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(Discurso
de Salvador Allende para inaugurar la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y
Desarrollo realizada en Santiago de Chile el 13 de abril de 1972)
EL DESARROLLO DEL TERCER MUNDO Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES
Señoras y señores participantes en la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y
Desarrollo:
El pueblo y el Gobierno de Chile agradecen por mi intermedio el gran honor que se nos hace
al reunirse en Santiago la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo.
Particularmente porque discutirá el problema más grave del mundo: la condición
subhumana en que vive más de la mitad de sus habitantes. Ustedes han sido convocados para
corregir la injusta división internacional del trabajo, basado en un concepto
deshumanizado del hombre.
La presencia de tantos dirigentes de la economía mundial, venidos de todas las latitudes,
entre ellos ministros y altos funcionarios, hace este honor aún más significativo. Es
alentador que se encuentren aquí representadas todas las organizaciones del sistema de
Naciones Unidas, de las entidades de diversos gobiernos y no gubernamentales interesados
en los problemas del desarrollo, y los medios de difusión de los cinco continentes.
Acompañado por los representantes del pueblo chileno, que concurren a este acto: los
señores presidentes del Senado, del poder judicial, de la Cámara de Diputados, los
compañeros ministros de Estado, parlamentarios y autoridades civiles, militares y
eclesiásticas, acompañado -representando al pueblo- por los trabajadores y estudiantes.
Es por ello que a nombre de este pueblo y sus representantes que concurren a este acto,
extiendo a nuestros huéspedes una muy calurosa bienvenida. Les deseo grata permanencia en
esta tierra que les acoge con fraternal amistad y explicable expectación. Saludo, con
deferencia, al cuerpo diplomático residente.
Saludo en la III UNCTAD a la asamblea de la comunidad mundial de naciones, de hecho casi
toda la humanidad. Lamentamos que su universalidad todavía no sea total. Para nosotros,
los pueblos del Tercer Mundo, la UNCTAD debe constituir el principal y el más efectivo de
los instrumentos para negociar con las naciones desarrolladas.
Sustituir un orden económico-comercial caduco y
profundamente injusto
La Conferencia que hoy se inicia tiene como misión fundamental sustituir un orden
económico-comercial caduco y profundamente injusto por uno equitativo que se funde en un
nuevo concepto del hombre y de su dignidad, y reformular una división internacional del
trabajo intolerable para los países retrasados, porque detiene su progreso, mientras
favorece únicamente a las naciones opulentas.
Para nuestros países esta es una prueba suprema. No podemos seguir aceptando con el
nombre de cooperación internacional para el desarrollo un pobre remedo de lo que
concibió la Carta de las Naciones Unidas. Los resultados de la Conferencia nos dirán si
los compromisos asumidos en la estrategia internacional para el segundo decenio
respondieron a una auténtica voluntad política o fueron sólo un expediente dilatorio.
Para que los análisis y decisiones de la III UNCTAD sean realistas y relevantes hay que
afrontar el mundo tal cual es, defendiéndonos de ilusiones y mistificaciones, pero
abriendo la imaginación y la creatividad a soluciones nuevas de nuestros viejos
problemas.
La primera constatación es que nuestra comunidad no es homogénea, sino fragmentada en
pueblos que se han hecho ricos y pueblos que se han quedado pobres. Más importante aún
es reconocer que, incluso entre los pueblos pobres, hay por desgracia países todavía
más pobres, y hay también muchos en condiciones insoportables: potencias foráneas
dominan su economía, el extranjero ocupa todo o parte de su territorio, padecen todavía
del yugo colonial, o tiene la mayoría de su población sometida a la violencia, al
racismo, al apartheid. Peor aún: en muchos de nuestros países hay profundas diferencias
sociales que aplastan a las grandes mayorías, beneficiando a reducidos grupos de
privilegiados.
La segunda comprobación es que nosotros, los pueblos pobres, subsidiamos con nuestros
recursos y nuestro trabajo la prosperidad de los pueblos ricos.
Es evidente la validez de lo declarado por los ministros del Tercer Mundo en Lima: la
participación de nuestros países en el comercio mundial ha descendido entre 1960 y 1969
del 21,3 al 17,6 %. Nuestro ingreso per cápita en el mismo período aumentó sólo en 40
dólares, mientras en las naciones opulentas subía en 650.
El flujo y reflujo del capital extranjero al Tercer Mundo nos significó en los últimos
veinte años una pérdida neta de mucho más de 100.000 millones de dólares, además de
dejarnos una deuda pública cercana a los 70.000 millones de dólares.
Las inversiones directas de capital extranjero, presentadas frecuentemente como un
mecanismo de progreso, se revelaron casi siempre negativas. Así América Latina, según
datos de la Organización de Estados Americanos, entre 1950 y 1967, recibió 3.900
millones de dólares y entregó 12.800 millones de dólares. Pagamos cuatro dólares por
cada dólar recibido.
Una tercera constatación: este orden económico-financiero-comercial tan perjudicial para
el Tercer Mundo, precisamente por ser tan ventajoso para los países opulentos, es
defendido por la mayor parte de éstos con infatigable tenacidad, con su poderío
económico, con su influencia cultural y, en algunas ocasiones, por potencias, a través
de casi irresistibles presiones, a través de intervenciones armadas que violan todos los
compromisos asumidos en la Carta de las Naciones Unidas.
Otro hecho de trascendencia innegable que atraviesa y engloba las relaciones económicas
internacionales y que burla en la práctica los acuerdos entre gobiernos, es la expansión
de las grandes compañías transnacionales.
El ser humano deber ser sujeto del desarrollo y la
colaboración internacional
En medios económicos y aun en conferencias como ésta, suelen barajarse hechos y cifras
de comercio y crecimiento, sin medir realmente cómo ellas afectan al hombre, cómo
afectan sus derechos fundamentales, cómo atentan contra el mismo derecho a la vida, que
implica el derecho a la plena expansión de su personalidad. El ser humano debe ser sujeto
y fin de toda política de desarrollo y de toda colaboración internacional. Concepto que
debe estar presente en cada discusión, en cada decisión, en cada acto de política que
pretenda fomentar el progreso, tanto en el plano nacional como en el multilateral.
