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Tomado de El Mostrador
Viernes, 26 de Enero de 2001
Declaración judicial del general Joaquín Lagos Osorio
Reproducimos aquí la declaración judicial prestada por el general (R) Joaquín Lagos
Osorio el 3 de julio de 1986, vía exhorto, ante el Primer Juzgado del Crimen de
Antofagasta por la desaparición de Hector Mario Silva Iriarte, Miguel Hernán Manríquez
Díaz y Marcos Felipe de la Vega Rivera, ocurrida el 19 de octubre de 1973 en Calama.
Joaquín Lagos Osorio, comandante en jefe de la I División de Ejército con asiento en
Antofagasta. II Región de Chile.
Lagos Osorio, declaró el 3 de julio de 1986, por exhorto solicitado por el Primer Juzgado
del Crimen de Antofagasta por la desaparición de Hector Mario Silva Iriarte, Miguel
Hernán Manríquez Díaz y Marcos Felipe de la Vega Rivera, ocurrida el 19 de octubre de
1973 en Calama.
En su declaración Lagos, afirma que:
"Con fecha 11 de septiembre de 1973, en mi calidad de general de Brigada, Comandante
de la Primera División de Ejército, me correspondió asumir la Jefatura de Zona en
Estado de Sitio de la Provincia de Antofagasta
"El mismo 11 de septiembre, se dictó el Bando N° 3 de la Jefatura de Estado de
Sitio, el que bajo mi firma requería varias personas, aproximadamente 100, para que se
presentaran a la Intendencia de Antofagasta y respondieran por cargos diversos que se le
formulaba por parte de los Servicios de Información, atendida su calidad de altos
militantes del régimen de la Unidad Popular. En este Bando, figuraba don Mario Silva
Iriarte. No recuerdo la oportunidad en que el Sr. Silva se presentó a la Intendencia,
presumo que ello debe haber sido en la fecha y forma que señala su cónyuge en la
querella.
Respecto a los señores Miguel Hernán Manríquez Díaz y Marcos Felipe de la Vega Rivera,
desconozco la oportunidad y las circunstancias de su detención, a no ser por los dichos
de sus familiares en las querellas.
Al 19 de octubre de 1973, las tres personas sobre las que declaro, se encontraban
detenidas en la cárcel de Antofagasta y sometidos a proceso, sin que se hubiera citado
aún a Consejo de Guerra de acuerdo al Código de Justicia Militar, por lo que los
detenidos no tenían aún la posibilidad de defensa que contempla el mismo código. A la
fecha indicada, por cierto, no existía sentencia condenatoria en su contra. No recuerdo
precisamente los cargos por los que se llevaba adelante las investigaciones respecto de
estas tres personas.
El 17 de octubre de 1973, recibí un llamado telefónico en la Intendencia de Antofagasta,
alrededor de las 10.00 hrs., del General Sergio Arellano Stark, que me pedía permiso para
entrar en mi zona jurisdiccional, pues venía en helicóptero por orden del Comandante en
Jefe del Ejército a uniformar criterios sobre la administración de justicia.
Accedí a lo solicitado por dicho General y le pregunté el día y la hora de arribo a
Antofagasta. Me informó que llegaría a Antofagasta al día siguiente -18 de octubre de
1973-, alrededor de las 10.00 horas y que necesitaba alojamiento para 10 personas. Le
contesté que descendiera en el Regimiento Esmeralda y que él tendría alojamiento en mi
casa. Al preguntarle con quién más venía, entre otros, mencionó al Teniente Coronel
Sergio Arredondo González, quién había sido 2° Comandante cuando me había
correspondido mandar el Regimiento Coraceros, razón por la cual le comuniqué que el
comandante Arredondo también tendría alojamiento en mi casa.
Después de esta conversación di las instrucciones al Jefe de Relaciones Públicas, que
tenía en la Intendencia Mayor Manuel Matta Sotomayor, hoy general en servicio activo
(N.de la R. 1986), y a mi Ayudante, Capitán Juan Zanzani Tapia, hoy Teniente Coronel en
servicio activo (N. de la R. 1986), para que prepararan la llegada de esta delegación.
