REVISTA
DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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este Número Extraordinario favor contactar publications@eclac.cl
haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998
Globalización, moneda y
finanzas
David Ibarra, Sede Subregional de la
CEPAL en México
I. Antecedentes y visión general
El mundo ha experimentado transformaciones enormes en los terrenos de la economía y
la política en el medio siglo que sigue a la posguerra. En particular, el desmoronamiento
del socialismo y la convergencia ideológica subsecuente se traducen en la esfera de la
política y del mercado, en predominio de la democracia liberal como mecanismo de
coordinación de la esfera económica.
Junto al desmoronamiento del bloque socialista, el hecho más trascendente está
constituido por la globalización económica, con la desaparición paulatina de fronteras
y del proteccionismo que antaño dividían en compartimentos estancos a la economía
mundial. La magia de los mercados integrados se ofrece como vía de elevar la eficiencia
en el uso de los recursos, corregir los males del gigantismo burocrático y ensanchar los
derechos o capacidades de elección de los agentes económicos y consumidores, en tanto
individuos.
Sin duda, la interdependencia entre los países del mundo, con su intercambio floreciente
de bienes, servicios y fondos de inversión, se ve como fundamento de una prosperidad
siempre próxima sustentada en el aprovechamiento de las oportunidades de comercio e
inversión en un mundo sin trabas recíprocas. Y hay razones para esperar tales resultados
si se examinan algunos datos empíricos. Uno está dado por la experiencia cercana de los
países del sudeste asiático que con estrategias decididamente exportadoras -aunque
también intervencionistas, cuando no autoritarias- han abordado procesos espectaculares
de modernización económica apenas empañados por algunos acontecimientos recientes.
Otro, deriva de la observación frecuentemente citada de que el comercio mundial viene
creciendo a tasas que duplican (6.3% anual entre 1989 y 1997) las de la producción
también universal (3.3% en los mismos años.1/
Con todo, esos hecho esperanzadores de largo plazo quedan desdibujados por otros efectos,
acaso de más corto término, de la integración universal de mercados e ideologías. La
primera interrogante que surge se relaciona con la disparidad evolutiva entre intercambio
y producción mundiales. El comercio se fortalece, a juzgar por la comparación de las
tasas medias de crecimiento de las últimas dos décadas (4.3% y 6.5% de expansión anual
respectivamente), en tanto que el ritmo de ensanchamiento del producto global mantiene una
tendencia al estancamiento o la contracción (apenas 3.3% de crecimiento anual entre 1975
y 1997), incompatible con las exigencias insatisfechas del empleo de la fuerza planetaria
de trabajo.
La combinación de los hechos señalados acaso apunta a explicar la vitalidad del
intercambio como expresión temporal de los cambios institucionales registrados en el
mundo, sin que ello se haya traducido en reanimación generalizada de las bases
productivas, sustentada en el ensanchamiento de la demanda efectiva, sobre todo del
consumo. Adviértase sobre el particular la presencia de fenómenos generales y de otros
de ámbito más restringido. La integración de mercados ha llevado a la remodelación a
escala universal de los eslabonamientos interindustriales, no sólo debido a la supresión
de trabas al comercio, sino también a la revolución tecnológica y de comunicaciones que
torna ubicuas a la producción y el ensamblaje. Ello implica un proceso finito y doble de
reconstrucción de las nuevas vinculaciones productivas globalizadas y de destrucción de
muchos de los antiguos encadenamientos nacionales. Hay, en consecuencia, creación y
desaparición de fuentes productivas y de empleo que afectan de modo muy distinto a
países y capas sociales.
Se ha afirmado que las consecuencias del cambio institucional son temporales, finitas, en
cuanto a imprimir dinamismo permanente al intercambio en tanto la producción y el consumo
mundiales sigan comparativamente deprimidos o estancados.2/
Hasta ahora parece gestarse un equilibrio keynesiano, subóptimo, a escala internacional.
En general, los ganadores han sido pocos y los perdedores muchos. Todavía es limitado el
número de naciones del Tercer Mundo que han podido insertarse exitosarnente en la nueva
economía universal; además, tanto en los paises en transición como en aquellos donde el
libre cambio ha tomado el lugar de políticas sustitutivas de larga data, se efectúan
reacomodos masivos de sus sistemas productivos e institucionales que afectan negativamente
a grandes segmentos del empresariado y de la población, mientras los beneficios resultan
concentrados en los pocos conglomerados modernos, sean locales o de mayor escala.
La transnacionalización del comercio y las mudanzas en la naturaleza de las ventajas
corporativas quedan plenamente demostradas en el hecho de que los grandes conglomerados
planetarios controlan más del 40% del intercambio y alrededor de un tercio de la
producción mundial. Poco a poco las ventajas cornparativas de los países se transforman
en ventajas comparativas de las grandes empresas transnacionales, cuyos productos dejan de
ser propiamente europeos, japoneses, americanos o de cualquier otra nacionalidad (Ibarra,
1994). De aquí que, aun sin las proclividades librecambistas de las instituciones
financieras internacionales o de los gobiernos de la OCDE, los países del Tercer Mundo
enfrentan el dilema de incorporarse a las redes transnacionalizadas de producción y
comercio o quedar marginados de la revolución tecnológica y de la dinámica del nuevo
orden económico internacional.
La concurrencia entre empresas globalizadas lleva a producir e intercambiar donde más se
abaratan los costos o se obtengan ventajas especiales, independientemente de los efectos
que produzcan en el ingreso, el empleo o el crecimiento de las economías nacionales. Así
se abre una brecha difícil de salvar entre el dominio de una economía universal y las
exigencias político-democráticas acotadas a los ámbitos nacionales.
La dramática caída en los salarios mínimos reales o del salario medio por hora en los
Estados Unidos (Lawrence, 1994; Wood, 1994; Gottschalk y Smeeding, 1997; Levy y Marname,
1992, y Richardson, 1995) (45% y 14%, respectivamente, entre 1973 y 1992), el no menos
preocupante problema del desempleo abierto europeo (10-12%) o la expansión desmesurada de
los sectores informales y de la marginación en América Latina, constituyen llamadas de
atención sobre procesos que pueden dañar el tejido social de los países. Ya sea que
esos fenómenos concentradores del ingreso y empobrecedores de los mercados nacionales de
consumo se atribuyan a la transnacionalización de la competencia por mano de obra barata
o a una revolución tecnológica que desplaza el trabajo no calificado por mano de obra
capaz de usar los sistemas modernos productivos y de computación, las consecuencias son
las mismas: marginación, disparidades distributivas crecientes, mayores presiones
migratorias en sentido Sur-Norte y debilitamiento de la confianza en los gobiernos y en
las propias instituciones democráticas.
Quizás a muy largo plazo los procesos que tornan ubicua a la producción alteren la
división internacional del trabajo y favorezcan el acercamiento de los salarios y de las
oportunidades de mejoramiento social en beneficio de los países pobres que resulten
capaces de educar a su mano de obra y atraer a la inversión extranjera. Sin embargo, en
el corto plazo, las dos premisas en que parece asentarse el paradigma dominante -libertad
de mercados y modernización democrática- parecen caminar en sentidos encontrados.
