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Opiniones...de Jorge Palacios C
De La Nación - 3 abril 2008

La píldora de la vida después

   Por Jorge Palacions C 

        Por milenios, las diferentes religiones les han dorado o ennegrecido la píldora a sus fieles con premios y amenazas de una vida post-mortem. El que se porta bien se va al cielo; el pecador y el no creyente al infierno. La zanahoria y el garrote.

        La píldora de la vida después…, cambia de forma según las épocas y religiones. El Corán ofrece a sus devotos “Un jardín de las delicias”, con algunos goces que merecen el infierno para el cristianismo: “Estarán reclinados en alfombras de brocado… con bellas huríes, no tocadas hasta entonces por hombre ni genio”. Y cosas muy anheladas por gente que vive en  desiertos: “jardines, manantiales, frutas, palmeras y granados”.  En Egipto, en la época de las pirámides, 0 demagogia populachera. El propio Faraón era divino y sólo él y su familia merecían el cielo. ¡Eso sería todo! Para los Testigos de Jehová, sólo accederán al paraíso –según el Apocalipsis- 144 mil personas.

        La Iglesia Católica ha tenido versiones bastante nebulosas sobre el cielo. Ha preferido trabajar  la amenaza infernal a vender el cielo. Algunos místicos hablan de: …“su súper-existencia, en una desconocida oscuridad sin forma… Él (Dios), nos hace libres de todas las imágenes y nos arrastra a nuestro principio, donde no encontramos más que una desnudez salvaje, desierta, informe, que responde perfectamente a la eternidad”. ¡Dios me libre!... Prefiero una buena fumada de opio o de hachis. Su efecto no es eterno.

        La versión pop del cielo no es mucho más atractiva. Pintores medioevales y renacentistas nos han dado imágenes. Mark Twain, en uno de sus libros, nos habla de una carta de Satanás, reporteando en la Tierra. “En el cielo del hombre –dice- ¡todos cantan! El que no cantaba en la Tierra allí lo hace… Este canto universal no es casual ni circunstancial, ni se alivia con intervalos de silencio; sigue ininterrumpidamente y diariamente…Y todos se quedan ahí; mientras que en la Tierra, el lugar quedaría vacío en dos horas. El canto consiste sólo en himnos religiosos… Mientras tanto, todas las personas tocan el arpa: ¡millones y millones!, aunque en la Tierra, no más de veinte de cada mil sabían tocar un instrumento…” Mark Twain es injusto, porque también hay millones y millones de ángeles tocando trompeta... y se contempla a Dios por los siglos de los siglos, amén.

        En cambio, las descripciones del infierno, que han hecho temblar y pagar sus diezmos a generaciones y generaciones de feligreses, son realmente contundentes. La política del miedo es la más rentable. Pinochet lo sabía y la UDI lo sabe. Dionisio el Cartujano, un erudito monje del siglo XV, describe el infierno: “Figurémonos un horno ardiente, al rojo blanco, y dentro de él un hombre desnudo que jamás se verá libre de semejante tormento… ¡Representémonos cómo se revolvería dentro del horno, cómo gritaría, rugiría, viviría, qué angustia le oprimiría, qué dolor le dominaría, sobre todo al recordar que aquel castigo insoportable no cesará jamás!” Literatos y pintores, por siglos, se han regalado explicitando detalles del infierno de la Iglesia Católica.

        No obstante, el mito del infierno es un absurdo y una aberración inconmensurable. Un supuesto Dios, infinitamente bondadoso, sabio y poderoso, concibe (antes de crearlo de la nada), un universo cuya historia futura conoce hasta en el más mínimo detalle: las guerras, los crímenes, las pestes, las injusticias de la historia humana. Nada se le escapa, pues concibió todo, lo echo a andar y debe mantener su existencia en cada instante. Él previó, -antes de crearlo- todos los factores personales y sociales, que harían delinquir a cada criminal. ¿O es que hubo o hay detalles de su obra que ignora y que escaparon a su INFINITA sabiduría? Aquí no hay distingo posible entre planificación y ejecución, como en el Transantiago. Así y todo, ese criminal, que Dios decidió de antemano que no se arrepintiera, irá al infierno por toda la eternidad. Suena raro e injusto, ¿no le parece?  

        Juan Pablo II fue informado por una encuesta que el 60% de sus fieles en Roma no creía en el cielo, ni en el infierno. Entonces, en su infalible sabiduría papal, eliminó “geográficamente” el infierno, “ese horno ardiente donde todo será llanto y rechinar de dientes”. Señaló: “El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien se aleja de Dios”. En cambio, Benedicto XVI, en su infalible sabiduría papal, lo resucitó. “Jesús –aclaró- vino a decirnos…, que el infierno existe y es eterno”. ¡Dialéctica Vaticana!... Con razón hay un cura chalado, que anda gritando: ¡genocidas!, a los que venden la píldora del día después. ¿Irán al cielo o al infierno los embriones y fetos?

 

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