Ambos jefes se encuentran hoy en Santiago. El General Matta a cargo del Comando de Apoyo
Administrativo del Ejército y el Teniente Coronel Zanzani, en la Dirección de
Instrucción del Ejército.
Esa misma mañana recibí un llamado telefónico del General Oscar Bonilla B., Ministro
del Interior, quien me insinuaba la posibilidad de que las personas sometidas a proceso
fueran defendidas por el Colegio de Abogados de Antofagasta. Consecuente con lo anterior,
cité a la Directiva del Colegio de Abogados de esa época para que mantuviera una
reunión conmigo, en mi oficina.
Alrededor del mediodía, concurrió a mi oficina la directiva del Colegio de Abogados, con
su presidente, don José Luis Gómez Angulo, y con los siguientes miembros del directorio:
Señores Mahomud Tala Rodríguez, Ignacio Rodríguez Papic, Carlos Marín Salas, Horacio
Chávez Zambrano y Luis Fernandois, hoy fallecido. Todos continúan residiendo actualmente
en Antofagasta, a excepción del Señor José Luis Gómez Angulo que está en Santiago en
la firma "Eulogio Gordo y Cia".
Manifesté a la directiva que la petición que les formulaba estaba encaminada a conseguir
una recta administración de justicia, constituyendo una garantía de que se respetarían
las normas procesales y que se defendería adecuadamente a los procesados.
Todos sin excepción aceptaron mi petición, junto con agradecer esta medida.
Esa misma mañana, después de la reunión con la directiva del Colegio de Abogados,
recibí en audiencia al abogado de Santiago, don Gastón Cruzat Paul y al de Antofagasta,
don Luis Fernandois. El señor Cruzat venía en representación de la familia del detenido
señor Eugenio Luis Tagle Orrego quien me solicitaba que la defensa del señor Ruiz Tagle
fuera hecha por el abogado señor Luis Fernandois. Les manifesté que, conforme al acuerdo
recientemente contraido con el Colegio de Abogados, no había ninguna inconveniencia en
que así fuera.
Al día siguiente, 18 de octubre de 1973, alrededor de las 10.00 horas y como acto de
deferencia, me trasladé al Regimiento Esmeralda a recibir al General Sergio Arellano, que
arribó poco después de las 10.00 hrs.; además del General Sergio Arellano, venían con
él los siguientes jefes y oficiales:
* Teniente Coronel Sergio Arredondo González
* Mayor Pedro Espinoza Bravo
* Capitán Marcelo Moren Brito.
* Teniente Juan Chiminelli Fullerton
* Teniente Armando Fernández Larios
El helicóptero era piloteado por el capitán Sergio de la Mahotier y no recuerdo el
nombre de su acompañante. Estos son los grados que en ese entonces ostentaban los jefes y
oficiales mencionados.
A su llegada, le pedí al General Arellano que me informara el motivo de su visita. Me
contestó que traía la orden del Comandante en Jefe del Ejército, General Augusto
Pinochet Ugarte, de uniformar criterios sobre la administración de justicia, lo que me
pareció razonable, dada la situación que vivíamos y consideré que esto venía a
reforzar lo que me había pedido el General Bonilla el día anterior.
Además me pidió una reunión con el personal de la guarnición militar (oficiales y
cuadro permanente), pues traía para ellos un especial encargo del Comandante en Jefe del
Ejército General Augusto Pinochet Ugarte. Al preguntarle a qué se refería este encargo,
me contestó que era sobre la conducta del personal en estos momentos. Le expuse que no
hacía mucho el Comandante en Jefe del Ejército había estado en Antofagasta y ese tema
lo había tratado extensamente y además que yo, como Comandante en Jefe de la División
así como los Comandantes de las Unidades habíamos insistido en esto, pues nos preocupaba
mucho. El General Arellano me reiteró que tenía orden del Comandante en Jefe del
Ejército de insistir sobre ciertos aspectos y tratar otros, razón por la cual dispuse
esta reunión en la Escuela de Unidades Mecanizadas, donde yo concurrí para presentarlo
al personal.
