Treinta y un años más tarde, aún recuerdo esa mañana de pesadilla.
El ruido del revoletear de los aviones me había despertado; faltaba para las nueve y
rápidamente salí a las calles de la capital camino del Banco Central. Pero ya era muy
tarde pues había militares por todos lados y era inutil seguir adelante o defender nada
con las manos vacías.
De regreso a mi cuarto en el Hotel Conquistador, cruzé las puertas de
la Embajada de Canadá. Pude haber ingresado entonces, pero no tenía razón alguna para
hacerlo. Sin saberlo, tomaba el camino más largo y penoso para llegar a mi patria
adoptiva, siguiendo en cambio la ruta hacia Pisagua y el horror. Mi pecado imperdonable:
ser militante del Partido Comunista, Delegado del Personal de la Sucursal Iquique del
Banco Central de Chile y apoyar el gobierno legal y democrático de Salvador Allende.
Una vez de vuelta en mi hotel, divisé los primeros cuerpos tirados en
la calle a travez de las ventanas de mi cuarto. Todos eran civiles. Mi vida había
cambiado para siempre y sólo me restaba desear que fuese para mejor.
Muchos expresarán su simpatía por mi tragedia aconsejándome que mire
hacia el futuro, cerrando el pasado. Por favor no me pidan que olvide ni que perdone pues
jamás podré borrar de mi mente los rostros de los cientos de victimas cuyo camino
cruzé, rostros que vivirán en mi mente hasta el día que con ellos me reuna. ¿Perdonar?
¿Cómo podría hacerlo si carezco del poder necesario para obtener justicia siquiera?
La mancha es enorme y será muy dificil de borrar de la historia de
Chile. De aquellas páginas de nuestra historia cuyo folleto fue escrito en la Casa Blanca
por los hipócritas y cobardes de siempre, ayudados por chilenos que, a sabiendas o no,
traicionaron nuestra legalidad y tradición.
No importa cuanto se ataque e injurie a las víctimas, acusándonos de
causantes del crimen cometido contra nuestra nación y su democracia pues solamente se
tragan la fábula de la "salvación del país" los que así desean hacerlo. Hoy
solamente quienes prefieren no ver la verdad lo hacen. El resto del mundo se informa en
numerosos textos, documentos y estudios escritos al respecto que demuestran claramente lo
que en realidad ocurrió.
Una última palabra, los comunistas fuimos siempre tildados como
"cabezas de piedra", bueno, permítanme decirles que hoy en Chile hemos sido
despojados del título en forma contundente, sin apelación, por aquellos defendiendo lo
indefendible..
Germán Altamirano,
Vancouver, Canadá,
11 de Septiembre de 2004