La fusión planetaria de las economías viene creando valores, instituciones, reglas,
prácticas que trascienden los espacios nacionales y obligan o limitan la acción de los
más diversos gobiernos. En tales circunstancias, se debilita el poder del Estado-Nación
en tanto núcleo básico de la organización política de los países. Adviértase que la
democracia se articula precisamente dentro del Estado-Nación, dando por supuesta una
soberanía que al monopolizar los medios coercitivos es capaz de servir fielmente a las
demandas de su población sin interferencias ajenas. Por eso, al debilitarse la soberanía
del Estado-Nación por aceptar reglas, intereses o compromisos foráneos, se segregan
funciones cada vez más amplias de lo que antes constituía jurisdicción propia del juego
democrático de los países.
En consecuencia, la democracia, vista como empresa colectiva que busca objetivos
fundamentalmente relacionados con la justicia y la igualdad, resulta empobrecida,
fonnalizada, frente a la explosión avasalladora de las libertades económicas
individuales. En el lenguaje de la eficiencia y de los mercados libres, no tienen
posibilidad de expresión los reclamos sociales de los desempleados o de las clases medias
depauperadas. Tal vez, a largo plazo un sucedáneo equilibrador de las polarizaciones
provocadas por el libre cambismo quede constituido por estatutos universales sobre los
derechos humanos.
Hoy por hoy, sin embargo, los Estados nacionales no pueden abdicar a la función de
equilibrar las diversas fuerzas sociales. De aquí que frente al darwinismo de los
mercados liberados, los gobiernos hayan debido incrementar sustancialmente el gasto
compensador dedicado a las redes de protección social. Así, en los últimos veinte
años, los países de la OCDE han acrecentado las erogaciones de ese tipo, del 10% al
20-25% del producto. Y otro tanto ocurre en las naciones latinoamericanas donde el grueso
del gasto público -del 40% al 50%, con pocas excepciones- se dedica precisamente a ese
propósito. 3/ Con todo, ante los apremios
competitivos universales, más que del lado de los impuestos, la función redistributiva
de los gobiernos ha llevado a elevar las asignaciones destinadas a las redes de seguridad
social o al combate a la pobreza.
Como es fácil apreciar, ya se llega a límites difíciles de rebasar, lo mismo en
términos de las resistencias de las sociedades al aumento de la tribulación o de las
exigencias de la concurrencia entre países por reducir costos y atraer inversionistas.
Por eso, las tensiones políticas en torno a los Estados de bienestar en las naciones
desarrolladas empujan acatamientos en los beneficios sociales expresados en
flexibilización de los mercados laborales, revisión de los sistemas de salud y de
pensiones, y de otra gran variedad de medidas limitativas de las transferencias sociales
de los gobiernos. Y simultáneamente impulsan normas de competencia internacional que los
resguardan de los llamados dumpings ecológicos o de regulaciones laxas de trabajo
en las zonas de desarrollo.
De modo análogo, en muchos países del Tercer Mundo la necesidad de reconstruir las redes
de seguridad social y compensar los efectos de la marginación o empobrecimiento de
grandes segmentos de los ciudadanos, ha llevado a restringir otros gastos prioritarios y a
implantar reformas importantes en los regímenes laborales y de protección social.
También aquí se topan ya con escollos casi insalvables, por las debilidades fiscales
para atender simultáneamente las exigencias aplazadas de formación de capital social
básico y el combate prioritario a las presiones inflacionarias.
La intensificación de los problemas sociales no ha sido el único costo de la mayor
eficiencia estática en la asignación de los recursos a escala planetario. También está
el acrecentamiento de la inestabilidad usual de los mercados (Kindleberger, 1978 y 1984;
Cohen, 1997). La larga lista de las crisis económicas recientes atestigua que la acción
colectiva de los agentes económicos está lejos de seguir siempre un comportamiento
racional. La codicia y expectativas desproporcionadas de ganancia, validadas por amplias
facilidades monetarias o crediticias, han alimentado a lo largo de siglos auges
financieros insostenibles que luego revierten en desplomes ruinosos al cambiar
abruptamente la conducta de los propios agentes económicos.
Hoy en día se han acentuado la profundidad y la frecuencia de oscilaciones cíclicas que
cada vez se circunscriben menos al ámbito de un país determinado. Cabría señalar la
influencia de algunos fenómenos que contribuyen poderosamente en esa dirección. En
primer lugar, está el hecho de que los mercados financieros registren el grado más alto
de integración comparativa, a la par de realizar operaciones casi instantáneas,
aprovechando la tecnología moderna de las telecomunicaciones. Eso mismo establece un
marcado contraste entre los enormes volúmenes de la liquidez mundial susceptibles de
desplazarse y las reservas o las capacidades compensatorias de cada gobierno considerado
aisladamente. Asimismo, los mecanismos internacionales de coordinación intergubernamental
de políticas se encuentran todavía en etapa embrionaria y reconocen limitaciones para
prevenir las crisis y las pérdidas dinámicas que suelen acompañarlas. En tal virtud, no
parece ocioso adentrarse en la discusión de las cuestiones que plantea la
interdependencia de los mercados financieros, lo mismo a los estados nacionales que a la
estabilidad del orden económico internacional.
II. La integración
financiera
Como se dijo, la integración universal de los mercados resulta singularmente honda en
el sector financiero -tema central de este ensayo- con ritmos de expansión de las
transacciones que rebasan por amplísimos márgenes no sólo el crecimiento de la
producción mundial, sino al del comercio y que llegan a determinar auges o
desestabilización a veces ajenos a las políticas nacionales.
Los movimientos de capitales están marcadamente influidos por dos conjuntos de factores
que a veces se unen, aunque no siempre gravitan en la misma dirección. El primero
representa las fuerzas de atracción o repulsión determinadas por los elementos de riesgo
o rentabilidad propios de cada país (estabilidad macroeconómica, tasa de interés, ritmo
de desarrollo, régimen de inversión, nivel de los salarios). El segundo conjunto de
determinantes se relaciona con fenómenos de orden internacional. El comportamiento de las
tasas de interés en los países del Primer Mundo o la de sus bolsas de valores, las
oportunidades de arbitrar monedas, tasas de interés entre países o entre los múltiples
instrumentos financieros, constituyen elementos que cobran peso inusitado hasta igualar u
opacar hoy en día al otro conjunto de fuerzas.
Todos esos hechos están asociados a cambios estructurales, institucionales o
tecnológicos de significación singular, como se indica sintéticamente enseguida:
a) El resquebrajamiento del sistema de paridades fijas, pero revisables y el
establecimiento de regímenes cambiarios más flexibles. Las instituciones de Bretton
Woods, garantes de la cooperación monetaria mundial, han sido sustituidas por relaciones
más abiertas del mercado y por intervenciones ad hoc del Grupo de los Siete;
b) La liberación cada vez más general de los mercados financieros y de las transacciones
en cuenta de capital. Todavía hay restricciones a los movimientos de capitales, pero
éstas tienden a incidir más sobre la entrada de flujos que sobre las salidas;
c) Las innovaciones financieras y de los medios de comunicación que multiplican el
volumen, número y tipo de operaciones (swaps, opciones, futuros, forwards, bursatilización
de pasivos bancarios), a la vez que unen casi instantáneamente y hacen interdependientes
a los mercados de los distintos países;4/
d) La multiplicación y fuerza acrecentada de actores privados (inversionistas
institucionales) que empequeñece la capacidad de maniobra de bancos centrales y gobiernos
en la regulación financiera. En 1995, la totalidad de las reservas de los países apenas
cubrirían un día de transacciones en el intercambio de monedas que ya llega a los 1 500
billones (trillones anglosajones) de dólares diarios. El total de las exportaciones
mundiales representa menos del 2% de los movimientos anuales del mercado cambiario, y
e) El sostenimiento de mecanismos de ajuste predominantemente restrictivos por parte de
las instituciones multilaterales de crédito y de los países industrializados, que
recargan los costos sobre países deficitarios y endeudados.
