REVISTA DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO
CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998
La CEPAL y la integración económica de
América Latina
Maria da Conceiao Tavares*
Gerson Gomes**
* Cámara de Diputados, Brasilia.
**Asesor- Jefe del Gabinete de 1a Diputada de Brasil
Como viejos economistas cepalinos, queremos rendir nuestro homenaje a nuestro maestro
Aníbal Pinto, de quien nunca olvidaremos las lecciones recibidas.
I. Los fundamentos de la propuesta de integración económica
A partir del segundo quinquenio de los años 50, comenzaron a sistematizarse las
propuestas relativas a la integración económica de América Latina, como parte de los
análisis sobre los problemas del desarrollo de la región que la CEPAL venía realizando
desde fines de la década anterior. Por ello, el diagnóstico que fundamentaba la
necesidad de la integración regional tenía como telón de fondo la oposición
centro/periferia, la restricción externa y la escasez de capital y de tecnología, que
entonces constituían el eje central del pensamiento estructuralista latinoamericano,
basado en el documento seminal de Raul Prebisch: "El desarrollo económico de la
América Latina y algunos de sus principales problemas" (CEPAL, 1962).
En contraposición con Europa, donde los países involucrados en el proceso de formación
del mercado común disponían ya de una plataforma industrial relativamente avanzada, en
la visión elaborada por la CEPAL para América Latina la integración económica se
vinculaba directamente con el logro de un nivel más alto de industrialización. La
propuesta original de mercado común latinoamericano, publicada en 1959, tenía dos
referentes básicos: dada la población excedente frente a la masa de capital disponible
"...no sería admisible fórmula alguna que trajera consigo fenómenos persistentes
de desempleo de factores productivos". Y en conexión con ello, dada la dependencia
de gran parte de las actividades existentes de las políticas proteccionistas
prevalecientes "... el mercado común no concierne tanto a esas actividades (las
existentes) como a las que tendrán que desarrollarse de ahora en adelante en respuesta a
las exigencias del crecimiento económico. ...Se trata de industrias que no existen aún,
o que están en grado incipiente de desarrollo, y es en ellas donde podrá hacerse con
relativa facilidad la reducción o eliminación de derechos aduaneros que supone el
mercado común". (CEPAL, 1959, pp. 3 y 4).
Diez años después, el pensamiento de la CEPAL sobre esta materia puede ser resumido en
tres aspectos centrales que conformaban la esencia del diagnóstico sobre crecimiento y
desarrollo de los países de América Latina. (CEPAL 1969).
El primero de ellos era la constatación de que América Latina venía creciendo, desde
mediados de los años 50, muy lentamente y en condiciones insatisfactorias para la
gran masa de su población, la que quedaba prácticamente al margen del proceso de
expansión económica que se registraba en otras reuniones del mundo. Estos hechos
reforzaban la convicción de que el problema fundamental de la región era lograr una tasa
satisfactoria de crecimiento que hiciera posible el pleno aprovechamiento del potencial
humano y de los recursos materiales disponibles, propiciara la incorporación del progreso
técnico indispensable a la elevación sostenida de la productividad y permitiera reducir
progresivamente las diferencias de ingreso por habitante frente a los grandes centros
industriales.
Este insuficiente dinamismo de las economías latinoamericanas, aunque relacionado con un
conjunto de factores estructurales, estaba básicamente determinado por uno de ellos, la
'restricción externa' que, en aquellos años, resultaba de los crónicos déficit en el
comercio exterior y de la consecuente limitación que éstos imponían a la capacidad para
importar de la región. Esta situación estaba asociada a la lenta expansión y escasa
diversificación de las exportaciones derivadas de la especialización
primario-exportadora de los países latinoamericanos, que subordinaba sus posibilidades de
crecimiento a las fluctuaciones -frecuentes y acentuadas- de la demanda externa y a la
evolución tendencialmente negativa de sus relaciones de intercambio con el exterior, La
permanencia de esta restricción complicaba el crecimiento autosostenido, puesto que éste
dependía, en buena medida, de importaciones de bienes esenciales, de la adquisición de
tecnología producida en los países industrializados y de los recursos financieros del
exterior.
La superación de los límites impuestos por la insuficiente capacidad de importación
suponía la industrialización de las economías de la región, que abriría el camino
para la indispensable expansión y diversificación de las exportaciones, tornando viable,
incluso, la elevación de los aportes de capital externo necesarios para financiar o
complementar la ampliación sucesiva de la capacidad productiva interna. Sin embargo, para
lograr este propósito, la industrialización tendría que proyectarse más allá del
estrecho marco del proceso de sustitución de importaciones. La industrialización
sustitutiva, por las condiciones en que se venía desarrollando -altos costos,
encerramiento en mercados nacionales compartimentalizados, exagerada e indiscriminada
protección, etc.-, ya se insinuaba como un proceso de alcances limitados a largo plazo,
tanto en términos de sostenimiento del crecimiento económico y del aumento de la
productividad general como en lo que se refiere a la solución del problema del
estrangulamiento externo. 1/
En resumen, la integración económica regional era concebida, en los documentos
originales de la CEPAL como un vector estratégico de ruptura del cuadro entonces
prevaleciente de insuficiente dinamismo y baja productividad de la economía
latinoamericana, proyectándose en tres dimensiones interdependientes: la aceleración del
crecimiento, la expansión y diversificación de las exportaciones y el avance de la
industrialización. La ampliación del mercado y de la base de recursos productivos,
resultante de la integración, permitiría aprovechar las economías de escala y las
ventajas de la especialización y complementación industrial, creando las condiciones
para aumentar la productividad y dinamizar el proceso de industrialización en el conjunto
de los países de la región, eje a partir del cual se expandiría el intercambio intra y
extrarregional y se revitalizaría el crecimiento económico. El tratamiento preferencial
a los países de menor desarrrollo relativo y el establecimiento de normas de reciprocidad
para la expansión de las exportaciones industriales en todos los países asegurarían, en
este contexto, la reducción de las disparidades intrarregionales simultáneamente con la
disminución de la brecha entre la región y los países centrales.
Este papel estratégico atribuido a la integración económica no significaba, sin
embargo, que ella fuera considerada, en sí misma, como una vía alternativa de
desarrollo. Las posibilidades de reorientación del patrón de industrialización se
revelaban limitadas por una serie de factores estructurales internos. Las ineficiencias en
la estructura productiva y en la utilización de los recursos, el escaso desarrollo de
instituciones y mecanismos financieros adecuados, el atraso y estancamiento de la
economía rural, la ausencia de una base tecnológica endógena, la falta de movilidad
social y la extrema desigualdad en la distribución del ingreso y de la riqueza y la
incapacidad financiera del sector público, colocaban a las economías de la región en
condiciones extremadamente desventajosas para industrializarse y competir con los países
desarrollados. Así, en la visión de la CEPAL, la integración terminaría por concebirse
también como parte de una política integral de desarrollo nacional, dentro de la cual
las reformas estructurales, destinadas a remover los obstáculos internos, ocupaban una
posición clave (CEPAL, 1969).
Otros dos aspectos complementaban este enfoque global del papel de la integración
económica en el desarrollo latinoamericano, El primero, se refería a la necesidad de
combinar el proceso integracionista con la expansión y diversificación del comercio con
otras regiones del mundo, en particular con los países desarrollados. El intercambio
extrarregional representaba cerca de 90% del total y era previsible que las necesidades de
importación de fuera de la región aumentarían considerablemente en las fases iniciales
del proceso de integración. Además, como la idea de la integración no estaba asociada
al propósito de creación de un espacio económico autárquico en la región, los flujos
de comercio extrarregionales tenderían a expandirse ulteriormente, aunque modificando
progresivamente su estructura.
El segundo aspecto se derivaba del hecho de que, aisladamente, los países de la región
carecían de poder de negociación para modificar en su favor los términos desfavorables
que caracterizaban sus relaciones comerciales y financieras con los países centrales. Por
consiguiente, era necesario establecer una política común frente a los países
industrializados e instituciones financieras internacionales, a partir de nuevas
condiciones de negociación y del aumento de la competitividad de las exportaciones
resultantes de la unión económica. Con ello se pretendía replantear los términos en
que se desarrollaba el comercio de productos básicos, abrir el mercado de los países
industrializados a las manufacturas producidas en los países en desarrollo y tornar menos
gravosas las condiciones de la cooperación técnica y financiera del exterior.
Estas ideas vendrían a plasmarse en una iniciativa práctica promovida por Prebisch -la
creación de la UNCTAD- y formaron parte permanente del programa del Grupo de los 77, cuya
lucha se mantendría activa hasta la década de 1980. Con la hegemonía unipolar de los
Estados Unidos, el desarrollo de otros bloques regionales, la ampliación de las áreas de
libre comercio en Europa y Asia y el retroceso y crisis en los países del llamado Tercer
Mundo, la discusión de estas materias tendió a ser suplantada por las iniciativas de los
países centrales, impulsadas directamente o a través de instituciones internacionales
multilaterales.