Si se perpetúa el actual estado de cosas, 15 % de los habitantes del Tercer Mundo está
condenado a morir de hambre. Como además la atención médico-sanitaria es deficiente, la
expectativa de vida es casi la mitad que en los países industrial izados y una gran parte
de los habitantes nunca contribuirá al progreso del pensamiento y de la creación. Puedo
repetir aquí lo que nuestro pueblo dolorosamente sabe. En Chile, país de 10 millones de
habitantes y donde ha existido un nivel alimenticio, sanitario y educacional superior al
término medio de los países en desarrollo, hay 600.000 niños -hijos de chilenos, niños
del pueblo- que por falta de proteínas en los primeros ocho meses de su vida, jamás
alcanzarán el pleno vigor mental que genéticamente les habría correspondido.
Hay más de 700 millones de analfabetos en Asia, África y América Latina y otros tantos
millones no han pasado de la educación básica. El déficit de viviendas es tan colosal
que sólo en Asia hay 250 millones de habitantes sin techo apropiado. Cifras
proporcionales se comprueban en África y América Latina. El desempleo y el subempleo
alcanzan cifras pavorosas y siguen aumentando. En América Latina, por ejemplo, el 50 % de
la población activa está cesante o tiene una desocupación disfrazada, cuya
remuneración, particularmente en el campo, está muy por debajo de las necesidades
vitales. Esto es lógica consecuencia de un hecho conocido: las naciones en desarrollo que
concentran el 60 % de la población mundial, disponen de sólo el 12 % del producto bruto.
Hay algunas decenas de países cuyo ingreso per cápita no pasa de 100 dólares al año,
mientras en varios otros es cerca de 3.000 y en Estados Unidos llega a 4.240 dólares per
cápita.
Unos tienen como expectativa medios de vida que todo les permite. Otros nacen para morir,
inevitablemente, de hambre. E incluso, en medio de la abundancia, hay millones que sufren
una vida discriminada y miserable.
Debemos luchar por transformar esta vieja estructura
económica
Corresponde a nosotros, los pueblos postergados, luchar sin desmayo por transformar esta
vieja estructura económica antigualitaria, deshumanizada, por una nueva, no sólo más
justa para todos sino capaz de compensar la explotación secular de que hemos sido objeto.
Cabe preguntarse si nosotros, los pueblos pobres, podemos hacer frente a este desafío a
partir de la situación de dominación o de dependencia en que nos encontramos. Debemos
reconocer viejas debilidades nuestras, de distinto orden, que contribuyeron
considerablemente a perpetuar las formas de intercambio desigual que condujeron a una
trayectoria de los pueblos también desigual.
Por ejemplo, la convivencia de ciertos grupos dominantes nacionales con los factores
causantes del atraso. Su propia prosperidad se basaba, precisamente, en su papel de
agentes de la explotación foránea.
No menos importante ha sido la alienación de la conciencia nacional. Ésta ha absorbido
una visión del mundo elaborada en los grandes centros de dominación y presentada con
pretensión científica como explicación de nuestro atraso. Atribuye a supuestos factores
naturales, como el clima, la raza, o la mezcla de razas, o el arraigo a tradiciones
culturales autóctonas, la razón de un inevitable estancamiento de los continentes en
desarrollo. Pero no se ocuparon de los verdaderos causantes del retardo, como la
explotación colonial y neocolonial foránea.
Otra culpa nuestra que debemos mencionar es que el Tercer Mundo no ha logrado todavía la
unidad total, respaldada sin reservas por cada uno de nuestros países.
La superación de estos errores debe tener prioridad. En el mismo sentido se expresan la
Carta de Argel y la Declaración de Lima de los 77.
Los gobiernos de los países del Tercer Mundo han formulado ahora una filosofía mucho
más consciente y acorde con la realidad de hoy. Así la Declaración de Lima, junto con
reiterar la enfática afirmación de la Carta de Argel de que la responsabilidad
primordial de nuestro desarrollo nos incumbe a nosotros mismos, certificó el compromiso
de sus firmantes de efectuar las reformas necesarias en sus estructuras económicas y
sociales, para movilizar plenamente sus recursos básicos y asegurar la participación de
sus pueblos en el proceso y en los beneficios del crecimiento. Condenó, asimismo, toda
forma de dependencia que pudiera agravar el subdesarrollo.
En Chile, no sólo apoyamos sino que practicamos plenamente esta filosofía. Lo hacemos
con profunda convicción, de acuerdo con nuestra realidad socioeconómica y política.
En Chile luchamos por igualdad social, bienestar,
libertad y dignidad
El pueblo y el Gobierno están comprometidos en un proceso histórico para cambiar de
manera fundamental y revolucionaria la estructura de la sociedad chilena. Queremos echar
las bases de una nueva, que ofrezca a todos sus hijos igualdad social, bienestar, libertad
y dignidad.
La experiencia, muchas veces dura, nos ha demostrado que para satisfacer las necesidades
de nuestro pueblo y para proporcionar a cada uno los medios que le garanticen una vida
plena, era indispensable superar el régimen capitalista dependiente y avanzar por un
nuevo camino. Ese nuevo camino es el socialismo que empezamos a construir.
Consecuentes con lo que han sido nuestra historia y tradición, estamos realizando esta
transformación revolucionaria profundizando el régimen democrático, respetando el
pluralismo de nuestra organización política, dentro del orden legal y con los
instrumentos jurídicos que el país se ha dado; no sólo manteniendo sino ampliando las
libertades cívicas y sociales, individuales y colectivas. En esta nación no hay un solo
preso político, ni la menor limitación a la expresión oral o escrita. Todos los cultos
y creencias son practicadas en la más irrestricta libertad y ante el mayor respeto.
