REVISTA
DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998
El área de libre comercio de las Américas
Víctor Bulmer-Thomas, Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad de
Londres
Durante todo el siglo XX, Estados Unidos ha sido el mercado principal de
las exportaciones de América Latina y la fuente principal de sus importaciones.1/ Incluso antes de la primera guerra
mundial Estados Unidos había reemplazado al Reino Unido como el socio comercial más
importante de la región (Bulmer-Thomas, 1995, cuadros 3.6 y 3.7), y el dominio
estadounidense nunca ha vuelto a ponerse en tela de juicio. A mediados de los años
noventa, la participación estadounidense en las exportaciones de América Latina
sobrepasaba el 45%, mientras que su participación en las importaciones superaba el 40%.
Aunque la cuota de mercado que representa Estados Unidos tiende a variar inversamente con
la distancia (máxima en la cuenca del Caribe y mínima en el Cono Sur), su posición
dominante en el plano regional es incuestionable.
El reemplazo del Reino Unido por Estados Unidos como la fuente principal de afluencia de
capitales a la región no ocurrió hasta los años veinte, pero, una vez ocurrido, el
dominio de Estados Unidos fue incluso mayor que en el caso de las corrientes comerciales.
En la mayoría de los países de la región Estados Unidos ha representado constantemente
más de 50% de la afluencia de capital extranjero en los últimos ochenta años. De ahí
que la masa de capital de propiedad estadounidense (tanto de cartera como directo) supere
con creces el valor de la que poseen otros países exportadores de capital. Aun cuando los
países de la Unión Europea se consideren en conjunto, apenas varía la situación. Por
ejemplo, en el primer lustro de los años noventa Estados Unidos representó 70.7% de la
afluencia de inversión extranjera directa a América Latina en comparación con el aporte
de 23.9% de toda la Unión Europea (IRELA, 1997, p. 94, cuadro 16).
Tal vez no haya por qué extrañarse de que América Latina sea tan dependiente de las
importaciones estadounidenses, pese a haber variado su composición durante el siglo XX;
dado que es la economía más adelantada del mundo, Estados Unidos ha estado bien situado
para responder a la necesidad latinoamericana de nuevos bienes de capital, en tanto que
las multinacionales estadounidenses que operan en la región han apuntalado la demanda de
productos intermedios. Más impresionante es la forma en que la posición dominante de
Estados Unidos en los flujos comerciales de América Latina ha sobrevivido a los cambios
de composición de las exportaciones de la región. Al desplazarse la estructura desde los
productos primarios hacia los bienes manufacturados y los servicios (incluido el turismo),
Estados Unidos ha sido el destino principal de las exportaciones nuevas y tradicionales,
Esto contrasta con la Unión Europea, donde las importaciones provenientes de América
Latina siguen dominadas por los productos primarios y donde han logrado escaso éxito las
exportaciones no tradicionales.
Desde el punto de vista de Estados Unidos, la relación comercio e inversión ha sido
mucho más insignificante. América Latina representa una pequeña parte de las
exportaciones e importaciones estadounidenses, 2/ y esto sólo se ha modificado en
condiciones excepcionales como las de la segunda guerra mundial. La participación
estadounidense en el comercio mundial es casi el triple de la de América Latina, de modo
que incluso si Estados Unidos absorbiera el 100% del comercio regional, éste todavía
representaría sólo 35% de las exportaciones e importaciones estadounidenses. La
afluencia de capitales estadounidenses a otras regiones del mundo es mucho más
importante, siendo su destino principal los países desarrollados. Incluso entre los
llamados mercados emergentes, la afluencia de capitales estadounidenses a China supera con
creces los destinados a cualquier país latinoamericano. Sin embargo, América Latina no
es un mercado despreciable para el comercio y la inversión estadounidenses, mientras que
la geografía y la geopolítica se combinan para otorgar a la región una importancia que
no se explica exclusivamente por razones económicas.
Durante casi todo este largo período de dominio económico estadounidense del comercio y
la inversión extranjera en América Latina, la integración regional no ha figurado en la
agenda. Estados Unidos no necesitaba suscribir acuerdos de comercio preferencial para
conquistar los mercados latinoamericanos y las exportaciones de la región no estaban
excluidas de Estados Unidos por la falta de preferencias arancelarias.3/ Los amagos de concertar dicho tipo de
acuerdos como los tratados de comercio bilateral reivindicados por el Secretario de Estado
estadounidense Cordell Hull en los años treinta fueron la excepci . ón más bien que la
recela. Si bien los países latinoamericanos adoptaron sus e propios acuerdos de comercio
preferencial en los años sesenta, éstos no mellaron la posición dominante de Estados
Unidos, que jamás dejó de adherir a los principios del libre comercio mundial suscritos
en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Además, América
Latina no tenía interés en promover la integración económica con Estados Unidos porque
su base industrial no era competitiva. 4/
A primera vista, por lo tanto, resulta sorprendente que los gobiernos estadounidenses de
los años noventa, comenzando con el del Presidente Bush (1989-1993), hayan venido
impulsando un programa de integración hemisférica. Si Estados Unidos pudo mantener su
dominio económico en América Latina durante todo el largo período del nacionalismo
económico con altos niveles de protección, ¿por qué favorecer acuerdos de comercio
preferencial ahora que los mercados de la región son mucho menos restringidos y la
globalización promete liberalizarlos aún más? Asimismo, porqué muchos países
latinoamericanos ya no temen las consecuencias de la integración económica con Estados
Unidos y, al revés, se han vuelto ardientes partidarios de un Area de Libre Comercio de
las Américas (ALCA)? El presente artículo explora estas interrogantes.
I. La metodología
Los sistemas de integración regional han proliferado últimamente. La Organización
Mundial del Comercio (OMC) sucesora del GATT, ha tomado nota del gran número de acuerdos
suscritos en los últimos diez años y ha restringido la definición de lo que debe
contener un régimen de integración para que sea compatible con las normas de la OMC. Sin
embargo, esa compatibilidad no significa necesariamente que un sistema de integración
pueda considerarse bueno.
Los criterios para estimar el éxito o el fracaso son muy importantes en la evaluación de
las políticas económicas. Un programa de estabilización se juzga por su capacidad de
reducir permanentemente la tasa de inflación; al respecto, el Plan Austral de Argentina
en 1985, por ejemplo, un fracaso mientras que el Plan Cavallo, iniciado en 1991, se
consideró un éxito. La liberalización del comercio se aprecia por su eficacia en
trasladar los recursos hacia el sector de bienes comerciables y en incrementar la tasa de
crecimiento de las exportaciones; por lo tanto, Chile (después de 1983) se considera un
buen ejemplo de liberalización del comercio y México (antes de 1995) como un mal
ejemplo.
Para evaluar el éxito o fracaso de un acuerdo de 1993, se refirió a la nueva apertura
que significaba comercio preferencial, los economistas han aplicado tradicionalmente el
criterio de creación de comercio neto, en el supuesto de que el bienestar mejorará si la
creación es mayor que la desviación del comercio. La creación de comercio se define
como el reemplazo de la producción interna de alto costo por importaciones más baratas
provenientes de un socio y la desviación del comercio como el reemplazo de las
importaciones provenientes de terceros países por importaciones más caras provenientes
de otros miembros del acuerdo de comercio preferencial.5/ Cada vez que se propone un sistema de
integración, los economistas preparan simulaciones para medir la creación y la
desviación de comercio y los resultados se divulgan ampliamente. El ejercicio puede
realizarse tanto ex post como ex ante para verificar si los resultados
corresponden a la simulación.
Este criterio aparentemente simple para medir el éxito está erizado de problemas.
Primero, la creación de comercio neto calculada por los economistas siempre resulta ser
muy pequeña --del orden de 1 % del PIB o incluso menos. Además, este es un
efecto estático (es decir, único). Incluso cuando la creación de comercio neto es
positiva, el crecimiento económico anual lo supera ampliamente y cuesta creer que los
países suscriban acuerdos de comercio preferencial para conseguir resultados tan magros.6/
Además, los políticos y muchos grupos de intereses interpretan la creación y la
desviación del comercio al revés de los economistas. Como la primera conduce al cierre
-de empresas ineficientes, muchos la consideran una pérdida y no una ganancia. Ross
Perot, por ejemplo, al referirse al "chupón gigante"(giant sucking sound)
estaba hablando del reemplazo de producción nacional de alto costo por importaciones más
baratas provenientes de un socio comercial, es decir, se refería a la creación de
comercio; así, la oposición de Perot a la creación del Tratado de Libre Comercio (TLC)
se fundaba en la posibilidad de creación de comercio en Estados Unidos. Asimismo, cuando
el Presidente Clinton pidió la aprobación al Congreso para el TLC en 1993, se refirió a
la nueva apertura que significaba para las exportaciones estadounidenses como resultado de
las preferencias arancelarias que recibiría Estados Unidos con respecto a otros países.