II. La continuidad del desarrollo 'hacia adentro' con
restricción externa
El diagnóstico sobre las dificultades de continuar la sustitución de importaciones
para entrar en los bienes de consumo duraderos y de capital -dada la insuficiente
dimensión de los mercados internos y la necesidad de recursos externos, sobre todo de
inversión directa extranjera, que aportaran, además de capital, la tecnología de los
países adelantados- probó ser razonablemente verdadero para casi todos los países
latinoamericanos, principalmente los de menor tamaño.
A partir de 1958, sin embargo, dos grandes países, Brasil y México, a pesar de apoyar
formalmente las tesis de la integración regional -y, en el caso de Brasil, también la
iniciativa de la UNCTAD- dieron un salto adelante en su proceso de desarrollo 'hacia
dentro' a base de una industrialización más avanzada. Esta se dio, precisamente, con
apoyo de la inversión extranjera directa y la protección externa explícita (tarifaria y
no tarifaria) que garantizaría el mercado interno para una nueva ola de inversiones de
las filiales de grandes empresas trasnacionales, esta vez en la industria manufacturera
(Fajnzylber, 1970). En el caso de México, las filiales eran básicamente norteamericanas,
con lo que se articuló el famoso ciclo de integración entre comercio e inversión con
los Estados Unidos, que facilitó posteriormente al tratado de protección de inversiones
más conocido como Tratado de Libre Comercio de América del Norte. A su vez Brasil, al
recibir inversiones voluminosas de Europa y Japón, estableció un vínculo trasnacional
que lo llevó en la década de los 70 a su vocación de global trader con
exportaciones importantes de productos manufacturados; se convirtió así en el único
país de América Latina en tener un superávit comercial en el sector manufacturero entre
1974 y 1994.
Como ambos países, con sus elevadas tasas de crecimiento, representaban más de 2/3 de la
producción industrial latinoamericana, las décadas de los años 60 y 70,
independientemente de lo que ocurriera con los países menores, fueron, desde el punto de
vista agregado, décadas de crecimiento en que, a pesar de la 'restricción externa', se
constituye aquello que fue denominado por Cardoso y Faletto (1970) de 'desarrollo
dependiente y asociado'.
Desde el punto de vista del enfrentamiento de la restricción externa', la década de
1970, sin embargo, no sigue el mismo patrón de las dos décadas anteriores. Es importante
señalar que esa década fue para América Latina, vale decir, para Brasil y México sobre
todo (aunque los otros países siguieron de alguna forma el mismo compás), un período de
endeudamiento externo masivo. En efecto, desde 1950 hasta 1970 no hubo absorción externa
de recursos relevante y, a pesar de períodos de fuerte deterioro de las relaciones de
intercambio, principalmente de los países petroleros (entre los cuales Venezuela fue el
más afectado), la transferencia global de recursos para el exterior fue pequeña. El
dinamismo interno de la economía regional se mantuvo razonablemente en términos de la
media latinoamericana (una vez más reflejando el peso relativo de Brasil y México), dada
la tasa de inversión bruta agregada superior a 20% del PIB (CEPAL, 1997 a).
Las crisis internacionales del decenio de 1970, fundamentalmente después de la ruptura
definitiva del patrón dólar' (Sistema de Bretton Woods) y de la abundancia de liquidez
asociada a los llamados petrodólares (derivados de la primera crisis del petróleo)
rompieron definitivamente el patrón latinoamericano de inserción internacional, así
como el denominado "modelo de desarrollo hacia dentro" también conocido como
"sustitución de importaciones". Sólo dos países con condiciones radicalmente
distintas en materia de términos de intercambio (Brasil importador de petroleo y México
empezando su trayectoria de productor y exportador del mismo producto) fueron capaces de
aprovechar el endeudamiento externo para financiar proyectos de inversión de bulto.
Cuando Estados Unidos resuelve subir la tasa de interés en 1979, junto con el segundo
embate del petróleo, el modelo de 'crecimiento con endeudamiento', de los países
líderes del dinamismo latinoamericano fue puesto en jaque. El efecto de la crisis de la
deuda externa desencadenado por la moratoria de México de 1982 es sobradamente conocido,
aunque conviene subrayar que en el período 1982-1990 no sólo no hubo absorción de
recursos externos, ni crecimiento, sino que las transferencias netas al exterior
alcanzaron a cerca de 220 mil millones de dólares, aproximadamente el 4% del PIB
latinoamericano a precios corrientes y más del 7% en dólares de 1980 (CEPAL, 1991,
1990a y 1990 b).
Con las políticas neoliberales aplicadas por el FMI -reforzadas a partir de 1985 por las
condicionalidades cruzadas con el programa de reformas recomendado por el Banco Mundial-
se produjeron liberalizaciones financieras y del mercado de capitales en casi toda
América Latina. Los procesos de liberalización iniciados en Chile, Uruguay y Argentina
(cuya deuda era eminentemente privada) llevaron a serias crisis bancarias, altas tasas de
inflación y una baja considerable de las tasas de inversión y de crecimiento. Brasil y
México escaparon de la crisis bancaria interna porque la mayor parte de la deuda era
pública en Brasil (y la privada fue traspasada al Banco Central) y México estatizó la
banca para evitar su quiebra luego de la declaración de moratoria con la banca
internacional. En resumen, la aceleración del proceso de industrialización en algunos
países latinoamericanos en los decenios de 1960 y 1970 -en el marco de un ciclo de
crecimiento con inversión de empresas multinacionales seguido de endeudamiento externo-
se extinguiría en los años 80 con la crisis de la deuda externa y las subsiguientes
políticas de estabilización y 'ajuste estructural'.
Revaluando este ciclo de industrialización, se puede llegar a algunas conclusiones sobre
este patrón de crecimiento, que extendió su violencia más allá de lo previsto, aunque
para pocos países./2 La nueva etapa de
"industrialización avanzada" estuvo centrada en los sectores productores de
bienes de consumo duraderos y, en menor grado, en algunas categorías de bienes de
capital, correspondiendo a la fase de montaje de las industrias de material eléctrico y
de transporte, a las cuales se acopla, en los países con mercados de mayor dimensión, el
desarrollo paralelo de la metalmecánica y de insumos pesados, esta última orientada
hacia los recursos naturales, tanto para exportación como para sustitución de
importaciones. El aspecto central de este proceso radica en el hecho de que el avance de
la industrialización es promovido y liderado por la gran empresa internacionalizada, que
modela la expansión del mercado interno de acuerdo con patrones de producción y consumo
trasplantados de las economías capitalistas desarrolladas en las cuales se origina. De
ello se derivan diversos problemas, algunos de los cuales tienen una relación directa con
el tema de la integración.
Desde luego, la presencia dominante de estas empresas impone y generaliza sus formas de
organización productiva y competencia sobre una estructura industrial tecnológicamente
atrasada y heterogénea, con escaso grado de articulación interna y carente de un sector
de bienes de capital con la dimensión y la base técnica necesarias para sostener
endógenamente el proceso de expansión industrial. Ello genera fuertes desproporciones en
el tamaño económico de los diversos componentes de la estructura sectorial (dadas las
escalas de producción relativamente más grandes de las empresas integradas a los
complejos transnacionalizados), fuerza la realización de procesos de adaptación
defensiva de las empresas y ramas ya implantadas y provoca marcados desequilibrios y
discontinuidades en el proceso de crecimiento industrial.
En efecto, las limitaciones del sector para internalizar dinámicamente los efectos de
difusión y retroalimentación derivados del aumento de la inversión y, de otra parte,
los desequilibrios recurrentes entre el aumento de la capacidad productiva y la dinámica
de crecimiento de los mercados, a los que se suman las restricciones impuestas por la
capacidad para importar, hacen que el crecimiento tienda a asumir la forma de ciclos
cortos e intensos de expansión de capacidad instalada y de consumo, que amplían la base
del sistema productivo y contribuyen a integrar algunos de sus segmentos, pero no
autogeneran las condiciones para su sustentabilidad por períodos más largos. La
extensión y realimentación de estos ciclos. cuando y en donde ocurrió, estuvo
supeditada a decisiones de inversión, tomadas en conjunto por el Estado y el capital
privado extranjero, pero nunca condujo a la creación de un núcleo de progreso técnico
endógeno que garantizara la autodeterminación del proceso de industrialización, según
el desiderátum de Raúl Prebisch y Celso Furtado.