En esta nación pueden -porque el derecho y la Constitución se lo otorgan- manifestar
su protesta o desfilar las fuerzas opositoras, basada, precisamente, esta actitud en el
fundamento jurídico, y el Gobierno garantiza ese derecho a través de la fuerza pública
que de él depende.
Nuestro proceso de cambios ha sido iniciado en un régimen multipartidista; en un avanzado
Estado de derecho y con un sistema judicial absolutamente independiente de los otros
poderes del Estado; en el Parlamento, la oposición es mayoría.
A1 desatar en el sistema económico fuerzas dinámicas antes frustradas, nos proponemos
superar el modelo tradicional de crecimiento que se basaba, casi exclusivamente, en el
aumento de las exportaciones y en la sustitución de importaciones. Nuestra estrategia
implica dar prioridad al consumo popular y confiar en las posibilidades del mercado
interno. No propiciamos la autarquía económica, sino el aprovechamiento del vasto
potencial que representan como agentes activos nuestro pueblo y nuestros recursos.
La recuperación por el país de sus riquezas básicas ha constituido un objetivo
principal del Gobierno que presido.
Hemos nacionalizado el hierro, el acero, el carbón y el salitre, que pertenecen hoy al
pueblo chileno. Nacionalizamos el cobre a través de una reforma constitucional, aprobada
por la unanimidad de un Parlamento en que el Gobierno no tiene mayoría.
Nos hicimos cargo de la industria del cobre y hemos logrado una alta producción,
venciendo enormes dificultades técnicas y administrativas y superando deficiencias graves
en que incurrieron quienes usufructuaron de estos minerales.
La recuperación de nuestras riquezas básicas nos permitirá ahora utilizar en nuestro
propio beneficio los excedentes que antes enviaban al extranjero las compañías
foráneas. Mejoraremos así nuestra balanza de pagos.
La nacionalización del cobre era ineludible e impostergable. Para apreciar el daño que
se provocaba a nuestra economía, basta decir algunas cifras: según valor de sus libros,
hace 42 años las compañías que explotaban el cobre hicieron en Chile una inversión
inicial de 30 millones de dólares. Sin internar después nuevos capitales, retiraron
desde entonces más de 4.000 millones de dólares, enorme suma casi equivalente a nuestra
deuda externa actual. Además, nos dejaron compromisos crediticios por más de 700
millones de dólares que el Estado tendrá que cancelar.
Según su balance de 1968 una de las compañías cupríferas, no obstante tener en nuestro
país sólo 17 % de sus inversiones totales mundiales, obtuvo en Chile el 79 % de sus
beneficios.
Contaré solamente otros dos aspectos de la gestión económico-social de mi Gobierno: uno
es la profunda y amplia redistribución del ingreso, y el otro, la aceleración de la
reforma agraria, cuya meta es que a fines de este año no quede un solo latifundio en
nuestra tierra. Esta reforma incluye una línea dinámica y realista del desarrollo
agropecuario. Así esperamos resolver, en cortos años, el déficit de alimentos que hoy
nos obliga a importarlos por más de 300 millones de dólares, suma desproporcionada a
nuestros recursos.
Hemos complementado todo el quehacer nacional con una decidida política de integración
económica con los países de América Latina. El Pacto Andino (integrado por Bolivia,
Colombia, Chile, Ecuador y Perú) es un vivo ejemplo de las enormes posibilidades de
colaboración que existen entre países subdesarrollados cuando hay una sólida voluntad
política para actuar.
En menos de tres años hemos triplicado el comercio mutuo y estamos aplicando mecanismos
para coordinar la estrategia económica de cada país. Hemos acordado un tratamiento
común a la inversión extranjera, que elimina la competencia suicida para captar recursos
externos y corrige prácticas injustas que se vienen repitiendo desde hace mucho tiempo.
Tenemos plena certeza de que una integración entre países como los nuestros no puede
resultar únicamente del juego mecánico de las fuerzas del mercado; deben planificarse
conjuntamente los sectores más fundamentales de la economía definiéndose así las
producciones a cada país.
El Pacto Andino, auténticamente latinoamericano, tiene trascendencia no sólo por el
pragmatismo técnico con que estamos enfrentando los problemas como surgen, sino también
porque estamos realizando una experiencia autóctona de integración, basada en el más
absoluto respeto al pluralismo ideológico, al legítimo derecho que cada país tiene de
adoptar las estructuras internas que estime más convenientes.
La tarea asignada a la III UNCTAD es diseñar nuevas estructuras económicas y comerciales
precisamente porque aquellas establecidas en la postguerra, que perjudican duramente a los
países en desarrollo, se están derrumbando y desaparecerán.
El fracaso de las concepciones de Bretton Woods y
La Habana
Las concepciones de Bretton Woods y de La Habana, que dieron vida al Banco Mundial, al
Fondo Monetario y al GATT, se caracterizaron por sistemas monetarios, de intercambio
comercial y de financiamiento para el desarrollo, fundados en la dominación y en el
interés de unos pocos países. Evolucionaron en la expectativa de una guerra -considerada
inevitable- entre los países industriales de occidente y el mundo socialista. Como
siempre, el interés económico y el interés político se combinaron para someter a los
países del Tercer Mundo.
Dichos sistemas fijaron las reglas del juego del intercambio comercial. Cerraron mercados
a los productos del Tercer Mundo, a través de barreras tarifarías y no arancelarias, de
sus propias antieconómicas e injustas estructuras de producción y distribución,
Crearon nocivos sistemas de financiamiento. Además, en el transporte marítimo fijaron
prácticas y normas, decidieron el valor de los fletes y así obtuvieron un virtual
monopolio de la carga. Dejaron también al Tercer Mundo al margen del avance científico y
nos exportaron una tecnología que muchas veces constituyó un medio de alienación
cultural y de incremento de la dependencia. Las naciones pobres no podemos tolerar que
continúe esta situación.
Por otra parte, las concepciones de Bretton Woods y de La Habana fueron incapaces de
elevar el nivel de vida de más de la mitad de la humanidad, y ni siquiera capaces de
mantener la estabilidad económica y monetaria de sus propios acreedores, como lo
evidenció la crisis del dólar que precipitó el derrumbe.