III. Logros y problemas
Ciertamente, los procesos de integración monetario-financiera han acrecentado la
eficiencia, a la par de hacer otro tanto con la volatilidad de los mercados financieros.
En sentido positivo, se han abatido costos, innovado en la variedad y funciones de los
instrumentos ofrecidos a gobiernos, empresas y familias, e incluso se han resuelto
cuestiones importantes como la escasez de reservas internacionales, el reciclaje de
petrodólares en la década de los setenta o la administración de crisis financieras
localizadas.
Por otro lado, se han acentuado algunos problemas, quizás por el marcado contraste entre
el avance de la liberación de mercados y el rezago de las instituciones nacionales y
supranacionales de regulación, a saber:
a) Como se dijo, las oscilaciones en los tipos de cambio se han hecho más profundas y
frecuentes, rompiendo la normalidad anterior de los sistemas del patrón oro y de Bretton
Woods. De otro lado, la volatilidad de los flujos financieros -singularmente en los
mercados cambiarios y bolsas de valores- se ha tornado en fenómeno característico del
postmodemismo económico, que acrecienta la fragilidad de los sistemas nacionales y la
vulnerabilidad también nacional a shocks externos o acontecimientos de origen
foráneo. Ambos hechos son causa de desequilibrios macroeconómicos, cuyos efectos suelen
escapar del control de los gobiernos y bancos centrales, e incluso crean dificultades más
generales que se extienden a varios países. Así lo atestiguan la crisis de la deuda
latinoamericana, la caída de las bolsas de valores en 1987, el efecto tequila de 1994 o
los eventos asiáticos recientes; 5/
b) Las corrientes ascendentes del financiamiento externo se orientan hoy en día no tanto
a ensanchar la inversión y la planta productiva de los países receptores, como a obtener
ganancias o intereses extraordinarios de corto plazo. De algún modo se forma una nueva
clase de rentismo cosmopolita con proclividades especulativas, comandada por instituciones
privadas (fondos de pensión y ahorro, compañías de seguros, bancos de inversión) que
se interesan primordialmente por optimizar rendimientos, no por generar nuevas
producciones reales. Al propio tiempo, la ola de privatizaciones de empresas públicas ha
propiciado importantes corrientes de inversión extranjera, útiles desde el punto de
vista del mejoramiento de la eficiencia y del financiamiento de los pagos externos de
corto plazo, pero que tampoco contribuyen a ensanchar las capacidades productivas de los
países beneficiarios. Por lo demás, la transferencia neta de ahorros de las naciones
desarrolladas al Tercer Mundo no resulta en promedio demasiado significativa
(prácticamente fue nula entre 1973 y 1980 y apenas del 1.6% del producto de los países
beneficiarios en el período 1981-1994), aparte de reconocer asimetrías considerables en
su distribución por países, China, Indonesia e India absorben en 1995 el 30% de la
inversión canalizada en sentido Norte-Sur. Y en el período 1991-1995, China recibió
más capitales que el conjunto de América Latina (OCDE, 1997, p. 86);
c) Impulsadas por esos fenómenos, así como por otros variados factores, 6/ las tasas de interés se han elevado a
niveles sin precedente, superando los ritmos de crecimiento de la economía mundial y de
los países. Además, los intentos de esterilización de los flujos de entrada en el
Tercer Mundo impulsan también al alza a las tasas de interés. Surgen de aquí claros
efectos contraccionistas de escala mundial y local sobre la inversión y el empleo. Así,
los desequilibrios financieros ya no provienen sólo de déficit fiscales
desproporcionados o endeudamientos excesivos, sino de la desalineación de las tasas
cambiarias, magnificada por la volatilidad de los flujos de capitales;
d) En el mundo, los sistemas bancarios encaran pérdida de capacidad competitiva frente a
la variedad de innovaciones en las instituciones e instrumentos de financiamiento que se
ofrecen en los mercados. Eso mismo les ha obligado a segmentar a su clientela. El sistema
anterior procuraba dar acceso generalizado a los servicios financieros con subsidios
cruzados en favor de los clientes menores; en contraste, el sistema emergente privilegia
en costo, accesos y prebendas a los grandes ahorradores y empresas, mientras discrimina al
resto de las familias y firmas. Casi podría calificarse de general la crisis que afecta a
los bancos de los países en desarrollo, enfrentados a las alzas internacionales y
nacionales en las tasas de interés, la intensa competencia externa e interna por los
mejores clientes, y un ajuste económico que al afectar a numerosos productores toma
irrecuperables fracciones importantes de las carteras de crédito. Conforme a The Economist,
el costo de los rescates bancarios en los países emergentes excede los 250 mil
millones de dólares;
e) Los efectos de las alteraciones cambiarias vinculadas o desasociadas a la solidez del
sector bancario o a las políticas monetarias establecidas, originan un ciclo recurrente
de stop and go en los países en desarrollo. En los períodos de auge, las entradas
de capitales propician crecimientos explosivos del crédito bancario 7/ que las autoridades
monetarias difícilmente pueden esterilizar por razones de costos y frecuentemente por
usar el tipo de cambio como ancla inflacionaria. Enseguida, los precios de los activos se
elevan desproporcionadamente, hasta que el reflujo del capital externo o los déficit de
pagos fuerzan un nuevo ajuste cambiario que se traduce en alzas de las tasas de interés,
inflación y portafolios incobrables de crédito.
V. La domesticación de los
mercados
Las situaciones descritas han puesto en tensión a los mecanismos e instituciones de
regulación monetaria y financiera, lo mismo a escala de los países que en términos más
amplios. Aparte de las recomendaciones internacionales sobre el mantenimiento de los
grandes equilibrios macroeconómicos -sobre todo de orden fiscal-, ahora se añaden otras
relativas al manejo flexible de las tasas de cambio y el fortalecimiento de los sistemas
nacionales de regulación y supervisión bancaria dentro de cada país o al mejoramiento
de los sistemas públicos de información. Y si bien es cierto que hay rezagos importantes
en esos terrenos, también lo es que la magnitud de los flujos externos con respecto al
tamaño de las economías nacionales crea dilemas que exceden los alcances de los sistemas
de regulación nacionales o implica costos significativos, sea en términos fiscales o de
manejo macroeconómico.8/
En los hechos, los mecanismos de coordinación internacional de políticas avanzan en
diversos frentes, pero aún encaran los dilemas entre el control nacional y el control
transnacional de las regulaciones y entre el diseño de medidas correctivas o preventivas.9/
Desde la reunión del Plaza-Louvre a mediados de la década de los ochenta, el Grupo de
los Siete ha logrado acuerdos importantes en el manejo de diversas crisis (la crisis de la
deuda de los ochenta, la debacle de los mercados de valores de 1987, el financiamiento de
la guerra del Golfo Pérsico, el efecto tequila, etc.), pero todavía carece de una agenda
sistemática de trabajo referida a la reconstrucción o siquiera a la estabilización
sostenible del orden financiero internacional.
