Aires de malestar recorren
nuestros tiempos. Crecen los clamores sobre ausencia de valores en la vida pública y
privada del país. Una suerte de ansiedad ética parece invadir a nuestra sociedad. Si
bien el tema se ha puesto de moda, y fluye en la retórica general, cabe preguntarse ¿a
quién corresponde hacerse cargo de esta nostalgia de principios morales en el ciudadano
común?
Bajo el supuesto de que la responsabilidad ética, en
una sociedad democrática involucra a todos los estamentos del país, incluyendo a los
periodistas y a nuestro Colegio profesional -heredero de una tradición de lucha y
honestidad-, eventualmente nos correspondería la tarea pública de investigar, vigilar y
develar asuntos como probidad, equidad o justicia. No obstante, ¿es posible para un
periodista, hoy en día, ejercer estas funciones propias de la prensa en el proceso
democrático de un país?
La democracia ¿es 'un estado de la sociedad' o una
simple forma de gobierno?
Si la palabra ética deriva del vocablo griego ethos y
su traducción al español significa carácter, un primer paso se orienta a la reflexión
sobre el ethos o el carácter de la democracia en el Chile actual, a indagar si este ethos
corresponde a lo que se conoce como democracia real.
A mediados del siglo 19, en las sociedades occidentales
se comenzó a producir un cierto consenso en que la democracia ofrecía una superioridad
respecto a cualquier otra forma de gobierno. Este fue, sin duda, el esperanzado
convencimiento que millones de chilenos compartimos en 1990 al término de 17 años de
dictadura militar. Hoy, ya lejanos los eufóricos 90', se comienza a sentir vacía aquella
abstracta generalidad roussoniana 'de un sistema del gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo' y que sustentaba -entre otros- principios de justicia, equidad,
solidaridad, autonomía y -en particular- libertad. Era éste el sistema democrático que
la mayoría creíamos haber logrado, pero como muy bien se sabe, la democracia suele tener
dos caras.
No es novedoso señalar que la idea moderna de
democracia surgió como respuesta de la naciente clase manufacturera a los abusos
feudales. Tampoco es novedoso apuntar que, con el desarrollo de la industrialización y
del capitalismo, el principio de autodeterminación se fue diluyendo y fue sustituido por
la competencia entre elites que bregan por los votos y que se suponen mediados por los
partidos políticos.
En teoría, indica Adela Cortina (1),
en la contemporaneidad conviven y se confrontan dos modelos de democracia: aquella que es
entendida como el máximo posible de participación de los ciudadanos en la dirección de
la vida pública y la neoconservadora, que se basa en un gobierno de élites, a las que
los ciudadanos otorgan el poder de decidir.
La democracia participativa se fundamenta en que la
participación en la organización de la vida social constituye el modelo más creíble de
expresar la capacidad autolegisladora del hombre. Sólo influyendo realmente en las
decisiones que dirigen la vida pública puede cumplirse la afirmación de que el hombre es
capaz de darse a sí mismo sus propias leyes.
El ejercicio participativo tiene repercusiones de orden
psicológico y educativo; su práctica estimula al ciudadano a bregar por algo más que su
propio interés inmediato y a considerar el interés general, decisión que lo estimula a
pensar con un sentido de justicia que acrecienta entre los individuos el sentimiento de
pertenencia a una comunidad. Cuando en un sistema los hombres ejercen sus capacidades, la
comunidad crece en el intelecto, la virtud, la actividad práctica y la eficacia. La
participación desarrolla en las personas el sentimiento de autoestima, en la medida en
que supone el reconocimiento mutuo de la capacidad en la dirección de la vida pública.
Representación versus participación
Confronta a este modelo la teoría elitista, cuya
conexión con el neoliberalismo resulta evidente. Sus principios fueron definidos en la
década de 1970 por la Comisión Trilateral sobre Problemas de Desarrollo en Estados
Unidos, Europa Occidental y Japón -por Zbigniew Brzezinski en su rol de ideólogo- como
el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido
nunca. La Comisión concluyó que un exceso de democracia, no conduce sino a la
ingobernabilidad de las sociedades. Al repudiar la democracia participativa, esta tesis
-ya clásica- aduce que el mayor peligro para una comunidad es la sobreexcitación
anárquica del principio de autodeterminación. (2)
El teórico H. Dubiel, en su libro Was ist
Neokonservatismus?, señala que esta conclusión se basa en que las crisis de los 70, 80 y
90 exhiben tres coincidencias: a) no hay formación pública de la libertad, que pueda
servir como base de las decisiones; gran cantidad de decisiones políticas ha de
arrebatarse a la decisión democrática; b) es necesario sustituir la democracia como
gobierno del pueblo por el gobierno querido por el pueblo; c) una democracia efectiva
funciona de manera similar a un equilibrio de mercado, porque los ciudadanos se comportan
como consumidores y los políticos, como empresarios que compiten por el voto. Ante estos
argumentos, el crítico se pregunta ¿no es posible que la intranquilidad y las crisis se
deban a una conciencia madura de autodeterminación y de igualdad que se siente estafada?
