23 enero 2005
Cómo se inició la persecución criminal de Pinochet
por la Operación Cóndor.
La hora de Cóndor Uno
En 1974, Martín Almada, detenido y torturado por la policía paraguaya, reconoció entre
sus captores a militares de otros países latinoamericanos. Su tenacidad, su memoria
fotográfica y la maldita manía del dictador paraguayo Alfredo Stroessner por archivar
documentos tienen a Augusto Pinochet esperando algo de lo que él nunca supo: justicia.
Nacion Domingo
Patricia Verdugo
La Corte Suprema rechazó el recurso de amparo en favor de Augusto Pinochet. Y es que
aparte de razones jurídicas- no hay nada que amparar. Su corpus está a salvo, no
necesita de ningún habeas. De su cuerpo cuida el Hospital Militar cada vez que hay un
nuevo juicio en su contra. O la guardia del Ejército en su casa de campo de Los Boldos. Y
pagamos todos los chilenos, con nuestros impuestos, este cobarde modo suyo de huir.
Las familias de las víctimas y los ciudadanos éticos celebramos la decisión del
máximo tribunal como un milagro de Reyes. Y lo cierto es que el caso Operación Cóndor
por el que ahora se procesa a Pinochet- se inició con un milagro.
Veamos la historia. El sociólogo Martín Almada, paraguayo, fue arrestado en Asunción
en noviembre de 1974. Fue llevado a la jefatura de Investigaciones de la Policía, donde
el jefe un tal Pastor Coronel- lo interrogó en una sala de audiencias, una especie
de tribunal de inquisición. Lo presentó como el terrorista más peligroso de
Paraguay. El doctor Almada reconoció entre los presentes a altas autoridades políticas y
militares de su país. Pero había también militares con uniformes extranjeros. Llevaban
gafas oscuras.
Un mes estuvo en ese recinto, sometido a crueles tormentos. Entre los interrogadores
estuvo un chileno el coronel de aviación Jorge Oteíza López- y un argentino, el
comisario Héctor García Rey. En ese mes, vio ser torturadas a unas mil 200 personas en
ese cuartel.
Llevaron luego al doctor Almada a la Comisaría Primera de la capital del Paraguay,
asiento de la Interpol. Allí había 43 presos políticos. Cada detalle se registró a
fuego en su memoria. Si lograba sobrevivir iba a necesitar hasta del más minúsculo de
esos recuerdos para saber dos cosas. Uno, cómo y quiénes mataron a su esposa. Dos,
quiénes fueron sus torturadores.
Compartió celda con un policía, el comisario Mancuello, quien había caído en
desgracia por no informar a la Policía Política que su hijo Carlos fue miembro del
centro de estudiantes de Ingeniería de la Universidad de La Plata.
Se lo preguntó al comisario Mancuello:
-¿Por qué fui interrogado por un militar chileno y por un comisario argentino?
-Martín Almada, estamos en las garras de Cóndor dijo Mancuello en tono grave.
-¿Cóndor? ¿Ese bicho?
-No, hablo de Pinochet y de Contreras - dijo, refiriéndose al dictador chileno,
Cóndor Uno, y al jefe de su aparato represor, el coronel Manuel Contreras.
Fue la primera vez que Almada oyó de la Operación Cóndor. Era marzo de 1975. ¿Cómo
es que el comisario Mancuello sabía? Porque formó parte del equipo de telecomunicaciones
de la policía paraguaya. Y le dio otro dato al doctor Almada: Si logras salir vivo,
puedes saber todo con sólo leer la revista mensual de la policía paraguaya.
La tercera estación de la pasión de Almada fue la Comisaría Tercera, llamada
Sepulcro de los Vivos. Los presos eran tratados como muertos, es decir, no
existían. Las condiciones eran infrahumanas. Lo pusieron en la celda del Partido
Comunista paraguayo, acusado de subversión intelectual. En la celda vecina
estaba el abogado argentino Almincar Latino Santucho, quien le dijo que en su
interrogatorio habían participado los agregados militares de Argentina, Brasil, Chile,
Uruguay, Bolivia y Paraguay. Le habló también de la Operación Cóndor.