La regulación de operaciones que trascienden las fronteras nacionales se mueve, a su vez,
entre soluciones extremas: la liberación plena de mercados transnacionalizados o el
establecimiento de instituciones supervisoras y normativas de alcance y poder
supranacionales. La solución liberal deja sin respuesta al imperativo de contener las
fluctuaciones desestabilizadoras, nocivas al crecimiento, que podrían afectar al mundo
entero. La segunda, llevaría a la cesión acelerada de soberanía y quizás a crear una
burocracia transnacional cada vez más alejada de los ciudadanos de cada país.
En la práctica, se ensayan ambas soluciones y se perfilan otras algo distintas. La caída
de los mercados de valores en 1987 o las oscilaciones más recientes de esos mismos
mercados constituyen ajustes típicos de mercado en que los agentes económicos
involucrados debieron reconocer pérdidas importantes. En ese sentido, se busca reducir el
llamado "riesgo moral" mediante acciones prohibitivas o limitativas del
salvamento gubernamental de los bancos o de países por los organismos financieros
internacionales. Se piensa que con la eliminación de esa especie de seguro se induciría
a gobiernos y a instituciones privadas a seguir comportamientos menos riesgosos, más
conservadores. En otra vertiente, bajo los auspicios de la Organización Mundial de
Comercio casi están finiquitadas las negociaciones en torno a un acuerdo mundial sobre la
liberación plena de los servicios financieros.
En cuanto al ensanchamiento de los poderes supranacionales, destacan desde la evolución
fortalecedora de las instituciones de Bretton Woods (y la transformación del GATT en la
Organización Mundial de Comercio), hasta la organización de cortes de justicia
especializadas en diversos asuntos. Esas instituciones han sido campeones del movimiento
mundial en favor de la libertad económica transfronteriza. La creación del Club de
París, y más recientemente del Club de Londres, forman desarrollos paralelos y
complementarios.
Una tercera vía, tipificada en los trabajos del Comité de Basilea, deja bajo el dominio
nacional el control y la supervisión de las instituciones y transacciones financieras,
pero las complementa con acuerdos de convergencia y de armonización de políticas entre
los diferentes países.10/
En general, se busca la convergencia de las leyes y regulaciones nacionales, a través de
acuerdos de reconocimiento mutuo (mutual recognition agreements o MRAS). Las
ventajas de ese enfoque son claras en cuanto a resolver problemas jurisdiccionales
complicados (por las sustantivas diferencias en las instituciones y regulaciones de cada
país) y en cuanto a evitar enfrentamientos entre soberanías. Al propio tiempo, son
nítidos sus inconvenientes sintetizados al exigir tiempos prolongados para alcanzar e
instrumentar los convenios consensuales, así como por diluir las responsabilidades del
manejo de la economía internacional.
Como se dijo en principio, el Grupo de los Siete y el Fondo Monetario Internacional
prefieren soluciones no intervencionistas. Se confía en la aptitud autocorrectiva de los
mercados para restablecer el equilibrio de las economías. Por eso, poco antes de la
debacle asiática en la última reunión de Hong-Kong se pronuncian en favor de la
liberalización plena de las transacciones en cuenta de capital.11/ Al propio tiempo, el
diagnóstico de la sabiduría convencional atribuye los desequilibraos y crisis a fallas
en las políticas nacionales más que a problemas sistémicos del nuevo orden económico
internacional.
Con todo, gradualmente las instituciones financieras internacionales se tornan
intervencionistas, prestamistas de última instancia y reguladores de la gestión de los
gobiernos. En tal sentido, los créditos otorgados a México, Filipinas, Tailandia y Corea
exceden con mucho sus derechos al financiamiento del Fondo Monetario Internacional,
mientras las condicionalidades ensanchan sustantivamente su campo de referencia. Al propio
tiempo, ya se han duplicado los accesos del Fondo Monetario Internacional a los Acuerdos
Generales de Obtención de Préstamos (hasta 34 mil millones de derechos especiales de
giro). Y también se creó un nuevo servicio de financiamiento de emergencia que atienda a
situaciones similares a la de la crisis mexicana de 1994. El Fondo Monetario ya autoriza
créditos puentes a países con desajustes graves, mientras terminan el proceso de
negociación con acreedores y se convienen los programas de ajuste correspondientes.
Asimismo, los países del Foro de Cooperación Económica en Asia y el Pacífico (APEC)
discuten la creación de un fondo de estabilización por 60 mil millones de dólares.
En cuanto a la gestión gubernamental (governance), el Fondo Monetario
Internacional intenta ensanchar el ámbito de sus recomendaciones y condicionalidades a
fin de impulsar una segunda generación de reformas (las primeras se enderezaron a abrir
mercados, transferir funciones del Estado al mercado, combatir la inflación hasta
alcanzar los grandes equilibrios macroeconómicos). Las nuevas regulaciones abarcan
cuestiones relacionadas con la calidad del ajuste fiscal y del gasto social, la
profundización de los cambios estructurales, y, sobre todo, la reorientación de las
funciones estatales para crear un clima favorable a inversionistas, ahorradores y a la
consolidación de la banca.
En otra vertiente intervencionista, el Grupo de los Siete esporádicamente ha tomado
medidas para realinear las paridades de las principales zonas industrializadas (ese es el
caso de las medidas adoptadas en 1985 con el propósito de acotar los movimientos
excesivos del valor del dólar frente a otras monedas) y acuerdos específicos han
impulsado acciones encaminadas a resolver problemas regionales de endeudamiento excesivo
(como el caso de las reestructuraciones a través de los planes Baker y Brady). Quizás el
esquema más completo de intervención monetaria tiene lugar en el viejo continente. Desde
1979, el Sistema Monetario Europeo ha sostenido --con modificaciones- tasas estables de
cambio entre los países. Más aún, los trabajos preparatorios al lanzamiento de la
moneda única y luego las exigencias de su manejo cotidiano entrañan y extrañarán una
intensa actividad regulatoria de los gobiernos para asegurar y mantener la convergencia
macroeconómica entre los países miembros, afectando al meollo de las políticas
económicas nacionales.
Como se ve -y ha sido históricamente habitual-, pese a la retórica librecambista, los
mercados financieros están y estarán sometidos a recia disciplina regulatoria (sobre
todo en el Tercer Mundo), pero ahora conforme a modalidades harto distintas. Antes se
buscaba que lo financiero se acomodase a los propósitos de facilitar empleo y crecimiento
nacionales, a la par de prevenir desajustes macroeconómicos. Los costos de la estrategia
se expresaban en represión financiera (encajes, asignación administrativa de créditos o
fijación de las tasas de interés), errores asociados a la centralización de decisiones,
ineficiencia en la asignación estática de los recursos y separación del mundo en
compartimentos estancos.
Hoy en día se procede en sentido inverso. Se quiere que las libertades económicas y
financieras determinen --en vez de ser determinadas- los acomodos de otras metas y
políticas. Así, empleo y crecimiento quedan circunscritos a los márgenes de maniobra
que permitan la liberación de las fuerzas económicas. Los costos de los nuevos enfoques
-ya se mencionó- se expresan en la volatilidad intrínseca de los mercados, así como en
pérdidas de eficiencia dinámica, derivadas de las oscilaciones recurrentes y de la
subordinación del desarrollo a los propósitos descentralizadores mencionados.
En el debate, domina cierta desconfianza sobre el sentido de responsabilidad financiera de
los gobiernos, buscándose en consecuencia las soluciones automáticas o impersonales del
mercado. A ello se añade paradójicamente la renuencia de las naciones del Primer Mundo a
ceder soberanía monetaria, institucionalizando sistemas estables de cooperación
universal. De ahí la notoria asimetría entre las escasas funciones del Fondo Monetario
Internacional con respecto a esos países y el papel regulatorio amplificado que
desempeña entre las economías en desarrollo (Buira, 1994).