El General Arellano centró su exposición sobre la conducta del personal, la que debía
ser ejemplar, evitando todo abuso de poder. Al final, yo le comenté que nada nuevo había
aportado con su exposición.
Luego nos fuimos a almorzar a mi casa, el General Arellano y el Comandante Arredondo, y el
resto de la delegación al Hotel Antofagasta, donde tenía sus reservaciones.
Le comuniqué al Jefe del Estado Mayor de la División, Coronel Sergio Cartagena R., que
dispusiera lo necesario por cuanto en la tarde el General Arellano trabajaría en mi
oficina de la División y yo lo haría en la Intendencia. Además, le pedí que ordenara
al Auditor de la División, Teniente Coronel Marcos Herrera Aracena, que le mostrara al
General Arellano los sumarios fallados y los en proceso, para que vieran en conjunto y en
forma práctica los nuevos procedimientos que traía el General Arellano, a finde que se
hiciera un Memorándum para un posterior análisis conmigo.
Además, considerando que el General Arellano me había informado que al día siguiente
iría a Calama con el mismo objeto le ordené al Jefe del Estado Mayor que comunicara al
Coronel Eugenio Rivera, Comandante de la Guarnición del Loa, la visita, la que sería por
el día, manifestándole que el arribo sería alrededor de las 10.00 horas.
Durante el almuerzo, se habló únicamente de la situación de Santiago, y ni el General
Arellano ni el Comandante Arredondo dijeron nada de lo que habían hecho, especialmente la
noche anterior en Copiapó, dependiente de mi División. Por otra parte, el Comandante de
esa Unidad, Teniente Coronel Oscar Haag Blaske, nada me había informado. Terminando el
almuerzo nos retiramos a nuestros lugares de trabajo: el General Arellano a mi oficina de
la División y yo a la oficina de la Intendencia.
En la tarde de ese día me informaron que el Comandante en jefe del Ejército y Presidente
de la Junta de Gobierno, venía de Santiago con destino a Iquique, y que haría una escala
de mantenimiento en Antofagasta, lo que informé al General Raúl Vargas Miquel, de la
Fuerza Aérea, al Comandante Jorge Martín Cubillos de la Armada y al General Luis Campos
Vázquez de Carabineros, a fin de que me acompañaran al aeropuerto a saludar al
Presidente de la Junta y Comandante en Jefe del Ejército. También se lo comuniqué al
General Arellano.
Alrededor de las 18.30 horas nos encontrábamos en el hangar del aeropuerto pero faltaba
el General Arellano y, pasados unos instantes, los jefes de las Fuerzas Armadas y de Orden
de Antofagasta me preguntaron qué le pasaba al General Arellano que no se encontraba con
nosotros y que estaba con su gente en la pista, alrededor de 100 metros de donde
estábamos. Les contesté que no me había dado cuenta y no sabía a qué se debía esa
actitud; junto con ello les expliqué la razón de su viaje, ajustándome a lo que el
General Arellano me había informado.
Al llegar el avión del Comandante en Jefe del Ejército, me acerqué a saludarlo y junto
con ello le informé que Antofagasta estaba en la más absoluta calma. Después de saludar
a los otros jefes institucionales, entre los que también estaba el General Arellano que
se había acercado, le informé de la conversación que había tenido con el General
Bonilla y de mi Gestión con la directiva del Colegio de Abogados de Antofagasta. De esta
conversación fueron testigos los jefes institucionales de Antofagasta, así como también
el General Arellano.