Estas circunstancias no impidieron, sin embargo, el fortalecimiento de la posición de las
empresas transnacionales que operaban en el mercado interno, cuya dinámica de expansión
era relativamente menos afectada por la falta de integración de la base técnica de los
sistemas productivos locales, en parte por estar vinculada a procesos de inversión y
desarrollo tecnológico centralizados desde sus matrices, que responden a una lógica
supranacional, y también por beneficiarse privilegiadamente de las externalidades creadas
a través de la inversión pública, incluyendo, además de la infraestructura, la
producción de insumos estratégicos y otras facilidades de diversa naturaleza. El
predominio de estas empresas, que tienden a extender progresivamente sus actividades a las
diversas etapas productivas de cada industria, produce un continuo aumento del grado de
internacionalización y concentración industrial, que repercute sobre las estructuras de
mercado, los patrones de distribución del ingreso y la composición del comercio
internacional de nuestros países.
Por otra parte, al contrario de lo ocurrido en las economías desarrolladas, en las cuales
la configuración del sistema productivo industrial precede el desarrollo de los mercados
de consumo masivo, la entrada de las empresas manufactureras transnacionales en América
Latina implica la constitución simultánea de las empresas, de los sectores industriales
y de los mercados oligopolizados, organizados según patrones típicos de economías
capitalistas más avanzadas. La creación de nuevos espacios económicos que ello
significa -mediada por el gasto público, el endeudamiento interno y externo y el
financiamiento del consumo de bienes duraderos- conlleva la ampliación del mercado
interno y la diversificación de las estructuras de consumo, sin cambios fundamentales en
la distribución personal del ingreso e, incluso, con empeoramiento de la distribución
funcional, vale decir, con disminución de la participación de los salarios en el ingreso
nacional.
Tanto por la dinámica cíclica del crecimiento corno por el sesgo concentrador inherente
a este patrón de industrialización y por el uso de tecnologías intensivas en capital,
los alcances de este proceso de diferenciación y crecimiento del mercado interno son
estructuralmente limitados, sobre todo en términos de aumento del empleo formal y de las
remuneraciones de los trabajadores. Dicho de otra manera, aunque haya sido posible crear
elementos de convergencia entre las estructuras de producción, de consumo y de ingreso
favorables al patrón de acumulación industrial, ello contiene un elemento perversamente
regresivo, ya que no ha requerido la incorporación masiva de la población excedente' en
el campo y en la ciudad ni la modificación del esquema preexistente de distribución
extremadamente concentrada del ingreso y de la riqueza, asociado al carácter atrasado de
las relaciones sociales de producción, heredadas de etapas históricas anteriores y
reproducidas continuamente, en particular en países que presentaron mayor dinamismo.
III . Los experimentos de integración y la expansión
del comercio intrarregional
El balance de casi cuatro décadas de ensayos e intentos integracionistas deja un
saldo de resultados relativamente modestos. La integración económica de América Latina,
inicialmente dificultada por la acción de los Estados Unidos -contrario a la
consolidación de cualquier bloque regional o incluso subregional que representara la
ampliación del espacio de autonomía político-económica de los países
latinoamericanos- y minada por la falta de empeño de los grupos empresariales nacionales
y transnacionales y de los propios gobiernos latinoamericanos, poco ha avanzado en
términos del patrón de inserción internacional de la región propuesto originariamente
por la CEPAL.
Desde 1960 hasta 1990, los bloques subregionales de libre comercio que sucesivamente se
fueron agregando a la estructura regional inicialmente formada por la ALALC, -el MCCA, el
Caricom, el Pacto Andino y el Mercosur- alternaron momentos de incipiente dinamismo y de
postración, lo que se refleja en el hecho de que la participación de las corrientes
intrarregionales en las exportaciones totales de la región, después de un crecimiento
inicial en la década de los años 60, prácticamente no se ha modificado entre 1970 y
1990, manteniéndose en torno a 13%. Con la generalización de las políticas de 1995,
gracias principalmente a la expansión ocurrida en el Mercosur. En los años 90 ha
experimentado un fuerte aumento este intercambio subregional, principalmente entre Brasil
y Argentina, asociado a las particularidades de las políticas cambiaría y de apertura
comercial adoptadas en ambos países. A excepción de este período y en todos los bloques
subregionales, el impacto de los acuerdos de integración quedó muy por debajo de las
expectativas y de las potencialidades existentes en términos de su contribución a la
expansión y diversificación del comercio externo, al aumento de la inversión y a la
dinamización del crecimiento económico.
Algunos indicadores de la evolución del comercio externo latinoamericano son, al
respecto, bastante ilustrativos. En la mayor parte del período analizado el crecimiento
de las exportaciones, por ejemplo, ha sido irregular y relativamente lento en comparación
con la evolución del comercio mundial, a pesar de la diversificación de la pauta y del
aumento consiguiente en casi todos los países -en algunos casos bastante expresivo- de la
participación de las manufacturas en el total exportado. Excepto durante la década de
1970, cuando el desempeño de Brasil y las condiciones de precios extremadamente
favorables para algunos productos primarios -en particular el petróleo- elevaron
sustancialmente el promedio regional, la tasa anual de crecimiento de las exportaciones
(en valor) no alcanzó niveles significativos, quedando en 5.7% en los años 60 y en algo
en torno a 3% en los 80. En el período 1990-1995 se produjo una marcada recuperación -la
tasa anual se elevó a 9. 1 %-, quedando, sin embargo, bastante debajo de los 15.7% a año
de crecimiento de las importaciones, resultante de las políticas de apertura comercial
indiscriminado que fueron adoptadas.3/
Referidos a las cantidades exportadas --que expresan con mayor fidelidad el desarrollo
efectivo de la capacidad exportadora- los resultados no son mucho mejores: la tasa media
anual de crecimiento de las exportaciones, que había sido de 3. 1 % durante los años 60,
cayó a 2.2% en los 70, recuperándose en la década de los 80 (en torno a 5.3%), en parte
a consecuencia de la recesión provocada por la crisis de la deuda externa. Continuó su
trayectoria ascendente en el periodo 1990-1995, cuando llegó a 7.6%.
El menor dinamismo de las exportaciones latinoamericanas comparado con la evolución del
comercio internacional, cuyo ritmo de expansión se acelera a partir de la segunda mitad
de los años 80, se tradujo en un continuo deterioro de la posición relativa de América
Latina, cuya participación en las exportaciones mundiales bajó de 5.5% en 1970 (era de
7.7% en 1960) a apenas 3.8% en 1994. Y a pesar del crecimiento del intercambio
intrarregional, es significativo el hecho de que en 1995, ya en pleno curso la expansión
del Mercosur, el comercio exterior latinoamericano continuaba estando, como en la década
de los 60, orientado predominantemente hacia los mercados extrarregionales, que absorben
más del 80% de las exportaciones totales de la región. En contraste con la casi
totalidad de los demás países latinoamericanos y reflejando el impacto diferenciado y
asimétrico del Mercosur, esta proporción se reduce a aproximadamente 50% en los casos de
Argentina y Uruguay y a 34% para Paraguay; permanece, sin embargo, elevada en el caso de
Brasil (77%). Para México, en cambio, asociado al TLC, el mercado regional se volvió
absolutamente marginal y representa apenas 5.2% del total de las exportaciones, las que se
dirigen casi todas a los Estados Unidos (83.4%).4/
Por otra parte, las políticas macroeconómicas de estabilización con anclaje cambiario y
valorización, con relación al dólar, de las monedas latinoamericanas, puestas en
práctica a partir de 1980 y con mayor intensidad durante los años 90, provocaron
desplazamientos comerciales favorables a los Estados Unidos y perjudiciales a diversos
países del área.5/ Desde la
perspectiva de la integración, este reacomodo, a partir de una matriz común, de la
política económica de los países de la región -lo que obviamente no excluye la
diferenciación de instrumentos y políticas específicas y la liberalización comercial
unilateral que acompaña su implantación han generado dos tendencias aparentemente
contradictorias: si bien reforzaron la capacidad competitiva de los Estados Unidos y, por
ende, elevaron su participación en la expansión del comercio intracontinental, al mismo
tiempo ampliaron las escalas de mercado para las operaciones de las filiales de las
empresas transnacionales localizadas en América Latina y modificaron las ventajas
comparativas estáticas entre países y actividades, expandiendo, en consecuencia,
también las posibilidades de intercambio en los niveles regional y subregional, aunque,
en muchos casos, a costa de la desorganización de la producción interna en los sectores
inmediatamente afectados por la pérdida de competitividad.