V. Experiencias cercanas y
quehacer futuro
La regulación monetaria, siendo indispensable, no garantiza el crecimiento de la
economía internacional, que exige de mayor cooperación monetaria y financiera. La
Íocomotora mundial podría en principio reconstruirse con los esfuerzos unificados de los
Estados Unidos, Alemania y el Japón; pero hoy en día nadie parece estar dispuesto a
incurrir en sacrificios en aras de reconstruir un sistema monetario internacional que
provea la necesaria estabilidad al manejo macroeconómico de los países. También,
siguiendo a Keynes, no sería imposible implantar mecanismos de ajuste mejor equilibrados
entre países deudores y acreedores y entre modalidades expansivas y recesivas.
Todo eso mismo explica las deficiencias presentes de los sistemas monetario y financiero
internacionales en el desarrollo de sus tres funciones principales: generar liquidez
internacional, configurar un sistema de tipos de cambio y crear bases internacionales
consistentes en que apoyar las políticas nacionales.
En materia de liquidez, los problemas han mudado de naturaleza como efecto de la
liberación de los movimientos de capitales y las tasas flotantes de cambio. Antes la
liquidez internacional se producía de modo exógeno a los países, sea por el
acrecentamiento de la producción de oro o por la emisión de derechos especiales de giro.
Hoy en día, mientras el país tenga buen status crediticio de mercado puede obtener la
liquidez que necesite a la tasa de interés corriente (Williamson, 1976; FMI, 1992). Por
eso el racionamiento del crédito ha desaparecido, singularmente para los países
industrializados, pero subsiste y está sujeto a bruscas fluctuaciones en el resto de las
naciones -que generalmente forman reservas mediante préstamos-, como lo demuestra la
comparación de los menguados flujos de capital recibidos por América Latina en la
década de los ochenta con respecto a los del siguiente decenio.
Por consiguiente, la distribución internacional de la liquidez refleja notorias
polarizaciones. Las naciones industrializadas y algunos países emergentes disponen de
ofertas financieras casi ilimitadas, que contrastan con las restricciones de fondos del
resto de los países. En esencia, el acceso a la liquidez de economías concretas depende
de las políticas monetarias de los países emisores de monedas de reserva y de la puja de
tasas de interés de las economías demandantes de fondos.
Además, la liberación de los movimientos de capital ha dotado de alto grado de
autonomía a los desplazamientos geográficos de fondos. Ahora un país que goza de
credibilidad internacional puede verse forzado a recibir montos considerables de recursos
no demandados. 0 en sentido inverso, resentir fugas abruptas de ahorro externo por
circunstancias que tienen o no relación con los llamados fundamentals de su
economía. Sin duda en esos fenómenos juegan un papel decisivo los diferenciales en tasas
de interés o en otras remuneraciones al capital con respecto a los mercados mundiales,
así como la composición de los fondos transferidos (inversión directa. adquisición de
acciones o valores de corto plazo, etc.).
También aquí se da un marcado contraste con la experiencia anterior. Hasta fines de la
década de 1980, muchas economías tenían establecidos los más diversos controles de los
movimientos de capitales y de las transacciones cambiarias. Más concretamente, las
restricciones a los movimientos monetarios se traducían en disposiciones administrativas
(limitativas de los flujos de entrada o salida de divisas, prohibiciones a la adquisición
de títulos nacionales, etc.) o en gravámenes, encajes o comisiones. Más adelante,
cobran fuerza tendencias generalizadas hacia la liberalización de los movimientos de
capitales. En América Latina algunas naciones han desmantelado el grueso de las
regulaciones anteriores (México, Argentina), otros lo han hecho despaciosamente y, unos
terceros, han mantenido e incluso establecido limitaciones, de naturaleza distinta.
En esencia, ya no se desea restringir la inversión extranjera directa, ni limitar los
pagos por dividendos, regalías o franquicias. Ahora se busca centralmente reducir los
impactos desestabilizadores de las inversiones de cartera de corto plazo.
Así Chile, desde comienzos de los años noventa, ha procurado desalentar las corrientes
especulativas de corto término, sin afectar a la inversión extranjera directa. Al
respecto, las restricciones han ido en ascenso (Agosin y Ffrench-Davis, 1996, pp.
161-185). Los encajes obligatorios sobre los créditos externos y los depósitos en moneda
extranjera (hasta un año) alcanzan el 30% (1995). Y el margen (spread) sobre la
tasa Libor en la opción de pagar el costo financiero de los encajes es del 4%. Hay
impuestos que oscilan entre 3.9% y 16.9% para depósitos menores a un año. También se
alteró el sistema cambiario para ligarlo a una canasta de monedas (a fin de hacer menos
atractivo el arbitraje de tasas de interés entre dólares y pesos). Como la
esterilización de los flujos de entrada suele tener el efecto perverso de mantener
elevados los diferenciales entre las tasas de interés internas y las externas, se
eliminaron los controles a la salida de capitales. Con todo, las medidas no fueron
suficientes para evitar por entero la apreciación de la moneda (7%) entre 1991 y 1995
-haciendo necesario un pequeño ajuste cambiario posterior-, pero sí han permitido
estabilizar mucho mejor las variables macroeconómicas básicas con respecto a otros
países de la región.
Colombia ha establecido también controles. El encaje obligatorio asciende a 93% en
créditos con plazo inferior a los 12 meses; 64% en depósitos a 18 meses y 50% en
transacciones hasta 24 meses. Los encajes al crédito comercial de 4 a 6 meses, son del
30%. Además, los créditos de mayor plazo que se paguen antes de los primeros 60 meses
por un monto del 40% o más del principal, quedan sujetos a exigencias de encaje en la
parte amortizada.
En Brasil se creó un impuesto a préstamos en moneda extranjera y a operaciones
interbancarias con instituciones foráneas. A las ventas de moneda extranjera en el
mercado abierto se les fijó un gravamen del 7%, la misma tasa que se aplica a las compras
de valores de renta fija. Y el impuesto del 15% a las ganancias de capitales se extendió
a las operaciones de no residentes. Con todo, acontecimientos recientes podrían inhibir o
revertir algunas de esas medidas.
A escala internacional, James Tobin 12/
propuso desde 1972 el establecimiento de un pequeño impuesto a las transacciones en los
mercados cambiarios, de entre 0. 1 % y 0.5%. La idea central consiste en penalizar los
desestabilizantes movimientos de corto plazo, sin desalentar los créditos e inversiones a
más largo término. Adviértase que alrededor del 80% de las transacciones en los
mercados cambiarios dan origcn a movimientos de entrada y salida en plazos no mayores de
siete días, esto es, a movimientos repetitivos de casi 50 veces al año. Entonces, la
propuesta de Tobin reforzaría la autonomía monetaria nacional al reducir muchas de las
costosas oscilaciones de los mercados cambiarios o financieros y los riesgos de las
asimetrías en la información y del comportamiento de rebaño de muchos inversionistas.
Además el gravamen originaría recaudaciones significativas que podrían redistribuirse
con distintos criterios. Y por último, ello permitiría poner el acento en acciones
preventivas -mas que curativas- de fluctuaciones inconvenientes.