Después de despedirme de los Jefes Institucionales, y dada la hora, le ofrecí al General
Arellano mi auto para que regresáramos a Antofagasta, lo que aceptó. En vista de esto,
el Comandante Arredondo, que estaba presente, me pidió el vehículo que le tenía
asignado al General Arellano. Yo pensé que iría a visitar a un hermano que tenía en
Antofagasta. Además, en ese encuentro, el General Pinochet le había comunicado que lo
había nombrado Director de la Escuela de Caballería. Por lo cual accedí a la petición
que me formuló y le envié saludos a su hermano, a quien conocía.
En mi domicilio y antes de pasar a comer, le pregunté al General Arellano ¿cómo estaba
la forma de la administración de justicia con relación a la política del Comandante en
Jefe que él traía; me contestó que nada de importancia había y que al día siguiente
conversaríamos, respecto a detalles que ya había hablado con el Auditor.
Estando comiendo, llamó por teléfono el Comandante Arredondo; yo lo atendí; era para
disculparse porque no alcanzaría a comer con nosotros; pensé que estaba en casa de su
hermano.
Antes de terminar de comer, el General Arellano demostró preocupación, porque durante el
día no había estado con la gente que andaba con él y que estaba en el Hotel
Antofagasta. Yo le manifesté que no se preocupara, que yo mismo lo llevaría en mi auto a
reunirse con ellos en el Hotel. Hoy recuerdo que no volvió a mencionar esta preocupación
y después de comer nos retiramos a nuestros aposentos, sin que el Comandante Arredondo
hubiera llegado.
Al día siguiente, el 19 de octubre de 1973, después del desayuno, que se sirvió en las
habitaciones de cada uno, cuando eran pasadas las 08.00 horas y estando listos para
dirigirse al helipuerto del Regimiento "Esmeralda", para la partida del General
Arellano a Calama, llegó el Auditor de la División, Teniente Coronel Marcos Herrera
Aracena a sacarle unas firmas al General Arellano. Según me informó el mismo General
Arellano, eran por el trabajo efectuado el día anterior. Después de la partida del
General Arellano a Calama, no se me informó nada de nada anormal. Me fui a la Oficina de
la Intendencia; estimo que serían alrededor de las 10 horas del 19 de octubre de 1973.
A penas llegué, pidió hablar conmigo el Jefe de Relaciones Públicas, Mayor Manuel Matta
Sotomayor, hoy General en Servicio Activo. Noté que en su rostro reflejaba una gran
preocupación y me preguntó:
"¿Qué vamos a hacer ahora, mi General?".
Yo le contesté ¿Hacer de qué?
Quedó abismado de mi respuesta y me preguntó si no estaba en conocimiento de lo que
había sucedido la noche anterior.
Yo ya molesto, porque nada me decía y sólo se limitaba a hacerme preguntas con estupor,
al constatar que nada sabía de lo que había sucedido la noche anterior, lo conminé a
que de una vez por todas me informara de qué se trataba. Sólo entonces, me informó que
en la noche, la Comitiva del General Arellano había sacado del lugar de detención a 14
detenidos que estaban en proceso, los había llevado a la quebrada del "Way" y
los habían muerto a todos con ráfagas de metralletas y fusiles de repetición; después
habían trasladados los cadáveres a la morgue del Hospital de Antofagasta y como esta era
pequeña y no cabían todo los
cuerpos, la mayoría estaba afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con más o menos 40
tiros cada uno y en estos momentos así permanecían al sol y a la vista de todos cuantos
pasaban por ahí.
Al oír de esta horrible masacre, quedé estupefacto y sentí una enorme indignación por
estos crímenes perpetrados a mis espaldas, en un lugar de mi jurisdicción.
Ordené que armaran sus cuerpos, los médicos militares y del hospital, y avisaran a los
familiares y les hicieran entrega de los cuerpos, en la forma más digna y rápida
posible.
Estando en esto , recibí el llamado de mi señora esposa, desde mi casa, que me pedía
explicaciones acerca de lo sucedido, pues frente a la casa tenía a más de 20 mujeres
llorando a gritos, que pedían la razón de la muerte de sus esposos, hijos o hermanos y
le rogaban su intercesión para que les devolvieran los cadáveres. En forma breve le
expliqué a mi señora lo que había sucedido, de lo cual estaba siendo informado recién
y que haría cuanto se pudiera para entregar los cuerpos, en la forma más digna posible.