Lloran, todos lloran
Cuando ya se cumplían casi dos años de prisión, en septiembre de 1976, Almada fue
llevado al campo de concentración Emboscada. Allí había más de 400 presos
políticos. Y un año más tarde, agosto del 77, hizo una larga huelga de hambre que
movilizó a Amnistía Internacional. Pudo recuperar su libertad y, tras un mes de hospital
para recuperarse, se asiló en la embajada de Panamá.
Hasta ahí es la historia de un sobreviviente más.
Lo peculiar comienza cuando, en mayo de 1989, decide interponer una querella criminal
contra el general Stroessner, sus cómplices y sus encubridores. Acababa de terminar la
dictadura de 35 años. Aún así, era tan peligrosa la misión justiciera que se había
propuesto, que decidió dar cada paso con la máxima publicidad posible. Si lo mataban,
que les costara caro, se dijo el doctor Almada.
Y fue en diciembre de 1992 cuando, al visitar uno de los lugares que aparecían
fotografiados en la Revista Policial (dato que le fue dado en prisión), ocurrió el
milagro. Se le acercó, caminando lento, una anciana de más de 80 años. Y le habló en
guaraní.
-Te saludo a ti, el educador combatiente
El doctor Almada se la quedó mirando, sorprendido por la solemnidad de la anciana. Se
acercó, abrió los brazos y ella rozó con suavidad la palma de sus manos.
-Los que se fueron, vuelven como héroes. Los que se quedaron, siguen sufriendo
sentenció la mujer.
-¿Y qué significa eso, señora? preguntó él.
-Mire esa propiedad. Era mi casa, hasta que vino el jefe de la policía y me exigió
vendérsela
El doctor Almada se acercó más, para escuchar mejor.
-Yo me negué. Tomaron a mi hijo mayor. Lo torturaron. Dijeron que era comunista. Y yo
tuve que hacer el trueque: el cuerpo de mi hijo a cambio de entregar la casa
La anciana, lo decía con tal certeza y claridad que su palabra no podía ser puesta en
duda.
-Hijo mío, le aconsejo que no se acerque a ese lugar cuando hay
amenazo
-¿Amenazo? ¿Qué es eso, señora? preguntó el doctor Almada.
-Cada vez que va a llover, los argentinos lloran, los chilenos lloran, los brasileños
lloran, los uruguayos lloran
-¿Dice usted que hay, en esa casa, chilenos, argentinos, brasileños?...
-No, hijo, no entiendes. Son sus almas que penan. Las almas de los torturados
El doctor Almada se quedó mirando la casa largo rato después que la anciana se alejó
del lugar. ¿Qué significaba todo eso? No tuvo la respuesta en ese momento.
Dos semanas más tarde, consiguió que el tribunal ordenara el allanamiento al cuartel
central de la policía. Objetivo: buscar los archivos. Poco antes de que se iniciara la
diligencia, una voz de mujer en el teléfono- pidió verlo con premura. El aceptó.
-Los papeles que usted busca no están en los archivos de la policía central
dijo ella, lacónica.
-¿Dónde están?
-Fuera de la capital. Ahí tiene un plano- dijo al tiempo que le daba un papel.
El doctor Almada miró el plano mientras la mujer se alejaba. ¡Era la casa de la
anciana!
No había duda alguna.
Le encajaron las piezas y entendió el mensaje. Corrió donde el juez y fue tan
convincente que logró el cambio. Al punto que el magistrado aceptó realizar un
allanamiento en un lugar que ni siquiera tenía dirección, por razones de seguridad.
A las once de la mañana llegaron a la remota comisaría, en las afueras de Asunción.
Era el 22 de diciembre de 1992. La reacción policial fue muy violenta. El juez se impuso
finalmente y el grupo ingresó a la comisaría de Lambaré. En el fondo del patio, cinco
toneladas de documentos. Cinco toneladas de papeles que documentaban medio siglo de
represión paraguaya, la conexión nazi, el tráfico de armas y todos los papeles de la
Operación Cóndor.
El general Augusto Pinochet llamado Cóndor Uno- jamás imaginó la afición del
general Stroessner por archivar papeles. Y quizás nunca sepa que una anciana que hablaba
en guaraní blandía una invisible espada de justicia. LND
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