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publica artículos y ensayos de estudio crítico de los efectos políticos, económicos,
ideológicos, sociales y ambientales que la política exterior de los Estados Unidos
produce en el mundo, particularmente en Africa, América Latina y Asia. La política
exterior de los Estados Unidos sigue ahora los principios establecidos en el documento "Reconstruyendo
las defensas de Estados Unidos. Estrategia, Fuerzas y Recursos para el Nuevo Siglo ",
publicado en el año 2000. Sus autores ocupan puestos ejecutivos en el Pentágono, el
Departamento de Estado, y en algunas universidades en Estados Unidos y el Reino Unido.
Esta política intenta implementar lo que ellos llaman "Proyecto para un Nuevo
Siglo Estadounidense" que busca la dominación mundial. PPSP
fue creado con el propósito de generar opinión pública universal que sirva como sostén
social de un amplio frente unido para oponerse a la dominación por parte de Estados
Unidos y para preservar el derecho a la autoderminación de los pueblos, como un primer
paso en la construcción de un mundo mejor. PPSP
acoge ensayos y artículos sobre los problemas creados por la actitud desenfrenada del
imperialismo estadounidense, el cual está amenazando la libertad de toda la población
mundial, incluyendo la sociedad civil de Estados Unidos
(Dr. Róbinson Rojas,
1ro. de mayo, 2003) |
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y del desarrollo, y en los procesos de descripción, comprensión, explicación y
teorización.
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Leigh y Mendoza, los cuatro bandidos que atormentaron al pueblo chileno por casi veinte
años, en complicidad con las compañías transnacionales de Estados Unidos y terroristas
estatales como Henry Kissinger para servir las necesidades económicas y políticas de la
clase capitalista internacional.
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De Puro Chile - 12 diciembre 2006 Cuando la muerte del dictador pone en evidencia la fragilidad de la república
por Héctor Vega*
La muerte del dictador obliga a recordar, en un país donde los mitos
reemplazan con eficacia el análisis de los hechos, la actuación de
los actores en las últimas tres décadas. La derecha, a mediados de
los años 80 entendió que Pinochet constituía un fardo impresentable
ante los ojos del mundo y que ello comprometía su proyecto de poder y
sus negocios. De allí que junto con abandonarlo políticamente buscó
apartarse de los crímenes de la dictadura. Para ello, actuó en dos
niveles. Por una parte, buscó separar la figura de Pinochet del
Ejército, institución a la cual, hasta el cansancio, rinde homenaje y
por otra, se deslindó de sus propias actuaciones antes y durante el
golpe militar de 1973.
La actuación de la derecha golpista es parte de la historia, que
muchos de los responsables estarían dispuestos a justificar como el
costo a pagar por las modernizaciones de las cuales se vanagloria la
clase política derechista y por qué no decirlo, la de la Concertación
que en sus cuatro versiones desde 1990, ha administrado el legado
pinochetista.
Esto ha tenido sus costos para la Concertación, que en su incapacidad
de resolver políticamente las contradicciones en su ascenso al poder,
terminó por judicializar los problemas sociales, a los cuales
calificó de relaciones entre privados. En ese orden, caen la salud,
la educación, los deudores habitacionales, las tarifas de los
servicios privatizados, las relaciones laborales, etc. Pero también
allí está presente la suerte del dictador. Ante la incapacidad de los
tribunales, pese a pruebas contundentes en su contra, para llegar a
una condena, el Estado de Chile, termina simbólica y realmente por
abrazar la tesis del olvido y en último término la impunidad.
Si se buscaba la reconciliación, término manoseado hasta el extremo
en estos últimos 16 años, la equivocación no pudo ser mayor. Como se
ha dicho tantas veces, no hay reconciliación sin justicia, y la
institución judicial es parte del Estado, responsable políticamente
como institución, al igual que el resto de sus Órganos, lo cual
concretamente significa su imputabilidad por notable negligencia en
sus deberes. Lo cual obliga, lógicamente, a reconocer como
contrapartida, una deuda social pendiente.
Enredado en la trama de sus ambigüedades, el gobierno de la
Concertación se decidió, finalmente, a decretar un duelo
institucional, más honores militares. Solución que desnuda, una vez
más, el compromiso, o la complicidad, con la clase política
pinochetista, incluida en ella los altos mandos militares. Como ya se
ha dicho en estas columnas, si el ejército es parte del Estado,
significa, en pocas palabras, que el Estado se pliega, una vez más, a
los dictados del ejército.