La iniciativa de los Estados Unidos de extender el TLC a todo el hemisferio a través de
la ALCA no es ajena a este nuevo cuadro de oportunidades de expansión de las corrientes
de comercio y de inversión externa generado por los procesos de liberalización y
desreglamentación, inaugurados por la política Reagan que condujeron finalmente a la
reestructuración de las economías latinoamericanas, en dirección a la apertura
comercial, privatización de servicios públicos y desnacionalización de los espacios
económicos regionales. De materializarse esta iniciativa de liberalización final,
productiva, comercial y financiera, se introducirían dificultades adicionales para la
supervivencia de los esquemas subregionales existentes y conducirían a la dilución
definitiva de las posibilidades de integración económica de la región. Además, tal
como está planteada en la actualidad, la creación del ALCA representa mucho más que la
formación de un área de libre comercio; en realidad, se trata de un acuerdo global con
repercusiones profundas sobre la soberanía y el futuro de América Latina.
IV. Las limitaciones estructurales de la integración latinoamericana
La trayectoria errática de los experimentos de integración en la región y, de
manera más general, su fracaso en alcanzar los objetivos originalmente propuestos, se
asocian con un conjunto de aspectos, algunos de los cuales, de mayor relevancia, se
señalan a continuación.
De partida habría que reconocer que, en los hechos, la idea de la integración, en los
términos concebidos por la CEPAI,, nunca fue efectivamente asumida por las elites
gobernantes latinoamericanas. Muchas de las reformas estructurales a las que se vinculaba
conceptualmente el proyecto integracionista suponían modificaciones importantes en las
bases económicas y sociales de sostenimiento y reproducción del poder político. En este
sentido, no es un hecho casual que las reformas de carácter social hayan quedado ausentes
de la acción gubernamental en la mayoría de los países latinoamericanos o, cuando
intentadas, hayan sido deformadas o frustradas por golpes militares o reducidas a una
dimensión de meras medidas coinpensatorias de alcance extremadamente limitado. Sin
embargo, en muchos países se aplicaron reformas tributarias, administrativas y bancarias
favorables al mejor funcionamiento de los mercados capitalistas locales que ampliaron la
capacidad financiera y de intervención del Estado y fortalecieron los sistemas
financieros nacionales.
En la generalidad de los países de la región, con excepción de Brasil, que diversificó
su industria y las exportaciones en la década de los 70, y de México, cada vez más
integrado económicamente con los Estados Unidos, no ocurrió la cadena de efectos
interactivos potenciales que podría generarse a partir del aumento de las corrientes de
comercio externo y de la ampliación del mercado para los productos industriales, Y aun en
el caso de esos dos países, la dinamización de la economía estuvo lejos de representar
un avance real hacia niveles más elevados de homogeneización social y justicia
distributiva, que constituían elementos esenciales de la visión de desarrollo de la
CEPAL, subrayados por Aníbal Pinto (1 976), José Medina Echavarría (1973), Jorge
Graciarena (1976) y Marshall Wolfe (1976), entre otros.
La no realización de reformas agrarias amplias está en la raíz del tipo de
'desviaciones' más graves observadas en la trayectoria de desarrollo de los países
latinoamericanos respecto al patrón propuesto a partir del diagnóstico de los años 50 y
60. En las tesis iniciales, cuando la agricultura aún constituía, con raras excepciones,
el sector dominante de las economías de la región, la reforma agraria debería cumplir
un papel clave: remover el 'obstáculo' impuesto por el carácter tradicional o
precapitalista de las estructuras agrarias, simbolizado en el complejo
latifundio-minifundio, a la incorporación del progreso técnico en la agricultura. Con
ello se estimularía la expansión de la producción y de la productividad agrícolas y,
al mismo tiempo, a través de la redistribución de la tierra, se crearían las
condiciones para la elevación del ingreso e incorporación a los circuitos mercantiles de
la gran masa de la población rural, promoviendo la ampliación del mercado interno y
viabilizando la aceleración del proceso de industrialización. A su vez, el desarrollo de
la industria permitiría reabsorber productivamente los contingentes de trabajadores
excedentes en el campo o desplazados por la modernización de las bases técnicas de la
agricultura.
La evolución ulterior de las economías latinoamericanas puso de manifiesto que el nudo
de la cuestión agraria -y por ende la capacidad de difusión y retroalamentación
dinámica de los efectos del proceso de reforma en los términos arriba resumidos- no
radicaba principalmente en la incorporación del progreso técnico en el medio agrícola,
pero sí en el sistema de relaciones sociales que presidía, en su conjunto, la
organización y desarrollo de la producción, dentro y fuera de la agricultura. Al no
haberse modificado sustantivamente estas relaciones, la 'cuestión agraria', bajo la forma
de repulsión de las poblaciones campesinas se transfirió a las ciudades, en particular a
las grandes metrópolis que sufrieron una expansión desmesurada de los fenómenos de
marginalidad, aumentando además de forma ostensible la pobreza generalizada (Altimir,
1978).
El desarrollo del capitalismo en la agricultura latinoamericana, que se intensifica en los
años 60 y 70 en algunos países -al influjo de la acelerada expansión de los mercados
externos de productos agrícolas, de la difusión internacional de los adelantos
tecnológicos generados por la llamada 'revolución verde' y de la creciente urbanización
de las economías regionales- cambió radicalmente el perfil técnico-productivo y la
estructura empresarial de segmentos importantes del sector agrícola, sin alterar
positivamente el cuadro de concentración fundiaria y de desigualdades sociales
preexistente. Por el contrario, las modificaciones inducidas por este proceso en la
dinámica de ocupación del territorio, en la organización de la producción y en las
relaciones de trabajo crearon nuevos vectores de concentración de la tierra, de la
producción y del capital, dando origen a dos movimientos superpuestos: al mismo tiempo
que se expandió extraordinariamente la productividad y la capacidad productiva agrícola
en algunas regiones y países, aumentó notablemente la concentración del ingreso y de la
riqueza y la exclusión social en el campo (Gomes y Pérez, 1979).
En realidad, la 'revolución agrícola' consumada en aquel período 'desactivó' el
significado económico original de la reforma. La 'modernización conservadora', llevada a
cabo en forma autoritaria en varios países, mostró que la ampliación del mercado
interno, al contrario de lo que estaba implícito en los planteamientos de la CEPAL,
prescindía de la creación, a partir de la agricultura, de un 'mercado de masas'. Ello,
juntamente con el nuevo marco político que se consolida a partir del debilitamiento de
los proyectos de base nacional y popular, condujo a un progresivo reduccionismo y
descaracterización de la reforma agraria que se expresan en su abandono y sustitución,
en casi todos los países de la región, por programas y acciones instrumentales -de
colonización, de desarrollo rural, de administración de tierras y, más recientemente,
de 'desarrollo del mercado de tierras'- que además de limitadas e ineficaces, dejan
intocadas las raíces reales de la crisis social en el campo. En este sentido. no es
casual que el proceso de 'ajuste agrícola' asociado a las políticas de corte neoliberal
aplicadas en los años 80 y 90, que impulsó un nuevo ciclo de modernización excluyente
en cuyo rastro se agudizan los desequilibrios socioeconómicos de la agricultura, haya
reintroducido la cuestión de la tierra en el escenario político de algunos países.6/
Un segundo elemento clave en la frustración del proyecto de integración regional tiene
que ver con el modo como se desarrolló la industrialización en América Latina,
determinado tanto por las características de las elites políticas y sociales de los
países de la región como por la condición de dependencia tecnológica y financiera que
tipifica su inserción en la economía capitalista mundial.
Como lo ilustra recientemente la experiencia exportadora chilena y de forma más
permanente el caso de Brasil -que llevó el proceso de industrialización sustitutiva con
concentración de ingreso mucho más allá de los límites previstos por la CEPAL- este
movimiento de 'industrialización trunca', si bien permitió extender los patrones de
consumo 'modernos' a las capas medias y a algunos segmentos de trabajadores urbanos
organizados, no solucionó el problema de la homogeneización tecnológica ni de la
competitividad de nuestras economías, dado que tampoco resolvió el problema central de
la generación y apropiación endógenas del progreso técnico (Fajnzylber, 1983).
Con la pérdida de dinamismo generalizada a partir de la crisis de la deuda externa, los
problemas estructurales de mal funcionamiento de la economía y de la sociedad
latinoamericana en la década de los 80 no hicieron sino agudizarse, aumentando
dramáticamente la 'restricción externa' a este estilo de desarrollo.
