REVISTA DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO
CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998
Cincuenta años de la CEPAL
José Antonio Ocampo
Secretario Ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL
La celebración de sus cincuenta
años de existencia llena de orgullo a esta Comisión. Su creación, en el seno de las
Naciones Unidas, fue parte de una activa etapa de construcción de una apropiada
institucionalidad internacional en las postrimerías de la segunda guerra mundial y en los
años siguientes. Partió de la profunda convicción de los líderes de aquellos años de
que era necesaria esa institucionalidad como elemento fundamental para la construcción de
la paz y el desarrollo mundiales. En el caso de la CEPAL, sus expectativas han sido
ampliamente satisfechas.
He dicho ya en varias ocasiones que nadie podrá escribir la historia económica de
América Latina en el último medio siglo sin referirse a la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe. Como toda institución que se destaca, la CEPAL ha generado
polémica. Ha hecho aportes al desarrollo regional y sus teorías y visiones se han
escuchado en muchos rincones, no sólo de este continente sino del mundo entero. Ha habido
aciertos en muchos de ellos y, sin duda, errores, como acontece con cualquier institución
humana. Muchas de sus teorías han sido, por qué no decirlo, objeto de caricaturización
y las críticas han sido dirigidas más frecuentemente a estas caricaturas de su
pensamiento que a sus verdaderos aportes, con lo cual se ha generado la falsa idea de un
pensamiento esquemático e inmóvil en el tiempo.
Pero el pensamiento de la entidad ha sido dinámico. ¿Cómo podría no serlo ante los
inmensos cambios de la realidad económica, social y política, regional y mundial, de
este último medio siglo? Los primeros años de la Comisión presenciaron la realidad de
una economía mundial hecha cenizas por el colapso del multilateralismo y del sistema
financiero y el comercio internacionales durante los años treinta, y de la capacidad
productiva europea durante la segunda guerra mundial. En este contexto, apenas se
iniciaban los esfuerzos de reconstrucción, en el marco del Plan Marshall, que dejaban de
lado, por lo demás, a América Latina y apenas se daban los primeros pasos por
reconstruir reglas multilaterales del comercio, en forma por lo demás inconsistente, ya
que el GATT fue una alternativa de segundo orden, ante el fallido intento por constituir
entonces la Organización Internacional de Comercio. Pronto se agregarían, además, a
dicho Acuerdo muchas excepciones, como la agricultura desde comienzos de los años
cincuenta y los textiles desde fines de dicha década.
Y, para completar el panorama, esos eran los años en los cuales comenzaba en todo su
rigor la guerra fría y la planeación era vista en el mundo entero como la única
alternativa a la desorganización de los mercados característica de las décadas
precedentes. Era también la época en que desarrollo e industrialización eran
sinónimos, como lo siguieron siendo por mucho tiempo más, por lo menos hasta fines de
los años setenta, en la visión del propio Banco Mundial. En nuestra región, la
industrialización había surgido como un subproducto del desarrollo exportador,
acompañada por altos niveles de protección en muchos países, incluso desde el siglo
XIX, como por lo demás era característico entonces de Estados Unidos y las potencias
continentales de Europa. Las medidas defensivas adoptadas para enfrentar la gran
depresión y la segunda guerra mundial habían reforzado, en nuestro subcontinente, tanto
el proceso de industrialización como la tendencia a hacer uso de la intervención estatal
en forma mucho más extensa. Sin embargo, con la excepción de los países del Cono Sur,
las naciones latinoamericanas seguían siendo sociedades fundamentalmente rurales.
¡Qué diferentes aquellos años a las condiciones que vive el mundo hoy! La era de la
alobalización ofrece hoy grandes posibilidades, aunque también representa grandes
desafíos. Las extensas negociaciones de la Ronda Uruguay y la creación de la
Organización Mundial de Comercio han logrado incorporar por primera vez a todos los
sectores productores de bienes en las disciplinas multilaterales y han comenzado a
extenderlas a algunos servicios. Como consecuencia, el comercio internacional es más
libre de lo que jamás había sido, aunque no está todavía exento de escollos. En ese
marco, y con el apoyo de los nuevos avances tecnológicos y de las decisiones
estratégicas de localización de las grandes empresas, el comercio internacional viene
experimentando una reorganización sin paralelo. El sistema financiero internacional ha
adquirido un altísimo grado de desarrollo, pero las instituciones que lo regulan no han
evolucionado al mismo ritmo; por ello ha adquirido una inestabilidad que alcanzó ribetes
dramáticos en el último año y medio, con el estallido de la crisis asiática. Esta
inestabilidad ha afectado por igual a países desarrollados -en la crisis monetaria
europea de 1992-1993 y la crisis japonesa- y a los países en vías de desarrollo, como
aconteció con el "efecto tequila" en 1994-1995 y la crisis que se inició en
varias economías asiáticas de rápido desarrollo a mediados de 1997. La globalización
ha generado, además, tensiones distributivas no despreciables, especialmente entre los
factores de producción más móviles, el capital y la mano de obra más calificada, y el
menos móvil, la mano de obra menos calificada. De hecho, las restricciones a la movilidad
de la fuerza de trabajo siguen siendo la gran excepción a las reglas de liberalización
económica a nivel internacional.
