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Recuerdos de Charlie 47 (1) La López Pereyra Por Augusto Alvarado Yo quisiera olvidarte / me es imposible mi bien, mi bien tu imagen me persigue, / tuya es mi vida, mi amor también, y cuando pensativo yo solo estoy / deliro por la falsía con que ha pagado tu amor, mi amor. En 1872 nació en Salta el músico Artidorio Cresseri, autor de letra y música de la zamba "La López Pereyra", expresión emblemática del folklore argentino hecha popular, entre otros grandes del folklore, por Los Chalchaleros y Los Fronterizos. Escrita a finales de la década de 1910, su título original fue: "Chilena dedicada al doctor Carlos López Pereyra", título que no es casual pues el padre del músico formaba parte de esa legión de salteños que comerciaban con vastas regiones de los países andinos. El arriero, que llevaba hacia esos sitios mulas engordadas en los valles salteños, retornaba con monedas de plata, artículos traídos de España, modismos, elementos de música y baile y hasta con mujer. Del Perú trajeron la vidala, mientras que la zamba antigua procede del norte chileno. En los descansos del largo y fatigante sendero, los arrieros podían entibiar el alma y apaciguar las penas recitando y cantando coplas inspiradas o aprendidas en el camino. A los once años, Artidorio comenzó a viajar acompañando a su padre a esas tierras, lo que determinó que se quedara luego residiendo en Tarija y desde allí comenzó a viajar a Sucre, familiarizándose con la música y los bailes andinos. Yo quisiera tenerte / a mi lado todo el día de mis ocultos amores / paloma te contaría pero es inútil mi anhelo jamás, jamás, / vivo solo para amarte callado y triste llorar, llorar. Tenía más de sesenta años de vida la zamba y había transcurrido más de un siglo desde el nacimiento del músico cuando la escuché por primera vez. Lo que había nacido cerca de los Andes altiplánicos llegó hasta la patagonia, viajando en las guitarras de los modernos arrieros, en las mochilas de los estudiantes, en los infinitos fogones de la Patria Grande. No la conocí en un instante feliz pues un par de días después del golpe militar del 11/09/73 fui detenido en mi domicilio por una patrulla militar. Mi coronel Gallardo quiere hablar con usted abríguese por las dudas me dijo el suboficial a cargo. La conversación con el coronel duró quince meses, sin duda un diálogo largo a veces tortuoso. Entonces conocí a mi primer compañero de cárcel en los calabozos de Carabineros, en la calle Tomás Rogers de Puerto Natales. Se llamaba Rubén Cárdenas y era funcionario del Ministerio del Trabajo. Estábamos en celdas contiguas y después de los saludos y averiguaciones de rigor comenzamos a conversar de temas diversos. Me contó que formaba parte de un conjunto folklórico del magisterio, pues su esposa era profesora. A René le encantaban la música y el canto. ¿Quieres escuchar algo?, preguntó es una zamba que estoy aprendiendo en estos días te va a gustar. Y haciendo con su boca sonidos como de bombo a manera de introducción comenzó a desgranar los versos sentidos: Yo bien sé que no me quieres / pero eso no es un motivo me privas de tus miradas, / mi alma, sin ellas no vivo, voy a ocultarme a una selva solo a llorar, / pueda ser que en mi destierro tus ojos negros pueda olvidar. Rubén y su zamba fueron como un anticipo de lo que vendría. Porque entre tanto dolor e incertidumbre la música nos acompañaría como amiga fiel en los coros, en las guitarras, en las veladas artísticas que supimos organizar en los escasos resquicios de libertad que lográbamos conseguir. Nunca volví a saber de Rubén Cárdenas. Esa fría noche de septiembre, nieve incluida, nos sacaron violentamente de los calabozos y enfrentaríamos nuestra primera sesión de torturas. Durante todo el tiempo escuché sus gritos. Al amanecer me regresarían a la celda pero mi vecino no volvió. Su canción, sin embargo, me acompañó en esa etapa interminable y aún hoy, casi treinta años después, la recuerdo como portadora del maravilloso mensaje de la música. En una noche serena / al cielo azul miré, miré, contemplando a las estrellas / a la más bella le pregunté, era ella la que alumbraba mi amor, mi amor, / para pedirle por ella al Dios piadoso resignación. Grande fue mi sorpresa al descubrir que más de un compañero, en isla Dawson u otros lugares de confinamiento, entonaría las estrofas de la querida zamba. Tal vez fue la mención al destierro, o a la selva, o simplemente por la belleza y el amor que despierta su poesía, La López Pereyra se grabó en nuestro corazón para siempre. Gracias, Artidorio Cresseri, hijo de Salta y de Nuestra América por dejarnos esa fiel compañera con ritmo de zamba que no ha envejecido, ni envejecerá jamás. Augusto Alvarado aonikenk02@hotmail.com Montserrat -Buenos Aires- 22 de junio de 2003 |
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