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21 DE DICIEMBRE
Por
Germán Altamirano
Fuerzas militares y de marina fueron trasladadas rápidamente
a Iquique y estuvieron a cargo del General Silva Renard. El 21 de Diciembre de
1907, poco antes de las 4 de la tarde, Silva Renard ordenó a sus tropas abrir
fuego contra los indefensos “pampinos” iniciando de esa manera la más
terrible de las masacres de las muchas que registra la lucha social chilena.
A fines de 1907, la inestabilidad económica que Chile
todo sufría por la drástica baja del valor de su moneda en el mercado
internacional y que así creaba un alza desmedida de los precios en general,
castigaba con crueldad a los eternos perdedores de toda sociedad, la clase
trabajadora. Víctimas favoritas
eran los obreros de las salitreras que funcionaban en medio del desierto nortino
en lo que entonces se conocía como las provincias de Tarapacá y Antofagasta y
en jerga popular como “la pampa salitrera”.
Allí se agrupaban miles de obreros chilenos, peruanos y
bolivianos atraídos por la esperanza de un empleo que les permitiera evitar la
extrema cesantía reinante.
La mayoría de las minas eran en su mayoría de propiedad
extranjera, en especial ingleses y éstos no pagaban a sus trabajadores con
dinero sino con “fichas” que tenían valor solamente en la “pulpería”,
tienda, que existía en cada “oficina”. Tal estrategia permitía a los
empresarios explotar a sus obreros por partida doble: con largas jornadas y
bajos salarios y además vendiéndoles monopólicamente productos con precios
astronómicos fijados al capricho de los inescrupulosos patrones. Por ello, la
situación de los “pampinos” era deseperada, prácticamente les era
imposible sobrevivir y mantener a sus familias.
Por tal razón presentaron una justa petición a sus jefes
solicitando mejoras a sus míseros salarios y a sus precarias condiciones de
trabajo. La respuesta negativa que recibieron les hizo declarar la huelga
general. Así, miles de obreros acompañados por sus mujeres e hijos iniciaron
una larga marcha hasta el puerto de Iquique para presentar sus demandas a las
autoridades locales.
Nunca cometieron vandalismo ni desorden alguno, todo lo
contrario, se fijaron a sí mismos estrictas normas de conducta. Sin embargo,las
autoridades chilenas declararon el estado de sitio a pesar de no existir una
rebelion ni causa que lo justificase. Simplemente, los hambrientos pedían pan
para ellos y sus familias y eso era peligros.
Fuerzas militares y de marina fueron trasladadas rápidamente a Iquique y
estuviero a cargo del General Silva Renard. El 21 de Diciembre de 1907, poco
antes de las 4 de la tarde, Silva Renard ordenó a sus tropas abrir fuego contra
los indefensos “pampinos” iniciando de esa manera la más terrible de las
masacres de las muchas que registra la lucha social chilena.
Existen diversas y contradictorias versiones sobre el número
de muertos y heridos resultado de la carnicería; desde los cientos hasta los
miles. En realidad la cantidad de víctimas sólo tiene significancia estadística.
Lo importante es que se cometió una masacre de hombres,
mujeres y ninos sin existir justificación alguna.
El General Silva Renard, responsable principal, continuó
su carrera militar y jamás enfrentó justicia alguna por su crimen. Los
sobrevivientes fueron embarcados de regreso a sus “oficinas” respectivas sin
recibir respuesta alguna a sus peticiones. Y
aquí no ha pasado nada.
La historia socio-política de Chile está llena con
ejemplos de la conducta opresora y asesina de las “fuerzas del orden” las
que siempre han logrado de alguna u otra manera justificar sus crímenes
obteniendo una hipócrita impunidad de la cual somos responsables todos los
chilenos.
Hoy, lo único que existe en recordación de la tragedia
es un modesto monolito en la esquina suroeste de la Escuela Santa María, donde
se cruzan las calles Latorre y Amunategui. Este monolito es visitado una vez al
año por unos pocos para entregar un modesto homenaje a los caídos.
Este 2007 se cumplirá el primer Centenario de la matanza
y ya se anuncia que el acto será trascendental.
Seguramente autoridades locales y nacionales estarán presentes con sus
discursos inútiles y aburridos y una vez más
“ningún ratón tendrá las agallas de colgarle el
cascabel al gato.” Y la historia continuará inexorable y las páginas de las
luchas sociales chilenas seguirán siendo escritas con persecución, cárcel y
sangre.
Pero, existen dos tristes e irrefutables verdades. Una es
que los borrachitos que utilizan el monolito como punto de reunión, bar y
urinario continuarán dándole el mismo uso gracias a la indiferencia de la
autoridad que seguirá mirando hacia otro lado.
Aunque seguramente esta situación será erradicada por un par de semanas
durante el Centenario.
La otra verdad es mucho más dificil de eliminar pues es
evidente que el rojo que luce el pabellón patrio chileno ha sido teñido con
mucho más sangre indígena y obrera que aquella vertida por los “valientes
soldados.”
Ante esta vergonzoza realidad, modestamente y desde
tierras lejanas envío mi saludo fraterno y comprometido a todos aquellos
chilenos de corazón bien puesto que de una u otra manera luchan por convertir
la sociedad chilena en una llena de justicia e igualdad social.
Germán Altamirano
Vancouver, Canada.
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