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Recuerdos de Charlie 47 (3)

“Como el ave solitaria, con el cantar se consuela”

por Augusto Alvarado

“Era un mago del arpa. En los llanos de Colombia, no había fiesta sin él. Para que la fiesta fuese fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí, con sus dedos bailanderos que alegraban los aires y alborotaban las piernas. Una noche, en algún sendero perdido, lo asaltaron los ladrones. Iba Mesé Figueredo camino de una boda, a lomo de mula, en una mula él, en la otra el arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a golpes. Al día siguiente, alguien lo encontró. Estaba tirado en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo, con un resto de voz: -Se llevaron las mulas. Y dijo: -Y se llevaron el arpa. Y tomó aliento y se rió, echando baba y sangre se rió: -Pero no se llevaron la música”. EDUARDO GALEANO – INÉDITO

A nosotros también nos asaltaron los ladrones en septiembre de 1973. Se llevaron las mulas, el arpa y nos molieron a golpes. Pero no se llevaron la música, ni la solidaridad, ni la esperanza…

Ya he hablado de Rubén Cárdenas y “La López Pereyra”, en Puerto Natales. En el Regimiento de Infantería Pudeto del Ejército, en Punta Arenas, había un dentista preso. No pude conservar su nombre pues estuvo poco tiempo con nosotros, aunque siempre lo recordaré por su tenacidad y entusiasmo por la música. Se propuso organizar un coro y andaba siempre por ahí, con su oído atento para encontrar las voces que necesitaba. Y en esos primeros días en el gimnasio, donde el miedo y la incertidumbre prevalecían sobre cualquier otro estado de ánimo, podían escucharse los ensayos del coro del dentista: “Bajo de un botón, tón tón / que encontró Martín, tín, tín / había un ratón, tón, tón / hay que chiquitín, tín, tín”. Canción simple y alegre que no sólo servía para mezclar las voces sino que, por sobre todas las cosas, nos ayudaba a formar parte de algo superior a nosotros y a nuestras pequeñas o grandes miserias y temores. Cuando nos sacaban al polígono de tiro a tomar aire el coro nos dejaba escuchar sus progresos: “Yo soy un pobre diablo / me siento muy cansado / cansado caminando tanto…”.O cuando algún compañero tenía la suerte de salir en libertad el coro cantaba, con alegría y tristeza: “Ya te vas / ve muy feliz / por allá recuérdame…”. También en el Pudeto era muy popular la canción “Libre”, que por esos días se había hecho muy conocida entre los jóvenes. Era un tema que cantaba el desaparecido Nino Bravo (“Piensa que la alambrada sólo es / un trozo de metal…”). Con toda seguridad se cantó la Nochebuena de 1973 en Dawson, en la velada artística donde recordamos con emoción, entre otras, las canciones de Orlando Letelier y Aniceto Rodríguez, ambos figuras destacadas del gobierno popular, ya fallecidos.

Y en isla Dawson los músicos de la esperanza aparecieron en todo su esplendor. Uno de ellos era Augusto Vera, dirigente de la Juventud Socialista que oficiaba de ayudante en la panadería del campamento Río Chico. Augusto amaba las canciones mexicanas y sin duda su tema preferido era “El Jinete”, ese inolvidable tema de José Alfredo Jiménez: “Por la lejana montaña / va cabalgando un jinete / vaga solito en el mundo / y va deseando la muerte. / Lleva en el pecho una herida, / va con su alma destrozada / quisiera perder la vida / y reunirse con su amada”. Había una canción que siempre le pedíamos para hacer enojar a Pedro Calisto, querido y entrañable compañero que ya no está con nosotros. Pedro tenía unas gruesas cejas y se molestaba cuando Augusto cantaba “La Malagueña” (de Pedro Galindo y Elpidio Ramírez): “¡Qué bonitos ojos tienes / debajo de esas dos cejas, / debajo de esas dos cejas, / qué bonitos ojos tienes! / Ellos me quieren mirar, /pero si tu no los dejas, / pero si tu no los dejas, / ni siquiera parpadear”.