Esto, naturalmente, visto desde el punto de vista de México, es desviación del comercio.
Por último, el acuerdo de comercio preferencial considerado a menudo como el "más
exitoso" del mundo (la Unión Europea) está plagado de casos de desviación
comercial. El más notorio es la política agrícola común, la piedra angular de la
alianza franco-germana con posterioridad al Tratado de Roma de 1957, pe hay muchos otros.
De hecho, las frecuentes disput comerciales con Estados Unidos y Japón sobre el a ceso al
mercado europeo sugieren que la desviación d comercio puede haber sido un factor de peso
en e surgimiento de la Unión Europea como el acuerdo d comercio preferencial más
importante del mundo.
Hasta una estadística sencilla, como el coeficiente entre las importaciones
intrarregionales y las importaciones totales, plantea un sinnúmero de problemas. Suele
suponerse que un aumento del coeficiente denota éxito y una caída (o ninguna variación)
fracaso; como en la Unión Europea este coeficiente se ha duplicado a casi 70% en los 40
últimos años, ésta sería una interpretación lógica. No obstante, el alza del
coeficiente podría deberse tanto a la creación como a la desviación del comercio. Si se
debe a la desviación, los economistas ortodoxos sostendrían que el bienestar ha decaído
mientras que los políticos y muchos grupos de interés la acogerían como una señal de
las posibilidades que se abren a las exportaciones intrarregionales por efecto de la
discriminación arancelaria contra terceros países. Ocurriría exactamente lo contrario
si esto se debiera a la creación de comercio. Puesto que el aumento del coeficiente se
debe casi siempre a una combinación de ambas cosas, no puede utilizarse para medir el
éxito o el fracaso.
Es deplorable que no existan criterios inequívocos para evaluar los acuerdos de comercio
preferencial. Es difícil sostener un debate serio sobre una política si no hay consenso
sobre lo que constituye un buen resultado. Por esta razón tanto los economistas como los
no economistas se escudan en conceptos amorfos corno "ganancias dinámicas",
"poder de negociación" y "soberanía mancomunadas". No hay nada de
malo con estas ideas, pero es casi imposible medirlas y los acuerdos de comercio
preferencial no son necesariamente la mejor manera de obtener las supuestas ventajas.
Gran parte de la confusión obedece a las hipótesis en que descansa la teoría de la
integración económica para probar que la creación de comercio neto mejora el bienestar.
La creación de comercio provoca el cierre de fábricas y la pérdida de puestos de
trabajo, pero la teoría supone el pleno empleo de modo que los factores de producción se
reabsorberían en otra parte. Así, según la teoría, la sociedad queda con una ganancia
que se traduce en precios más bajos a un costo social nulo ya que la desocupación no
aumenta. Asimismo, la desviación del comercio representa un costo para la sociedad porque
ha aumentado el precio en divisas de las importaciones, mientras que la producción
adicional en el país socio no agrega nada al bienestar, ya que el pleno empleo significa
que este incremento se tiene que equiparar con la caída de la producción en alguna otra
parte de la economía.
El pleno empleo de todos los factores de producción es una hipótesis muy extrema. Si los
factores de producción que la creación de comercio deja excedentarios no encuentran
empleo en otra parte, la sociedad de hecho afronta un costo, que debe compararse con el
aumento del excedente del consumidor por efecto de la caída de los precios. Asimismo, si
los recursos que la desviación del comercio atrae a la producción en un país socio
estaban previamente desempleados, hay una ganancia para la sociedad que debe cotejarse con
el costo de un alza de precios.
Los estudios empíricos más sofisticados procuran medir las ganancias y pérdidas
vinculadas obviando estos reparos que merece la teoría convencional, pero esos estudios
son muy difíciles de realizar y están obligados a formular otras hipótesis también
polémicas. Por lo tanto, he llegado a la conclusión, tras meditar sobre este problema
por casi treinta años, que está viciado el enfoque metodológico utilizado por los
economistas. Propongo, en cambio, un método más sencillo que pueden entender tanto los
economistas corno los que no lo son.
Con la posible excepción de la Unión Europea, comprometido por el Tratado de Roma a una
"unión cada vez más estrecha", todos los acuerdos de comercio preferencial son
simplemente medios para alcanzar un fin. Por lo tanto, es imposible estimar el éxito de
un acuerdo mientras no se sepa cuál es el objetivo que persiguen sus firmantes. Si la
reasignación de recursos que implica el acuerdo es consistente con el objetivo, se puede
considerar un éxito. De lo contrario, es un fracaso.
Este enfoque contribuye en gran medida a entender los sistemas de integración en las
Américas. Considérense, por ejemplo, los regímenes establecidos entre los países
latinoamericanos en los años sesenta (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio
(ALALC), Mercado Común Centroamericano (MCCA), Asociación de Libre Comercio del Caribe
(CARIFTA) y el Pacto Andino). Todos compartían al menos un objetivo - la
industrialización- y los acuerdos de comercio preferencial fueron considerados como un
instrumento para alcanzar esa meta. El hecho de que casi todas las simulaciones sugerían
que los sistemas llevarían a la desviación del comercio neto fue considerado
--correctamente a mi juicio- irrelevante por las autoridades.
De estos sistemas el más exitoso fue el Mercado Común Centroamericano; las reducciones
arancelarias sobre los bienes manufacturados provocaron la desviación del comercio y el
surgimiento de la industria moderna en Centroamérica. Los resultados de la ALALC fueron
mucho más modestos porque no se logró lo esperado con los cambios arancelarios mientras
la reasignación de recursos entre los países miembros tenía poco que ver con la
integración regional. Los países miembros siguieron industrializándose, pero no por
influencia de la ALALC. Este fenómeno fue más notorio todavía en el caso de la CARIFTA
(predecesora de la CARICOM), y del Pacto Andino, en que por falta de corrientes
comerciales entre los países miembros antes de la unión los aranceles preferenciales
casi no repercutieron sobre el crecimiento industrial.
Desde los años ochenta se ha considerado que todos estos sistemas han fracasados 7/ Sin embargo, a mediados de los años
ochenta la industrialización había dejado de ser el objetivo del desarrollo económico.
La meta era ahora el crecimiento orientado a la exportación basado en la venta de
productos no tradicionales a los mercados extrarregionales en rápido crecimiento. Los
sistemas originales eran absolutarnente inadecuados en estas nuevas circunstancias. La
integración regional cayó en desgracia para resurgir en los años noventa con un norte
diferente.
El hecho de que estos nuevos sistemas -incluído el ALCA- puedan prosperar depende de
muchos factores. Primero, los países miembros tienen que ponerse de acuerdo sobre el o
los objetivos; como lo ha demostrado la experiencia de la Unión Europea, esto no es algo
sencillo. Segundo, los sistemas tienen que estructurarse de manera que sean consistentes
con el o los objetivos; aunque la unificación de algunas políticas es esencial, la
armonización de otras puede ser contraproducente. Tercero, las políticas acordadas
tienen que cumplirse y hay que crear mecanismos para vigilar su cumplimiento.
Estas son las ideas que se utilizarán para comprender el proceso de integración en las
Américas. Esto no significa que la creación de comercio neto sea irrelevante (y la
desviación masiva del comercio seguirá siendo un peligro para el bienestar en cualquier
circunstancia), pero es un instrumento demasiado insensible para entender el éxito o,
incluso, la popularidad de los acuerdos de comercio preferencial Seguramente los
fundadores de la integración europea no hubieran obrado de otra manera si las
simulaciones hubieran sugerido que el Tratado de Roma llevaría a la desviación del
comercio neto. Lo que querían era un sistema que conjurara de una vez por todas el
espectro de la guerra y en ello no cabe duda que tuvieron buen éxito. En cambio, como los
miembros de la Unión Europea han ido agregándole otros objetivos, como la competitividad
global, ahora no se puede decir a ciencia cierta que la estructura actual de la Unión sea
la más apropiada. El éxito de un acuerdo de comercio preferencial se cifra pues en su
capacidad de satisfacer sus objetivos, que pueden ser variables.
II. La integración de las Américas
La buena disposición de 34 países de las Américas, demostrada en la Cumbre de las
Américas (Miami, diciembre de 1994), y refrendada en la Segunda Cumbre (Santiago de
Chile, abril de 1998) de perseguir la integración hemisférica ofrece un marcado
contraste con la casi total indiferencia por la integración regional que se registraba
diez años antes. En esa época, la crisis de la deuda era el asunto más apremiante tanto
para los deudores (los países latinoamericanos y caribeños) como los acreedores (Canadá
y Estados Unidos) y muchos consideraban que la integración regional era parte del
problema y no parte de la solución.
