista (DINA) estuvo detrás de aquel atentado, como de tantos otros cometidos en el exterior contra opositores a la dictadura.

En la recta final de su vida, el todavía general Augusto Pinochet, de 82 años de edad, está a punto de despojarse del último blindaje que le ha protegido durante 25 años. El 11 de marzo expira su mandato como comandante en jefe del Ejército, según establece la Constitución que él mismo diseñó a su medida. Colgará su uniforme para enfundarse, nada menos, que el de senador por el resto de sus días. Aunque nadie le votó para el cargo. Pudo haberse retirado antes, en concreto el pasado 26 de enero. De hecho, así lo había acordado con el ministro de Defensa y el presidente de la República, Eduardo Frei. Pero una vez más incumplió su palabra. Ante la avalancha de acusaciones constitucionales e iniciativas judiciales que llueven en su contra, el general dio una nueva muestra de arrogancia y lanzó una advertencia: me iré cuando quiera. No puede hacerlo más allá del 11 de marzo, porque de lo contrario violaría su propia Constitución.

Pero tratándose de Pinochet no puede descartarse ninguna opción. Sin uniforme, el ex dictador se sabe más vulnerable a las voces que reclaman justicia.

Reportaje publicado el 8 de marzo de 1998 en El País Semanal

Hortensia Bussi | Fabiola Letelier | Joan Jara
Carmen Soria | Ana María Fresno | Carmen Vivanco | Gregoria Peña Herreros María Angélica y Sofía Prats | Carmen Quintana | Silvia Vera | Estela Ortiz de Parada

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