Luego, entró mi ayudante, el Capitán Juan Zanzani Tapia que me anunciaba que había
llegado la Directiva del Colegio de Abogados de Antofagasta y solicitaba con urgencia
hablar conmigo.
Les hice pasar de inmediato, a pesar del estado anímico en que me encontraba.
La Directiva del Colegio de Abogados me manifestó que lamentaba no poder prestarme la
cooperación que les había solicitado el día anterior, después de lo que había
ocurrido la noche anterior, toda vez que habían sido muertos 14 detenidos, sin mediar
sentencia alguna.
Les manifesté que en estos mismos momentos había tomado conocimiento de lo sucedido; que
todo se había perpetrado a mis espaldas; que no había citado a Consejo de Guerra ni
menos firmado sentencia alguna. Les agradecí la cooperación y les expuse que tal sería
la última vez que los vería, pues renunciaría al Ejército ante el Comandante en Jefe
del Ejército por estos hechos.
Pedí informe acerca de quienes habían sido ejecutados por la Comitiva del General
Arellano y estos eran los siguientes; entre los cuales se encuentran las tres personas,
cuyas muertes investiga SS.:
Luis Eduardo Alaniz Álvarez
Nelson Guillermo Cuello Álvarez
* Mario Silva Iriarte
* Miguel Manríquez Díaz
Daniel Alberto Moreno Acevedo
Washington Muñoz Donoso
Eugenio Ruiz Tagle Orrego
Mario Arqueros Silva
* Marcos de la Vega Rivera
Dinator Ávila Rocco
Segundo Flores Antivilo
José García Berrios
Darío Godoy Mancilla
Alexis Valenzuela Flores
Recuerdo que la razón por la que estaba detenidos y sometidos a proceso era por la
información que se tenía del Servicio de Informaciones, de la existencia de un Plan
destinado a efectuar un autogolpe de la Unidad Popular, que trataba de infiltrarse en las
Fuerzas Armadas y Carabineros. De lo que existía cierta evidencia como el caso del
carabinero Smith que el mismo día 11 de septiembre de 1973 mató a quemarropa a un mayor
y un capitán de carabineros después de la formación, en que se le comunicaba a la tropa
que las Fuerzas Armadas y de Orden habían tomado el mando de la nación.
Se decía que la acción la realizarían en la formación preparatoria para las Fiestas
Patrias, contra las fuerzas de formación y simultáneamente contra los cuarteles de las
Unidades de las Fuerzas Armadas y Carabineros. Además de bloquear las vías de acceso a
Antofagasta, incluso el puerto, para impedir el ingreso a la bahía de buques de guerra.
Esta agrupación en Antofagasta se denominaba AFP (Agitación y Propaganda), grupo que
reemplazó al Frente Interno del Partido Socialista y su organización sería encabezada
en Antofagasta por Mario Silva Iriarte, Washington Muñoz D., Eugenio Tagle O., Luis
Espinoza, Juan Carlos Cortés B., Jorge A. García C (o Mariano García), Miguel
Manríquez y Sergio Hernández. Es lo recuerdo.
Ese día fue muy duro para mí; arreglo y entrega de cadáveres a los familiares. Recuerdo
incluso que le pedí al padre José Donoso, a quién había designado capellán de la
cárcel, que comunicara a algunos familiares la ejecución de sus parientes. Intenté
hablar por teléfono con el Comandante en Jefe del Ejército que estaba entre Iquique y
Arica, lo que me fue prácticamente imposible. Deseaba comunicarle urgentemente lo que el
General Arellano y Comitiva habían perpetrado.