Las críticas al impuesto Tobin -sin descontar escollos ideológicos que rechazan
cualquier medida que interfiera con el mercado- han sido de dos tipos. Uno es de carácter
logístico, por cuanto la eficiencia del impuesto dependería de la celebración de un
convenio internacional que cubriese a todos los países. De otra suerte, las transacciones
podrían desviarse a las localizaciones no comprometidas. La segunda objeción se refiere
a la posibilidad de evadir el impuesto, desplazando operaciones del mercado cambiario spot
al uso de derivados (swaps y forwards, principalmente). Desde luego,
ambas objeciones podrían obviarse mediante una enmienda al convenio constitutivo del
Fondo Monetario Internacional que hiciese obligatorio el impuesto entre los países
miembros, así como gravando algunas operaciones con derivados.
En el ámbito de la política cambiaría se han observado enormes mudanzas desde el
resquebrajamicnto de los ordenamientos de Bretton Woods a comienzos del decenio de 1970. A
mediados de esa década alrededor del 86% de los países habían optado de las más
diversas maneras por ligar sus monedas a otros signos monetarios y apenas un 14% tenían
regímenes flexibles, también de las más distintas características (FMI, 1997a). Ya en
1996, ese primer porcentaje se había reducido al 45%.
En apariencia, los datos parecen indicar una marcada tendencia hacia la liberación de los
sistemas cambiarios. Sin embargo, algunos de los países clasifican a sus regímenes como
flexibles, aunque en los hechos intervengan para relacionarse con alguna o algunas monedas
de reserva. De otro lado, esa mayor flexibilidad acaso resulta forzada ante los fenómenos
de la integración universal de mercados, que restringe la autonomía monetaria de muchos
países y los enfrenta a shocks y flujos de magnitud desproporcionado con relación
a las dimensiones económicas nacionales. En tercer lugar, con miras a combatir
inflaciones altas, muchos países han usado anclajes del tipo de cambio que por ser
insostenibles a la larga deben sustituirse por normas más elásticas. En la práctica, la
mayoría de los países en desarrollo abrazan regímenes cambiarios flexibles pero
administrados en mayor o menor grado. Por lo demás, en el caso europeo, las exigencias
asociadas a la implantación de la moneda única implicará la renuncia a la libre
flotación cambiaría de países individuales.
La capacidad de decisión de los países en cuanto a elegir los arreglos cambiarios
óptimos según sus circunstancias -sea para lograr los equilibrios internos y externos, o
mejorar el funcionamiento macroeconómico en términos de producción, consumo y precios-
viene siendo constreñida por las exigencias de acomodo a la globalización o por la
exigencia de ganar credibilidad internacional y nacional ante fenómenos presentes o
potenciales de inflación. Expresión de esas exigencias ha sido la fijación de los tipos
de cambio -a pesar de la usual apreciación resultante- o el establecimiento de una
relación también fija con alguna moneda de reserva. Aún más radical ha sido la
creación de los llamados consejos monetarios (monetary boards) que obliga
por ley a los bancos centrales a redimir sin límite sus pasivos a una tasa fija de
cambio. En todos los casos aludidos, las ganancias en credibilidad tienen como costo la
cesión de soberanía monetaria. 0 puesto de manera distinta, se subordinan otras metas
económicas al combate de la inflación, vía el sostenimiento de un régimen cambiario
fijo o casi fijo, resulte o no compatible con la estrategia de crecimiento hacia afuera.
En esa tesitura, las políticas monetaria y fiscal tienen que adaptarse a la estrategia
cambiaría, en vez de determinarla.
En el otro extremo, permitir la flotación libre de la tasa de cambio suele estar
acompañada de mayor inflación y exigir flexibilidad en las políticas fiscales para
acomodar shocks de origen externo sobre el ingreso y la producción nacionales.
Otro efecto importante es que fuerza la cesión de los controles sobre el valor externo de
la moneda y, por esa vía, se afecta la competitividad de las exportaciones nacionales.
A pesar de que el régimen cambiario influye en los equilibrios macroeconómicos
fundamentales, resulta difícil señalar la superioridad de la fijación o el anclaje de
la tasa cambiaría sobre sistemas de flotación más libres. Aquí, aparte de
especificidades o diferencias nacionales importantes, 13/ el debate académico sigue vivo y
los datos empíricos no resuelven nítidamente la controversia, aunque siempre está
presente la tensión ideológica entre la libertad de mercado y la intervención estatal.
Por lo demás, las crisis monetario-financieras han ocurrido por igual en países que han
adoptado uno y otro sistema. Más aún, el mismo fenómeno se ha presentado en naciones
que han descuidado los grandes equilibrios macroeconómicos,14/ como en las que los han mantenido
fielmente por efecto de fenómenos de carácter exógeno.
Diversas circunstancias han entorpecido la remodelación de fondo del sistema de Bretton
Woods, en tanto conjunto de reglas de aceptación general. En el decenio de 1970 la
opinión de especialistas y gobiernos se inclinaba a la flexibilización de los tipos de
cambio, y como medio de hacer ganar autonomía a las políticas nacionales. Pero, como
hecho inesperado, de ahí surge una extraordinaria volatilidad en las tasas de cambio de
los países, acentuada por la interdependencia en rápido ascenso de los mercados
financieros internacionales. En los hechos, las tasas flotantes de cambio en vez de
equilibrar las corrientes de comercio se tradujeron en correa de transmisión de
inestabilidades dentro de la economía internacional, haciéndola altamente sensible a la
anticipación de eventos y cambios de expectativas monetarias o financieras.
Una segunda traba al establecimiento de un nuevo "estándar monetario
internacional" ha residido en la multipolaridad de las hegemonías económicas,
expresada en la renuencia de los países líderes a incurrir, como se indicó, en
sacrificios nacionales en aras de la estabilidad y prosperidad universales, o visto de
otra manera, a subordinar sus políticas nacionales en el logro de un sistema estable de
paridades de alcance mundial.
Al propio tiempo, no ha dejado de estorbar la proclividad de muchos países a usar el tipo
de cambio como instrumento de ajuste, sobre todo después de sufrir espirales agudas de
elevación de precios. La tentación de usar tal expediente más allá de un período
prudencial ha originado, graves desalineaciones entre los tipos de cambio de los países,
cuyas repercusiones están en la raíz de muchas de las crisis financieras recientes
(México, Corea, Tailandia).15/ Esos
y otros hechos resaltan con claridad las diferencias entre usar la política cambiaría
como instrumento de los procesos nacionales de ajuste o aceptar reglas que la ponen al
servicio de la construcción de un sistema internacional estable.
VI. . Algunas sugerencias
No parecen estar dadas las condiciones que sustentarían una reforma de fondo del
orden monetario y financiero internacional. La multipolaridad de centros y agentes
económicos con diferentes proyectos, preocupaciones e intereses torna difícil centrar
las prelaciones mundiales en ese problema. Asimismo, influye la posición del péndulo
ideológico que todavía favorece las soluciones de mercado, aunque en los hechos se
entremezclen decisiones y procedimientos claramente intervencionistas.16/ Pese a la volatilidad de
los mercados financieros y la sucesión inacabable de crisis parcializadas, casi
seguramente el mundo seguirá viviendo dentro de un sistema imperfecto, sin que haya
caminos obvios, y sobre todo viables, de cómo reformarlo.