Curiosamente la llamada “música comprometida”, pese a tener enorme vigencia en Chile en ese momento, no tuvo una presencia notable durante nuestro cautiverio. De Violeta Parra recuerdo que se cantaba uno de sus últimos temas, que compuso junto a Patricio Manns, “La exiliada del sur”: “Un ojo dejé en Los Lagos / por un descuido casual, / el otro quedó en Parral / en un boliche de tragos, / recuerdo que mucho estrago / de niña vio el alma mía, / miserias y alevosías / anudan mis pensamientos, / entre las aguas y el viento / me pierdo en la lejanía”. De Víctor Jara, pese a su variada y riquísima producción, recuerdo haber escuchado varias veces, a tal punto que se grabó a fuego en mi memoria, un clásico tema social caribeño de Rafael Hernández, que Jara incluyó en su cancionero, “Lamento borincano”, también conocido como “El jibarito”: “Sale loco de contento / con su cargamento / para la ciudad, sí, / para la ciudad. / Lleva, en su pensamiento / todo un mundo / lleno de felicidad, sí, / de felicidad. / Piensa remediar la situación / de su hogar que es toda su ilusión”. Y de Patricio Manns sin duda se cantó, y muchas veces, “El cautivo de Til-Til”: “Dicen que es Manuel su nombre / y que se lo llevan camino a Til-Til / que el gobernador no quiere / ver por la cañada su porte gentil / dicen que en la guerra fue / el mejor y en la ciudad / le llaman el Guerrillero de la Libertad”. Quienes con más calidad, dedicación y entusiasmo entonaban estas canciones, y muchas otras, eran Fernando Lanfranco, Víctor Salvo y Sergio Urrutia. Tras ellos, un grupo de admiradores coreaba las canciones y copiaba las letras para repartirlas entre todos los prisioneros.

Pero la vertiente principal de la música que se cantaba y escuchaba en Dawson provenía del Río de la Plata. Sería tal vez por la relación estructural e histórica de chilenos y argentinos en la zona austral; o por la importancia que tuvo el último festival folklórico de la patagonia, que se realizó en el invierno de 1973 con una gran presencia de músicos argentinos, o simplemente por el valor intrínseco de las canciones, lo cierto es que “Alfonsina y el mar”, de Ariel Ramírez y Félix Luna (“Por la blanda arena que lame el mar / tu pequeña huella no vuelve más / Un sendero solo de pena y silencio / llegó hasta el agua profunda. / Un sendero solo de penas mudas / llegó hasta la espuma”.); Balderrama”, de Leguizamón y Castilla (“A orillitas del canal / cuando llega la mañana / sale cantando la noche / desde lo de Balderrama. / Adentro puro temblor / el bombo / con las bagualas / y se alborotan quemando / déle chispear las guitarras”); “Canción por todos” de César Isella o “Volver en vino”, de Horacio Guaraní, entre muchas, muchísimas otras, pasaron a formar parte desde entonces de nuestros recuerdos y momentos más sentidos.

Y había más, mucho más: el regionalismo de los porteños de Valparaíso (Rudecindo Valderrama, entre otros) que derramaba sus lagrimones cuando se escuchaba: “eres un arco iris de múltiples colores”; o el de los magallánicos: “te ha rodeado el cielo de hermosura sin igual”; o el de los yugoeslavos (perdón, me cuesta decir “croatas”) o sus descendientes con: “tamo daleko, daleko od krai morá”; o el de los chilotes: “dicen que no caben dos en un canasto, hagamos la prueba, con una de Castro”. Y por ahí, por la barraca Alfa, andaba Carlos González, querido “Grasa”, y su conjunto (¿Valderrama? ¿Pelao España?) cantando “Si usted piensa que cachaza es agua / cachaza no es agua, no”…

Y hasta nuestros carceleros, al observar nuestro entusiasmo por la música, trataron de incorporar a nuestro repertorio cuanto himno de regimiento o fuerza armada podíamos imaginar. Hasta “Lili Marlen” y “Los viejos estandartes”. Pero la memoria fue sabia y archivó esos sones marciales en zonas recónditas de la corteza cerebral en bien de la salud general de nuestro organismo.

En fin, nos molieron a palos y nos robaron las mulas y el arpa, pero no se llevaron la música, ni la esperanza, ni la solidaridad, ni mucho menos, como puede apreciarse, la memoria.

Augusto Alvarado
aonikenk02@hotmail.com
Montserrat -Buenos Aires- junio de 2003


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