En la tarde de ese día, efectué una reunión de Comandantes de Unidades de la
Guarnición de Antofagasta, lo que se hizo en mi oficina de la División y a ella
asistieron: el Jefe del Estado Mayor, Coronel Sergio Cartagena (fallecido); Coronel
Adrián Ortiz G., Director de la Escuela de Unidades Mecanizadas; Teniente Coronel Enrique
Valdés P., Comandante de la Unidad de Artillería; Teniente Coronel Lagos Fortín,
Comandante de la Unidad de Infantería; Teniente Coronel Victorino Gallegos, Comandante de
la Unidad de Telecomunicaciones y Teniente Coronel Juan Bianchi G., Comandante de la
Unidad Logística.
Mi primera pregunta hacia ellos fue si tenían conocimiento de lo que había sucedido la
noche recién pasada. Todos guardaron silencio. A continuación pregunté que quién
había facilitado vehículos para transportar a los detenidos a la quebrada del Way y
después los cadáveres a la morgue. El Coronel Adrián Ortiz G., Director de la Escuela
de Unidades Mecanizadas, me contestó que él. Le volví a preguntar por orden de quién.
Ya no me contestó. Les manifesté que era yo el que respondía y sólo con mi
autorización podían moverse vehículos y sobre todo para ser empleados en tareas como
éstas.
Le enrostré su total carencia de lealtad y agregué que no tomaba medias porque al día
siguiente dejaría mi puesto a disposición del Comandante en Jefe del Ejército que
regresaba de Iquique a Santiago.
Todos en forma unánime me pidieron que no lo hiciera, dada las circunstancias que vivía
el país; pero les representé que no aceptaba el atropello de que había sido objeto y,
sobre todo estos crímenes que enlodaban al ejército y al país, sin respeto alguno de la
normas legales existentes.
Al día siguiente, después del regreso del General Arellano y su Comitiva, de Calama, me
fui temprano a la Intendencia desde donde di a orden de que el helicóptero del General
Arellano y su comitiva no saliera sin orden mía.
Alrededor de las 09.00 horas, me llamó el General Arellano desde el Regimiento Esmeralda,
para agradecerme las atenciones dispensadas; molesto le contesté que sus agradecimientos
no me interesaban y que debía trasladarse de inmediato a la Intendencia a explicar su
actitud y la masacre que había realizado su comitiva, todo a espaldas de este Comandante
en Jefe de la División y que no pretendiera salir.
A los pocos minutos llegó a la Intendencia en compañía del Teniente Coronel Sergio
Arredondo, a quién no permití que entrara a mi oficina a pesar de su insistencia.
Enfrentado con el General Arellano, le enrostré su criminal actitud y le manifesté mi
indignación por esos crímenes cometidos a mis espaldas en un lugar bajo mi
jurisdicción. Se disculpó diciendo que el Comandante Arredondo había actuado por
iniciativa propia y sin su autorización. Me molestó sobremanera este subterfugio con el
que se declaraba poco menos que inocente y asignaba la responsabilidad a un subalterno, en
circunstancias que el Jefe de esa comitiva era él, el propio General Arellano.
Le agregué que no encontraba adjetivo para calificar lo hecho, que había invadido mis
atribuciones y responsabilidades, dando muerte a gente que aún estaba procesada, con
derecho a las instancias que la Justicia Militar, incluso en tiempos de guerra, consigna
en su legislación: Proceso ante el Fiscal Militar, Defensa de los inculpados y, por
último, Consejo de Guerra y sentencia del juez militar, que en este caso era yo, que
debía pronunciarme en conciencia. Le añadí que lo hecho constituía un crimen tan
monstruoso como cobarde, pues se había dado brutal muerte a gente indefensa, sin que
mediara sentencia alguna del Juez Militar.
Ante esta situación, el general Arellano me contestó que él respondía de todo esto. Yo
le reiteré su actitud innoble para con el ejército, para con el país y para conmigo
mismo, y que este hecho ya no sólo era conocido ante la ciudadanía de Antofagasta, sino
también ante el país, y en el extranjero. Sólo entonces sacó de su manga un documento
que me entregó para que lo leyera: era una comunicación del Comandante en Jefe del
Ejército que lo nombraba "Oficial Delegado", para revisar y acelerar los
procesos. Por el estado en que me encontraba no leí con la atención debida este
documento, pues más me molestó que no me lo hubiera mostrado cuando llegó y que lo
hiciera entonces, cuando habían dado muerte a 14 procesados.