Esta transición del escepticismo al entusiasmo exige una explicación, aunque no hayan
seguido por la misma ruta todos los países. En particular, es necesario distinguir el
camino a Damasco tomado por Estados Unidos del tomado por los países latinoamericanos.
1. Los Estados Unidos de América
Aunque Estados Unidos había preconizado y aplicado el proteccionismo durante casi
toda su vida independiente, surgió de la segunda guerra mundial como un converso al libre
comercio. Esta conversión fue consecuencia de su ventaja absoluta en un amplísimo
abanico de sectores industriales y servicios, por lo que era casi seguro el provecho que
derivaría al abrazar el libre comercio multilateral (o al menos más libre que antes) en
el seno del GATT. Estados Unidos fue el paladín del libre comercio multilateral en las
"rondas" del GATT que comenzaron a fines de los años cuarenta; el GATT
difícilmente habría logrado tanta liberalización del comercio de manufacturas si
Estados Unidos no lo hubiera apoyado decididamente (Winters, 1990).
La conversión al libre comercio tuvo sus excepciones -la supervivencia del proteccionismo
en varias actividades (por ejemplo, la agricultura y el transporte marítimo)-, pero
éstas escapaban al mandato del GATT. Estados Unidos estaba dispuesto con igual entusiasmo
que otros países desarrollados a apoyar el proteccionismo para los textiles y el
vestuario encubierto en el Acuerdo Multifibras (AMF) suscrito en 1961. No sería difícil,
en realidad, traer a colación otros ejemplos del proteccionismo estadounidense en la
posguerra. Sin embargo, no cabe duda que sucesivos gobiernos de ese país, de Truman en
adelante, asumieron los principios del libre comercio y creyeron que sería beneficioso
para Estados Unidos y para el resto del mundo.
De ahí que los acuerdos de comercio preferencial propuestos por otros países no tuvieran
buena acogida en Estados Unidos y que sucesivos gobiernos estadounidenses de la posguerra
no formularan ese tipo de propuestas. Una excepción fue la Comunidad Económica Europea
(CEE), establecida por el Tratado de Roma en 1957, pero el apoyo estadounidense estuvo muy
condicionado por su interés en la seguridad europea occidental y en la necesidad de
erigir un fuerte bastión contra la amenaza de la expansión soviética. Así, el apoyo de
Estados Unidos a la integración europea no debe interpretarse como un apoyo a los
acuerdos de comercio preferencial en general.
El movimiento integracionista de la América Latina de fines de los años cincuenta
despertó escaso interés, aunque en definitiva Estados Unidos no se opuso. Las empresas
multinacionales estadounidenses ya establecidas en la región resultaron favorecidas y
otras se apresuraron a aprovechar las nuevas posibilidades de inversión rentable creadas
por la ampliación del mercado regional protegido. Las altas tasas de protección nominal
y efectiva suponían un riesgo de desviación del comercio, que podía afectar a los
exportadores estadounidenses, pero una red de incentivos y excepciones rebajó los
aranceles sobre muchos bienes de capital e intermedios -los bienes de mayor interés para
los proveedores estadounidenses. En consecuencia, la participación estadounidense en las
importaciones totales latinoamericanas se mantuvo bien sin verse seriamente afectada por
el crecimiento del comercio intrarregional.
Aunque el Ejecutivo sostuvo su compromiso con el libre comercio multilateral, el Congreso
-con su poderosa combinación de intereses y grupos de presión internos- fue más
ambivalente. De hecho, ya en 1948 el Congreso no había ratificado el tratado suscrito en
La Habana para crear una organización internacional de comercio (OIC) con mayores
alcances y facultades que el GATT, pese a que el gobierno apoyaba su creación.8/ El deseo del Congreso de enmendar los
tratados comerciales ya suscritos por el Ejecutivo llevó a la adopción en los años
setenta de la facultad negociadora por "vía rápida", en virtud de la cual el
Congreso tenía una simple opción de aprobar o rechazar los tratados en aquellos casos en
que había otorgado un mandato negociador al Ejecutivo. Mediante este instrumento
legislativo, los gobiernos estadounidenses consiguieron otorgar credibilidad a su
compromiso permanente con el libre comercio multilateral.
Este compromiso comenzó a flaquear por primera vez hacia 1985. El lanzamiento de la Ronda
Uruguay en 1986 creó tres problemas para Estados Unidos. Primero, su ambición -extender
el ámbito del GATT a la agricultura y los servicios y reducir la protección incluso
sobre los bienes manufacturados "sensibles"- amenazó con exponer a los
productores estadounidenses a un nivel de competencia que crearía inevitablemente muchos
perdedores, así como ganadores; segundo, no había certeza de que la Ronda Uruguay
pudiera culminar con éxito, lo que ponía en riesgo al GATT y al sistema de comercio
multilateral; tercero, a los negociadores estadounidenses sobre comercio les era cada vez
más difícil (con el aumento del número de miembros del GATT) obtener la aprobación del
nuevo programa sobre comercio propugnado por Estados Unidos, que incluía medidas de
protección de la propiedad intelectual y de las inversiones.
Por lo tanto, el gobierno estadounidense abandonó su resistencia a los acuerdos de
comercio preferencial y negoció el Tratado de Libre Comercio entre Canadá y Estados
Unidos (FTA) que entró en vigor en 1989. Aunque se había suscrito un acuerdo automotriz
entre Estados Unidos y Canadá en los años sesenta y un acuerdo de libre comercio con
Israel a comienzos de los años ochenta, el FTA fue la primera participación
estadounidense importante en un acuerdo de comercio preferencial e incluyó muchos
aspectos nuevos. Amplió el libre comercio a esferas que el GATR había dejado intactas,
sin exponer a los productores estadounidenses a los peligros de la competencia mundial, e
incorporó gran parte del nuevo programa comercial que propiciaba Estados Unidos, con
comisiones de arbitraje para resolver cualquier controversia.
Eufórico con el lanzamiento triunfal del FTA en 1989, el nuevo gobierno del Presidente
Bush acordó en 1990 negociar un acuerdo de comercio preferencial con México. Canadá,
temiendo quedar marginado, aceptó que las negociaciones fueran trilaterales (Wonnacott,
1994), con lo que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) quedó listo
para su ratificación en 1993. Por el hecho de reunir todas las características nuevas
del FTA y algunas propias, parecía seguro que el TLC sería objetado por los intereses
especiales en el Congreso. Sin embargo, fue aprobado después que el sucesor de Bush, el
Presidente Clinton (1993), apoyó decididamente el proyecto pese a sus orígenes
republicanos y el TLC entró en vigor el 1 de enero de 1994.
El apoyo de ambos partidos al TLC pareció presagiar un nuevo enfoque frente a los
acuerdos de comercio preferencial e incluso la aprobación ulterior de la Ronda Uruguay
ese año no apagó el nuevo interés estadounidense. Por el contrario, el gobierno de
Clinton participó con entusiasmo en el foro sobre Cooperación Económica en Asia y el
Pacífico (APEC) abogando por un compromiso con los aranceles preferenciales y en
diciembre de 1994 Estados Unidos promovió la idea de un Area de Libre Comercio de las
Américas (ALCA), con el respaldo de todos los demás países presentes.9/
La Cumbre de las Américas de diciembre de 1994 representó el punto culminante del apoyo
estadounidense a los acuerdos de comercio preferencial. Para muchos estadounidenses la
devaluación mexicana pocos días después le restó atractivo al TLC y el Presidente
Clinton no pudo obtener del Congreso la facultad de la vía rápida necesaria para ampliar
el TLC a Chile.10/ .Incluso el
gobierno comenzó a tener dudas y se plantearon interrogantes en Washington D.C. acerca de
lo acertado de la creación del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) (véase infra) y
los planes brasileños para crear un Area de Libre Comercio Sudamericana (ALCSA). Sin
embargo, al menos en público, el gobierno de Clinton siguió comprometido con el ALCA y
en su visita a Brasil y Argentina, en octubre de 1997, el presidente respaldó al
MERCOSUR.