Aunque el régimen monetario-financiero post-Bretton Woods haya podido sortear situaciones
peligrosas, no escapa a críticas bien sustentadas. De un lado, son innegables las
asimetrías que llevan a tratar de modo inequitativo a las naciones en desarrollo. De otra
parte, las normas establecidas de jure o de facto no tienden a promover procesos de
ajuste eficientes principalmente entre los países de mayor peso económico y, por tanto,
contribuyen de manera imperfecta a la asignación y al crecimiento óptimos de los
recursos mundiales. La creación de liquidez internacional es el resultado de las
políticas monetarias de las naciones líderes, sin que medie coordinación sistemática
que las haga compatibles con la expansión del comercio y el crecimiento mundiales ni con
el mantenimiento de la estabilidad de los sistemas cambiarios. Por último, se sigue
vacilando en la adopción de medidas preventivas de carácter sistemático que corten de
raíz la volatilidad exagerada de los mercados financieros e impidan la reproducción de
desalineamientos graves entre las tasas de cambio de los países.
En síntesis, el orden monetario internacional se encuentra todavía inmerso en una
transición institucional que ya se prolonga cerca de tres décadas y que siempre parece
ir a la zaga de los acontecimientos. La solución de la crisis asiática o las
repercusiones del establecimiento de la moneda única europea plantean cuestiones que
escapan a la mecánica pura de los mercados y que demandan soluciones negociadas o
cooperativas. En el mismo sentido milita la necesidad de contener las oscilaciones
frecuentemente desestabilizadoras de los mercados financieros e implantar un conjunto
equitativo de normas que deben observar todas las economías.
Todo ello configura un complejo problema, lo mismo desde el ángulo de concebir un orden
monetario financiero internacional como el de hacer planteamientos con alguna dosis de
factibilidad instrumental, de realismo político. Por eso, desde la óptica de las
naciones en desarrollo, cabría luchar en varios planos. En el plano más general y
mediato, a esos países convendría el establecimiento de procesos de ajuste simétricos y
expansivos, que no recarguen unilateralmente las cargas resultantes en las economías
deficitarias. Enseguida habría que replantear la creación de facilidades
institucionalizadas de préstamos de última instancia y cámaras de compensación, que se
sustentasen en consensos abiertos y participativos de las normas que deben observarse y de
las reglas de condicionalidad.17/
Varias razones aconsejan sumar voces en favor del fortalecimiento de la coordinación
multinacional de las políticas monetarias. En primer lugar estaría la interdependencia
económica universal, que obliga a modular las políticas nacionales, y a
satisfacer aún mayores exigencias, en las zonas de integración y de libre comercio. La
segunda consideración nace del hecho de que las políticas de los países son
susceptibles de crear externalidades negativas, efectos de percolación en otras
economías. En conjunto, ello equivale a decir que las acciones individuales de los
gobiernos pueden resultar no sólo encontradas, sino destructivas (Tobin, 1987; Polak,
1988).
De su lado, las situaciones críticas que se vienen enfrentando desde los Acuerdos del
Plaza (1985) señalan la conveniencia de transformar las reuniones más o menos
esporádicas, de coordinación del Grupo de los Siete, en un mecanismo más sistemático
de formación de acciones concertadas de carácter no sólo curativo, sino preventivo. Por
último, la posible y próxima instauración de la moneda única europea tendrá
consecuencias de corto y largo plazos, que no podrían dejarse libradas a la reacción
espontánea de los mercados.
En cualquier caso, esos grandes rediseños institucionales del sistema financiero
internacional en el mejor de los casos tomarán cuerpo pausadamente. Apresurarlos queda
bastante fuera de la esfera de influencia del Tercer Mundo. Por eso y sin dejar de
insistir en reformas de fondo, con modestia y realismo pragmático habría que apoyar
medidas parciales de alivio que encaren las menores resistencias.
Uno de esos aspectos se relaciona con el fortalecimiento de las fuentes de liquidez
internacional, singularmente de los países en desarrollo. El sistema actual asigna el
señoreaje de la creación de liquidez a las naciones emisoras de monedas de reserva.
Además, la capacidad de fortalecer las reservas internacionales de los países en
desarrollo está seriamente constreñida por las limitaciones de acceso a los mercados
financieros mundiales y por los altos costos que han de cubrir al hacerlo (en los hechos,
los diferenciales en las tasas de interés implican subvencionar a los centros financieros
mundiales) (Williamson y otros, 1992).
Aunque se haya abandonado la idea de hacer de los derechos especiales de giro parte
sustantivo de la base monetaria mundial, se justificaría la reanudación de las emisiones
aunque sólo fuese para facilitar los esfuerzos de la formación de reservas de las
economías en desarrollo. Ello no elimina esfuerzos complementarios de otro orden, como
sería la flexibilización de las condicionalidades del servicio de financiamiento
compensatorio y para contingencias del Fondo Monetario Internacional o los arreglos
recientes para automatizar la asignación de recursos en casos de crisis, antes de que se
negocien los acuerdos y programas de ajuste con bancos y con el propio Fondo.
De otro lado, la marcada volatilidad de los mercados financieros mundiales pone una vez
más de relieve la conveniencia de regular algunos movimientos financieros peligrosos,
muchas veces fuera del control de los países afectados, y que podrían alcanzar
proporciones sistémicas. En esa vertiente, el llamado impuesto Tobin podría ser una
respuesta apropiada. También habría que fortalecer las normas conjuntas de operación
financiera y bancaria, buscando equilibrar la capacidad de negociación de deudores y
acreedores. Al propio tiempo se justifica crear sistemas analíticos y de información que
señalen públicamente los riesgos de desalineación de los tipos de cambio o
endeudamiento excesivo en los países.
Con todo, mientras toma cuerpo o fracasa ese tipo de reformas o innovaciones parciales de
escala universal, en el terreno de las políticas nacionales de los países pequeños y
abiertos es imperativo establecer normas que resguarden a los países de las vicisitudes
financieras de la globalización. Una primera precaución de responsabilidad nacional se
refiere a resguardar razonablemente los equilibrios macroeconómicos que cierren puertas a
la especulación exógena. En particular, cabría cuidar el alineamiento del tipo de
cambio y el endeudamiento externo. Al efecto, parece aconsejable instrumentar acciones
encaminadas a sostener el valor real del tipo de cambio sin apreciaciones sistemáticas,
en vez de utilizarle como ancla anti-inflacionaria. Y, en ese sentido, aliviar las
presiones alcistas de las tasas de interés a fin de desalentar el arbitraje especulativo
de diferenciales con los mercados internacionales.
Frente a la desproporción entre el tamaño de las economías en desarrollo y la magnitud
de los flujos financieros internacionales, habría que imponer restricciones prudenciales
a los flujos de capitales de corto plazo, mientras se mantienen abiertas las puertas a la
inversión extranjera directa y a los préstamos de largo término.
En conjunto, los últimos señalamientos de política se enderezarían a reducir la
volatilidad de las corrientes externas de capitales, a prevenir endeudamientos
innecesarios o sobrevaluaciones cambiarias, negatorias de las estrategias exportadoras.
Puesto en otros términos, se intentaría fortalecer en modesta medida la autonomía de
las políticas monetarias nacionales y hacerlas coherentes con el proyecto de cambio
estructural de largo plazo.
