De La Nación - 20 mayo 2008
Mayo 1968: una revolución
moral
Jorge
Palacios C
Mayo
1968. Hace 40 años, en plena época de auge económico
y bienestar en Francia, emerge un potente levantamiento
del estudiantado, que arrastró a la clase obrera y a
numerosos sectores medios. París se transforma en un
campo de batalla. Los estudiantes arrancan los adoquines
del suelo para lanzarlos contra los policías. El 9 de
mayo, hay barricadas, miles de heridos, unos 500
detenidos y se incendian dos centenares de vehículos.
Los trabajadores se incorporan a la lucha. La Renaud es
ocupada por los huelguistas. El 13 de mayo participan en
un mitin cerca de un millón de personas. Los dos
tercios de los trabajadores del país están en paro. Es
decir, unos 10 millones. Los obreros levantan sus
reivindicaciones económicas. El combate se radicaliza.
El propio poder es amenazado. Entonces, el Partido
Comunista francés
echa pie atrás. Comienza a oponerse al paro y a los
“métodos violentos” de lucha. El combate se
desinfla y De Gaulle gana la partida llamando a
elecciones. La táctica de Moscú era la misma que en
los tiempos de Stalin. Éste, hizo que los sectores
armados de la Resistencia anti-nazi en Europa entregaran
sus armas a los gobiernos burgueses. Sólo deseaba
fortalecer a la URSS en su competencia con EE.UU., y
contar para ello, con el apoyo de los partidos
comunistas, del brazo con la social-democracia. En
China, Stalin pretendió que Mao Tse Tung disolviera el
Ejército Popular, que combatió contra la invasión
japonesa, y que entregara las armas al gobierno
reaccionario del Kuomingtan, aliándose con éste. Como
es sabido, Mao se negó y con el Ejército Popular
conquistó el poder.
Lo
notable del enorme levantamiento, que iniciaron los
estudiantes en mayo del 68, es que no fue hecho por una
reducción en las matrículas, ni por obtener becas o
por el pase escolar, sino para revolucionar las
costumbres de la sociedad. La primera reivindicación
que levantaron fue contra la prohibición en los
internados de entrar a los cuartos de las alumnas.
Fue una rebelión contra todas las formas de
autoritarismo: contra la violación policial a la
autonomía universitaria; contra el poder que ejerce el
profesorado al obligar a rendir exámenes; contra un
tipo de educación tendiente a formar tecnócratas o burócratas
apatronados; contra el patriarcado familiar; por el
derecho a la contracepción y al aborto; contra los
prejuicios burgueses y clericales, que exigen esconder
el cuerpo y que condenan el sexo y el amor libre. Es
cierto, que en el plano internacional los estudiantes
eran sensibles a la heroica lucha de pueblos como el
vietnamita y el argelino, o al triunfo de la guerrilla
en Cuba, pero el mayor anhelo en el 68, fue el zafarse
de algún modo de una vida monótona, conformista, sin
imaginación, aburrida. Como lo señalara Ignacio
Ramonet: “fue una revolución cultural con apariencias
políticas”. Un logro no menor de ella fue un cambio
profundo en la vida familiar: autoridad compartida por
ambos padres, divorcios por incompatibilidad de
caracteres, gran permisividad con los hijos. Del 68,
provienen esos hijos ya muy mayores, que no quieren
abandonar la casa de sus padres. ¿Para qué, si se les
da cariño, libertad y comida gratis?
Las
consignas en los muros universitarios de París, nos dan
una pista de los anhelos juveniles. “Gracias a los exámenes
y a los profesores, el arribismo comienza a los 6 años”;
“Cambiar la vida. Transformar la sociedad”; “La
imaginación tomó el poder”; “Lo sagrado: ahí está
el enemigo”. Y, por último, esa inspirada frase de
André Breton, el líder de los surrealistas: “La
revuelta y solamente la revuelta es creadora de luz, y
esta luz no puede tomar sino tres caminos: la poesía,
la libertad, y el amor”.
La
Nación 20 mayo 2008
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