Desde la II UNCTAD en Nueva Delhi, que tanto decepcionó a los países en desarrollo, los
acontecimientos han cambiado todo el cuadro político y económico del mundo y hay ahora
mejores perspectivas.
Es evidente para todos que las concepciones financieras de la postguerra se desmoronan;
que los centros nuevos o robustecidos de poder político y económico provocan
contradicciones notorias entre los propios países industrial izados. Se impuso finalmente
la coexistencia entre las naciones capitalistas y socialistas. Y después de veinte años
de injusticia y atropello del derecho internacional, ha terminado la exclusión de la
República Popular China de la comunidad mundial.
Crece la resistencia a la dominación imperialista
y la dominación clasista
Por otra parte, en nuestros países se va creando una resistencia cada vez más fuerte a
la dominación imperialista y también a la dominación clasista interna, un sano
nacionalismo adquiere renovado vigor. Se abren algunas posibilidades, todavía larvadas,
aunque promisorias, de que los esfuerzos de autosuperación de las naciones atrasadas se
realicen bajo menor presión externa y a un costo social menos penoso. Entre éstas se
cuenta la toma de conciencia de los pueblos pobres sobre los factores causales de su
atraso. En ocasiones, este convencimiento es tan profundo que ninguna potencia extranjera
y ningún grupo privilegiado nativo puede ya doblegarlo, como lo demuestra el heroísmo
invencible de Vietnam. Pocos osan aún pretender que todas las naciones del mundo sigan
los mismos modelos de formación económico-social. Se hace compulsivo, en cambio, el
respeto recíproco que posibilita la convivencia y el intercambio entre naciones de
sistemas sociopolíticos distintos. Hoy surgen posibilidades concretas de construir formas
nuevas de intercambio económico internacional, que por fin abran posibilidades de
equitativa cooperación entre pueblos ricos y pueblos pobres.
Estas perspectivas alentadoras reposan en dos hechos: por un lado, las decisiones que
afectan sustancialmente al destino de la humanidad son cada día más influidas por la
opinión mundial, incluyendo la de los países partidarios del statu quo. Por otro lado,
surgen condiciones que tornan ventajoso para las propias naciones centrales (aunque no
para todas sus empresas) establecer, en el plano específicamente económico, nuevas
formas de relación con las naciones periféricas.
Evidentemente, todavía no hay una retirada general de las fuerzas restrictivas. Las
nuevas esperanzas que prometen libertarnos pueden conducir a nuevas formas de
colonialismo. Se concretarán en un sentido u otro según sea nuestra lucidez y capacidad
de acción. De ahí la extraordinaria importancia y oportunidad de esta III UNCTAD.
En efecto, tal como en el siglo pasado las fuerzas desencadenadas por la revolución
industrial transformaron los modos de ser, de vivir y de pensar de todos los pueblos, hoy
día recorre el mundo una ola de renovaciones técnico-científicas con el poder de operar
cambios todavía más radicales, entrando en contradicción con los sistemas sociales
preexistentes.
Debemos evitar que el avance de la ciencia y de sus aplicaciones, al operar bajo el
condicionamiento de estructuras sociales y políticas rígidas -tanto internacionales como
nacionales-, conspire contra la liberación humana. Sabemos que la revolución industrial,
y la ola de transformaciones que trajo consigo, representó para muchos pueblos el mero
tránsito de la condición colonial a la neocolonial, y, para otros, la colonización
directa. Por ejemplo, el sistema internacional de telecomunicaciones implica un peligro
formidable. Está en su 75 % en manos de los países desarrollados de Occidente; más del
60 % de ese 75 % es controlado por los grandes consorcios norteamericanos.
Quiero decirle a usted, señor secretario general, y a ustedes, señores delegados, que en
menos de diez años penetrarán a nuestras instituciones comunitarias y a nuestros
hogares, dirigidas desde el extranjero por satélites de gran poder transmisor, una
información y una publicidad que, si no se contrarrestan con medidas oportunas, sólo
aumentarán nuestra dependencia y destruirán nuestros valores culturales. Este peligro
debe ser conjurado por la comunidad internacional que debe exigir control por las Naciones
Unidas.
Igualmente, cabe considerar como una perspectiva más favorable las contradicciones, cada
vez más evidentes, entre los intereses públicos de las naciones ricas (aquellos que
verdaderamente benefician a sus pueblos) y los intereses privados de sus grandes
corporaciones internacionales. En efecto, el costo global militar, económico, social y
político de operar a través de empresas transnacionales excede a lo que ellas aportan a
las economías centrales y tiende a ser cada vez más oneroso para los contribuyentes.
Consideremos además la acción expoliadora de estos consorcios y su poderosa influencia
corruptora sobre las instituciones públicas tanto de las naciones ricas como de las
naciones pobres. Los pueblos se resisten a esta explotación, y exigen que los gobiernos
interesados cesen de entregar parte de su política económica exterior a las empresas
privadas, que se atribuyen el papel de agentes impulsores del progreso de las naciones
pobres, y se han convertido en una fuerza supranacional que amenaza tornarse
incontrolable.
Esta realidad, que nadie puede negar, tiene profundas consecuencias para el quehacer de
esta Conferencia. Corremos el grave riesgo de que aun cuando lleguemos a entendimientos
satisfactorios entre los representantes de estados soberanos, las medidas que acordemos no
tengan efectos reales, por cuanto estas compañías manejan de hecho, en silencio y
conforme a sus intereses, la aplicación práctica de los acuerdos.
Ellas tienen sus objetivos, sus políticas comerciales, sus políticas navieras, sus
políticas de inversiones, sus políticas de integración económicas, su propia visión
de las cosas, su propia acción, su propio mundo.
