Editorial de
El Mostrador, 21 septiembre 2004
Los límites de un Ejército profesional y
apolítico
Las declaraciones hechas el fin de semana por el general Cheyre sientan un precedente
doctrinario que no le hace bien a la democracia chilena. Su acción comunicacional
aparece, entonces, contradictoria con la figura de soldado profesional y apolítico que
desea proyectar.
Las declaraciones hechas el fin de semana por el general Juan Emilio Cheyre, sientan un
precedente doctrinario que no le hace bien a la democracia chilena. En la forma, ellas
constituyen una intervención política y la búsqueda de un escenario público, fuera de
los cauces regulares, para manifestarle a sus superiores que el Ejército no está
contento con la supuesta lentitud de los tribunales, y que esperaría de todo el mundo
civil una mayor comprensión con los procesados militares por derechos humanos. En el
fondo, sus conceptos son una interpretación política de la coyuntura, y una
reafirmación de que no hay responsabilidad institucional en las graves violaciones a
estos derechos ocurridas en Chile.
Las reacciones del mundo político, la mayoría de ellas tratando de interpretar el peso
de las críticas de Cheyre como dirigido a la derecha pinochetista, que lucró al amparo
del régimen militar, y a aquellos que propusieron la vía armada en el país, han sido
erráticas en materia de doctrina democrática, a excepción del presidente del Partido
Socialista, Gonzalo Martner.
Los razonamientos se fueron por el lado de la comprensión cuando no por el frontal
acuerdo con sus juicios. Craso error democrático. La intervención del general lesiona la
forma en que las Fuerzas Armadas se relacionan con el poder civil en una democracia, y
plantea una duda acerca de donde están los límites de un ejército profesional y
apolítico, efectivamente sometido al poder civil. Las reacciones que sus palabras
suscitaron en otros militares, como el caso del Comandante en Jefe de la Armada, no hacen
otra cosa que reafirmar lo dicho.
El fondo de los argumentos expuestos por el general Cheyre se condensa, quizás, en sus
afirmaciones acerca de que la deuda de los políticos con los militares no está
saldada; que aquellos que provocaron las condiciones para el colapso de
la democracia, los que instigaron a la acción a las FF.AA. y los observadores
indiferentes y silenciosos, se han reconvertido. Al Ejército no le ha sido posible; eso
hace que algunos de sus miembros miren el futuro con distintos grados de
frustración . Y al concluir señalando que eso es una iniquidad, una
injusticia...
Tales conceptos requieren, sin duda, de un análisis más riguroso. En primer lugar, en la
ética y profesión militar existe un principio ineludible en cualquier institución
armada: el mando se delega, la responsabilidad que emana del mando, jamás.
Cheyre omite reconocer que el mando militar se ejerció de manera indebida y en contra el
honor militar durante la dictadura. Y que callarlo es mantener un vínculo práctico de la
institución actual con las graves violaciones a los derechos humanos ocurridas en el
pasado. Todo el mundo sabe que la totalidad de las Fuerzas Armadas hoy nada tiene que ver
con la del 73. Pero al hablar de continuidad histórica -como lo hace el general Cheyre-
sin una autocrítica institucional como la que realizara, por ejemplo, el general Martín
Balza en Argentina, la doctrina democrática del Ejército se desluce.
En segundo lugar, hay que ser generoso en recordar que si hemos llegado hasta aquí, con
juicios prolongados pero nunca de 30 años de duración, se debe en gran medida a que las
autoridades responsables en los años setenta y ochenta jamás investigaron. Es más,
existen numerosos casos de obstrucción a la justicia, intentos ya en democracia- de
sustraer responsables a la acción de los tribunales o francamente de ocultamientos de
información a los jueces.
Tal es el caso del asesinato de Tucapel Jiménez, el del químico Eugenio Berríos o el
encarcelamiento del ex jefe de la DINA Manuel Contreras, que motivó un inmenso despliegue
y mantuvo al país en vilo durante varias semanas. Desde el punto de vista judicial,
nuestro Código de Justicia Militar, que se encuentra lleno de delitos impropios, es decir
cuestiones que corresponden a la justicia ordinaria, sigue siendo usado para alargar
juicios o entorpecer las acciones de los magistrados.
La acción comunicacional del general Cheyre aparece, entonces, contradictoria con la
figura de soldado profesional y apolítico que desea proyectar, y con su impecable labor
modernizadora del Ejército, ampliamente reconocida por todos. Aunque él no pueda
decirlo, decisiones de fondo en estas materias se han tomado sólo desde que él asumió
como Comandante en Jefe, y en muchos aspectos institucionales, incluido el servicio
militar, tiene un pensamiento mucho más avanzado que las autoridades políticas de
Defensa.
Pero su intervención del fin de semana pasado constituye un pronunciamiento doctrinario,
un marco homogéneo de cosas que venía repitiendo hace tiempo, y resulta lamentable que
el mundo político no lo calibre bien.
En efecto: a mediados de agosto pasado, el jefe militar, en una charla con ex alumnos de
la Escuela de Periodismo de la UC, se refirió a la información entregada a los
Tribunales -14 mil escritos, 775 de sus integrantes enviados a declarar, 146 procesados en
383 causas de derechos humanos aún abiertas- y recordó que este torito no se
salió del ruedo porque estaba rabiosito; al torito lo empujaron y le mostraron banderitas
rojas. A fines de agosto, cuando la Corte de Apelaciones de Santiago desaforó
al general (r) Augusto Pinochet, quitándole su inmunidad como ex jefe de Estado, volvió
a reiterar que lamentaba que Chile, como sociedad, no haya logrado desentramparse de
su pasado.
Resulta inevitable, sin embargo, pensar que todo este juego de declaraciones, que
coincidentemente se da en vísperas de que la Corte Suprema deba pronunciarse sobre la
validez de la ley de amnistía en varios casos de detenidos desaparecidos, termina
inevitablemente por contaminar el retorno a la doctrina Schneider acerca
del rol apolítico y profesional de los militares que parece preconizar Cheyre en su
discurso.
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