El Banco Mundial, el Fondo
Monetario, la FAO, la Unión Europea y hasta el gobierno de
Estados Unidos decidieron darse por enterados de lo que está
sucediendo en el mundo con los alimentos. Se habla de crisis, lo
que no es nuevo pese a que ahora le dicen global, y aunque no se
ha pronosticado aún una hambruna como las que hemos visto en el
pasado en algunos países africanos, hay un problema real que no
se puede seguir abordando con las mismas recetas fracasadas.
Unos culpan a los biocombustibles, otros dicen que no radica ahí
el problema sino en el alza de precios y también se sostiene
que la situación actual se debe al desarrollo de China e India,
lo que ha determinado que muchos millones de personas más se
incorporen al consumo. Cada uno de estos factores puede influir,
pero todavía no se sabe exactamente frente a qué estamos y por
eso es importante mirar hacia situaciones similares del pasado.
Hay innumerables informes internacionales, de organismos de las
Naciones Unidas, de fundaciones y de instancias tan serias como
lo fue el Diálogo Norte-Sur o Comisión Brandt, como también
se le conoció, que en documentados estudios señalaron que no
existía escasez de alimentos, sino que éstos estaban mal e
inequitativamente distribuidos a nivel mundial. Y eso no ha
cambiado, por el contrario, porque los alimentos son un muy buen
negocio en el modelo globalizador.
De ahí que los llamados a actuar en forma “urgente” contra
la crisis alimentaria formulados por la FAO, que es la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura, o la decisión del Banco Mundial y del Fondo
Monetario para lanzar un “Nuevo Acuerdo” y reunir 500
millones de dólares para evitar que 100 millones de personas
“se hundan aún más en la pobreza”, o los 200 millones de dólares
que Estados Unidos destinó a ayuda de emergencia o los 160
millones de euros (237 milllones de dólares), que la Unión
Europea destinará ayuda humanitaria, sólo representen
paliativos insuficientes.
Los biocombustibles
Los que responsabilizan a los
biocombustibles tienen parte de razón. Desde que el presidente
estadounidense realizó su gira latinoamericana el año pasado y
fue a Brasil, gran productor de etanol con caña de azúcar
desde hace más de veinte años, se desató una verdadera fiebre
por los biocombustibles. Los agricultores estadounidenses
duplicaron sus sembradíos de maíz para fabricarlo y Bush
planteó que había que producir 132,4 mil millones de
combustible alternativo para disminuir en un 20 por ciento el
consumo de gasolina. Brasil aumentó sus exportaciones del grano,
y en los más diversos lugares se fueron encontrando otros
productos agrícolas para fabricarlos. La soja, las semillas
oleaginosas, los cereales, todo podía ser utilizado en esta
nueva industria.
En Papúa Nueva Guinea recordaron que el aceite de coco podía
usarse para sustituir la gasolina y se crearon minirrefinerías,
tal como lo habían hecho en los años noventa cuando luchaban
por su independencia.
Científicos estadounidenses crearon baterías biodegradables
que funcionan con cualquier tipo de azúcar y duran de tres a
cuatro veces más que las de litio, se probó hasta la savia de
los árboles. Y las calculadoras funcionaron, por lo que se
piensa utilizar el azúcar para notebooks, celulares y
reproductores portátiles de música, que podrían ponerse a la
venta en dos o cuatro años más.
Brasil sostiene que el aumento de precios de los alimentos no es
atribuible a los biocombustibles en lo que respecta a América
Latina y Africa “porque tenemos tierra suficiente para
producir a ambos”, dijo su ministro de hacienda en un
seminario efectuado en Nueva York. Mientras, las distintas
organizaciones que participaron en la Conferencia para la
Soberanía Alimentaria efectuada en Brasil, pidieron a la
Conferencia Regional de la FAO, realizada también allí, la
defensa de la agricultura y el derecho a la alimentación.
Por su parte, el director de la FAO admitió que la producción
de biocombustibles genera incertidumbre y se requiere de una
estrategia que considere las necesidades de las poblaciones más
vulnerables. Y así se va llegando a lo fundamental.
Alzas, protestas y negocios
En los últimos nueve meses el
precio de los alimentos ha subido en un 45 por ciento, según
datos de la FAO. En el 2007 los cereales subieron el 41 por
ciento, los aceites vegetales el 60 por ciento y los lácteos el
83 por ciento. Entre marzo de 2007 y marzo de 2008 el precio del
trigo aumentó en un 130 por ciento. Uno de los elementos que ha
influido en esas alzas de la producción agrícola es el precio
del petróleo. Eso, a su vez, estimula la producción de
aquellos productos que se pueden transformar en biocombustibles
y eso determina que disminuya la siembra de otros alimentos, lo
que crea un círculo vicioso con alzas en otros artículos básicos.
La gravedad de la situación tuvo que ser admitida cuando ya en
37 países se habían registrado disturbios por la carestía de
los alimentos. Desde Egipto hasta Haití se registraron
protestas porque ya ni siquiera se podía comprar harina para
hacer pan. La situación amenazaba también a los países
desarrollados, especialmente de los que viven del comercio con
sus ex colonias, como Gran Bretaña, cuyo primer ministro llamó
al Grupo de los 8 a tomar medidas para frenar las alzas.
Pero quien planteó las cosas en términos reales fue el
presidente haitiano René Preval, a raíz de la violencia
desatada en esa nación, que culminó con la destitución del
primer ministro. Al referirse a la cuantía de las alzas de
precios de alimentos y combustibles en el mercado internacional,
el mandatario señaló que la solución no estaba en eliminar
los impuestos a la gasolina, el cemento, el arroz y a los demás
productos que se importan, porque con ese dinero se construyen
escuelas, hospitales, caminos, a la vez que se estimularía e
ingreso de las mercancías extranjeras lo que terminaría de
destruir lo que queda de la producción nacional.
Y afloraron las cifras. Haití importa 360 mil toneladas de
arroz al año, la producción nacional es de 90 mil, lo que
implica un gasto de 270 millones de dólares al año. Otro tanto
sucede con los huevos, los pollos y otros productos alimenticios.
Propuso Préval ir eliminando las importaciones y destinar esos
millones de dólares a desarrollar la producción nacional,
creando al mismo tiempo los empleos que hoy no existen, a fin de
promover un desarrollo durable. La solución no es fácil, dijo,
pero la producción nacional es la mejor vía.
El planteamiento es inobjetable, parecería elemental, sobre
todo en un país donde la pobreza extrema es producto de décadas
de dictadura y ocupación militar de Estados Unidos primero y
ahora de tropas latinoamericanas bajo la bandera de la ONU, que
lo único que han hecho y hacen es controlar los brotes de
violencia sin promover ni el más elemental desarrollo, lo que
lleva a concluir que una parte importante de la llamada crisis
alimentaria es consecuencia del negocio de los alimentos, que
también es transnacional y globalizado. ¿En cuántos países
se repite la situación haitiana?