Los elementos visibles de la estructura de
dependencia del Tercer Mundo
En los foros internacionales estamos discutiendo los elementos visibles de la estructura
de dependencia del Tercer Mundo, mientras pasan a nuestro lado, invisibles como los tres
cuartos sumergidos de un «iceberg», las raíces condicionantes de esta situación.
La UNCTAD debe estudiar muy seriamente esta amenaza. Esta flagrante intervención de los
asuntos internos de los estados es más grave, más sutil y peligrosa que la de los
gobiernos mismos condenada por la Carta de las Naciones Unidas. Han llegado a pretender
alterar la normalidad institucional de otras naciones, desatar campañas de dimensiones
globales para desprestigiar a un gobierno, provocar contra él un boicot internacional y
sabotear sus relaciones económicas con el exterior. Casos recientes y bien conocidos, que
han escandalizado al mundo y que nos afectan tan directamente, constituyen una voz de
alarma para la comunidad internacional que está imperiosamente obligada a reaccionar con
vigor.
Deseo ocuparme ahora de otros problemas. Son ustedes, señores representantes, quienes
plantearán las soluciones que consideren adecuadas. Existe una abundante documentación
preparada por las Naciones Unidas, y muy particularmente la Declaración, Principios y
Programa de Acción de Lima. Esta carta constituye la posición unificada por los
ministros de los 96 países en desarrollo, que representa la abrumadora mayoría de la
humanidad, de sus esperanzas y aspiraciones conjuntas, que debería suscitar las
respuestas positivas que desde largo tiempo se esperan de la comunidad internacional y
especialmente de los pueblos y gobiernos de los países desarrollados.
Corresponderá a ustedes, señores delegados, atender todas las justas demandas que el
programa de acción contiene.
Todas ellas son de importancia vital. Singularizo los problemas de los productos básicos
porque interesan fundamentalmente a la gran mayoría de los participantes.
La irracional división internacional del trabajo
Por mi parte, sólo quiero exponer a esta asamblea algunas de mis preocupaciones como jefe
de Estado de una nación del Tercer Mundo respecto a ciertos problemas del temario.
Las respuestas de todos los países industrializados no pueden ser iguales. Sus recursos y
medios de acción son diferentes. Tampoco han tenido la misma responsabilidad de crear y
mantener el orden internacional actual. Por ejemplo, ni los países socialistas ni todos
los países pequeños y medianos han contribuido a generar esta irracional división del
trabajo.
a) Las reformas de los sistemas monetario y comercial
La primera de mis preocupaciones es el peligro de que la reestructuración de los sistemas
monetario y comercial internacionales se lleve a cabo, nuevamente, sin la plena y efectiva
participación de los países del Tercer Mundo.
En relación al sistema monetario, particularmente desde la crisis de agosto pasado, los
países en desarrollo han hecho valer su protesta en todos los foros, mundiales y
regionales. No les cabía responsabilidad alguna en la crisis de mecanismos monetarios y
comerciales manejados sin su ingerencia. Han sostenido, insistentemente, que la reforma
monetaria debe ser elaborada con la concurrencia de todos los países del mundo; que debe
fundarse en un concepto más dinámico del comercio mundial; que debe reconocer las nuevas
necesidades de los países en desarrollo, y que nunca más debe ser manejada
exclusivamente por unos pocos países privilegiados.
Es vital que la Conferencia afirme, sin vacilaciones y sin reservas, estos objetivos.
Es cierto que los detalles de un nuevo sistema pueden complementarse en otros foros más
especializados. Pero es tal la conexión de los problemas monetarios con las relaciones
comerciales y de desarrollo, como se evidenció en la crisis de agosto pasado, que la
UNCTAD tiene la obligación de discutir a fondo esta materia y velar porque el nuevo
sistema monetario, estudiado, preparado y manejado por toda la comunidad internacional,
sirva también para financiar el desarrollo de los países del Tercer Mundo, a la par que
a la expansión del comercio mundial.
En lo que toca a la indispensable reforma comercial, hay hechos que nos alarman. Hace
pocas semanas Estados Unidos y Japón, por una parte, y Estados Unidos y la Comunidad
Económica Europea, por la otra, enviaron sendos memorandos al GATT, es decir, al Acuerdo
General de Tarifas y Comercio. Estos dos documentos, casi idénticos, declaran que los
patrocinantes se comprometen a iniciar y apoyar activamente la realización de acuerdos
integrales en el seno del GA TT a partir de 1973, con miras a liberar y expandir el
comercio internacional. Agregan que persiguen, además, mejorar el nivel de vida de todos
los pueblos -lo que puede ser logrado-, entre otros métodos, «a través del
desmantelamiento progresivo de los obstáculos al comercio», y procurando mejorar el
marco inter nacional dentro del cual se realiza el intercambio.
Naturalmente, es satisfactorio que tres grandes centros de poder decidan revisar a fondo
las relaciones económicas internacionales, teniendo en cuenta el mejoramiento en los
niveles de vida de todos los pueblos. También es plausible que mencionen la necesidad de
reorientar la política comercial a través de acuerdos internacionales o regionales que
tiendan a la organización de los mercados. Pero no se nos escapa que liberar el comercio
entre los países industrializados de Occidente borra de una plumada las ventajas del
sistema general de preferencias para los países en desarrollo. y lo que más nos inquieta
es que las tres grandes potencias económicas pretendan realizar esta política, no a
través de UNCTAD, sino del GATT. Éste se preocupa fundamentalmente de los intereses de
los países poderosos; no tiene ligazón seria con las Naciones Unidas ni está obligado a
orientarse por sus principios, y su composición choca con el concepto de participación
universal.
Pienso que los países desarrollados deben poner fin a estos continuos embates contra
UNCTAD. Esta constituye el foro más representativo de la comunidad mundial y ofrece
oportunidades excepcionales para negociar las grandes cuestiones económicas y comerciales
en un pie de igualdad jurídica. Por el contrario, los países en desarrollo hemos
propuesto perfeccionar la actual institución y ampliar su mandato. Es urgente que UNCTAD
complete su autonomía y se convierta en un organismo especializado del sistema de
Naciones Unidas para que actúe con mayor libertad de acción, con mayor influencia, con
mayor capacidad en la solución de los problemas cruciales que son de su competencia.