Resumamos. Ninguna autoridad, ni política, ni militar, ni judicial ha
asumido sus responsabilidades. Pregunto: ¿de qué manera el Estado y
sus instituciones esperan asumir la deuda pendiente ante la sociedad
chilena? ¿Quién nos asegura que en el futuro las FFAA no se sientan
llamadas a ejercer la violencia para encauzar, una vez más, a esta
democracia que pierde el rumbo?
No olvidemos que las FFAA han quebrado la continuidad de la República
frente a las grandes transformaciones del capitalismo a nivel
mundial.Sucedió en los albores de la República en 1830 cuando
apoyaron la aventura de Portales frente a la Confederación Perú
Boliviana. Sucedió en 1891 cuando la rebelión contra el Presidente
Balmaceda. Una nueva intervención tuvo lugar en la primera
presidencia de Arturo Alessandri [1924] y posteriormente durante la
dictadura de Carlos Ibáñez [1927-1931]; para culminar en 1973 en el
gobierno del Presidente Allende.
Esta continuidad en las intervenciones militares plantea en el futuro
un serio interrogante en la vida de la República. No olvidemos que
nuestra modernidad vulnerable, socialmente excluyente, sometida a
las coyunturas de la economía mundial, dependiente del precio del
cobre, como lo ha sido secularmente en la economía chilena, se
impuso, por la fuerza de las armas.
Tampoco es nueva la dimisión de la clase política ante los principios
democráticos que ha jurado defender. Ninguna de las actuaciones de la
institución militar durante la dictadura podría haberse realizado sin
la complicidad de una clase política que en su época traicionó las
bases institucionales de la República.
En las tres décadas que transcurren entre los gobiernos de Pedro
Aguirre Cerda y Salvador Allende, hubo clara distinción entre la
derecha constitucionalista y republicana y los grupos golpistas de
derecha.
Nada tiene que ver la derecha golpista de Onofre Jarpa con la derecha
que en los años 80 buscó en la Alianza Democrática restablecer la
tradición republicana en Chile, léanse entre otros, Hugo Zepeda
Barrios, Julio Subercaseaux, Armando Jaramillo y tal vez en un plano
menos rupturista con su partido, Francisco Bulnes Sanfuente. Tampoco
hay relación entre los demócratas del Partido Demócrata Cristiano,
Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, Jaime Castillo, Tomás Reyes,
Ignacio Palma, Jorge Donoso, entre otros, con quienes apoyaron el
golpe de Estado como Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin, Claudio
Orrego Vicuña, Juan de Dios Carmona, William Thayer, etc..
En la búsqueda de la gobernabilidad, en los últimos 16 años, la
Concertación ha despejado las dudas entregándose a uno de los
ejercicios caros a la izquierda oficial, y con lo cual pretende
invalidar históricamente la experiencia de Allende; a saber, la
necesidad de un origen mayoritario para realizar las grandes
transformaciones sociales que requiere la sociedad chilena.
Ahora bien, ninguna transformación social revolucionaria ha tenido un
origen históricamente mayoritario. Pues la mayoría y la voluntad de
actuar se conquista desde el poder; constituye un ejercicio
democrático diario de participación, de respeto, de protección, donde
el Soberano, esto es, el pueblo, entrega su confianza según
resultados. Si el mandatario no está a la altura depositada en él, el
mandante revoca al mandatario.
He allí, la esencia de la práctica democrática y el por qué de las
objetivas dudas que hoy se yerguen ante un ejercicio de poder
contundentemente deficitario y por ello mismo basado en compromisos,
o más exactamente, complicidades con los personeros de la antigua
administración pinochetista.
Por ello, está la certitud, como siempre existió en el caso Pinochet,
que jamás sería condenado en los tribunales de la República, que el
capítulo de la corrupción será blanqueado; el sistema binominal
olvidado, así como la elección directa de intendentes y consejeros
regionales en 2008 y la derogación de la Ley de Amnistía, etc.
Al blindar el prestigio de la presidencia, frente a contingencias
para las cuales no existe respuesta, o como se ha dicho últimamente,
exponer lo menos posible al Estado, se llega a un status quo, o
parálisis del sistema, lo que plantea la legítima duda de la
ciudadanía de saber quien exactamente gobierna en Chile, quienes
asumen sus responsabilidades y adonde finalmente nos puede conducir
este estado permanente de indefiniciones.
* Director de Fortín Mapocho
10/12/06
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