2. América Latina
Si la oposición estadounidense a los acuerdos de comercio preferencial se originó en
su adhesión al libre comercio multilateral, la resistencia inicial de América Latina
podría explicarse por las rivalidades nacionales y las escasas posibilidades de
beneficiarse del comercio regional. La situación cambió con la industrialización y,
como hemos visto, casi todos los países latinoamericanos participaban al menos en un
acuerdo de comercio preferencial a fines de los años sesenta. 11/
Estos sistemas, evaluados por su compromiso con la industrialización, tuvieron cierto
éxito en los años sesenta y setenta. En el comercio intrarregional dominaban las
manufacturas, una pequeña pero creciente proporción de la producción industrial se
exportaba a los mercados regionales y varias empresas industriales empezaron a exportar a
terceros países gracias a su éxito en el comercio regional.
La crisis de la deuda puso fin a estos ensayos de fomento industrial. Las dificultades de
corto plazo del balance de pagos a que hacían frente todos los países latinoamericanos
los obligaron a imponer restricciones draconianas a las importaciones que cayeron en forma
indiscriminada con respecto a las importaciones tanto intrarregionales como
extrarregionales. Los países socios respondieron de igual forma y el comercio regional
entró en una espiral descendente. Aunque había comercio, se volvía cada vez más
difícil financiarlo por la escasez de moneda dura en la región. Algunos gobiernos
incluso comenzaron a desalentar las exportaciones intrarregionales a fin de reducir el
problema del no pago.
La crisis de la deuda acarreó también el descrédito de todo el experimento de
industrialización para la sustitución de importaciones.
Las tasas elevadas de protección industrial se consideraron indefendibles en la nueva era
de la promoción de exportaciones y la liberalización del comercio comenzó a eliminar
las desventajas que antes tenían las importaciones extrarregionales. Las instituciones
financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco
Mundial, no ocultaron su oposición a los acuerdos de comercio preferencial destinados a
promover la industrialización. En general, se consideraba que Chile era el ejemplo que
debían seguir los países que buscaban salir de la crisis de la deuda y el éxito inicial
de ese país nada le debió a la integración regional.
Las primeras tentativas por reactivar los acuerdos de comercio preferencial se efectuaron
hacia 1985, pero eran poco más que mecanismos defensivos frente a las restricciones
externas. Argentina y Brasil recurrieron a la cooperación bilateral como una manera de
promover la recuperación económica de un grupo limitado de sectores sin tener que echar
mano de divisas escasas. El comercio equilibrado evitaría la necesidad de hacer pagos en
moneda dura, mientras que cada país importaría bienes que tendría que adquirir de todas
maneras. Casi la misma motivación inspiró la adopción del Derecho de Importación
Centroamericana (DICA) en el MCCA, en un vano ensayo de los países miembros de crear un
sistema para saldar los pagos intrarregionales en moneda blanda.
A comienzos de los años noventa el apoyo a los acuerdos de comercio preferencial se
volvió menos defensivo y más entusiasta. El respaldo estadounidense al TLC y la
referencia del Presidente Bush en 1990 a la Iniciativa para las Américas (IA) halló eco
en los países latinoamericanos preocupados por la escala de la liberalización que
exigía la Ronda Uruguay. El ambiente intelectual comenzó a cambiar cuando la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) acuñó la expresión
"regionalismo abierto" y el Banco Mundial se volvió menos hostil a los
experimentos de integración regional. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID), bajo
el liderazgo entusiasta de Enrique Iglesias, otorgó un apoyo sin reservas a los acuerdos
de comercio preferencial de la región.
El ejemplo europeo revistió también cierta importancia para los países
latinoamericanos. El proceso de integración europeo, que alcanzó su clímax en 1992 con
la creación del Mercado Unico Europeo y la firma del Tratado de Maastricht, resultó
atractivo para los países grandes y pequeños de América Latina. Los líderes que
visitaban periódicamente la región atribuían la posición de Europa en el mundo a su
experimento en integración y todos podían observar el mejoramiento de los niveles de
vida de los países más pobres de ese continente. Además, en vista de los problemas de
acceso al mercado que tenían los países latinoamericanos al comenzar a crecer sus
exportaciones no tradicionales, no pasó inadvertida para ellos la capacidad de la Unión
Europea para resistir las presiones estadounidenses en las disputas comerciales.
Este nuevo interés se fundamentaba en la preocupación, en toda América Latina, de que
se había extremado la liberalización unilateral del comercio -reducciones arancelarias
no equiparadas por los países socios. Incapaces de elevar nuevamente los aranceles,12/ los países estimaron que los acuerdos
de comercio preferencial eran la manera de restablecer los incentivos a los productores en
aprietos que hacían frente a la competencia mundial por vez primera. Los costos fijos
podían cubrirse con ventas al mercado regional, permitiendo que las empresas fijaran un
precio cercano al costo medio variable en terceros países.13/ Los acuerdos de comercio preferencial
permitían también la prosecución solapada de políticas de fomento industrial, como el
acuerdo automotriz entre Argentina y Brasil suscrito en 1994.
El nuevo enfoque revivió el interés en los acuerdos de comercio preferencial. El
moribundo MCCA resucitó en la Cumbre Presidencial de junio de 1990.14/ Se infundió nueva vida a la
CARICOM que se comprometió a aplicar un Arancel Externo Común y estuvo dispuesta a
incorporar nuevos miembros. Se crearon nuevos sistemas, como el Grupo de los Tres
(Colombia, México y Venezuela), y proliferaron acuerdos bilaterales de libre comercio.
Incluso al Pacto Andino se le prolongó la existencia con la creación de la Comunidad
Andina en 1995 y el reingreso de Perú ese mismo año.
Sin embargo, el hecho más importante fue la creación del MERCOSUR en 1991. Basado en la
cooperación existente entre Argentina y Brasil, fue mucho más allá de los modestos
alcances del libre comercio bilateral. Con Paraguay y Uruguay incluidos y un arancel
externo común prácticamente en vigor en 1995, el MERCOSUR se convirtió en el acuerdo de
comercio preferencial más dinámico de la región y, en 1996, Bolivia y Chile pasaron a
ser miembros asociados. De hecho, encabezado por Brasil, el MERCOSUR busca claramente
extenderse a todos los países latinos de Sudamérica para crear el Area de Libre Comercio
Sudamericana (ALCSA) a fines de siglo.15/
El interés por los acuerdos de comercio preferencial no ha ido a parejas con la claridad
de definición de sus objetivos. En efecto, es más fácil decir qué no representan los
nuevos acuerdos que decir lo que sí representan. No están estructurados para promover la
industrialización; no están destinados primordialmente a acelerar el crecimiento
económico; no tienen ambiciones geopolíticas (con la excepción del ALCSA). La
expresión "regionalismo abierto" se utiliza a destajo para justificar los
nuevos acuerdos de comercio preferencial, pero el término plantea tantas interrogantes
como las que despeja.
En la presente coyuntura, la falta de claridad causa tensiones. El "regionalismo
abierto" perseguido por Costa Rica en el MCCA se basa en una interpretación que no
comparten sus socios. Las excepciones al arancel externo común en el MERCOSUR siguen
creciendo -y no disminuyendo- a medida que los miembros reaccionan ante los peligros
externos gatillados por la crisis financiera asiática de 1997-1998 y la Comunidad Andina
no logra encontrar mecanismos obligatorios para alcanzar sus objetivos. Puede que estas
tensiones sean simplemente una parte inevitable del proceso de integración o una señal
de que -como en Estados Unidos- el movimiento favorable a los acuerdos de comercio
preferencial comienza a decaer.
III. El área de libre comercio de las Américas
A primera vista las Américas parecen ser un candidato promisorio para la integración
económica. Las exportaciones totales de los 34 países en 1995 16/ ascendían a 972 mil millones de
dólares, de los cuales 509 mil millones correspondían a exportaciones hemisféricas, es
decir, exportaciones a otros países de las Américas (véase el cuadro 1 (a)) Así, más
de la mitad de todas las exportaciones son intrarregionales, lo que se compara
favorablemente con otras regiones del mundo, y son mayores que las de Europa occidental
cuando se firmó el Tratado de Roma en 1957.
Sin embargo, en estas cifras predominan los tres países del TLC (Canadá, México y
Estados Unidos). Si se excluyen, la importancia del comercio intrarregional es mucho menor
(véase el cuadro I(b)) Las exportaciones totales de los 31 países llegaron a 133 mil
millones de dólares en 1995, de los cuales 27 mil millones fueron intrarregionales, es
decir, destinadas a países de las Américas no miembros del TLC. Las exportaciones
intrarregionales de esos 31 países representaban sólo 20% de las exportaciones totales
-una proporción mucho más pequeña. Además, el escaso nivel del comercio intrarregional
está muy concentrado, pues el comercio bilateral entre Argentina y Brasil representa casi
50% del total.
