De La Tercera - 14 agosto 2005
Indiferencia, sopor y desdén Por Héctor Soto
Quizás sea difícil establecer el momento exacto en que lo que le
ocurriera o dejara de ocurrir al general Pinochet se independizó total y definitivamente
tanto de la agenda pública como del desenvolvimiento del acontecer nacional. Es cierto
que las resoluciones judiciales que lo afectan siguen dando para titulares en los medios y
aun para noticias de primera plana en la prensa mundial. Pero acá nadie se inmuta y las
cosas siguen siendo más o menos igual. El dólar no sube, los militares no están
inquietos, el riesgo país continúa más bajo que nunca, las calles están tranquilas y,
salvo -dicho con todo respeto- cuatro gatos, prácticamente nadie sale a la calle a
manifestarse.
En cosa de corto tiempo Pinochet se transformó en anécdota y este
desenlace tal vez dice mucho tanto de las grandezas como de las miserias de esta
transición arrastrada y demorada, que partió ajustada a un libreto rígido y escrupuloso
donde nadie podía desentonar ni salirse un milímetro de la raya, y está terminando como
nadie imaginaba, según una lógica que mezcla la asociación libre de Freud con el teatro
del absurdo, dentro de una niebla que, a pesar de ser muy ligera, a estas alturas ya casi
impide ver incluso a sus grandes actores.
Pinochet no sólo fue uno de ellos. Fue el protagonista indiscutido y
también el único tema. Por eso, sólo por eso, es que las resoluciones adoptadas esta
semana por el ministro Muñoz, que investiga las cuentas del Riggs, y también el fallo de
la Corte de Apelaciones, que concedió la libertad bajo fianza a doña Lucía y se la
negó a Marco Antonio Pinochet, pueden ser un punto de inflexión para mirar atrás y
tomarle el peso a la distancia que nos separa del día en que Pinochet abandonó La
Moneda.
De ahí en adelante nada ni nadie fue capaz de detener la caída libre
de Pinochet y no hubo un solo día que dejara de perder poder, prestigio, importancia y
dignidad. Visto así el proceso puede parecer dramático y fulminante, pero sin duda lo
más dramático de todo es que al menos en sus últimas ese proceso transcurrió detrás
de una cortina cada vez más gruesa de indiferencia, sopor y desdén.
Siempre habrá margen para que los círculos de imaginación más
paranoica piensen que esto no es más que la coronación o el último capítulo de un plan
premeditado para pulverizar la imagen del gobierno militar en la conciencia de los
chilenos. No cabe duda que de haber existido semejante operación, posiblemente todos
quienes votaron el 88 por el No la hubieran comprado con entusiasmo y pagando un precio
incluso por encima de los valores de mercado. No hubo tal plan, entendido como diseño
pormenorizado y global.
Pinochet está donde está no tanto porque allí lo haya querido poner
el gobierno, la izquierda o la Concertación, sino porque allí se colocó él. Fue él
quien quiso ir a Londres. Fue él quien ocultó las cuentas secretas. Fue él quien se
desentendió y mir{o al techo en el tema de los derechos humanos. Fue él quien no dio
explicaciones ni asumió sus responsabilidades políticas y penales a tiempo. Fue él
quien prefirió no retirarse cuando debió haberlo hecho.
Sería interesante saber qué le ocurre o le ocurrió a él en su
conciencia crepuscular. ¿Cómo habrá mirado su derrumbe? ¿Se arrepentirá de algo, se
recriminará de no haber sido un poco más duro o, por la inversa, de no haber sido un
poco más íntegro y transparente?
No sólo eso. Si es que tiene interés público el asunto, ¿se sabrá
alguna vez cuánto de los delitos financieros puestos al descubierto de rebote por el
Senado norteamericano es estrictamente suyo y cuánto de su propia familia? ¿En qué
medida el carácter de doña Lucía fue determinante en algunas de las ínfulas más
irritantes de su gobierno? ¿Quién marcó más a la familia, sobre todo en lo que
concierne a la formación y a la conducta temprana y reciente de los hijos, él o ella?
Ninguna de estas conjeturas, en realidad, interesa mucho para los
efectos de eso que llaman el análisis político. Sin embargo, podrían entregar claves
interesantes desde la perspectiva novelesca para entender facetas laterales del
hundimiento del hombre que llegó a tener más poder en Chile durante largos años. Desde
el realismo más cínico incluso se podría pensar que existe una abierta asimetría entre
la concentración de poder que él consiguió y la fortuna infamante, oscura y tramposa
pero finalmente miserable que hasta ahora las indagaciones han permitido identificar.
Como ya se ha destacado, el único dato nuevo que entregan los últimos
desarrollos del caso es que esta vez Pinochet sí asumió, a través de una breve
declaración escrita seguramente por sus abogados, las responsabilidades que le
corresponden. Es la primera vez que lo hace explícitamente y al margen de la retórica.
Bien puede ser que si lo hubiera hecho antes y en la coyuntura de otros episodios tanto o
más incriminadores que las platas negras, su imagen no estaría hoy tan destrozada. Nadie
puede asegurarlo. El problema es que a estas alturas ya prácticamente a nadie le importa.
Y que además nadie le cree, salvo su abogado, Pablo Rodríguez, la figura que desde la
trinchera nacionalista se jugó por entero durante el gobierno militar contra el modelo
económico liberal y a quien Pinochet nunca le dio mayor entrada. Ironías del destino.
Pinochet se fue quedando solo y el hombre que ahora está a cargo de la primera línea de
su defensa no es un favorito sino quien de su gobierno recibió básicamente portazos. |