27 febrero 2007
Enjuiciar
al ejército
Tito Alvarado
Sucede
que con el aumento de la edad, van aumentando los recuerdos y la
recurrencia a ellos para seguir con vida. Una suerte de balance entre el
ayer vivido y el hoy desvivido. Uno de esos recuerdos me lleva a mis
primero días en mi exilio. Un día apareció en mis manos una revista
que contenía un poema cuya característica fundamental era preguntar
que crimen no cometieron. En Chile era el reino del terror y los
criminales vestían uniforme o actuaban amparados en el aparato militar.
Era el sucio juego de todas las armas contra los que eran sólo almas.
Ahora, casi treinta años
de haber leído aquel poema, resulta que los criminales allí retratados
eran mucho más criminales de lo que en aquel entonces asegurábamos.
Ese ejército de Chile, comandado por el que usted sabe, era un ejército
de asesinos. Perdón estoy diciendo algo grueso, una verdad que no se
puede decir, una verdad que de tan sabida ya no se menciona. Los ejércitos
son instituciones adiestradas para matar, salvo que nuestro glorioso ejército
se ha especializado en asesinar a sus propios compatriotas, en el
entendido de que los civiles que hemos sufrido las consecuencias de su
actuar somos sus nacionales.
En estos días hemos
sabido como actuaron estos aparatos en contra del Partido Comunista,
dice un artículo publicado en La Nación: “Ocho meses mantuvo
la DINA con vida el jefe clandestino del PC Víctor Díaz López, luego
de secuestrarlo a comienzos de mayo de 1976 en la operación conocida
como "calle Conferencia". En los primeros días de 1977, el
jefe operativo del organismo, Manuel Contreras, dio la orden de matarlo
al jefe de la Brigada Lautaro, mayor Juan Morales Salgado. En el cuartel
de calle Simón Bolívar 8630 en la comuna de La Reina donde operaba
esta brigada conocida como “de exterminio” y “operaciones
especiales”, los infantes de Marina adscritos a la DINA, suboficiales
Bernardo Daza Navarro y Sergio Escalona Acuña, sacan al dirigente de un
calabozo, le ponen una bolsa plástica en la cabeza, la amarran una soga
al cuello y lo asfixian. De inmediato, junto a otros agentes también
procesados el viernes pasado por el juez Víctor Montiglio al igual que
los infantes de Marina, estos cubren el cuerpo del padre de la
presidenta de la AFDD, Viviana Díaz, con bolsas plásticas más grandes.
Lo atan, agregan al cuerpo un trozo de riel que amarran con alambre, y
meten el cuerpo dentro de un saco papero que aseguran con otras amarras
de alambre para que no se abra. El cuerpo es trasladado por los mismos
agentes en un vehículo hasta el campo de entrenamiento del Ejército en
Peldehue, al sur de Santiago, donde los esperaba otro vehículo en el
que desde Villa Grimaldi habían transportado los cuerpos de otros
prisioneros, preparados de la misma forma que el de Víctor Díaz. Un
helicóptero Puma del Comando de Aviación del Ejército, tipos de naves
que se usaron para estas operaciones, esperaba con los motores
encendidos. Los agentes del cuartel de Simón Bolívar unieron sus
fuerzas a los que transportaron los otros cadáveres, y entre todos
cargaron los cuerpos a bordo del Puma, que terminada la tarea partió
rumbo a la costa de la Quinta Región para lanzar los cuerpos al mar.”
Este párrafo es
ilustrativo de como actuaron en un caso concreto, que no difiere de como
actuaron en todos los casos de detenidos políticos desaparecidos ni en
todos los hechos de sangre ni en todos los actos de represión. No es un
hecho aislado, es una forma concertada de actuar, que responde a una
ideología.
De este hecho podemos sacar
hoy conclusiones que nos sitúan en la herida abierta en el alma de un
país. Un horror como ese no se borra con concertaciones, discursos de
reconciliación, buenas intenciones ni visitas del embajador de Estados
Unidos a Villa Grimaldi. Dicen que el asesino vuelve al lugar del crimen
y es lo menos que se puede decir de tamaño disparate.
En los hechos que
comentamos se mencionan nombres de los involucrados y por supuesto el
sistema judicial chileno pondrá a funcionar sus legajos y leguleyos con
que si y con que no, hasta que algún magro resultado tengamos al cabo
de algunos años. A esos criminales se les juzga hoy, lo que es un paso,
pero es que estos criminales no lo fueron por su propio albedrío, eran
parte de una organización criminal, las fuerzas armadas de entonces.
En este hecho nos
encontramos con que se debiera juzgar y en mérito a sus crímenes,
condenar a la institución, tanto como a los individuos que cometieron
dichos crímenes. Dirán algunos que las fuerzas armadas de ahora son
otras, lo que es verdad en cuanto a los nombres de sus actuales miembros,
pero no es cierto en cuanto a la ideología que las sustenta, la
doctrina me corregirán los hipócritas de siempre, sea cual sea la
palabra que resuma el cúmulo de ideas que enmarcan la actuación y el
como piensan los institutos armados lo cierto es que si antes actuaron
así, mañana lo volverán a hacer si no hay un cambio radical, parte de
ese cambio radical debe ser el profundizar la democracia, el quitarle
sus inmerecidas prebendas (el 10% de las ventas del cobre), el juzgarlas
en su actuación pasada y rehacerlas en una doctrina de Chile primero. A
los olvidadizos de siempre les recuerdo que el golpe y todos los crímenes
que vinieron como resultado del mismo, fue para que el imperio y los
capitalistas dependientes siguieran en el negocio de aprovechar al máximo
las riquezas del país. Veamos quienes son los dueños de Chile ahora y
entenderemos quienes ganaran en aquel entonces. Esas Fuerzas armadas no
tenían nada de nacionales ni las de ahora tampoco. En las de antes había
un odio contra los de abajo y en las de ahora también. Para que algo
cambia todo ha de cambiar.
No será con unos pocos
criminales en la carcel ni con una dudosa entrada al primer mundo como
en TranSantiago, que se solucionaran los problemas estructurales del país.
Más democracia, salarios justos, nuevo sistema educacional, plan de
viviendas dignas para la población, inscripción automática en el
registro electoral, Justicia y soluciones, ahora.
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Tito Alvarado
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