El bajo coeficiente del comercio intrarregional de los países no miembros del TLC no
tendría mayor importancia si existieran fuertes vínculos entre ellos y los países
miembros del TLC, lo que no parece ser el caso. En los tres países del TLC (véase el
cuadro Ic)) las exportaciones hemisféricas totales ascienden a 441 mil millones de
dólares, pero sólo 54 mil millones se exporta a los 31 países no miembros del TLC. Esto
significa que apenas un 12% de las exportaciones "hemisféricas del TLC van a países
de las Américas no miembros de esa agrupación.
Vale la pena explorar este fenómeno con mayor detenimiento, por ser las cifras tan
sorprendentes. En el cuadro 2, las exportaciones de cada país del TLC se registran junto
con las exportaciones a los socios del TLC así como a otros países de las Américas. Es
así como 85% de todas las exportaciones de México y 94% de sus exportaciones
hemisféricas están destinadas a socios del TLC. Para el Canadá, las proporciones son 8
1 % y 98 %, respectivamente. En el caso de Estados Unidos el primer coeficiente (la
participación de todas las exportaciones destinadas a los socios del TLC) es mucho menor
(29.3%), pero la participación de las exportaciones hemisféricas destinadas a los socios
del TLC (77%) es también muy elevada. Así, en los tres casos la vasta mayoría de las
exportaciones hemisféricas va destinada a los socios del TLC Y Sólo una pequeña
proporción va a los países no miembros del TLC.
CUADRO I
Corrientes comerciales en las Américas, 1995
(Miles de millones de dólares)
Exportaciones de las
Américas
(a) |
Exportaciones de las
Américas excluidos los países del TLC
(b) |
Exportaciones de los países
del TLC
( c) |
Totales |
Intrarregionales |
% |
Totales |
Intrarregionales |
% |
Totales |
Intrarregionales |
% |
972 |
509 |
52.4 |
133 |
27 |
20.0 |
441 |
54 |
12.0 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
Fuente: Fondo Monetario Internacional
(FMI), Direction of Trade Statistics Yearbook, Washington, D.C., 1997. |
CUADRO 2
Exportaciones de los países del TLC 1995
(Miles de millones de dólares
México |
|
Exportaciones totales |
79.8 |
A los Estados Unidos |
66.7(83.6%) |
A Canadá |
2.0(2.5%) |
Al resto de América |
4.3(5.4%) |
Nota: 85% de las exportaciones totales a países del
TLC; 94% de las exportaciones hemisféricas a países del TLC |
|
|
|
Canadá |
|
Exportaciones totales |
190.2 |
A los Estados Unidos |
152.9(80.4%) |
A México |
0.8(0.4%) |
Al resto de las Américas |
2.8(1.5%) |
Nota 81% de las exportaciones totales a países del TLC; 98% de las
exportaciones hemisféricas a países del TLC: |
|
|
|
Estados Unidos |
|
Exportaciones totales |
582.5 |
A Canadá |
126(21.6%) |
A México |
45(7.7%) |
Al resto de las Américas |
50*8.6%) |
Nota: 29.3% de las exportaciones totales a países del TLC; 77% de
las exportaciones hemisféricas a países del TLC |
|
Fuente: Fondo Monetario Internacional (FMI Direction
of Trade Statistics Yearbook, Washington, D.C., 1997.
Por su mismo tamaño incluso una pequeña proporción de exportaciones estadounidenses
destinadas a países no miembros del TLC es considerable en términos absolutos. Sin
embargo, lo que interesa a los países no miembros del TLC es el tamaño absoluto de las
importaciones estadounidenses. Estas son menores que las exportaciones estadounidenses a
países no miembros del TLC, puesto que Estados Unidos ha registrado últimamente un
superávit comercial con los países latinoamericanos, excepto México (desde 1994 acusa
un déficit con México). Las exportaciones estadounidenses a países de las Américas no
miembros del TLC sumaron 50 mil millones de dólares en 1995, pero las importaciones
estadounidenses de esa misma fuente sólo ascendieron a 45 mil millones de dólares.17/
El volumen de las importaciones sigue siendo considerable en términos absolutos y ha ido
creciendo. Para los países pequeños de la cuenca del Caribe, el mercado estadounidense
señorea sobre todos los demás y lograr un mejor acceso a ese mercado sigue siendo una
perspectiva atrayente. Hay enormes diferencias entre los países latinoamericanos en
cuanto a su participación en las exportaciones destinadas a Estados Unidos (véase el
gráfico l). En un extremo, están los países con una altísima dependencia (más de la
mitad de todas las exportaciones), grupo que incluye a México, Haití y Honduras. En el
otro extremo, figuran 12 países (13 si incluimos a Cuba) con una dependencia menor (menos
de 25%). Este último grupo comprende algunos de los países más grandes y más
importantes de la región (por ejemplo, Argentina y Brasil).18/
El proyecto ALCA tiene una forma muy asimétrica pues, por un lado, los países del TLC
constituyen un bloque en gran medida autocontenido y los países no miembros del TLC se
dividen en tres grupos en función de su dependencia del decisivo mercado estadounidense:
los de gran dependencia (más de 50% de las exportaciones); los de dependencia moderada
(entre 25% y 50%) y los de escasa dependencia (menos de 25%). Por lo tanto, es probable
que haya objetivos muy diferentes tras el interés de cada país en el ALCA. A fin de
ilustrar este aspecto, he seleccionado unos pocos países para explorar su interés en el
proyecto ALCA comenzando por Estados Unidos.
1 . Los Estados Unidos
El concepto de ALCA se originó en 1990 cuando gobernaba un republicano, el Presidente
Bush, y lo retomó a fines de 1994 un demócrata, el Presidente Clinton. Así, al menos a
nivel del Ejecutivo, el proyecto parece tener el apoyo de ambos partidos. ¿Cómo se
explica esto?
Si bien no es de gran volumen el comercio entre Estados Unidos y los países de las
Américas no miembros del TLC, no puede decirse lo mismo de su tasa de crecimiento. A los
exportadores estadounidenses les ha ido excepcionalmente bien con el crecimiento
espectacular de las importaciones latinoamericanas desde 1990, cosa que es válida incluso
si se excluye a México de las cifras. Las importaciones de América Latina de países no
miembros del TLC (es decir, excluido México), espoleadas por la liberalización comercial
y la recuperación económica, se dispararon de 60 300 millones de dólares en 1990 a 160
000 millones de dólares en 1995 -lo que representa una tasa anual de crecimiento de
18.3%. Las exportaciones estadounidenses a estos mismos países crecieron exactamente a la
misma tasa, dejando a Estados Unidos con una proporción invariable del total. fue un
logro considerable dadas las medidas tomadas para promover la integración regional entre
los 31 países no miembros del TLC.
GRAFICO 1
Estados Unidos: Participación
porcentual en las exportaciones, 1995
Fuente: Fondo Monetario Internacional (FMI), Direction of
Trade Statistics Yearbook, Washington, D.C., 1997.
No obstante el éxito estadounidense en conservar su participación en, un
mercado en rápido crecimiento, por muy impresionante que sea, no puede explicar el
interés de Estados Unidos en el ALCA. Primero, la iniciativa Bush de 1990 antecede al
rápido crecimiento de las importaciones; segundo, el mercado de los países no miembros
del TLC (como hemos visto) sigue siendo de importancia secundaria para los exportadores
estadounidenses; tercero, Estados Unidos ha demostrado su capacidad para mantener su
participación en este mercado sin necesidad de recurrir a un acuerdo de comercio
preferencial.
Al parecer, el interés principal del gobierno estadounidense en el ALCA radica en la
oportunidad de promover un nuevo programa de comercio. El ALCA se originó en una época
de profunda frustración por la falta de avance en la Ronda Uruguay. Esta frustración
explica en parte el interés de Estados Unidos en el TLC, donde pudo hacer valer en el
programa sus nuevos intereses en materia de comercio e inversión a nivel internacional.
La extensión del TLC al resto de las Américas le ofrece a Estados Unidos la oportunidad
de cumplir su programa con menos riesgo de perder el control. Para un país todavía
ambivalente acerca de las virtudes del multilateralismo, ésta es una atractiva
oportunidad.