Por el prisma de la integración, el hecho de que la ampliación del mercado interno,
asociada con el propio crecimiento de los años 60 y 70, haya sido liderada por las
empresas multinacionales, involucró superposición, en el espacio económico regional, de
estrategias de expansión, mercado y localización no coincidentes, en su lógica de
competencia privada globalizada, con la lógica de integración y complementación
industrial implícita en los planteamientos de la CEPAL. Eventualmente, por razones de
intereses de la regionalización de las empresas transnacionales, se producen 'espacios de
competencia' que permiten la exportación de manufacturas. (Fajnzylber, 1970 y Fajnzylber
y Tarragó, 1976). Más recientemente, la industria automotriz sufrió un proceso de
reagrupamiento y 'modernización' en las empresas de ensamblaje, que alimentó la
expansión del comercio de manufacturas intrabloque Mercosur. Esto constituye un buen
ejemplo de cómo estas empresas globalizadas reestructuran espacialmente su proceso de
producción y de cómo el aumento del comercio en realidad representa, en su mayor parte,
un aumento de las transacciones intraempresas, con incremento del coeficiente importado,
bajo valor agregado y bajo nivel de empleo por unidad de producto.7/
Por otra parte, para los países de mayor dimensión económica y que más habían
avanzado en el proceso de sustitución de importaciones, los factores determinantes de su
desempeño, dentro del esquema descrito, tenían escasa relación con la integración
regional, con excepción de los esquemas de división regional del trabajo intrafiliales,
que fueron los que más contribuyeron en la etapa reciente al aumento del comercio
intralatinoamericano. En las fases ascendentes del ciclo de expansión, el dinamismo de
las economías nacionales no dependía de la ampliación del mercado regional. Y, en los
ciclos de recesión y estancamiento que se suceden a partir de la década de los años 80,
este mercado tiene escasa capacidad de compensar los impactos negativos de las crisis de
endeudamiento externo y de las sucesivas crisis financieras del Estado. En realidad, los
avances en el intercambio regional en el período 1960-1980, cuando la participación de
las exportaciones intrarregionales subió de 8.8% a 16.4% del total, expresan un
movimiento limitado de integración de segmentos 'de cúpula' de los mercados internos
nacionales, que se volvió típico del desarrollo del proceso de industrialización
regional y no modifica los supuestos estructurales en que el mismo se fundamenta.8/
La evolución ulterior de las economías latinoamericanas no modifica sustancialmente este
cuadro. A partir del final de los años 80 y durante toda la década de los 90 han tenido
mayor énfasis las políticas de apertura comercial y de desreglamentación económica y
financiera de corte neoliberal, impuestas a la región en el rastro de la crisis de la
deuda externa. En el afán de obtener nuevos financiamientos después de casi una década
de escasez de capitales externos, las políticas adoptadas de apertura del mercado de
capitales tendieron a afianzar la articulación subordinada de los países
latinoamericanos con los grandes centros financieros internacionales. Este proceso,
mediado crecientemente en la esfera financiera por la banca transnacional y los capitales
de corto plazo que operan en el mercado globalizado, potencia fuerzas desintegradoras
tanto en términos productivos como espaciales. Por un lado, el mercado regional tiende a
ser cada vez más un área de expansión del comercio y de la finanza privada de las
economías centrales, en particular de la norteamericana, como lo muestra el rápido
crecimiento de las exportaciones de los Estados Unidos a la región y de la entrada de
capitales en los años 90. Por otro lado, tanto por la interrupción o retroceso en la
estructuración de las cadenas productivas como por la discriminación impuesta por la
competitividad, la articulación de la infraestructura espacial y productiva se plasma en
un nuevo esquema de compartimentalización en el cual las 'islas' con ventajas
competitivas tienden a consolidar relaciones privilegiadas entre sí y con el mercado
global en desmedro de la integración interna de los espacios nacionales.9/ Aunque esto pueda eventualmente impulsar
el aumento localizado de corrientes de comercio intrarregional, tiende a limitar los
efectos difusores del intercambio y a desplazar el movimiento de integración económica a
escala regional.
V. Los cambios recientes en el contexto internacional
Para entender la naturaleza de la nueva dependencia externa de la región y sus
reflejos sobre el patrón de inserción de América Latina en la economía mundial, hay
que tener en cuenta las modificaciones acaecidas en el contexto internacional en las dos
últimas décadas. De los muchos cambios ocurridos en este período, dos son
particularmente relevantes para los fines del presente análisis: la llamada
globalización financiera (Chesnais, 1996) y, en interacción con ella, la reafirmación
de la hegemonía económica y política de los Estados Unidos (Tavares, 1985). Ambas son
piezas centrales de un nuevo ordenamiento internacional unipolar -regido por el capital
financiero y por la potencia norteamericana- que viene transformando radicalmente el
funcionamiento de la economía mundial y la jerarquización de las relaciones entre sus
componentes y afecta sobremanera la periferia. (Tavares y Melin, 1997).
El actual proceso de 'globalización financiera' no se confunde con la
transnacionalización de la producción y de la inversión que viene ocurriendo desde hace
más de cien años en el mundo y que se acelera a partir de la postguerra, al influjo de
la competencia, comandada por las empresas norteamericanas, entre las grandes empresas
transnacionales. El desarrollo de este movimiento de transnacionalización generó, en las
últimas décadas, una creciente oligopolización de la producción, imponiendo a las
empresas requisitos cada vez más fuertes en términos de escalas productivas,
flexibilidad operacional, conglomeración y concentración de capital, y subordinando las
grandes decisiones estratégicas de producción, inversión e incorporación de
tecnología a una política global de las empresas transnacionales, incluso de
repartición de mercados regionales, definida por sus matrices. Con ello cambiaron
también las condiciones de competencia en el mercado globalizado, en el cual el acceso y
la supervivencia de las empresas depende crecientemente de su capacidad de operar y
comandar procesos de expansión estratégica.
Ya la globalización financiera es un fenómeno más reciente, derivado de las políticas
monetarias y de liberalización cambiaría y financiera adoptadas por los Estados Unidos a
partir de la ruptura del patrón monetario de Bretton Woods, que abrió paso a la
fluctuación de los tipos de cambio y estimuló la movilidad del capital financiero a
escala mundial. Este proceso fue acelerado por un conjunto de políticas deliberadas de
los Estados Unidos, incluyendo la 'administración' del dólar, transformado en moneda
'virtual' de referencia internacional, que se valoriza o devalúa en función de los
intereses conyunturales y estratégicos norteamericanos. Aplicadas a partir de fines de
los años 70 y comienzos de los 80, estas políticas obligaron al resto del mundo
capitalista a liberalizar los flujos internacionales de capital y financiar las crecientes
deudas, pública y externa, de los Estados Unidos. La integración o globalización de los
mercados financieros y cambiarios de ello resultante indujo la adopción generalizada de
políticas deflacionistas e inhibidoras del crecimiento, al mismo tiempo que se
expandieron extraordinariamente los flujos de capital financiero de corto plazo con
acentuada volatilidad transnacional.
Un primer aspecto relevante del movimiento de globalización financiera es el régimen de
acumulación que se va conformando pari passu con su desarrollo. Desde el punto de
vista de los mercados, este régimen implica que todas las decisiones importantes
relativas a la asignación de la inversión extranjera directa son tomadas por un grupo
restricto de empresas y bancos multinacionales, cuya estrategia ya no es la conquista
definitiva de nuevos mercados nacionales protegidos con un horizonte de rentabilidad de
largo plazo. La estrategia de los grandes bloques de capital es la maximización de las
ganancias patrimoniales y especulativas obtenidas a partir de operaciones en los mercados
financieros y, en particular, los cambiarios, las que pueden determinar modificaciones
bruscas en la inversión directa extranjera.10/ Este proceso va acompañado, en
la periferia, de desplazamientos de la inversión de las empresas transnacionales que
conllevan desnacionalización y privatización de empresas y bancos nacionales.
Un segundo aspecto tiene que ver con su carácter centralizado, al promover una fuerte
concentración de capitales a través de fusiones y asociaciones estratégicas, en tanto
la localización convergente de capitales patrimoniales y financieros tiene como espacio
de operación los grandes centros financieros internacionales, Todo esto supedita el
movimiento de los flujos de capital y la disponibilidad de crédito y de liquidez en
cualquier parte del mundo a una lógica financiera centralizada, que opera a partir de
parámetros de rentabilidad y de distribución de riesgo autodeterminados, configurando lo
que se ha denominado 'dictadura del capital financiero'.
Por último, la creciente liberalización y globalización de las relaciones financieras
internacionales introdujo un componente de alta inestabilidad en la economía mundial,
resultante de la expansión y movilidad irrestricta de los capitales por todos los
mercados financieros del mundo y de las fluctuaciones acentuadas de los mercados de
cambio, que se tornaron altamente especulativos a partir de las violentas oscilaciones del
dólar. La política de valorización de la administración Reagan fue seguida por una
brutal devaluación en la segunda mitad de la década de 1980 y una nueva valorización
(respecto al yen) antes de la crisis asiática, a la que sigue una valorización frente a
las más importantes monedas europeas. La principal consecuencia de este proceso, a partir
de los primeros años del decenio de 1990, fue un aumento del riesgo cambiario, sobre todo
de las monedas sobrevalorizadas respecto al dólar, que se expresa en la impotencia de las
bancas centrales para controlar los ataques especulativos sobre las respectivas monedas
nacionales (Gran Bretaña, Italia y España en 1992, México en 1994, tigres asiáticos en
1997).