En nuestra región, hemos comenzado a dejar atrás la "década perdida", como
caracterizó la CEPAL a los años ochenta. Las reformas internas que han acompañado este
proceso se han inspirado en la decisión de encontrar nuevos rumbos, teniendo en cuenta
las peculiaridades de cada experiencia nacional. Se han revalorizado las virtudes de la
macroeconomía sana y de un Estado eficiente, ojalá para quedarse para siempre. Los
países vienen buscando la forma de obtener los mejores frutos de las nuevas formas de
especialización en un mundo globalizado. Esa invención cepalina por excelencia, la
integración regional, ha dado pasos de gigante y se proyecta ya a nivel hemisférico. Ha
habido, además, un nuevo compromiso con el desarrollo social, a juzgar por la tendencia
ascendente del gasto público social en América Latina.
Pero también existen grandes limitaciones. El crecimiento económico regional, del 3.7%
en promedio durante la presente década, dista mucho del 5.6% anual que se alcanzó entre
1945 y 1974. La sensibilidad del crecimiento regional a los ciclos financieros
internacionales continúa tan marcada como siempre, pese a la creciente sofisticación en
el manejo macroeconómico y a la clara decisión de las autoridades de actuar a tiempo. Ya
se refleja en una desaceleración del crecimiento económico regional en 1998, que promete
acentuarse en 1999 si se sigue profundizando la crisis financiera internacional. Las
brechas tecnológicas siguen siendo inmensas y no muestran señales de disminución en
gran parte de la región
Por su parte, los niveles de desigualdad social son, en la mayoría de los países, más
elevados que los ya excesivamente inequitativos de los años setenta y, quizás con la
excepción de Uruguay, no muestran tendencia a la mejoría, aun en las economías más
exitosas, y en no pocas se mantiene una tendencia al deterioro. Los niveles relativos de
pobreza en América Latina han mejorado con el retorno del crecimiento -de 41 % al 39%-
pero siguen por encima de los niveles de 1980. La capacidad de generación de empleo
formal del nuevo patrón de crecimiento ha sido hasta ahora muy limitada. Es un
"crecimiento sin empleo" jobless growth), como lo caracterizó el
Primer Ministro de Trinidad y Tobago en la Cumbre de las Américas. En efecto, la
tendencia a la elevación de la tasa de desempleo en varios países se ha conjugado con la
concentración de 84 de cada 100 nuevos puestos de trabajo en el sector informal, según
estimaciones de la OIT. Además, la brecha de las retribuciones entre trabajadores
calificados y no calificados se ha ampliado en la región entre 40% y 60% en los años
noventa, como lo ha venido señalando la CEPAL y lo resalta el BID e su informe de
1998.
Sin perjuicio de sus múltiples
diferencias, existe sin embargo, una gran coincidencia entre la época inicial de la
historia de la CEPAL y la actual: en ambas presenciamos las primeras etapas de una nueva
fase de desarrollo regional, de un nuevo "estilo de desarrollo", para emplear el
término que acuñó la entidad en lo años setenta. A fines de los años cuarenta
presenciamos la transición de economías todavía dominadas por los sectores de
exportación y de una etapa "empírica" de la sustitución de importaciones a
una visión más articulada de la forma de ordenar y promover la industrialización, o
más precisamente de articular las acciones privadas y públicas con este propósito. Hoy
observamos la transición de economías altamente dirigidas por el Estado a economías en
las cuales predomina el juego de las fuerzas del mercado, donde se vienen desarrollando
también nuevas formas de articulación entre las acciones de los agentes privados y el
gobierno.
