Pocas mujeres han sido objeto
de tantos reconocimientos como los que se le han hecho a Vilma
Espín. Reconocimientos tanto más significativos porque ella
encarna un pensamiento y una lucha que van a contracorriente de
los poderes que hegemonizan al mundo y aspiran a controlarlo en
forma total, destruyendo lo que ella contribuyó a construir.
Fue uno de los seis hijos de una familia acomodada de origen
francés y, como apunta Marta Rojas, escritora, periodista e
investigadora de la gesta revolucionaria “pudo haber sido una
simple joven de «sociedad»”. Pero independientemente de su
posición económica, sus padres fueron personas sin prejuicios
raciales, sociales o religiosos y en Santiago de Cuba, donde vivían,
a su padre se le conocía como el cónsul honorario francés al
que podían acudir los inmigrantes haitianos, que eran
discriminados.
Estudió ingeniería química industrial, carrera de la que
egresó en 1954 y se contó entre las primeras mujeres cubanas
en obtener ese título. Luego cursó un posgrado en el
Instituto Tecnológico de Massachussets. Como se ve, nada que
pudiera sugerir el rol que la joven ingeniera química llegaría
a desempeñar en su país y la trascendencia que tendrían en
otros países los proyectos que encabezó. Su ingreso al
movimiento revolucionario se produjo a raíz de la muerte de un
estudiante, como consecuencia de las heridas recibidas cuando
la policía reprimió una manifestación. El hecho originó
nuevas manifestaciones en Santiago de Cuba, de las que fue una
activa participante.
Producido el ataque al Cuartel Moncada en 1953, se suma al
movimiento revolucionario, es una de las colaboradoras directas
de Frank País y viaja a México a entrevistarse con Fidel
Castro, quien le informa de los planes para regresar a Cuba a
bordo del Granma, ella los transmite y organiza con Frank País,
que después fue asesinado, un alzamiento armado previsto en
función del inminente desembarco del Granma. Con los nombres de
Deborah, Alicia, Mónica y Mariela —una de sus hijas lleva
este último—, realizó innumerables actividades
revolucionarias clandestinas y coordinó el movimiento en la
provincia de Oriente hasta que debió irse a la sierra,
ingresando al Ejército Rebelde del II Frente Oriental Frank País,
cuyo comandante era Raúl Castro, con quien contrajo matrimonio
al triunfo de la Revolución. Esta es, a grandes rasgos, la
primera etapa de la vida de esta guerrillera declarada heroína
de Cuba.
Las mujeres de la Sierra
Maestra
De las mujeres que estuvieron
en la Sierra Maestra se conoce poco fuera de Cuba. La primera en
incorporarse al que luego se llamaría Ejército Rebelde fue
Celia Sánchez, luego lo haría Vilma, cuando ya no le fue
posible continuar desarrollando sus actividades en la
clandestinidad. Pero hubo muchas otras, como Isabel Prieto y Teté
Puebla, que es la única mujer con grado de general en las
fuerzas armadas cubanas. En 1958 se integraron en un pelotón,
lo que generó protestas de un sector de los hombres que se oponían
a la presencia femenina. Además, Fidel Castro les dio armas a
las mujeres y eso también fue motivo de reclamos porque la
disponibilidad no era mucha y los hombres alegaban estar mal
armados.
Pero perdieron esa pelea en toda la línea, porque las mujeres
incluso integraron la escolta de Fidel, de lo que me enteré a
través de Vilma y La Capitana, entre otras, en una entrevista a
la que me referiré más adelante. Al triunfo de la Revolución,
Vilma asumió la dirección de Radio Rebelde, como lo recordó
la Unión de Periodistas Cubanos en las condolencias enviadas a
la Federación de Mujeres Cubanas que Vilma presidió hasta el
final. Luego, el entonces primer ministro Fidel Castro le confió
la organización de las mujeres, lo que podría considerarse
como la segunda etapa de la afirmación del rol femenino ahora
en la vida del país, en el que todo empezaba a cambiar.
Por eso la orientación que ella le imprimió a este nuevo
instrumento revolucionario es distinta a los organismos que en
nombre de la mujer existían ya o se fundaron en otras partes,
pero cuya meta no era incorporarlas a la vida del país ni
tampoco su realización personal, sino más bien controlarlas
con un discurso falsamente liberador. Con su propia trayectoria,
Vilma derrotó también a ese feminismo rupturista que apuntaba
a la competencia sin sentido entre hombres y mujeres. Si algo le
hubiera molestado de todo lo que se ha dicho en estos días, es
que se refieran a ella como “primera dama”, denominación
que claramente rechazó, o que digan que fue la mujer más
poderosa de Cuba, calificativos que pretenden asimilarla a los
valores de los grupos hegemónicos en un intento de disminuir su
figura.
Una mujer completa
Conocí a Vilma en julio de
1971, cuando llegué a Cuba por segunda vez, integrando la
delegación presidida por el entonces canciller chileno
Clodomiro Almeyda, que era la primera delegación oficial de un
país latinoamericano que llegaba a la nación caribeña tras la
ruptura de relaciones acordada por la OEA, relaciones cuya
reanudación fue una de las primeras medidas adoptadas por el
presidente chileno Salvador Allende. Se encontraba también allí
una delegación de mujeres de los partidos de la Unidad Popular,
que con la aprobación del mandatario cubano convirtieron la
entrevista que le habían solicitado en un programa de televisión
que me pidieron que condujera. Terminó la visita, me sumé a un
grupo de periodistas que iba a un recorrido por el país y a mi
regreso me encontré con una invitación a comer de parte de
Vilma, quien ya había visto la grabación y estaba muy
entusiasmada porque Fidel había planteado allí cuestiones que
aún no había dicho en Cuba.
No pude quedarme como me pidió, pero a los pocos meses ella
llegó a Chile con parte de la directiva de la Federación de
Mujeres Cubanas y, obviamente, hubo un nuevo programa de
televisión. Ahí, en la sala de maquillaje, conocí otra faceta
de todas sus acompañantes. Estuvimos a punto de que la grabación
se cancelara porque se estaba acabando el tiempo reservado,
mientras ellas le preguntaban a la maquillista por todos los
trucos para ocultar arrugas, agrandar los ojos y etcétera.
Después, en el programa, hablaron de sus experiencias en la
Sierra Maestra. Y recordé el contrastante episodio cuando leí
un artículo en Juventud Rebelde, cuyo autor señala sobre Vilma:
“Toda la obra social de la Revolución, puertas adentro de la
fachada hogareña, de la comunidad, lleva la impronta de esta
mujer, una dama que no confundió el socialismo con la ramplonería
y el desaliño, y siempre trató al país como una familia que
debe vencer sus propios atavismos y lucir la mejor muda en la
conducta social”.
La vida nos llevó a encontrarnos en otras ocasiones tanto en México
como en Cuba. La última vez fue en su último viaje a México,
cuando con ese sentido de la amistad que tenía, hizo un alto en
su programa oficial y llegó hasta mi casa para conversar unos
momentos. Sus piernas no le respondían bien, pero de regreso en
Cuba y ya con su enfermedad avanzada, se dio tiempo para
escribir su libro Inolvidable Frank en homenaje a Frank País,
que presentó en noviembre del año pasado.