Este proceso de liberalización de los mercados de capitales afecta de diversas maneras a
los países periféricos. En términos generales, éstos desempeñan, dentro del nuevo
ordenamiento mundial, un papel de receptores pasivos de capitales y de información
globales difundidos a partir del centro, de absorbedores de capitales especulativos y de
usuarios de tecnologías cuya producción, que no controlan, se concentra en las matrices
de las grandes empresas transnacionales. En función de condiciones macroeconómicas
particulares, pueden servir también como plataformas de exportación de estas empresas o
como circuitos auxiliares de valorización patrimonial y financiera, sobre todo a través
de privatizaciones y aplicaciones en acciones y otros activos financieros. Este ha sido el
caso de algunos países asiáticos -los ' nuevos tigres'- y de algunos latinoamericanos
-sobre todo Chile, México, Argentina y Brasil- que dejaron de ser considerados , países
en desarrollo' y fueron alzados a la categoría de 'mercados emergentes'. En los últimos
diez años, muchos de ellos -de México a Tailandia y Corea, nombrados frecuentemente como
ejemplos de las bondades de la globalización- fueron víctimas de ataques especulativos
contra sus monedas y obligados a realizar devaluaciones incontroladas, seguidas de crisis
bancarias, que interrumpieron su trayectoria de crecimiento y amplificaron dramáticamente
los costos sociales de sus procesos de reestructuración económica.
Todo este proceso de inestabilidad creciente se amplifica a raíz de la orientación de
las políticas emanadas del centro y operadas a través del FMI y otros organismos
financieros multilaterales. Durante gran parte del decenio de 1980, los países
periféricos fueron obligados a practicar políticas destinadas a la generación de
superávit comerciales para pagar el servicio de la deuda externa. Posteriormente, en
particular a partir de 1988-1990, cuando la economía mundial se enfrentaba de nuevo a un
exceso de liquidez, fueron constreñidos a invertir su política cambiaría y aceptar la
absorción forzosa de recursos externos de corto plazo, con altas tasas de arbitraje en
dólares, independientemente de la situación de su balanza de pagos y de su capacidad
real de 'internalizar' el ahorro externo para financiar la inversión. Con ello quedaron
atrapados en una situación de enorme dependencia y vulnerabilidad frente a los
movimientos del capital financiero internacionalizado.
VI . La inestabilidad de la nueva dependencia
Las políticas de 'estabilización y ajuste estructural', calcadas en la apertura
comercial y financiera y en la desreglamentación generalizada de la economía, que se
practicaron en América Latina en los últimos años agravaron la vulnerabilidad externa,
restringiendo notablemente las posibilidades de desarrollo autosostenido de la región.11/
Los desequilibrios de balance de pagos producidos por estas políticas, cuyos impactos se
han amplificado, en muchos casos, por la sobrevalorización de la tasa de cambio que
acompaña a la entrada descontrolada de capitales especulativos, resultan de la propia
lógica del modelo de apertura externa de la economía. Como señala un reciente documento
de la CEPAL "...la liberalización financiera de la cuenta de capital abriéndola a
las inversiones internacionales de cartera está sujeta, en países con mercados de
valores 'emergentes', a riesgos de sobreendeudamiento externo y a los riesgos de excesivas
fluctuaciones bursátiles y cambiarias. Fuertes entradas de capital extranjero a los
mercados internos pueden impulsar simultáneamente 'burbujas bursátiles' y caídas en el
tipo de cambio." (CEPAL, 1995, p. 304). La reproducción de elevados déficit en
cuenta corriente y la falta de control en la entrada y salida de capitales externos tiende
a ampliar constantemente las necesidades de financiamiento externo de corto plazo y el
costo financiero y fiscal de su esterilización. Esto aumenta el grado de exposición de
la economía de la reunión a los riesgos de crisis cambiarias sucesivas, incluso por el
aumento de su vulnerabilidad a 'accidentes' determinados por factores exógenos no
controlables internamente, como la reciente crisis asiática.
Después de la crisis cambiaria de México, el balance de pagos agregado de la región
parecía haber mejorado. Así, los datos más recientes disponibles para la región,
correspondientes al trienio 1994-1996, mostraban un fuerte crecimiento de las
exportaciones que, supuestamente, habría permitido revertir, en los dos últimos años
del período, el déficit comercial global. En verdad eso resultaba de la recuperación de
México que -en función de la devaluación de su moneda y del empeño de sus reservas
petroleras- respondió de cerca de 50% del crecimiento de las exportaciones totales de
América Latina en aquellos años, lo cual se ha reflejado también en el mejoramiento de
la cuenta corriente del balance de pagos. (CEPAL, 1997 a, cuadro C 14). Pero la situación
global de la región está también fuertemente afectada por la evolución, de signo
contrario, de la economía brasileña, cuyo déficit de transacciones corrientes subió de
1.7 mil millones de dólares en 1994 a 24.3 mil millones en 1996, elevándose aún más en
1997, cuando alcanzó 33.4 mil millones de dólares (Banco Central de Brasil, 1998a y
1998b). Con el empeoramiento del balance de pagos de Argentina y Chile después de la
crisis asiática, la situación global de América Latina se acerca nuevamente a
desequilibrios de gran magnitud, sin precedentes desde la crisis de los años 30.
Con los déficit crecientes en las transacciones corrientes tiende a agudizarse también
el crónico problema del endeudamiento externo. Las dificultades estructurales para la
recomposición del equilibrio del balance de pagos resultan tanto del fuerte aumento del
coeficiente de importaciones de la economía como del hecho de que el propio esquema de
financiamiento realimenta el déficit en la cuenta de servicios en función del aumento
tanto de las remesas de utilidades como de los pagos relativos a intereses que, en un
círculo vicioso, refuerzan la tendencia a un endeudamiento creciente. Entre 1990 y 1996,
la deuda externa total desembolsada de América Latina aumentó en 164 180 millones de
dólares, alcanzando, al final del período, un monto de 607 230 millones de dólares.
Ello equivale a un crecimiento anual acumulativo de 4.6%, casi el doble del crecimiento
del PIB en el mismo período, que fue de 2.7% (CEPAL, 1997 a, cuadro 20). De todas las
economías más importantes de la región, solamente Venezuela ha presentado saldos
positivos en cuenta corriente y mantenido estable su nivel de endeudamiento. Esto se debe
no sólo a su condición de exportadora de petróleo sino a la prolongada crisis bancaria
que la ha sacado temporalmente de los circuitos de los capitales internacionalizados.
Este cuadro de endeudamiento generalizado se complica además por el crecimiento, en
varios países, de los pasivos de corto plazo, relativos al financiamiento de actividades
del sector privado, o derivados de emisiones de títulos de la deuda pública con
cláusula de corrección en dólares, utilizados en la administración de las políticas
monetaria y cambiaría. Por otro lado, la inversión directa -a través de la cual, en
teoría, se elevaría la competitividad de las exportaciones y se restablecería, en un
nivel más elevado y dinámico, el equilibrio del balance comercial- representa una
fracción menor de los recursos ingresados a la región, conformados básicamente por
inversiones en cartera, por lo general de corto plazo y alta volatilidad. Es más
significativo, no obstante, el hecho de que el componente de inversión directa sólo
parcialmente ha contribuido a la expansión de la capacidad productiva, dado que, en su
mayor parte, se ha centrado en la adquisición de activos preexistentes, vía los
programas de privatización de empresas estatales o a través de fusiones y de compras de
empresas privadas de capital nacional.
Este modelo de fuerte dependencia de recursos externos y de inestabilidad
-características que definen en la actualidad el nudo de la cuestión de la 'restricción
externa' tantas veces subrayada en los análisis de la CEPAI,- proyecta su influencia
también sobre el sector público, agudizando desequilibrios financieros en sus diversas
instancias de organización. En algunos países, el mantenimiento de tasas de interés
relativamente elevadas -como contrapartida necesaria para atraer recursos del exterior y
elevar las reservas en divisas- ha provocado un rápido aumento de la deuda pública
interna y de sus costos de reciclaje, transformando los gastos con el pago de intereses en
el principal vector del déficit público.