Desde los primeros años de la vida de la CEPAL, se desarrolló un método analítico
propio y un énfasis temático que, con algunas variantes, se ha mantenido hasta nuestros
días. El método se vino a denominar con el tiempo "histórico-estructural". Lo
distintivo de este método es el énfasis sobre la forma como las instituciones y la
estructura productiva heredadas condicionan la dinámica económica de los países en
vías de desarrollo, y generan comportamientos que son diferentes a los de las naciones
más desarrolladas. Este método analítico indica que no hay "estadios de
desarrollo" uniformes, que el "desarrollo tardío" de nuestros países
tiene, en otras palabras, una dinámica diferente al de aquellas naciones que
experimentaron un desarrollo más temprano. El término "heterogeneidad
estructural". acuñado en los años sesenta, es quizás el que capta en forma
más precisa, y en pocas palabras, las características de estas economías de
"desarrollo tardío".
Los énfasis temáticos son esencialmente tres. El primero es el papel central que
desempeña, como condicionante de la dinámica de nuestras economías, la modalidad
específica de su inserción internacional, es decir, su estructura de especialización y
la dependencia de flujos inestables de capital. El segundo es la transmisión del cambio
técnico desde los países que generan conocimiento hacia los nuestros, cuyas
imperfecciones generan dinámicas que no facilitan la convergencia en los niveles de
desarrollo en ausencia de intervención estatal. El tercer énfasis temático es la
equidad y su relación con el proceso global de desarrollo: tanto la forma como las
estructuras productivas y de propiedad condicionan la distribución de los frutos del
desarrollo, así como la manera como esta última afecta, a su vez, la estructura y
dinámica económicas. Lo menciono de esta manera, en tercer lugar, no tanto por su peso
relativo en el pensamiento de la institución, sino porque surgió históricamente en
forma más tardía que el énfasis sobre las formas de inserción internacional y la
transmisión del cambio técnico.
Este método y estos énfasis han dado lugar, sin embargo, a análisis y recomendaciones
de política diferentes a lo largo del tiempo. Se han nutrido, además, de otras escuelas
de pensamiento económico, cuyo sello ha quedado reflejado claramente en la historia de la
institución. La influencia del pensamiento keynesiano y las escuelas historicistas e
institucionalistas centroeuropeas fue decisiva en los primeros años, como lo han sido en
los últimos la renovación del pensamiento keynesiano, las nuevas teorías del comercio
internacional y de la organización industrial, las teorías evolutivas de la firma o el
nuevo institucionalismo. Muchas de estas corrientes han traído, por lo demás, al mainstream
del pensamiento económico el papel de factores que siempre formaron parte del centro
de atención de otras escuelas, entre otras la "histórico-estructural".
En los primeros años, la obsesión central de la CEPAL en materia de política económica
fue cómo dar mayor racionalidad a un proceso de industrialización por sustitución de
importaciones que se había generado en forma empírica en las décadas anteriores,
respondiendo más bien a los sucesivos y severos choques externos que experimentaron las
economías latinoamericanas que a una concepción del papel del Estado o del proceso de
desarrollo. No es quizás ésta la ocasión para analizar las virtudes y deficiencias de
este modelo, pero tal vez deba señalarse que su historial no deja de ser satisfactorio. A
su haber tiene más de tres décadas de crecimiento ininterrumpido, a los ritmos más
acelerados que ha alcanzado hasta ahora la región, la construcción de capacidades
empresariales y productivas -cuya facilidad de adaptación a los retos de los años
noventa ha sido en muchos casos sobresaliente y una ampliación significativa de los
servicios de educación, salud y bienestar social, así como de servicios públicos
domiciliarios, si bien en forma desigual entre distintos países. El mejoramiento de los
índices de "desarrollo humano", como los vino a denominar el PNUD en años
recientes, es quizás el reflejo más importante de los avances que caracterizaron a la
región durante esos años. No obstante, se subexplotaron, sin duda, las posibilidades que
ofrecía la liberalización gradual del mercado mundial; se montaron aparatos
intervencionistas bajo cuyo amparo sobrevivieron múltiples ineficiencias, públicas y
privadas; y las desigualdades distributivas heredadas de etapas anteriores del desarrollo
se reprodujeron y en no pocos casos se agudizaron.