Nosotros, pueblos del Tercer Mundo, que no supimos hablar en Bretton Woods ni en las
reuniones posteriores que diseñaron el sistema financiero vigente, nosotros, que hoy no
participamos en las decisiones del Grupo de los Diez sobre la estrategia financiera de los
intereses de las grandes potencias occidentales; nosotros, que no tenemos voz en los
debates sobre la reestructuración del sistema monetario mundial; nosotros necesitamos un
instrumento eficaz, que defienda nuestros intereses amenazados. Por ahora este instrumento
sólo puede ser la propia UNCTAD, convertida en una organización permanente.
b) Las excesivas cargas que impone el endeudamiento de los países en desarrollo
Mi segunda preocupación se refiere a la deuda externa. Los países en desarrollo ya
debemos más de 70.000 millones de dólares, aunque hayamos contribuido a la prosperidad
de los pueblos ricos desde siempre, y más todavía en las últimas décadas.
Las deudas externas contraídas, en gran parte, para compensar los perjuicios de un
injusto intercambio comercial, fiara costear el establecimiento de empresas extranjeras en
nuestro territorio, para hacer frente a las especulaciones con nuestras reservas,
constituyen uno de los principales obstáculos al progreso del Tercer Mundo. Ya el
documento de Lima y la resolución número 2.807 de la última Asamblea General de las
Naciones Unidas, se preocuparon del endeudamiento. Esta última resolución consideró,
entre otras cosas, las cargas cada día más pesadas que imponen al Tercer Mundo los
servicios de las deudas, el debilitamiento de la transferencia bruta de recursos a los
países en desarrollo y el deterioro de los términos del intercambio. Pidió
enfáticamente a las instituciones financieras competentes, así como a las naciones
acreedoras, que dieran trato favorable a las solicitudes de re negociación o
consolidación con plazos de gracia, amortizaciones adecuadas y tasas de intereses
razonables. Además, invitó a los mismos países e instituciones a estudiar formas más
racionales para financiar el desarrollo económico del Tercer Mundo. Esto es, para
nosotros, muy satisfactorio.
Yo creo que es indispensable realizar un estudio crítico sobre cómo el Tercer Mundo ha
contraído su deuda externa y las condiciones requeridas para que sea rescatado de ella
sin perjudicar sus esfuerzos por superar el atraso. Ese estudio podría ser realizado por
el secretario general de la UNCTAD y presentado a la Asamblea General de las Naciones
Unidas.
Chile ilustra en este momento la gravedad de la situación. El valor de nuestras
exportaciones es de 1.200 millones de dólares al año. Este año nos correspondería
pagar 408 millones. No es posible que un país deba dedicar a servir su deuda externa 34
dólares de cada 100 que ingresan en sus arcas.
c) Las presiones para impedir el ejercicio del derecho a disponer libremente de los
recursos naturales
Mi tercera preocupación está directamente relacionada con la anterior. Concierne a la
presión real y potencial para coartar el derecho soberano de los pueblos de disponer de
sus recursos naturales para su beneficio. Éste ha sido proclamado en los Pactos de los
Derechos Humanos, en varias resoluciones de la Asamblea de las Naciones Unidas y en el
Primer Principio General aprobado por la UNCTAD, La Declaración de Lima de los 77 formula
con toda claridad un principio adicional para la defensa de nuestros países contra ese
orden de amenazas. Necesitamos elevarlo de la condición de principio a la de práctica
económica imperativa. Dice así:
El reconocimiento de que todo país tiene derecho soberano de disponer libremente de sus
recursos naturales en pro del desarrollo económico y del bienestar de su pueblo, toda
medida o presión externa, política o económica que se aplique contra el ejercicio de
este derecho, es una flagrante violación de los principios de libre determinación y de
no intervención, según los define la Carta de las Naciones Unidas, y, de aplicarse,
podría constituir una amenaza a la paz y a la seguridad internacionales.
¿Por qué los países en desarrollo quisieron ser tan explícitos? La historia dé los
últimos 50 años está llena de ejemplos de coerción directa o indirecta, militar o
económica -crueles para quienes la sufren, denigrantes para quienes la ejercen-,
destinada a impedir a los pueblos subdesarrollados disponer libremente de las riquezas
básicas que representan el pan de sus habitantes. México, Centroamérica y el Caribe la
conocieron. El caso del Perú en 1968 dio origen a una tajante respuesta de los países
latinoamericanos reunidos en CECLA, recuérdese la Declaración del Consenso de Viña del
Mar.
Chile ha nacionalizado el cobre, su riqueza básica que significa más del 70 por 100 de
sus exportaciones. De poco ha valido que el proceso de nacionalización, con todas sus
implicaciones y consecuencias, haya sido la más clara y categórica expresión de la
voluntad de su pueblo, y fuera realizado siguiendo los dictados precisos de disposiciones
constitucionales de la nación. De poco ha valido que las compañías extranjeras que
explotaban el mineral hayan extraído beneficios muchas y muchas veces superiores al valor
de sus inversiones. Estas empresas, que se enriquecieron prodigiosa mente a costa nuestra,
y que se creían con el derecho de imponernos indebidamente su presencia y su abuso, han
movido toda clase de fuerzas, incluso las de sus propias instituciones estatales dentro de
su país y dentro de otros, para atacar y perjudicara Chile y a su economía.
Las presiones del capital internacional
No deseo abandonar esta cuestión tan poco grata sin destacar, entre las presiones de que
hemos sido objeto, dos cuyo efecto tralciende el atropello del principio de no
intervención.
Una tiende a impedir que Chile obtenga nuevas condiciones y nuevos plazos para pagar su
deuda externa.
Estimo que nuestros acreedores no han de aceptarlo. Los países amigos no han de prestarse
a reducir aún más el bajo nivel de vida de nuestro pueblo. Sería injusto,
dramáticamente injusto.
