Cada religión, cada
pueblo, cada cultura, cada época tiene su manera de ver y asumir la sexualidad con una
forma general, sus particularidades, adelantos, desviaciones y salidas de serie. Lo que
puede ser aceptable para unos no lo es para otros.
La globalización en marcha trastoca todo y a la vez produce un querer
refugiarse en valores de antaño. Algunos llaman a esto fundamentalismo. El
fundamentalista es denostado, ocultando que tras la crítica hay otro valor, no siempre
mejor que el criticado. Es la fuerza avasalladora del más fuerte que nos presenta como
valor sus no valores o su visión del mundo. En definitiva es otra forma de
fundamentalismo en el que la víctima es presentada ya no como culpable sino como
obsoleto, negando con este nuevo fundamentalismo la carga de valores, de historia, de
cultura acumulada por quien es centro de la crítica y vasallaje del globalismo.
En La Biblia encontramos pasajes condenatorios de prácticas sexuales,
consideradas como abominación. Se nos presentan dos ciudades como impuras y fueron
castigadas con su destrucción total. Otra lectura de los mismos pasajes nos permite ver
que el problema ha existido desde tiempos remotos, al decir esto queremos dejar claro que
no estamos tomando la Biblia como un documento de valor histórico, pero es indudable que
emite juicios morales de los valores de unos, contra los valores de otros y estos no
pueden ser sacados del aire sino de la convivencia humana.
No por que se hayan borrado dos ciudades con todos sus habitante, no por
ser cuestionable la fuente, incluso no por no ser auténtico el hecho, es menos cierto que
hay una manera distinta de asumir la sexualidad y esta tiene mucho que ver con la
religión, la cultura, la época.
Como no pretendemos hacer un estudio a través de la historia de este
tema, lo resumiremos dando una mirada parcial a un presente determinado. En la simple
apariencia lo sexual se nos presenta por medio de dos sexos distintos: hombre y
mujer, que según sea el caso se le asigna socialmente un papel distinto. Justo es decir
que este papel asignado tiene más que ver con una relación de poder, que se da en la
sociedad, que con que ambos sexos deban, perentoriamente, asumir papeles distintos.
También es cierto que una cosa es la apariencia física de las personas y
los valores que profesan, la cultura a la que pertenecen y la forma en que expresan su
sexualidad. En resumidas cuentas no siempre se es libre de profesar lo sexual acorde con
su ser profundo. Sin entrar en detalles mayores que nos alejarían de lo que pretendemos
demostrar el asunto se remite a que las apariencias no siempre son coincidentes con la
realidad.
Ocurre que en un ayer pretérito, el sexo era un medio para la
reproducción, hoy cuando la reproducción no es tan necesaria, el sexo como práctica ha
pasado a cumplir mayoritariamente un papel de forma de placer.
Lo que ayer era ya no es, lo que en apariencia parece no lo es en
profundidad. Sin embargo lo que para unos es condenable para otros no lo es, lo cual nos
remite a que, por diversas razones, todavía muchos oculten su real inclinación. Se
produce una auto represión, producto de la no aceptación que la sociedad entrega como
formación social.
Tenemos el caso de que algunos ocultan su auténtica sexualidad y otros la
asumen con orgullo. Sin embargo o quizá por esta misma dualidad cada sector tiende a
convivir con sus iguales. Tomemos el caso de quien en apariencia es hombre, pero sin tener
los atributos externos de una mujer, es y actúa como tal. ¿Qué lo distingue de los
otros hombres? La respuesta va desde poco casi nada hasta ciertos detalles de lo que en
esta cultura, sociedad, religión y época entendemos por lo femenino: delicadeza en sus
maneras, esmero en la presentación personal, voz menos grave, miedos o fobias, fijaciones
por el orden, la limpieza, etc. En una palabra: pulcritud. ¿Y qué sino pulcritud
distingue a los militares que no están en actos de guerra?
Si lo vemos por los resultados de quienes estando en papeles de poder
asumen con furia la represión, actúan a espaldas de la sociedad y en contra de ella.
Siempre pulcros en sus maneras, primero dan un golpe, asumiendo un papel de machos, luego
viene el drama de confrontar la verdad, se escudan en el absoluto desconocimiento de sus
responsabilidades y hasta con notorias muestras de cobardía. ¿Son los que no asumen su
real sexualidad y se escudan en papeles asignados al sexo que no son?
Lo que si está claro es que las apariencias engañan. Hace más de
quinientos años, un guerreo le dice a otro mientras huían salvando sus vidas, pero
perdiendo sus tesoros: "No llores como mujer lo que no supiste defender como
hombre" En esta frase vemos los claros papeles asignados: la mujer llora, el
hombre lucha. Esto se repite hoy como si hubiera pasado un minuto. Los militares luchan,
cuando tienen el respaldo de sus armas y su poder destructivo. Cuando son sorprendidos su
conducta va de negarlo todo, de decir no sabía nada, de hacerse el loco y hasta de llorar
antes del tiro de gracia que les da su propia mano.
Decía el Maestro Ríoseco, un filosofo popular que tuve la suerte de
conocer en Angol, "que todos, alguna vez en su vida demuestran lo que realmente
son" este es el caso, de quienes se ven enfrentados a juicios: ayer valientes
soldados, hoy mujeres llorando. Son los pulcros ocultos tras el uniforme, pretendiendo
ocultar su sexualidad no asumida.