Tal vez como constancia de la institución en su cincuentenario, cabe destacar que la
CEPAL nunca fue partidaria de la sustitución de importaciones a ultranza, como lo
señalan los estereotipos que se han formado de su pensamiento. Por ello, es injusto
asociarla a los excesos que caracterizaron este proceso en muchos países, en algunos
casos incluso en forma relativamente tardía. Todo lo contrario, desde muy temprano la
CEPAL fue crítica de los abusos del proceso sustitutivo y partidaria de combinar ese
proceso con la promoción de exportaciones y con ambiciosos procesos de integración
regional. Esta crítica, que comenzó a realizarse con regularidad desde comienzos de los
años sesenta, se convirtió en los años setenta en una defensa abierta de las políticas
de promoción de exportaciones. Una de las expresiones más acabadas de esta crítica a la
sustitución de importaciones y de la defensa de una política exportadora fue la que se
realizó en el Estudio económico de América Latina de 1969, cuando se afirmó
que: "La sustitución indiscriminada de importaciones al amparo de una protección
exagerada ha llevado a una industrialización extensiva que en su etapa actual se
caracteriza por una estructura distorsionada, ineficiente en aspectos importantes y de
altos costos... El establecimiento de numerosas plantas de dimensiones inadecuadas ha
significado desperdicio de capital y baja productividad".
Se señalaba, en este contexto, que "la solución sana y permanente del
estrangulamiento externo reside esencialmente en la expansión de las exportaciones"
y que "la integración y las exportaciones industriales fuera de la región
brindarán las ventajas de un mercado más amplio y los estímulos para proseguir el
proceso de industrialización en condiciones más eficientes que en el pasado".1/
Para la nueva etapa de desarrollo, en la cual se encuentra inmersa la región, la
institución ha venido construyendo un nuevo mensaje, que se ha venido articulando en
torno al concepto de "transformación productiva con equidad". A riesgo de una
simplificación excesiva, permítanme resumirlo en seis proposiciones básicas.
La primera de ellas es la valoración de la macroeconomía sana, de las oportunidades que
ofrecen la apertura y la globalización, y de un Estado eficiente. Es mejor afirmar todo
ello en forma clara, categórica, aunque no se puede desconocer que en la práctica el
significado de algunos de estos conceptos es objeto de múltiples controversias. Estos,
dicho sea de paso, son parte de un consenso, que va más allá del denominado Consenso de
Washington, a cuyo amparo se desarrollaron visiones simplistas, que afortunadamente
comienzan a ser superadas.
La segunda establece que los objetivos de desarrollo son múltiples y no sustituibles. Los
objetivos de desarrollo económico, social, político y ambiental deben perseguirse
simultáneamente. En nuestra etapa actual de desarrollo, esto implica buscar activamente
las complementariedades entre transformación productiva y equidad, entre competitividad y
cohesión social, y entre ambas y desarrollo democrático. Deben buscarse activamente
también las complementariedades entre competitividad y sostenibilidad ambiental. En
múltiples sentidos, estos objetivos son complementarios. Sin desarrollo social, tanto el
crecimiento económico como la estabilidad democrática se ven amenazados. Y sin
desarrollo sostenible, las condiciones de vida de la población se deterioran, se elevan
los costos de la recuperación e incluso se deterioran irreversiblemente los ecosistemas,
amenazando el desarrollo futuro. Pero ello no es así en todos los casos y existen, por
ello, muchas instancias en que estos objetivos chocan entre sí, dando lugar a múltiples
disyuntivas de política. No obstante, el reconocimiento de que deben perseguirse
simultáneamente está en la esencia del enfoque de la CEPAL, como también de lo que el
Presidente del Banco Mundial denominó en la Cumbre de las Américas el "Consenso de
Santiago", como sucesor del "Consenso de Washington".
La tercera proposición, que se interrelaciona con la anterior, es que no existe una
conexión simple entre crecimiento y equidad. Parece suficientemente demostrado, como lo
corrobora de nuevo la experiencia regional en la década actual, que el crecimiento
económico contribuye a reducir la pobreza pero no por fuerza la desigualdad. Por lo
demás, el reto de hacer compatible el crecimiento con la equidad, lejos de haberse
reducido, se ha acrecentado con la apertura y la globalización, tal como lo atestiguan
las tendencias ya señaladas en términos de generación de empleo y de ampliación de las
brechas de remuneraciones. La aparición de fenómenos crecientes de "pobreza
dura" muestra, además, que la propia capacidad del crecimiento de reducir la pobreza
encuentra también rendimientos decrecientes. Todo esto indica que la apertura y la
globalización deben complementarse con una política muy activa de protección social.
Ella debe incluir, en particular, esfuerzos ambiciosos en materia educativa, la
ampliación del gasto social dentro de estrictos parámetros de sostenibilidad fiscal y la
búsqueda de nuevas formas de aumentar la eficacia del gasto social, incluyendo los
espacios que ofrece la participación de agentes privados, solidarios y comunitarios.
