De
Puro Chile - 24 mayo 2008
Enviado
por Monsieur
Garamond el 20/05/2008 a las 12:54 PM
No la conozco,
nunca había oído hablar de ella, he tenido que hacer esfuerzos
para adivinar cómo es su cara en la única borrosa foto que
apareció en la prensa, pero es difícil no pensar hoy en Elena
Varela, cineasta, productora y guionista, compositora y gestora
cultural, directora de Ojo Film, fundadora de
la Escuela
de Todas las Artes y de la Orquesta Sinfónica de Niños de
Panguipulli. En este momento ella está encerrada en una celda
helada y sin luz, sin comunicación con el exterior, sin derecho
a leer o ver las noticias. Ha sido interrogada con virulencia.
Amigos, colaboradores y familiares fueron amenazados. Su
productora fue destrozada en un allanamiento.
Los cargos contra
ella son graves: entre otras cosas, se la acusa de ser financista
y autora intelectual de dos asaltos –uno de ellos con víctimas
fatales- como parte de una célula mirista. La jueza Andrea
Urbina decretó increíblemente que ella debe estar en "prisión
preventiva" durante seis meses. "Para que la fiscalía
investigue", dijo. Todavía no es posible saber de la
seriedad o sustento de las acusaciones, pero sí se sabe ya que
el escarnio fue brutal.
La Policía
de Investigaciones requisó todo el material fílmico que ella
había acumulado durante cuatro años de trabajo como parte del
documental Newen Mapuche.
Lo primero que
asombra es el comportamiento de la prensa y la televisión: sin
que medie juicio o sentencia alguna, Varela ya fue condenada. En
la prensa chilena el caso ha sido confinado a escuetas notas en
las páginas policiales. Nadie ha investigado el caso, nadie ha
averiguado sobre la cineasta, nadie ha preguntado quién es ni qué
estaba haciendo realmente allí. Se han limitado a lapidarla. No
es forzado el paralelo con la novela del Premio Nobel alemán
Heinrich Böll, El honor perdido de Katharina Blum, que
relata un caso real: cómo la prensa hizo pedazos la vida privada
de una mujer.
En las páginas
culturales el tema de Elena Varela no ha sido tratado ni por
asomo. Los periodistas se limitaron a inquirir a las autoridades
cómo es posible que se le haya otorgado financiamiento del
Fondart a una terrorista. El reportero que cubrió el caso para
Televisión Nacional acusó a la cineasta, textualmente, del
crimen de "vinculación con la etnia mapuche". El
estereofónico ministro Vidal y la propia Presidenta Bachelet
avalaron implícitamente esta sentencia a priori cuando esbozaron
disculpas por el asunto del Fondart.
Si los propios
periodistas reivindican su derecho a proteger sus fuentes (algo
que ya no se discute en los países más desarrollados del mundo),
¿por qué nadie pregunta sobre el derecho de Varela a proteger a
sus entrevistados? ¿Por qué ni siquiera ha dicho una sola
palabra el Colegio de Periodistas sobre el asunto? ¿Qué está
pasando con el llamado mundo cultural? ¿No es este, acaso, un
tema que involucra o debiera preocupar a la cultura en su
totalidad, sino a toda la sociedad? ¿Por qué ni uno solo de los
actores de cine o "rostros" de teleseries, que tanto
hablan en la prensa y a quienes el tema vaya si les concierne, ha
dicho ni mu? ¿No es impresionante que en un caso de esta
naturaleza la única fuente, para los periodistas de los
principales medios de comunicación del país, sea en definitiva
el Ministerio del Interior?
El caso de Elena
Varela es paradigmático. Habla de una sociedad ensimismada, egótica,
adolescente, presa del individualismo, el consumo y el sálvese
quién pueda. Todos miran hacia otro lado. Hace tres años un
estudio científico de
la Facultad
de Medicina de
la Universidad
de Chile –encabezado por el doctor Francisco Rothhammer- planteó
que los chilenos tenemos un promedio de 84% de ascendencia
originaria indígena, y que esto incluye a los estratos económicos
más altos, aunque no les guste, pero en el próspero y arrogante
Chile sólo se quieren recordar los presuntos orígenes vascos o
franceses o alemanes y el tema mapuche sencillamente no existe.
Se niega. Es invisible.
De esa
invisibilidad está siendo víctima Elena Varela. Durante cuatro
años recorrió
la Araucanía
hablando con lonkos y recogiendo testimonios mapuches y, en el
contexto de un conflicto feroz del que nadie habla, acabó
enfrentada a un sector productivo muy poderoso: el forestal. Y así
no más le fue. Como así les fue este 17 de marzo a dos
periodistas franceses, Christopher Cyril Harrison y Paul Rossj,
que también tuvieron la mala idea de meter sus narices en el
conflicto mapuche y filmaron un incendio. Fueron detenidos,
vejados y maltratados en Collipulli. "Nos trataron como a
delincuentes, nos acusaron de provocar el fuego y de pertenecer a
la ETA
", declaró Harrison, todavía en estado de shock. El cónsul
francés logró que quedaran en libertad, pero al día siguiente
un grupo de civiles –una docena de individuos armados con
linchacos y cuchillos- atacó a los dos periodistas en la calle:
la paliza fue tremenda. Huyeron del país.
Y hace sólo dos de
semanas, el 3 de mayo, el guión se repitió con dos
documentalistas italianos, Giuseppe Gabriele y Dario Ioseffi, que
estaban filmando una movilización mapuche en un predio de
la Forestal Mininco
cuando fueron detenidos. "Nos trataron como terroristas, con
la cara al suelo y las esposas apretadas. Nos acusaron de estar
robando madera en el predio". Al día siguiente la
intendenta de
la Araucanía
, Gloria Barrientos, incurrió en una barbaridad jurídica y ética:
expulsó sin más a los italianos del territorio.
Los documentalistas
chilenos sacaron la voz este fin de semana, alarmados por la
suerte de Elena Varela y por la requisición de sus filmaciones.
Ignacio Agüero, Francisco Gedda, Viviana Erpel y Martín Rodríguez
convocaron a una conferencia de prensa en la que estuvieron
varios de los principales cineastas del país, como Silvio
Caiozzi, Andrés Wood, Pablo Perelman, Andrés Racz y Alicia
Scherson, pero de los medios de comunicación apenas llegaron
dos: una radio y un periódico de provincia. El contraste con la
multitudinaria convocatoria de cámaras y micrófonos que tuvo la
fiscalía cuando presentó el caso ante los reporteros policiales
como un tema estrictamente criminal, nos sugiere que algo está
oliendo terriblemente mal en el reino de Chile.
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