De Puro Chile - 23 junio 2005
ECLECTICA
por Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Achachilas y otras divinidadesRecibo unos escritos de El Alto de La Paz
y me parece leer a H.P. Lovecraft, los Mitos de Cthulhu, salvadas las diferencias de
estilo entre el solitario autor norteamericano y el periodista alteño. Los reúne, en
alguna arista inverosímil, el tema de mitos antiguos, de seres que a pesar del olvido
habitan aún en la sombra. Los dioses lovecraftianos son amorfas pesadillas cuya hambre se
sacia con sangre; vienen del tiempo en que para complacerlos se recurría con miedo y
fervor al sacrificio. Los dioses andinos -no sé si decir bolivianos o nacionales en un
país que peligrosamente se inclina a diferenciar en demasía los aspectos étnicos de su
población- cargan ambigüedad. Se habla de Tiwanacu, de Qonqo, de la Horca del Inca,
Copacabana, en una generalización de divinidades y sitios que -es evidente- desconoce las
sutiles diferencias y las hondas enemistades de nuestros ancestros. En apariencia no son
tan sangrientos como las elucubraciones del escritor de Nueva Inglaterra, aunque mirando
las figurillas tiwanacotas se percibe el horror en la serie de decapitadores que se
ensañan con los vencidos.
Se pregona, en estas informaciones sui generis de la ciudad altiplánica, la unión de los
desheredados, de todas las etnias humilladas y ofendidas por el invasor español, por su
cría mestiza el doctor altoperuano, y no está mal en el sentido de saber que tenemos un
origen, una cultura y una historia, con valores y tradiciones propios; sin embargo cabe
recordar que no somos un grupo único, que hay tanta diferencia entre un guaraní y un
aymara como entre un japonés y un coreano, y que no se puede reclamar a los dioses
andinos, que vienen de sociedades de más desarrollo, primar o velar por los pueblos
selváticos para quienes la durmiente pupa de un insecto tiene más significado que un
extraño Pachacuti... Así, mejor ni mencionar dioses ancestrales. El futuro, el progreso
no pasan por una angustiosa mirada hacia atrás. No podemos, sin ánimo de enfangarnos
para siempre en inútiles devaneos, siquiera mencionar que en un futuro próximo, el de la
"final" liberación de las razas oprimidas, un conjunto de amautas reemplace a
los gobiernos, que -hay que aceptar la realidad- los precios de los hidrocarburos, la
educación fiscal, la protección al medio ambiente, el lugar de la mujer y el niño en la
sociedad no pueden ser decididos en lecturas de coca. Utilicemos esas hojas, que sagradas
no son a no ser que aceptemos que sagrados son todos los vegetales y la vida, para algo
más práctico como un delicioso mate.
Lo malo es que haya en el país espacio para retórica similar, tan peligrosa como su
contraparte "blanca" que se cree dirimidora de los destinos "patrios".
Uno de los mayores problemas nacionales es el profundo racismo, del escaso blanco hacia el
mestizo, de éste al indio y del indio al indio. No hay mayor insulto en Bolivia que
llamar o ser llamado "indio", "t'ara", "putaindio". Entre
los inmigrantes bolivianos en los Estados Unidos es una costumbre que en lugar de haberse
perdido en la amplitud de la modernidad y las posibilidades informativas, se ha agudizado.
Es aquí donde más parecen querer diferenciarse los connacionales, incluidos aquellos que
con franco orgullo debieran considerarse aborígenes.
Asombra que aquellos que reclaman un supuesto paraíso perdido no tengan políticas de
conservación para los monumentos originarios, menos una política ambiental que preserve
lo poco que queda de la destrucción generalizada de los recursos y la infraestructura del
país. Mientras no exista un programa claro para combatir la miseria nada cambiará. Nada
mientras se mantenga la odiosa servidumbre que obliga a las jóvenes del pueblo a
emplearse por irrisoria paga en las casas de los más pudientes... Reeditar Pachamamas,
k'oas, yatiris y demás asuntos que debieran verse con interés, estudiarse, comprenderse
y superarse, no cambia un desolado panorama que necesita transformaciones radicales. Dorar
la píldora con solsticios, alcoholes, serpentinas y huacas es algo que se ha hecho
siempre: enlodar con santidades el entendimiento.
Dejemos que los achachilas del Ande sigan su sueño y tendamos a crecer, barriendo,
mientras lo hacemos, la detestable prepotencia de "doftores" e
"inginieros".
23/6/05
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