Cabría sostener que el término de la Ronda Uruguay y el reemplazo del GATT por la OMC
hacía superfluo el ALCA desde el punto de vista estadounidense. Sin embargo, es muy
difícil que Estados Unidos controle el programa de la OMC y ya hay varias comisiones de
arbitraje que han fallado en contra de este país. Incluso hay países pequeños que han
obtenido fallos favorables en controversias con los Estados Unidos; la Unión Europea
también ha explorado la posibilidad de recurrir a la OMC para que ésta falle en contra
de la extraterritorialidad de la Ley Helms-Burton. Así, la OMC no es popular en muchas
partes de los Estados Unidos y el ALCA se considera una vía más expedita para promover
las nuevas aspiraciones estadounidenses
El programa contiene muchos elementos, pero se parece mucho al de los grupos de trabajo
establecidos dentro del marco del ALCA en 1995. Estos comprenden normas sobre la
inversión extranjera, las adquisiciones del sector público, la propiedad intelectual y
los servicios -todas esferas de gran interés para Estados Unidos y que ya están
cubiertas por el TLC. Si predominan los criterios estadounidenses respecto a estos
delicados asuntos dentro del proyecto ALCA, hay muchas más posibilidades de que se
adopten a nivel mundial en la OMC. De ahí que el ALCA desde la perspectiva
estadounidense, puede considerarse como una avanzada de los esfuerzos estadounidenses por
configurar la próxima generación de acuerdos en la OMC. Tal vez ésta sea una de las
razones de por qué el gobierno estadounidense se ha mostrado poco interesado en iniciar
una nueva ronda de negociaciones comerciales en la OMC, ya que los avances para crear el
ALCA son todavía muy escasos.
El gobierno estadounidense también tiene objetivos no económicos que desea hacer cumplir
mediante las negociaciones a favor de ALCA- La asimetría ya mencionada ofrece a los
Estados Unidos una fuerte posición negociadora en una amplia variedad de aspectos con
aquellos países interesados en obtener acceso al mercado. Por este motivo, el gobierno
estadounidense favorece las negociaciones bilaterales y -pese a las reuniones
rninisteriales realizadas en Belo Horizonte en mayo de 1997 y en Costa Rica en marzo de
1998-, todavía no ha abandonado esta posición.19/
El ALCA puede considerarse también, desde la perspectiva estadounidense como la versión
de la doctrina Monroe del siglo XXI. Es un instrumento estadounidense complejo y de mutuo
provecho para restringir la influencia europea e incluso la asiática. El feliz término
de las negociaciones para crear el ALCA fortalecería indudablemente aún más los lazos
económicos y tal vez políticos entre los países latinoamericanos y los Estados Unidos y
reduciría concomitantemente los vínculos comerciales con la Unión Europea. De hechos
tal posibilidad es por cierto uno de los factores que explican el interés europeo en
concertar acuerdos de libre comercio con los países latinoamericanos.
Por lo tanto, no es difícil advertir por qué el gobierno estadounidense sigue,
preconizando la creación del ALCA. Sin embargos los obstáculos que encara son
considerables incluso en el plano interno. El Congreso no parece dispuesto a otorgar la
"vía rápida" sin la cual las negociaciones pro ALCA - iniciadas formalmente en
la Cumbre de las Américas en abril de 1998- seguramente van a estancarse. La opinión
pública se ha vuelto en contra del TLC a raíz de las dificultades económicas y
políticas de México desde diciembre de 1994 y el ALCA se considera una extensión del
TLC. Asimismo puede que el próximo Presidente de los Estados Unidos sea mucho más
escéptico que Bush o Clinton acerca de las bondades del libre comercio.
2. Costa Rica
Costa Rica tiene una gran dependencia comercial de los Estados Unidos (véase el gráfico 1). Empeñada en un crecimiento económico
basado en las exportaciones, ha puesto en marcha una serie de reformas destinadas a
promoverlas. El mercado regional (es decir, centroamericano), al que Costa Rica está
vinculada por el Mercado Común Centroamericano (MCCA), es demasiado pequeño para abrir
muchas posibilidades de crecimiento rápido y duradero de las exportaciones y los demás
países latinoamericanos producen bienes con que los productos costarricenses entran en
competencia. Costa Rica procura atraer en cambio a la inversión multinacional para que
utilice el país como un trampolín para exportar al resto del mundo, El mejor ejemplo es
INTEL, la empresa de computadores, cuyas exportaciones desde Costa Rica tienen un valor
bruto que ya ha sobrepasado el del café y el banano.
En esta estrategia el acceso al mercado estadounidense desempeña un papel decisivo. Costa
Rica ya ha sufrido las arbitrariedades de los fallos comerciales estadounidenses sobre los
derechos antidumping y compensatorios y estaría dispuesta a hacer muchas concesiones para
tener un acceso más seguro al mercado con aranceles más bajos y eliminando las barreras
no arancelarias. Costa Rica es beneficiaria de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe,
pero ésta se considera de alcance limitado, de duración incierta e inadecuada como
defensa contra el TLC. Casi todos los exportadores costarricenses tienen experiencia con
el mercado estadounidense resultante de estudios en el extranjero, lazos familiares y
vacaciones y el idioma no es gran problema.
Costa Rica está vinculada mediante los sistemas de integración regional con el resto de
Centroamérica , México y Panamá, pero abandonaría encantada todos estos sistemas
rnañana mismo si hubiera una posibilidad real de incrementar y asegurar su acceso al
mercado estadounidense. No es cierto que Costa Rica estaría dispuesta a pagar cualquier
precio a fin de obtener ese acceso, pero no cabe duda que Estados Unidos podría obtener
muchas concesiones si las negociaciones pro ALCA se realizaran sobre una base bilateral.
Costa Rica, que fue sede en marzo de 1998 de la reunión ministerial que precedió a la
Cumbre Presidencial de abril, desearía que las negociaciones pro ALCA comenzaran de
inmediato y trataran todos los temas. El gobierno -tanto el reciente como el saliente 20/ no está interesado en prolongar el
debate por muchos años y le complacería la ejecución parcial a medida que concluyen los
acuerdos, sin postergarlo hasta que se hayan completado todas las negociaciones.
3. Brasil
Brasil no propuso el ALCA y durante el primer lustro de los años noventa tuvo otras
prioridades (por ejemplo, el MERCOSUR, la estabilización de la inflación). Cuando Brasil
comenzó a tomar en serio el proyecto, luego de la Cumbre Presidencial de 1994, el ALCA ya
se configuraba como un proyecto de inspiración estadounidense. Así, Brasil se ha visto
en la posición de tener que reaccionar a los acontecimientos en vez de conducirlos
-precisamente la experiencia opuesta de lo ocurrido con el MERCOSUR (de Paiva Abreu,
1997).
El ALCA se ha ido fraguando en tiempos difíciles para Brasil. Ha coincidido con la
transición de un gran superávit de la balanza comercial en 1993 a un severo déficit
ulterior. Brasil no se halla pues en una posición fuerte para afrontar una nueva ronda de
reducciones arancelarias y hay una seria oposición interna a las medidas de
liberalización comercial ya adoptadas. La crisis financiera asiática no ha sido un
alivio, pues las exportaciones asiáticas compiten con los productos brasileños tanto en
el mercado interno como en terceros países.
Brasil mira con recelo el nuevo programa comercial estadounidense y necesita aliados para
bloquear algunos de sus aspectos más radicales. Estos aliados (por ejemplo India) pueden
hallarse en la OMC, pero Brasil no puede confiar tanto en el apoyo de otros países
americanos. Por eso es que Brasil está decidido a que el MERCOSUR se negocie como bloque
en el ALCA. Así como el ALCA es un sistema de inspiración estadounidense, el MERCOSUR
figura cada vez más como un proyecto brasileño cuyo programa el Itamaraty controla con
firmeza. Este último incluye la extensión del MERCOSUR a otros países para cumplir el
sueño brasileño de un Area de Libre Comercio Sudamericana (ALCSA).
El ALCSA, con Brasil como su líder indiscutido, y negociando en bloque, sería una fuerza
formidable en las negociaciones pro ALCA. Por eso es que Brasil está interesado en
aplazar tanto el comienzo de las negociaciones como la ejecución de cualquier otro
acuerdo. La posición brasileña respecto a este punto ha sido congruente y eficaz, pero
no es compartida por todos los países latinoamericanos (por ejemplo, Costa Rica) y
ciertamente no es respaldada por los Estados Unidos.
En la Cumbre Presidencial de Santiago y la reunión ministerial de Costa Rica que la
precedió se logró en parte salvar las diferencias entre las partes en función de lo que
esperan obtener del proyecto ALCA. Aunque la carencia de la vía rápida es un fuerte
golpe a la buena conclusión de las negociaciones, la crisis asiática puede resultar un
estímulo poderoso. Muchos países de las Américas hacen frente a la competencia directa
e indirecta de las exportaciones asiáticas como resultado de las devaluaciones recientes
y el ALCA puede considerarse como una manera de recuperar el terreno perdido. Sin embargo,
el hecho de que se tenga previsto que el ALCA comience recién el año 2005
-completándose quizás cuando- significa que ésta no es una solución de corto plazo
para el peligro asiático.