Notas
1/ A lo
anterior podría agregarse el que algunos países en desarrollo participan de manera
ascendente en el comercio de manufacturas, mientras desciende el peso de los productos
primarios en sus exportaciones. Por ejemplo en el promedio de Taiwan, Hong Kong, Corea,
Malasia, Singapur y Tailandia, las ventas foráneas de manufacturas rebasan el 90% del
total de las colocaciones de mercancías. Al propio tiempo, mientras el intercambio entre
los países de la OCDE creció al 4.4% anual entre 1990 y 1995, el realizado con otras
naciones lo hizo a razón del 8.1 % (OCDE, 1997).
2/ Los efectos dinámicos de esas mudanzas
institucionales seguramente persistirán por algún tiempo, impulsados por la
incorporación plena de China, Rusia o la India al comercio mundial o por el
acrecentamiento del intercambio liberalizado de servicios.
3/ En América Latina el peso del gasto social
alcanzó en promedio la significativa cifra del 49% de las erogaciones públicas totales
en el bienio 1994-1995, equivalente a poco más de 12% del producto (CEPAL, 1997).
4/ Las transacciones financieras se
expanden a ritmos inusitados y, a veces, varían bruscamente de dirección. Conforme a
datos del Banco de Pagos Internacionales y del Fondo Monetario Intemacional, las
transacciones en derivados financieros han crecido espectacularmente. A título
ilustrativo los futuros de tasas de interés sumaron más de 5,900 millones en 1995 con
una tasa de crecimiento media anual del 32%; con respecto a 1990, los futuros en monedas
suben en el mismo lapso a razón del 17% anual; los swaps de tasas de interés lo
hacen al 38% hasta sumar cerca de 13 mil millones de dólares anuales. A su vez, los swaps
entre monedas se expanden al ritmo del 23% anual. Las colocaciones internacionales de
acciones pasan de 23 a 41 mil millones de dólares entre 1991 y 1995 (15% de expansión
por año). Las colocaciones internacionales en papel de deuda (securities) más que
se duplican entre 1993 y 1995, hasta rebasar los 300 mil millones de dólares en ese
último año. Los fondos de inversión accionaria de los países emergentes pasan de 29
mil a 109 mil millones de dólares en activos netos. Los flujos netos de capital a los
países en desarrollo o en transición ascendieron de 43.4 a 193.4 mil millones de
dólares entre 1990 y 1995, después de haberse reducido de 30.5 mil millones de dólares
como promedio de 1977-1982 a 8.8 mil millones entre 1983 y 1989. Por su parte las
transacciones diarias en los mercados cambiarios alcanzan una tasa de crecimiento del 14%
en el período 1989-1995. La deuda de los gobiernos de Estados Unidos, Japón y Alemania
crece con tasas que exceden a las del producto en 8%, 27% y 20%, entre 1991 y 1996.
5/ El contagio entre mercados está claramente
establecido. A título ilustrativo, en la semana del 8 al 12 de diciembre de 1997 la bolsa
de Seul inicia el proceso con una caída del 19.2%, a la que siguen Hong Kong 7.5% y
Tailandia 5.9%. Las repercusiones trascienden esa región; así París baja 2.7%,
Frankfurt 2. 1 %, Londres 1.9%, Estados Unidos 3.8%, Brasil 9.2% y México 3.1%..
6/ Entre otros, inercia de inflaciones anteriores,
la combinación de políticas monetarias restrictivas y políticas fiscales expansivas en
el contagio entre mercados está claramente establecido. A título algunos países
líderes, la baja tasa de ahorro y su declinación en muchas zonas industrializadas, la
proclividad de las naciones del Tercer Mundo a usar el tipo de cambio como ancla
inflacionaria, y los bancos centrales, ahora independientes, a cuidar más de la economía
real.
7/ En México el crédito de la banca al
sector privado creció de alrededor del 1O-11 % al 27-30% entre 1990 y 1994
8/ En cuanto a lo primero, están las cargas de
la esterilización de los flujos y, en cuanto a lo segundo, la necesidad de acomodar
pasivamente las políticas de crecimiento a acontecimientos del mundo financiero externo
.
9/ Si bien el sistema financiero
internacional ha sorteado los problemas mayores, no ha podido establecer los mecanismos
preventivos de crisis importantes ni de problemas de menor envergadura (como los del Banco
Ambrosiano o del Banco de Crédito y Comercio Internacional
10/ Un caso conspicuo de lo anterior
fue el acuerdo de Basilea que fija criterios sobre la capitalización de los bancos de los
países signatarios y la adopción de métodos comparables de calificación de la bondad
de las carteras de préstamos.
11/ Al efecto se prepara una enmienda
al Convenio Constitutivo del Fondo Monetario Internacional para dotarle de jurisdicción
liberalizadora sobre los movimientos de capitales.
12/ Tobin ha sido Profesor Emérito de la
Universidad de Yale, Miembro del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Kennedy y
Presidente de la Asociación Americana de Economía (Haq, Kaul y Grunberg, 1996).
13/ Tamaño de la economía, grado de apertura
externa, concentración geográfica del comercio, inflación, estructura exportadora y del
sector financiero, etc.
14/ Según el Fondo Monetario Internacional,
alrededor del 50% de las crisis cambiarias severas (más del 25% de devaluación) han
ocurrido en países con regímenes flexibles de flotación (FMI, 1996).
15/ Mejor fortuna han tenido los países que
usan el tipo de cambio para ajustar la balanza de pagos y asegurar la consistencia de
largo plazo entre la política monetaria y la estrategia de crecimiento hacia afuera.
16/ Un esfuerzo de compatibilización
de ambos enfoques ha consistido en favorecer soluciones cooperativas (intervencionistas)
en el tratamiento de fallas de mercado. Por ejemplo, la fijación de bajos coeficientes de
capital puede favorecer la competitividad de la banca de algún país, pero ello crea
riesgos de orden sistémico. Así se ha justificado el citado acuerdo de Basilea (1988)
que fija las reglas de capitalización a la banca de los países signatarios. Con
criterios semejantes se han firmado convenios y creado instituciones sobre comercio,
protección del medio ambiente y derechos humanos (Martin, 1992).
17/ Los casos de México, Corea, Indonesia,
Tailandia, son indicativos de la fuerza de los hechos en propiciar soluciones
intervencionistas y salvamentos de enorme cuantía económica. Hay respaldos de última
instancia, sin embargo, los programas de ajuste diseñados ad hoc, caso por caso,
se encaminan más a resguardar los intereses de los prestamistas que a facilitar el
saneamiento pronto de las economías afectadas. Se subraya con razón el "moral
hazard" del comportamiento inadecuado de los gobiernos y la necesidad de
establecer disciplinas recias y dolorosas; pero poco se dice del "moral
hazard" asociado a la conducta de bancos y prestamistas que de algún modo toman
riesgos en espera de que sus gobiernos o las instituciones financieras internacionales, en
caso de crisis, alivien, cancelen o transfieran las pérdidas en que pudiesen incurrir.
Ese mismo fenómeno se puede observar desde el ángulo asimétrico de los nuevos
acontecimientos institucionales. Así, mientras del lado de los acreedores se han creado
el Club de París, el Club de Londres y los Sistemas de Información del Banco de Pagos
Internacionales con sus vinculaciones orgánicas a los programas del Fondo Monetario y el
Banco Mundial, los deudores han tropezado con obstáculos insuperables en su intento de
formar un Club de Deudores. En igual sentido militan algunas propuestas radicales de
reforma, sea la creación de una moneda universal única o la de los consejos monetarios
individuales que implican erosión de la soberanía monetaria, o visto de otra manera, la
sujeción de la política fiscal al sostenimiento del régimen cambiario (FMI 1997b).
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