La otra presión pretende, a través de una ley de ayuda exterior adoptada por uno de los
mayores contribuyentes del Banco Mundial y del Banco Interamericano, condicionar la
asistencia financiera a Chile de dichos bancos a que apliquemos políticas que violarían
las normas constitucionales que rigen la nacionalización del cobre. Estos dos bancos
están ligados uno a las Naciones Unidas y el otro al sistema interamericano, cuyos
principales objetivos oficiales les impiden y prohiben aceptar condiciones como éstas.
Si estas políticas se ponen en práctica, se daría un golpe mortal a la colaboración
internacional para el desarrollo; se destruiría la base misma de los sistemas del
financiamiento multilateral, donde muchos países, en un esfuerzo cooperativo, contribuyen
en la medida de sus posibilidades. Estas políticas significan demoler concepciones que
tenían un sentido de solidaridad universal y dejan a plena luz la realidad descarnada de
un interés subalterno del más puro tipo mercantilista. Sería retroceder más de 100
años en la historia.
d) Algunas consideraciones sobre el acceso a la tecnología
También pido la atención de esta asamblea sobre la urgencia de que el Tercer Mundo tenga
acceso a la ciencia y la tecnología modernas. Los obstáculos que hemos encontrado hasta
ahora constituyen factores determinantes del atraso.
La industrialización, como parte fundamental del proceso global de desarrollo, está en
íntima relación con la capacidad nacional de creación científica y tecnológica para
una industrialización adecuada a las características reales de cada región, cualquiera
que sea su grado de evolución actual.
Hoy nuestra capacidad de creación tecnológica es muy insuficiente, como resultado de un
histórico procesa de dependencia. Así, nuestras investigaciones siguen modelos teóricos
del mundo industrializado. Se inspiran más en las realidades y necesidades de este
último que en las nuestras. Y cada vez, con mayor frecuencia, miles de científicos y
profesionales abandonan sus patrias para servir en los países opulentos; exportamos ideas
y personas capacitadas; importamos tecnología y dependencia.
Atender este problema, que nos permitiría terminar con la subordinación tecnológica, es
difícil, costoso y lento. Nos quedan dos posibilidades.
Por una parte, podemos seguir industrializándonos con inversiones y tecnología
extranjera, agudizando cada vez más la dependencia que amenaza con recolonizarnos.
América Latina experimentó un largo período de euforia con la política de la
industrialización por sustitución de importaciones. Es decir, la instalación de
fábricas para producir localmente lo que antes se importaba, subsidiando la operación
con costosas regalías: facilidades cambiarías, defensas aduaneras, préstamos en moneda
local y avales del Gobierno para financiamiento proveniente del exterior. La experiencia
demostró que esta industrialización promovida principalmente por corporaciones
internacionalesresultó ser un nuevo mecanismo de recolonización. Entre sus efectos
dañinos se encuentra la creación de una capa técnico-gerencial cada vez más
influyente, que pasó a defender los intereses extranjeros que confundió con los suyos.
Todavía más graves han sido los efectos sociales. Las grandes plantas, que utilizan
técnicas sofisticadas, generan graves problemas de desempleo y subempleo, y llevan a la
quiebra a la pequeña y mediana industria nacional. Debemos mencionar también la
tendencia a centrarse en industrias de consumo, que sirven a una estrecha capa de
privilegiados, e indirectamente crean valores y formas de consumo ostensivo en perjuicio
de los valores característicos de nuestra cultura.
La otra posibilidad consiste en crear o reforzar nuestra capacidad
científico-tecnológica, recurriendo entre tanto a una transferencia de conocimientos y
medios apoyada decididamente por la comunidad internacional e inspirada en una filosofía
humanística que tenga al hombre como su principal objetivo.
En la actualidad esta transferencia se traduce en el comercio de una mercancía que
aparece bajo distintas formas: asistencia técnica, equipos, procesos de producción y
otras. Este comercio ocurre bajo ciertas condiciones explícitas e implícitas
extremadamente desfavorables para el país comprador, sobre todo si éste es
subdesarrollado. Recordemos que en 1968 América Latina desembolsé más de 500 millones
de dólares sólo por concepto de adquisición de tecnología.
Estas condiciones deben desaparecer. Debemos poder seleccionar la tecnología en función
de nuestras necesidades y nuestros planes de desarrollo. Cualesquiera que sean los
esfuerzos de los países en desarrollo, nada será posible sin un cambio radical de
actitud de quienes detentan casi el monopolio de los conocimientos científicos.
Intentemos cambiar el orden económico
internacional
¿Qué hacer en estas circunstancias? Nos es imposible cambiar de la noche a la mañana el
mundo tal cual es, con toda su injusticia contra los países subdesarrollados. No nos
queda más remedio que seguir bregando por reducir los efectos negativos de este estado de
cosas y sentar las bases para construir lo que llamaría una economía solidaria.
La presente coyuntura internacional es favorable para intentar transformar el orden
económico. Quizás este juicio es demasiado optimista, pero la verdad es que los
acontecimientos internacionales de las últimas décadas han venido acumulando factores
que terminaron por cristalizar como una nueva oportunidad. La característica más notable
es la posibilidad que se le ofrece al mundo de una relación más digna, sin sumisión y
sin despotismos. Hay entendimiento entre las potencias mundiales capitalistas; hay
coexistencia y diálogo entre éstas y las socialistas.
¿Puede darse algo semejante entre los antiguos países colonialistas e imperialistas, por
un lado, y los pueblos dependientes, por el otro? El futuro dirá si nosotros, pueblos del
Tercer Mundo, conquistaremos el reconocimiento de nuestros derechos en la
reestructuración del intercambio internacional y la instauración de relaciones justas
para todos. Esta cuestión, es preciso subrayarlo, puede ser la más precaria y la más
dolorosa.
Cabe a ustedes preguntarse, señores delegados a la Asamblea de la III UNCTAD, sobre qué
bases se podría organizar una nueva convivencia humana, al fin solidaria, después de una
larguísima historia de opresión que hemos vivido y vivimos.