Hacia una Etica Aplicada del Periodismo
El desafío, entonces, implica evaluar y decidir cuál
ethos democrático aspiramos a construir en nuestro país. Quienes tenemos un sentimiento
de nostalgia ética en el mundo actual, compartimos los dichos de Adela Cortina: Creo
poder afirmar que la democracia es una forma de organización social superior a otras,
porque tiene en su base, no exclusivamente la concepción de un homo economicus, sino la
de un hombre, que es también económico, pero fundamentalmente autolegislador. El
descubrimiento moderno de que cada hombre tiene la capacidad de darse sus propias leyes y
es un sujeto y no un objeto para los demás hombres, sólo puede encarnarse socialmente en
la vida democrática y es, por ello, el principio que la legitima y le da sentido. (3)
Parece iluso aspirar a mayor autonomía en un planeta
que ingresa al siglo 21 con un modelo económico neoliberal globalizado, íntimamente
ligado a la neoconservadora teoría democrática de élites, y que interpreta la vida
política como resultado de la vida económica; que sólo acepta el pluralismo
representado en la diversidad de élites; que privilegia las decisiones que provienen de
alianzas cupulares entre políticos, empresarios y expertos; que aspira a que los
ciudadanos se conviertan en consumidores; que concentra la propiedad de los medios de
comunicación y propicia la auto-censura, además de potenciar la apatía y ausencia de
espíritu crítico de la población, absorta en programaciones baratas y banales.
Probablemente será ardua tarea construir -en sociedades
complejas como las actuales- el ethos democrático al que aspiramos, pero en la búsqueda
tendremos que seguir la ruta que marcan otras disciplinas, como la ética aplicada a la
medicina -la bio-ética- o la formación valórica en educación, y proponernos construir
una Etica Aplicada al Periodismo, que persiga mantener un diálogo encaminado a conciliar
el interés individual con el general y se oriente a buscar la mejor solución para todos
los afectados por la decisión. Un diálogo que reconozca en los demás individuos, como
en nosotros mismos, la calidad de interlocutores válidos para tomar decisiones que les
afectan y de tomar parte en ellas. Sólo de este diálogo amplio, que incorpore a las
minorías, a las escuelas de periodismo, a todos los trabajadores de la prensa, al
gobierno, a empresarios y a la sociedad civil, contribuiremos a que surjan mínimos
éticos que conduzcan a una democracia con mayor participación.
Notas:
1 Cortina, Adela, jurista, filósofa y eticista española, autora de múltiples
tratados de Etica Aplicada. (Volver)
2 Lozano, Martín, El Nuevo Orden Mundial, Génesis y Desarrollo del
Capitalismo Moderno; Capítulo III, El Sistema Financiero Mundial y sus Núcleos de Poder:
'Después de tres años y medio de intensos tanteos y reuniones preparatorias auspiciadas
por el Chase Manhattan Bank, en julio de 1973 hacía su presentación oficial la Comisión
Trilateral, un organismo de carácter privado. En mayo de 1975 tuvo lugar en la localidad
japonesa de Kyoto la primera sesión plenaria de la Trilateral. Los delegados asistentes a
la misma representaban en su conjunto alrededor del 65% de las firmas bancarias,
comerciales e industriales más poderosas del planeta. Figuraban entre ellos los máximos
dirigentes de las bancas Rothschild y Lehmann, del Chase Manhattan Bank, de las
multinacionales Unilever, Shell, Exon, Fiat, Caterpillar, Coca Cola, Saint-Gobain, Gibbs,
Hewlett-Packard, Cummins, Bechtel, Mitsubishi, Sumitono, Sony, Nippon Steel, etc., así
como mandatarios de varias compañías públicas nacionalizadas de proyección
multinacional. Los mayores productores mundiales de petróleo, de acero, de automóviles,
de radiotelevisión, y los principales grupos financieros del planeta participaron como
miembros activos en la recién creada Comisión Trilateral. Los dos temas centrales del
encuentro se denominaron 'La distribución global del Poder' y 'Perspectivas y asuntos
claves de la Comisión Trilateral'. (Volver)
3 Cortina, Adela; Etica sin Moral; Editorial Tecnos, S. A. Madrid,
Tercera edición, 1995, pp. 266 (Volver)
* Doris Jiménez, periodista con post-grado en Etica y
Educación en Valores, miembro del Centro de Etica Aplicada, Facultad de Filosofía,
Universidad de Chile.
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