La cuarta proposición es que un desarrollo productivo dinámico requiere más que buen
manejo fiscal y libertad económica. Requiere, en primer término, una política
macroeconómica orientada a manejar las vulnerabilidades externas, especialmente aquellas
que se originan en la excesiva volatilidad de los flujos externos de capital. Asimismo,
como lo demuestra nuevamente la experiencia asiática, pero también nuestra propia
historia, necesita un manejo prudente de las regulaciones financieras internas. Exige
también el desarrollo de marcos regulatorios apropiados para el funcionamiento de
mercados intemos no perfectamente competitivos, como los de servicios públicos
domiciliarios, políticas activas de promoción de la competencia y de defensa del
consumidor y regulaciones e incentivos apropiados para proteger el medio ambiente,
Requiere también una política tecnológica activa y múltiples otras actividades
orientadas a mejorar la "mesoeconomía", es decir, el entorno sectorial en el
cual operan las firmas, incluidos mecanismos que promuevan acciones coordinadas entre las
distintas empresas. Por último, pero no menos importante, exige apoyar a los agentes
productivos con menor capacidad de acumulación y adaptación: las pequeñas empresas y
las microempresas.
La quinta es la importancia del capital social para el crecimiento económico. Este
concepto expresa que, aparte del patrimonio individual asociado a la acumulación de
capital privado, existe un patrimonio colectivo igualmente decisivo para el crecimiento y
resalta, en particular, la complementariedad que existe entre uno y otro. Incorporo dentro
de este concepto distintas acepciones que ha recibido a lo largo de los últimos años. En
primer término, el "capital-conocimiento" incorporado en el grado de educación
de la población, en sus conocimientos tecnológicos y en el desarrollo de una
infraestructura apropiada para acrecentar el conocimiento. En segundo lugar, la
infraestructura física. En tercero, el patrimonio natural. Finalmente, en sus
significados más sociológicos, el desarrollo de formas de cohesión social, de confianza
mutua y de capacidades organizativas de la población, es decir, el capital cívico e
institucional.
Para promover un desarrollo integral, como el que sugieren los puntos anteriores, son
necesarias políticas públicas activas. Pero las políticas públicas, y esta es la sexta
y última proposición, no son sinónimo de estatismo. Existen múltiples formas de
explotar las complementariedades entre el Estado y el mercado, es decir, de buscar
simultáneamente un mejor Estado y mercados más eficientes. Y existen además múltiples
funciones "públicas" que pueden ser ejercidas por agentes privados, solidarios
o comunitarios.
La historia de la CEPAL es mucho más que el contrapunto entre estas dos etapas de
despegue de distintos "estilos de desarrollo". Es también su participación en
los debates sobre inflación, en los que ha sembrado las semillas del concepto de
"inflación inercial", sin el cual no serían comprensibles muchos experimentos
exitosos de estabilización inflacionaria en la región. Es su contribución al discurso
sobre la crisis de la deuda y las modalidades de ajuste macroeconómico en los años
ochenta. Es su aporte a los análisis sobre desarrollo sostenible desde los años setenta.
Es, finalmente, como lo señalaron Enrique Iglesias y Gert Rosenthal en la celebración de
los treinta y cuarenta años de la institución, el desarrollo de una metodología de
trabajo que combina múltiples elementos. En primer término, la búsqueda de una visión
integral del desarrollo, de carácter interdisciplinario. En segundo lugar, un juego
dialéctico entre ideas y realidad, entre pensamiento y acción, que implica una constante
transformación de las primeras en función de los cambios en el entorno, en clara
interacción con los gobiernos de la región. En tercer término, la búsqueda de una
identidad regional, el análisis de la realidad en función de los intereses regionales y
el cuestionamiento de cualquier esquema conceptual en función de su validez para
comprender nuestras realidades y operar sobre ellas.
Somos, así, continuidad y cambio. Nos sentimos orgullosos de nuestro pasado, pero con la
misma creatividad que ha demostrado la institución queremos enfrentar el futuro. Con ese
espíritu iniciamos nuestro segundo medio siglo.
Sumario
Este documento reúne parte del
discurso pronunciado por el señor Ocampo en la inauguración de la etapa ministerial del
vigesimoséptimo período de sesiones de la Comisión, (Oranjestad, Aruba, 15 de mayo de
1998) y parte del que pronunció con motivo de la recepción del grado de Doctor Honoris
Causa concedido por la Universidad de San Marcos (Lima, 2 de septiembre de 1988)
1 CEPAL, Estudio
económico de América Latina, 1969 (E/CN.I2/ 851/Rev. l), Santiago de Chile, agosto
de 1970, pp. 9 y 10. Publicación de las Naciones Unidas, No de venta: S.71.II.G.1. |