Las aplicaciones de estos desequilibrios no se limitan al impacto directo de las tasas de
interés sobre las finanzas públicas y privadas. Igualmente relevante es la velocidad de
endeudamiento, que contribuye a realimentar las tensiones en el frente externo. La
permanencia durante períodos relativamente largos de tasas de interés muy superiores a
la tasa de crecimiento del PIB aumenta también el coeficiente de riesgo del país,
tendiendo, en el límite, a tornar insostenible la situación de la deuda pública no
financiable voluntariamente por los sistemas financieros privados nacional e
internacional. En consecuencia, la vieja cuestión de la capacidad financiera del Estado
-ya degradada durante el decenio de 1980 a pesar de las varias reformas tributarias ad
hoc que aumentaron la carga tributaria bruta- volvió a agudizarse una vez más, ahora
por problemas ligados al financiamiento externo.
En casi todos los países el deterioro de las cuentas externas ha venido imponiendo
severas restricciones a la expansión de la economía, cuyo ritmo de crecimiento, con
pocas excepciones, ha tendido a mantenerse en niveles relativamente bajos y a seguir una
trayectoria bastante irregular, en función de las medidas contraccionistas encaminadas a
evitar el aumento de presiones sobre el balance comercial derivadas de la aceleración del
crecimiento económico o a prevenir eventuales choques externos, que puedan 'amenazar' los
esquemas de estabilización adoptados.
Los efectos de este nuevo tipo de 'insuficiencia dinámica' han sido amplificados por la
reestructuración regresiva del sistema productivo inducida por la apertura comercial, con
la desarticulación de la producción en diversos segmentos industriales y agrícolas y la
aceleración del proceso de reorganización tecnológica y administrativa de las empresas.
Ambos procesos han tendido a reducir la capacidad de generación de empleos de la
economía, principalmente de empleos de buena calidad, frente a las necesidades derivadas
del crecimiento de la fuerza de trabajo. En consecuencia, las tasas de desempleo
aumentaron significativamente y alcanzaron niveles muy elevados en diversos países, como
Argentina, Colombia, Venezuela y Uruguay, para mencionar sólo algunos ejemplos./12 Paralelamente, aumentó notablemente la
'informalidad laboral', con la evidente degradación, en la generalidad de los casos, de
las condiciones de remuneración, trabajo y seguridad social de la población involucrada,
a la vez que tendió a disminuir tanto el número de trabajadores asalariados como el
empleo en los sectores productivos, especialmente en la industria. Con ello vuelve a
replantearse con renovado vigor la cuestión del empleo y de la absorción de la 'fuerza
de trabajo excedente', uno de los puntos centrales del diagnóstico de los decenios de
1950 y 1960, ahora complicada por el sesgo desempleador del ajuste neoliberal.
VII. Tendencias de la nueva integración económica
Este cuadro conformado por la desestructuración en curso en la región y por las
características de inestabilidad del contexto internacional perfiladas en la sección anterior,
plantea una cuestión central: ¿,es posible, en el actual esquema de nueva dependencia y
vulnerabilidad, una mejor inserción internacional de América Latina? Los esfuerzos
prácticos realizados por pocos países de control directo sobre la entrada de capitales
especulativos han sido superados por el desarrollo de nuevas formas de globalización de
los mercados financieros sin registo bancario. Los intentos de diversificación de
las exportaciones hacia afuera de América del Sur tampoco han logrado gran éxito, dada
la secuencia de las 'devaluaciones competitivas' ocurridas en el mundo en la década de
los 90, después de las crisis cambiarias europeas (1992), mexicana (1994) y, más
recientemente, asiática (1997).
En este contexto, no es de extrañar que en vez de avanzar en el proceso de integración
latinoamericana en los moldes originalmente planteados por la CEPAL, la pauta de
integración oscile entre restringirse al espacio limitado de bloques subregionales del
tipo Mercosur o se amplíe de forma desmesurada hacia la integración hemisférica, en el
marco de la iniciativa de constitución del ALCA.
La propia CEPAL se ha adaptado al cambio de las circunstancias. Como lo señala Di
Filippo, refiriéndose a documentos recientes de la Comisión, la visión de la CEPAL se
ha modificado contemporáneamente en dos sentidos. "En primer lugar, la integración
económica ya no se está verificando en un proceso de industrialización sustitutiva de
importaciones; lo que pretende hoy es ser compatible con una amplia apertura a la
economía mundial y contribuir a ella. En segundo lugar, el comercio intraindustrial ya no
se promueve mediante acuerdos sectoriales de complementación económica con fuerte
intervención de burocracias gubernamentales en el reparto de las tareas productivas entre
países, sino a través del papel cada vez más protagónico de la empresa privada".13/
Los acuerdos subregionales de libre comercio son más bien acuerdos de protección de
inversiones sobre todo en el marco de la división espacial del trabajo intraempresas
transnacionales en ciertos sectores en los cuales ha aumentado muy fuertemente la
competencia internacional, como por ejemplo, el automotriz, el químico y el textil. En
este sentido, lo que se verifica en el ámbito del Mercosur no es un 'desvío de comercio'
pero sí un desvío de inversión que involucra estrategias empresariales y la capacidad
de que un mercado más amplio transforme ex ante la eficiencia distributivo
microeconómica (Bouzas y Lustig, 1992). Desde el punto de vista macroeconómico, sin
embargo, no se han dado los tan deseados equilibrios ni se ha logrado una elevación
sustancial de la tasa de inversión neta.
El ALCA, por su parte, es un instrumento de profundización acelerada del esquema de
apertura y desreglamentación, con las consecuencias económicas y sociales ya conocidas
de las políticas de liberalización reciente, que significan destrucción de capacidad
productiva y de empleo, concentración del ingreso y de la riqueza y un agravamiento de la
asimetría en el poder político y económico de nuestros países frente a los Estados
Unidos. Para las principales economías del Cono Sur, las desventajas del esquema
hemisférico son manifiestas, incluso en la preservación de su carácter de global
traders o de un camino integración paulatina, a partir de la consolidación de los
bloques subregionales, a escala regional latinoamericana.
Los argumentos de los analistas que oponen reservas al ALCA son de distinta naturaleza,
pero los más importantes pueden ser resumidos en las siguientes consideraciones. Varios
países de América del Sur -aun los más importantes como Argentina, Brasil y Chile
tienen una estructura industrial y agrícola no complementaria a la de los Estados Unidos
y con un nivel de integración productiva, desarrollo tecnológico y escalas de
producción mucho menores, lo que coloca a nuestras economías en una clara posición de
inferioridad para competir con la industria y la agricultura norteamericanas. Una
liberalización del comercio hemisférico, antes de llegar todavía a la eliminación
total de tarifas arancelarias y otras barreras no tarifarias, tendría un impacto
altamente destructivo sobre un gran número de empresas y actividades. Ni siquiera las
empresas más grandes que pudieron ajustarse a la mayor competencia de las importaciones
resultante de la actual política de liberalización, incluso las que operan en el ámbito
del Mercosur, soportarían una nueva reducción de tarifas, dado el bajo nivel de
protección interna y externa de la industria y de la agricultura prevaleciente en la
región. En el propio Mercosur, donde el arancel externo común no es muy alto, el proceso
de apertura completa a las exportaciones norteamericanas no dejaría sobrevivir,
probablemente, más que algunas filiales de empresas transnacionales ya instaladas con
plantas de mayor escala y obvias ventajas de emplazamiento, después de fuertes
desviaciones de los flujos de comercio e inversión desfavorables a la región y a su
inserción en la economía mundial.
El ALCA, a lo mejor, puede ser ventajoso para algunas economías de menor tamaño
especializadas en la producción de materias primas tropicales, para las cuales sería
hasta posible obtener algunas concesiones (de parte de los Estados Unidos), dado su escaso
impacto sobre el mercado norteamericano. Pero en términos políticos y económicos,
significaría probablemente una recolonización de estos espacios periféricos menores.
Para los países más grandes, y en particular para el futuro del Mercosur, es evidente
que el ALCA, con las propuestas hechas por los Estados Unidos, no significa ninguna
ventaja.14/ Impediría, además,
cualquier avance posible para una integración latinoamericana más amplia del tipo de la
propuesta por la CEPAL tanto en su versión originaria de 1959 como, incluso, en la más
reciente de 1994. Un proceso de integración regional con perspectivas de largo plazo
implicaría respetar las asimetrías entre los distintos países de la región,
llevándola a un avance progresivo en dirección no solamente de una elevación de la
competitividad sino también del mejoramiento sustantivo de las condiciones de vida de la
población. Ello supondría adoptar nuevos esquemas de regulación económica y social y
de coordinación de políticas públicas en busca de consensos políticos negociados con
determinación y amplitud de horizontes.