Permítanme, sin embargo, señalar que, a mi juicio, una de las bases podría ser orientar
el desarme en forma tal que cimiente una economía solidaria en escala mundial, aunque
algunos crean que ésta es irrealizable.
Para las economías socialistas, la perspectiva de desarrollo pacificó es su aspiración
histórica fundamental. Una vez afianzada paz podrán integrar más activamente la
cooperación multilateral y aportar al mercado mundial recursos técnicos y productivos
decisivos para su propia prosperidad y que contribuirían eficazmente a que los países
del Tercer Mundo lograran superar los efectos deformantes de siglos de explotación.
No me parece que, ante la experiencia de los últimos años, las naciones capitalistas
deban prolongar concepciones como el colonialismo y el neocolonialismo, y conservar una
economía de guerra para mantener el pleno empleo. Sólo el Tercer Mundo, con sus inmensas
necesidades, puede constituir una nueva frontera económica para las naciones
desarrolladas. Sólo esa nueva frontera es capaz -mejor que la economía de guerra- de
ocupar la capacidad productiva de las grandes empresas y dar oportunidades de empleo a
toda la fuerza de trabajo. Quiero creer que dirigentes esclarecidos, conscientes de los
profundos cambios que enfrentan, están comenzando a pensar seriamente en nuevas
soluciones, en las cuales el Tercer Mundo y los países socialistas participen plenamente.
Es necesario buscar con empeño una ecuación económicamente viable entre las enormes
necesidades de los pueblos pobres y la prodigiosa capacidad productiva de las naciones
ricas. La solución podría encontrarse en una estrategia de la pacificación, mediante un
plan de desarme que destinara un alto porcentaje de los gastos hasta ahora entregados al
armamentismo y a la guerra, a un «Fondo de Desarrollo Humano Homogéneo». Este fondo
podría estar abierto prioritariamente como préstamos a largo plazo a las empresas de las
propias naciones que los constituyen.
Como el monto de los gastos anuales en armamentos y en guerra es ya superior a los 220.000
millones de dólares, existe un potencial de recursos más que suficiente para comenzar a
plasmar una economía solidaría.
Sus objetivos serían reconvertir una economía de guerra en una economía de paz, y,
paralelamente, contribuir al desarrollo del Tercer Mundo. El fondo financiaría grandes
obras y programas destinados a estos países, de tal manera que mantuvieran la mano de
obra cesante por la reducción de gastos en armamentos que permitiesen con su producción
resarcir su costo, y, sobre todo, que se constituyeran como empresas nacionales autónomas
capaces de un crecimiento sostenido. Al mismo tiempo iniciaría una nueva era de pro greso
económico continuado, de ocupación plena de los factores productivos, incluso de la
totalidad de la fuerza de trabajo. Y, sobre todo, de superación progresiva del abismo que
separa los pueblos prósperos de los pueblos expoliados.
Esto no es una utopía. En este mundo, obligado hoya colaborar o a destruirse, nuevas
ideas, inspiradas no sólo en la justicia sino siempre en la razón, pueden redundar en
soluciones válidas para la humanidad.
Les deseo, señores delegados, que sus trabajos tengan un resultado positivo. Chile hará
lo posible por contribuir a ello utilizando todas las oportunidades que le ofrece el ser
anfitrión para facilitar contactos y crear un clima favorable. Sus delegados no buscarán
confrontaciones innecesarias, sino acuerdos fecundos.
La pasión y el fervor con que todo un pueblo construyó este edificio son un símbolo de
la pasión y el fervor con que Chile quiere contribuir a que se construya una nueva
humanidad que haga desaparecer la necesidad, la pobreza y el temor, en este y en los otros
continentes.
Me atrevo a pensar que la conferencia dará respuestas positivas a la angustia de millones
de seres humanos. No en vano se han movilizado a este lejano país los más altos
dirigentes de la economía de casi todas las naciones de la Tierra, incluyendo aquellas
que más poder tienen para reorientar la marcha de los acontecimientos. Señores
delegados, de algo sí pueden estar seguros: los pueblos no permitirán, como dijeron en
Lima, «que coexistan indefinidamente la pobreza y la opulencia». No aceptarán un orden
internacional que perpetúe su atraso. Buscarán su independencia económica y vencerán
el subdesarrollo. Nada lo podrá impedir, ni la amenaza ni la corrupción ni la fuerza.
De la transformación urgente de la estructura económica mundial, de la conciencia de los
países, depende que el progreso y la liberación del vasto mundo subdesarrollado elijan
el camino de la colaboración basado en la solidaridad, la justicia y el respeto a los
derechos humanos, o que, por el contrario, sean empujados a la ruta del conflicto, la
violencia y el dolor, precisamente para imponer los principios de la Carta de las Naciones
Unidas.
( Este texto fué publicado por el
Departamento de Prensa de la Comisión Chilena para la III UNCTAD, Empresa Editora
Quimantú, Santiago de Chile, 1972.) (Los subtítulos son míos. Róbinson Rojas)
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las defensas de Estados Unidos. Estrategia, Fuerzas y Recursos para el Nuevo Siglo ",
publicado en el año 2000. Sus autores ocupan puestos ejecutivos en el Pentágono, el
Departamento de Estado, y en algunas universidades en Estados Unidos y el Reino Unido.
Esta política intenta implementar lo que ellos llaman "Proyecto para un Nuevo
Siglo Estadounidense" que busca la dominación mundial. PPSP
fue creado con el propósito de generar opinión pública universal que sirva como sostén
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Unidos y para preservar el derecho a la autoderminación de los pueblos, como un primer
paso en la construcción de un mundo mejor. PPSP
acoge ensayos y artículos sobre los problemas creados por la actitud desenfrenada del
imperialismo estadounidense, el cual está amenazando la libertad de toda la población
mundial, incluyendo la sociedad civil de Estados Unidos
(Dr. Róbinson Rojas,
1ro. de mayo, 2003) |
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