Si me lo hubiera mostrado antes, es decir, a su llegada, yo habría tenido que dictar una
orden a todos mis comandantes de unidades, dando a conocer los poderes de que el general
Arellano venía investido, toda vez que con esta orden, el Comandante en Jefe del
Ejército me quitaba esta responsabilidad y la delegaba al General Arellano.
Pero quedan aún en mi mente las siguientes interrogantes: ¿por qué el General Arellano
hizo todo a mis espaldas? - ¿por qué no se convocó a un Consejo de Guerra, instancia a
que tienen derecho todos los inculpados a petición del fiscal ordenando las personas que
lo integrarían?
Ordené que se retirara con toda su gente de mi zona jurisdiccional, ya que con lo que
ahora conocía, no me quedaba otra alternativa que dar cuenta de estos hechos al
Comandante en Jefe del Ejército, que esa misma tarde regresaba a Santiago, haciendo
escala en Antofagasta, y di orden que dejaran salir el helicóptero que conducía al
general Arellano y toda su comitiva a Iquique.
Esa tarde concurrí al aeropuerto de Cerro Moreno, junto con los Jefes Institucionales de
la Fuerza Aérea, Armada y Carabineros a la pasada del Comandante en Jefe del Ejército.
Al aeropuerto también concurrió mi señora esposa acompañando a la del Comandante en
Jefe, que se había adelantado antes a Antofagasta y estaba en mi casa, para estar con sus
familiares que se encontraban en Antofagasta y que también concurrieron al aeropuerto.
Le pedí al Jefe de la Fuerza Aérea que me hiciera preparar una sala que había en el
hangar contiguo al lugar en que se detendría el avión que traía al Comandante en Jefe
del Ejército. A su llegada, me adelanté a saludarlo y le manifesté que tenía urgencia
de hablar con él. Inicialmente me contestó que tenía mucha urgencia de continuar viaje
lo antes posible; pero ante mi insistencia y después de estar con sus familiares, me
manifestó que me concedía cinco minutos. De inmediato lo invité a la sala que estaba
preparada y sólo los dos nos reunimos, pues estimé que esto era un hecho del Ejército.
Le informé al Señor Comandante en Jefe del Ejército de todo lo sucedido en Antofagasta
y también lo de Calama, ya que en la mañana el Coronel Eugenio Rivera D., de Calama, me
había informado de las ejecuciones que el General Arellano y su comitiva habían
perpetrado en esa zona la noche anterior; y que el General Arellano se había sobrepasado
en sus atribuciones.
Le expuse además, que estos hechos daban la peor imagen, tanto en el ámbito nacional
como internacional, lo que constituiría un grave daño para el país.
Por esta razón y el hecho de no aceptar estos procedimientos, le pedía me relevara de mi
cargo en Antofagasta, pues con lo obrado por el General Arellano había perdido mi
ascendiente sobre la ciudadanía y también de la División a mi mando, toda vez que se
había procedido en contra de las normas de respeto y justicia que se habían hecho
públicas desde el 11 de septiembre de 1973. Por lo tanto, consideraba que no podía
seguir en el Ejército y le pedía cursara mi expediente de retiro.
El General Pinochet me reiteró que nunca había siquiera pensado que el General Arellano
iba a proceder así; me encontró razón, además, en el daño que estas muertes
ocasionarían; me dijo que yo sería trasladado en una fecha próxima a Santiago, pero que
por el momento debía permanecer en mi puesto, dada las actuales circunstancias y que por
mis medios tratara de superar, ante la opinión pública la grave situación producida.
Dejo constancia de que esta reunión, que iba a ser de cinco minutos, duró más de una
hora.