Las reuniones preparatorias del ALCA han puesto ,gran énfasis en la apertura de los
servicios de infraestructura, de la banca pública y privada, de la seguridad social, de
las comunicaciones electrónicas, de la propiedad intelectual y, last but not least, de
las compras gubernamentales. Pero con respecto a la liberalización de las corrientes
migratorias y al acceso a la información tecnológica privilegiada no se propone ningún
acuerdo para disminuir las restricciones norteamericanas. Estos procedimientos contrastan
con la experiencia del Mercado Común Europeo, tanto por la asimetría en las propuestas y
en los poderes de negociación como por la excesiva velocidad de implantación del
acuerdo.
Todos estos acuerdos sectoriales y temáticos con los cuales se pretende acelerar, en la
práctica, la implantación del ALCA, procederían por negociaciones rápidas, a través
de comités intergubernamentales, al margen de los respectivos congresos nacionales, antes
que se aprobara el fast track en el Congreso de los Estados Unidos, y a más tardar
antes de 2005.
El papel de nuestros Estados nacionales en el proyecto de integración hemisférica del
ALCA es no solamente dudoso sino, a nuestro juicio, significaría una pérdida creciente
de soberanía y legitimidad. En materia de legitimidad, es conocida la base social que
sostuvo la industrialización en la posguerra, con el llamado modelo de 'Estado
desarrollista': las cúpulas de la sociedad civil y militar, las capas medias y parte de
los trabajadores organizados que consiguieron hacer valer sus derechos. ¿Cuál sería la
base político-social que sostuviera un proceso de liberalización global y de
integración subordinada a los Estados Unidos? Aparentemente, salvo para la red de
tecnopolios que articula los intereses de una pequeña cúpula de rentistas
transnacionalizados, sería difícil encontrar sectores sociales que dieran respaldo y
legitimidad a la continuación y ampliación continental del neoliberalismo. 15/
Frente a las nuevas formas de dependencia económica y política propuestas a nuestros
países bajo la égida de la filosofía del ALCA, sólo parece quedarles una
alternativa, la resistencia, ya sea bajo la forma nacional o regional. Que la resistencia
sea pasiva o activa, con mayor contenido popular o con mayor participación de las elites
nacionales empresariales e intelectuales, sobrantes en la región, no es un asunto
que se pueda resolver en el papel.
Lamentablemente, la mayoría de los países de América Latina no ha logrado hasta ahora
hacer valer sus intereses nacionales y regionales, ni tampoco los gobiernos de la región
han intentado adoptar seriamente, en el plano nacional, el último modelo de desarrollo
propuesto en la CEPAL en 1990: el de transformación productiva con equidad. Así la
década y el siglo XX están terminando, aún para los países mejor situados de la
región, con una terrible y generalizada inequidad e incertidumbre respecto al futuro.
Para los pocos que han sido capaces de realizar alguna transformación productiva de
relieve, las políticas públicas han sido parcas en resultados, cuando no regresivas en
términos de segregación social. 0 sea, no parece ser posible emprender políticas
sociales compensatorias capaces de contrarrestar los efectos de políticas económicas
neoliberales que suponen entregar al mercado la instancia decisoria sobre prioridades para
la aplicación de recursos financieros escasos e inestables.
El pragmatismo del Poder y del Dinero ha oscurecido las esperanzas de tantos que lucharon
durante años por la transición democrática como instrumento de negociación nacional de
los intereses de nuestros pueblos. La sumisión de la mayoría de nuestros gobiernos
(quizás por no haberse completado aún la democracia en muchos países o por no haberse
profundizado lo suficiente en otros) ha mermado la capacidad de ampliación de una alianza
verdadera entre los países de América Latina. A pesar de todo, esperamos que la
dignidad, la democracia y la solidaridad no sean consignas vanas, por lo menos para los
intelectuales progresistas herederos de los grandes maestros de la CEPAL. (Traducción
del portugués)
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Notas:
1/ En realidad, el efecto-ingreso generado por este tipo de
industrialización y el aumento de la demanda derivada de materias primas y otros insumos
como secuela de la expansión de la producción interna reproducen continuamente las
necesidades de importación y, en etapas más avanzadas, toman más rígida la pauta de
importaciones y cada vez más costoso el proceso de sustitución, con lo que el
estrangulamiento externo tiende a ser dinámicamente repuesto en la medida en que se
desarrolla la industrialización sustitutiva(CEPAL, 1964).
2/ Para un análisis de las características y
dinámica de este ciclo de industrialización véase Tavares (1981).
3/ Para Brasil, el país más grande y más
industrializado y el que más tardó en adoptar las políticas neoliberales, los
resultados fueron aún peores en términos de declinación relativa de las exportaciones y
crecimiento explosivo de las importaciones de manufacturas.
4/ Los datos sobre el comercio exterior
de América Latina mencionados en éste y en los párrafos anteriores fueron extraídos de
publicaciones recientes de la CEPAL. Véase CEPAL (1997a y 1996).
5/ Nótese que durante los años 80 y
hasta 1990 el saldo de las transacciones comerciales con los Estados Unidos era claramente
favorable a América Latina, situación que se invierte, por la razón señalada, en el
período 1991-1994. Véase al respecto Coutinho (1998).
6/ Es interesante observar que la cuestión
agraria y, de manera más general, la cuestión social --cuyas políticas universales
correspondientes también han sido abandonadas- solamente dejan de ser percibidas como
'obstáculos' al crecimiento del mercado interno con la redemocratización política de
los años 80. A partir de este proceso, pasan a ser vistas por los actores progresistas,
incluidas las iglesias de América Latina. como reivindicaciones de democratización de la
sociedad, de justicia social y de ciudadanía.
7/ Sobre estos y otros aspectos de la
participación de las empresas transnacionales en el comercio exterior latinoamericano,
véase CEPAL (1997b).
8/ Como se preveía en el capítulo final de
"Perspectivas" en CEPAL (1964).
9/ En el caso de Brasil, por ejemplo, los programas
de inversión en la presente década, especialmente a partir de 1995, tienen como eje
central la articulación externa, es decir, la creación de externalidades y de
condiciones de acceso para conectar las 'islas' de competitividad con el mercado exterior.
Ello representa una ruptura de la lógica que presidió el desarrollo de los sistemas de
infraestructura, orientados desde la postguerra a la articulación del mercado interno y
posteriormente a la 'interiorización' del espacio económico nacional. Véase al respecto
la ponencia de Bacelar (1996)
10/ Véanse las modificaciones bruscas en el
ranking del país que ocupa el segundo lugar en inversión extranjera directa a escala
mundial, que varía entre México, Corea, China y Brasil en menos de una década
(1990-1998). El primero sigue siendo los Estados Unidos, desde la década de 1980.
11/ Para un análisis comparativo de las
características e implicaciones de las políticas de estabilización y ajuste en Brasil,
Chile, Argentina y México véase Tavares (1993). Una visión más reciente del caso
brasileño se encuentra en Tavares (1997).
12/ En algunos países, los índices oficiales de
desempleo no reflejan la magnitud real de este fenómeno. Este es el caso, por ejemplo, de
Brasil, en donde la tasa actual de desempleo abierto (calculada por el Instituto
Brasileiro de Geografía y Estatística-IBGE), del orden de 6%, es obtenida a partir de
encuestas, en seis de las principales regiones metropolitana,-, del país, que consideran
como ocupadas personas que, en la semana de referencia, hayan desempeñado cualquier tipo
de actividad eventual aunque sea de muy reducida duración. En contraposición, las
encuestas de base mensual realizadas también en algunas áreas metropolitanas por el
Departamento Intersindical de Estatísticas e Estudos Sócio-Económicos (DIEESE),
un organismo técnico de las entidades sindicales brasileñas que utiliza una metodología
menos restrictiva, arrojan cifras 50% más altas para el desempleo abierto y cerca de 2.5
veces superiores para el desempleo total (incluyendo el desempleo oculto).
13/ Véase Di Filippo (1995), p. 135. Los
documentos de la CEPAL a los cuales se refiere el comentario del autor son "El
regionalismo abierto en América Latina y el Caribe", Santiago de Chile, 1994, y
"América Latina y el Caribe: políticas para mejorar la inserción en la economía
mundial", Santiago de Chile, 1995.
14 / En el caso de Brasil, por ejemplo, la
consolidación de un mercado subregional en América del Sur sería tanto o más
importante que el mercado de nivel hemisférico para la expansión de las exportaciones
brasileñas de productos manufacturados (Baumann, 1997).
15/ La expresión tecnopolio fue
utilizada por John Williamson (1992) para designar una red de tecnócratas cosmopolitas
con presencia política junto a las altas esferas del poder local y transnacional, casi
siempre economistas provenientes de las mismas escuelas norteamericanas, que debían
aplicar las políticas económicas consensuales en las instituciones multilaterales de
Washington.
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