IV. La Unión Europea y las Américas
La Unión Europea no ha sido ajena al avance de la integración en las Américas. De
hecho, desempeñó un papel muy positivo en promover los sistemas subregionales que operan
en los países latinoamericanos, como los proyectos en Centroamérica emprendidos en
virtud del acuerdo de cooperación que apoya el MCCA y la asistencia técnica al MERCOSUR
y la Comunidad Andina en apoyo de la integración regional. De hecho, el cambio de nombre
del Pacto Andino a Comunidad Andina fue un esfuerzo consciente de los Estados miembros de
tomar como modelo a la Comunidad Europea, predecesor de la Unión Europea.
Prestar apoyo a sistemas de integración regional en el resto del mundo no es ninguna
novedad para la Unión Europea. La Comisión Europea sostiene un principio ideológico a
favor de la integraación, que ejerce en cada oportunidad que se le presenta. La Unión
Europea también se ha mostrado interesada en celebrar pactos comerciales preferenciales
con países de las Américas como una extensión lógica de los acuerdos de "tercera
generación" existentes en toda la región. Estos acuerdos de comercio preferencial
forman parte de la red de acuerdos mediante los cuales la Unión busca establecer lazos
con los países del mundo en desarrollo, Así, la Unión Europea y México establecieron
en diciembre de 1997 el contenido de un acuerdo de comercio preferencial para su
negociación sector por sector, en tanto que se han suscrito acuerdos marco con Chile y el
MERCOSUR.
El acuerdo con México está en una etapa mucho más avanzada que los demás, pero es
menos importante que el suscrito con el MERCOSUR, ya que más de 50% de las exportaciones
y las corrientes de inversión de la Unión Europea destinadas a los países
latinoamericanos, así como más del 70% de la masa de la inversión extranjera directa
europea se concentran en, el MERCOSUR. En cambio, México y Chile representan apenas una
pequeña proporción de las exportaciones de la Unión a América Latina y en el caso de
México la proporción ha venido cayendo con rapidez. 21/
Tal como ocurre con el ALCA, los motivos que inspiran los acuerdos suscritos son muy
distintos. La iniciativa parece haber venido en todos los casos de los países
latinoamericanos interesados, pero la Unión Europea ha respondido con prontitud. Entre
los países latinoamericanos, la posición de México es la más fácil de comprender ya
que espera evidentemente utilizar el acuerdo para diversificar su comercio e inversión y
reducir su dependencia de los Estados Unidos -dependencia que ha aumentado notoriamente
desde que entró en vigor el TLC. Para Chile (a diferencia de México) la Unión Europea
representa un importante mercado de importación (27.1% en 1995) y un acuerdo de comercio
preferencial es el corolario natural de los acuerdos que Chile ya ha suscrito o está
negociando con los países de todo el mundo (Bulmer-Thomas, 1997).
Asimismo, la Unión Europea es un mercado importante para las exportaciones del MERCOSUR
(el más importante en el caso de Brasil), aunque -tal como ocurre con el resto de
América Latina- la importancia del mercado europeo ha venido declinando. En 1990 la
Unión representaba 31.9% de las exportaciones totales, proporción que bajó a 23.4% en
1996. Los productos agrícolas sobresalen en este comercio (aproximadamente 50% de las
exportaciones totales), proporción mucho mayor que la que se observa en las exportaciones
a los Estados Unidos o a los países latinoarnericanos. Así, uno de los atractivos e
suscribir. un acuerdo de comercio preferencial es la perspectiva de obtener acceso a la
Unión Europea para las exportaciones agrícolas provenientes del MERCOSUR.
El interés de la Unión Europea en suscribir acuerdos de comercio preferencial con los
países latinoamericanos descansa en dos consideraciones. En primer lugar, la
liberalización unilateral del comercio en América Latina ha creado oportunidades sin
precedentes para expandir las exportaciones europeas a la región. En consecuencia, la
proporción de las exportaciones extrarregionales destinadas a América Latina ha venido
creciendo desde 1990 tras varias décadas de disminución.22/ Como la participación de América
Latina en las importaciones extrarregionales de la Unión Europea ha seguido bajando, el
déficit comercial tradicional de la Unión Europea con la región ha sido reemplazado por
un pequeño superávit. Con ello, América Latina se ha considerado como un mercado en
rápido crecimiento para las exportaciones extrarregionales de la Unión Europea y uno que
merece cultivarse.
La otra razón se relaciona con el proyecto ALCA. La integración hemisférica podría
poner en peligro el crecimiento de las exportaciones de la Unión Europea a la región por
efecto de la desviación del comercio; incluso con las barreras comerciales más bajas que
imperan ahora habrá mucho campo para la desviación del comercio desde Europa a los
Estados Unidos si el ALCA llega a feliz término. Así, mientras mayor sea la probabilidad
de que prospere el ALCA, mayor será el interés que mostraría la Unión Europea en los
acuerdos de comercio preferencial, sobre todo si se trata de un convenio con el MERCOSUR
donde Europa tiene mucho más que perder.
Los avances hacia la suscripción de acuerdos de comercio preferencial entre Europa y
América Latina no se dan en el vacío. El problema de la desocupación en la Unión
Europea (1 1 % promedio regional) ya es muy grave y con la entrada en vigor de la Unión
Monetaria Europea (UME) el 1 de enero de 1999, seguramente empeorará a corto plazo. La
Comisión Europea, cuyos funcionarios están encargados de realizar las negociaciones
detalladas de los acuerdos de comercio preferencial, sufrirá fuertes presiones de los
Estados miembros para limitar las concesiones comerciales. Sin la liberalización del
comercio agrícola, sin embargo, los acuerdos proyectados violarán las normas de la OMC y
no darán satisfacción a los países latinoamericanos (sobre todo los miembros del
MERCOSUR).
Es más lento el crecimiento de las importaciones latinoamericanas y seguirá decayendo.
El incremento espectacular en el primer lustro de los años noventa obedeció a la
liberalización del comercio y no a un rápido crecimiento económico. Una liberalización
del comercio de esta magnitud no podrá repetirse y los déficit comerciales se han vuelto
más difíciles de financiar luego de la crisis financiera asiática. Por lo tanto, la
Unión Europea observará que el crecimiento de sus exportaciones a América Latina en el
segundo lustro de los años noventa será mucho menos acentuado. Este factor puede
restarle interés a suscribir acuerdos de comercio preferencial con la región.
V. Conclusiones
Los sistemas de integración subregional en las Américas van a perdurar. Los creados
en los años sesenta sobrevivieron a la "década perdida" de los años ochenta y
no hay motivos para creer que no prosperarán en un ambiente más favorable generado por
la reforma económica y la consolidación democrática. Los nuevos sistemas -MERCOSUR y
TLC- tienen incluso mejores perspectivas, pues su estructura toma más en cuenta las
nuevas circunstancias y hay pocos o ningún impedimento como lastre del pasado.
No obstante, no puede negarse que la integración regional es un asunto muy difícil. No
existe el equilibrio estático en los sistemas de integración, como lo ha demostrado
elocuentemente la experiencia europea. Una etapa desemboca inexorablemente en la otra.
Así, la adopción de un arancel externo común conduce a un mercado único; éste exige
su vez la armonización cambiaría, la que --en presencia de la movilidad del capital-
implica la unión monetaria (Wyplosz, 1997). El proceso sólo se completa cuando --como en
el caso de la Alemania de Bismarck o Estados Unidos decimonónico- la integración
económica crea un solo país. Como los Estados miembros pueden resistirse a este proceso,
o al menos tener ideas diferentes sobre la velocidad del proceso, hay amplio campo para el
roce.
La integración en las Américas no es ajena a estos procesos y el roce se agudiza por la
falta de objetivos comunes. Paradójicamente, lo que atenúa el problema es la lentitud
del avance hacia la conclusión de cada etapa. Así, las dificultades del MERCOSUR para
completar el arancel externo común permiten que los Estados miembros posterguen la
consideración de la - próxima etapa (el mercado único); mientras que el hecho de que el
MCCA no haya reformado las instituciones que apoyan la integración ha impedido tratar el
problema de las barreras no arancelarias. La CARICOM no ha sido ni siquiera capaz de
decidir respecto a la calidad de miembro en el sistema de modo que se vuelve muy lento
pasar de una etapa a otra.