Al final me pidió un teléfono para hablar con el General Arellano a Iquique. No lo
ubicó; pero con la persona que lo atendió, le dejó el siguiente encargo: "Que el
General Arellano no haga absolutamente nada y que regrese mañana a primera hora a
Santiago y llegando, que vaya a hablar conmigo". Posteriormente, continuó su viaje a
Santiago.
Dejo constancia que con fecha 31 de octubre de 1973, recibí de la COFFA (Comando de las
Fuerzas Armadas), organismo que no conocía, pero que consideré dependiente el Ministerio
de la Defensa Nacional, en que me pedía le informara el número y nómina de los
ejecutados dentro de mi zona jurisdiccional. Hice la relación por separado de Copiapó,
Antofagasta y Calama, en la siguiente forma:
1. Copiapó:
* Por resolución del Comandante de Copiapó; 3.
* Por el delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano); 13.
2. Antofagasta:
* Por resolución del Comandante en Jefe de Antofagasta; 4.
* Por el delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano), 14.
3. Calama:
* Por resolución del Comandante del Loa; 3
* Por el delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano), 26.
En vista de lo anterior, fui citado por el Comandante en Jefe del Ejército para el día
1° de noviembre de 1973, llevando los sumarios de los ejecutados en mi zona
jurisdiccional. Los que llevé con una nómina, conforme al esquema estipulado
anteriormente.
En esa reunión el Comandante en Jefe del Ejército, junto con recibirme los sumarios con
el oficio conductor, me hizo entrega de una carta del abogado de la familia de Eugenio
Ruiz-Tagle Orrego, Sr. Gastón Cruzat Paul, en que le reclamaba por la muerte de su
defendido y censuraba la actitud del Auditor de la División, Teniente Coronel de
Justicia, Marcos Herrera Aracena.
En dicha oportunidad, por los hechos perpetrados a mis espaldas, le reiteré que me
relevara de mi cargo tanto de Antofagasta como del Ejército, por no poder hacerme
partícipe de ellos, ni ante el país, ni ante el Ejército, ni ante mi familia.
No obtuve respuesta de mi petición y me ordenó que regresara a Antofagasta.
En la noche de ese día, llegó al lugar donde me alojaba, el ayudante del Señor
Comandante en Jefe del Ejército, Coronel Enrique Morel Donoso, con el oficio conductor de
los sumarios que le entregué, transmitiéndome la orden del Sr. Comandante en Jefe del
Ejército en el sentido de que en el oficio conductor, no debía especificarse lo obrado
por el General Arellano, haciéndose sólo una lista general.
Al día siguiente concurrí a la oficina del Señor Comandante en Jefe, (entonces en el
edificio Diego Portales), en donde había un funcionario que rehizo el oficio conductor,
conforme lo ordenado por el Comandante en jefe del Ejército. Después de hacerle entrega
de lo ordenado, debí regresar a Antofagasta a hacerme cargo de mi puesto.
En febrero de 1974, fui trasladado a Santiago, y después de 8 meses fui llamado a retiro
del Ejército.
Es todo cuanto puedo declarar
Joaquín Lagos Osorio (firma)
Autorizó la firma de don Joaquín Lagos Osorio, cédula de identidad N° 1. 420.414-8 de
Santiago, hoy 3 de julio de 1986
Humberto Quezada Moreno (firmado) Notario Público. Santiago. Chile.
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DEDICATORIA:
BANCO DE DATOS RROJAS está dedicado a la
memoria de Salvador Allende, José Tohá, Victor Jara, Orlando Letelier, Carlos Prats, y
miles de otros ciudadanos chilenos y extranjeros asesinados por orden de Pinochet, Merino,
Leigh y Mendoza, los cuatro bandidos que atormentaron al pueblo chileno por casi veinte
años, en complicidad con las compañías transnacionales de Estados Unidos y terroristas
estatales como Henry Kissinger para servir las necesidades económicas y políticas de la
clase capitalista internacional.
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