El TLC tampoco está inmune a estas presiones, con el resultado de que Estados Unidos ha
visto que la integración regional tiene un costo en términos de soberanía económica
nacional. Ya se trate de una controversia con Canadá respecto a qué constituye una
excepción cultural al libre comercio (por ejemplo, las revistas) o una diferencia con
México acerca de un proceso productivo (por ejemplo, la pesca del atún), Estados Unidos
está aprendiendo a golpes que la integración regional exige modificar la manera de hacer
la política económica. El rescate financiero de México en 1995, contra la oposición
del Congreso, fue también un recordatorio de que los socios implican obligaciones y no
sólo oportunidades.
El TLC sobrevivirá a estas tensiones, dificultades y presiones. El proceso de
integración económica entre los tres países es irreversible y los beneficios
considerables. Sin embargo, la dinamización del TLC no conducirá necesariamente a su
ampliación mediante el ALCA o a la inclusión de otros miembros. Por el contrario, las
responsabilidades emanadas del TLC (por ejemplo, mejoras ambientales), sumadas a costos
claramente visibles (por ejemplo, pérdida de ocupaciones en industrias con gran densidad
de mano de obra), tenderán a reducir aún más el atractivo popular del ALCA y a aumentar
la resistencia del Congreso a la vía rápida. La coalición multipartidista favorable al
TLC, con mayoría muy escasa en el Congreso incluso en 1993, será difícil de reconstruir
para otros países de las Américas.
El gobierno de Clinton no puede abandonar el ALCA y las negociaciones se iniciarán según
lo convenido en la cumbre de Santiago. Sin embargo, no habrá urgencia en abrir el debate
y los países latinoamericanos serán renuentes a hacer cualquier concesión en ausencia
de la vía rápida. A medida que avancemos hacia el año 2005, será cada día más
difícil amalgamar los diferentes sistemas de integración en las Américas. La
experiencia europea en este sentido no es grata: la competencia entre la Zona Europea de
Libre Intercambio y la CEE llevó a la absorción de la primera por esta última. Es
difícil imaginar algo similar en las Américas.
Si falla el ALCA, disminuirá la perspectiva de celebrar acuerdos de comercio preferencial
entre la Unión Europea y los diferentes países o regiones de las Américas. Es posible
que pueda concluirse uno con México, porque está mucho más avanzado que los demás.
Pero incluso esto no es seguro y es difícil que éste siente un gran precedente para el
MERCOSUR. Para México y la Unión Europea un acuerdo de comercio preferencial es en gran
medida simbólico; el volumen de comercio es pequeño y es difícil que aumente mucho,
incluso con un acuerdo de comercio preferencial. El MERCOSUR es diferente y la Unión
Europea tendrá que hacer penosas concesiones para lograr un acuerdo. Por cierto, no
habría por qué hacerlas si disminuye la amenaza de exclusión de las Américas por no
concretarse el ALCA.
Pase lo que pase, parecen destinados a aumentar los vínculos en materia de comercio e
inversión entre los países latinoamericanos y Estados Unidos. La lógica proximidad
geográfica, los lazos culturales y la erosión de las barreras idiomáticas apuntan en la
misma dirección. Estados Unidos ha demostrado su capacidad para conservar e incluso
aumentar su cuota de mercado en condiciones adversas; es difícil que la pierda cuando las
circunstancias son tanto más propicias. Con o sin el ALCA, es seguro que se fortalecerán
los lazos económicos entre Estados Unidos y sus vecinos del hemisferio. Y el comercio
entre Estados Unidos y Cuba - otrora un socio importante- puede evolucionar en un solo
sentido.
(Traducción del inglés)
Bibliografía
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open regionalism", World Development, vol. 26, No.2, Oxford, Pergamon Press,
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- (1997) "Regional integration in Latin America since 1985: open regionalism and
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IRELA (Instituto de Relaciones Europeo-Latinamericanas) (1997): The European Union and
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De Paiva Abreu, M. (1997): "O Brasil e a Alca: interesses e alternativas", Brasil:
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Janeriro, Jos Olympio.
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V.Bulmer-Thomas, N. Craske y M. Serrano (eds.), Basingstoke, Macmillan Press/ILAS.
Wyplosz C. (1997): "EMU: why and how it might happen", The Journal of
Economic Perspectives, vol.11 No 4, Nashville, American Economic Association
Notas:
1/ En el presente artículo, a menos que se
indique expresamente lo contrario, la expresión "América Latina" denota a la
región de América Latina y el Caribe. Esta es casi equivalente a la expresión
"hemisferio occidental" que aparece en las publicaciones del Fondo Monetario
Internacional.
2/ En 1996, la participación en las
exportaciones e importaciones fue de 17.6% y 15.4%, respectivamente (FMI, 1997, p. 454).
3/ En este artículo empleo el término
"acuerdo de comercio preferencial" y no el de "acuerdo de comercio
regional" para referirme a un acuerdo con obligaciones jurídicas en que los países
se ofrecen entre sí concesiones comerciales recíprocas, que no extienden a terceros
países. Utilizo el término acuerdo de libre comercio sólo cuando forma parte del
título oficial de un acuerdo, por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLC).
4 / Cuando México, bajo la presidencia de
López-Portillo (19761982), fue abordado por Estados Unidos con miras a suscribir un
acuerdo de comercio preferencial. la oferta fue rechazada. No cabe duda que esto se
explica en parte por un nacionalismo anticuado, pero la economía también desempeña un
papel importante.
5/ En términos de divisas, las importaciones de
terceros países siguen siendo más baratas, pero los consumidores ya no tienen que pagar
aranceles por las importaciones provenientes de los socios y pueden así reorientar sus
preferencias. Tiende a producirse la desviación del comercio cuando los aranceles son
elevados
6/ La creación de comercio neto suele ser
negativa en los cálculos de los economistas, lo que implica que el acuerdo de comercio
preferencial en cuesión va a perjudicar el bienestar. Este aspecto suele soslayarse con
la referencia a las "ganancias dinámicas"(no especificadas).-
7/ Véanse, por ejemplo, las generalizaciones algo
aventuradas de Krueger (1997).
8/ Por lo tanto, la OIC jamás existió, quedando
sólo el GATT, que en la época de su creación (1947) se suponía que sólo sería
temporal.
9/ Los únicos ausentes fueron Cuba y aquellos
territorios caribeños cuya política comercial está a cargo de las potencias
metropolitanas.
10/ En la Cumbre de las Américas se
había decidido que Chile sería el primer país que podría acceder a un TLC ampliado.
11/ La excepción principal era Panamá, cuya
economía basada en los servicios no se prestaba a participar en ninguno de los acuerdos
de comercio preferencial de la región.
12/ La calidad de miembro del GATT, y luego de la
OMC, restringía la capacidad de los países para elevar los aranceles una. vez
consolidados. En todo caso, las alzas arancelarias envían precisamente el mensaje
equivocado si lo que quieren los gobiernos es indicar
13/ Siempre que el país importador no imponga un
derecho compensatorio o antidumping, como ha ocurrido en varios casos.
14/ La resurrección del MCCA habría ocurrido
antes si no hubiera sido por las tensiones regionales creadas por la supervivencia del
régimen sandinista en Nicaragua, La derrota de los sandinistas en febrero de 1990 en
elecciones libres allanó el camino para la reactivación del MCCA (Bulmer-Thomas, 1998).
15/ Se suscribió un acuerdo marco entre el
MERCOSUR y los demás países de la Comunidad Andina en vísperas de la Cumbre de las
Américas celebrada en Santiago en abril de 1998.
16/ He utilizado las cifras de 1995, ya que las
correspondientes a 1996 que aparecen en FMI (1997) podrían ser revisadas. Al redactar
este artículo no disponía de cifras para 1997.
17/ En 1996, las cifras fueron 53 mil
millones y 52 mil millones, respectivamente. Véase FMI (1997, pág. 111).
18/ El gráfico 1 incluye observaciones sobre los 34
países involucrados en el ALCA, excepto Canadá y Estados Unidos (que no vienen al caso)
y Antigua, Saint Kitts y Santa Lucía (los datos no constan en la fuente).
19/ En la reunión de Belo Horizonte,
los países obtuvieron el derecho de negociar en bloque. Sin embargo, Estados Unidos
insistió en que la negociaría como un solo país y no como miembro del TLC.
20/ El Presidente Rodríguez asumió el mando
en mayo de 1998, pero su gobierno comparte los puntos de vista del Presidente Figueres
(1994-1998) respecto a la integración hemisférica.
21/ México representaba 24.3% de las
exportaciones de la Unión Europea a América Latina en 1990, pero sólo 13.8% en 1995
(IRELA, 1997, p.86, cuadro 8).
22/ Subió de 4.3% en 1990 a 5.8% en 1995 (IRELA,
1997, pág. 84,cuadro 6).
Sumario
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