De Agenda de Reflexión
No. 292Al borde de la guerra civil
[Dibujo de Enrique
Breccia]
"No me quedaba más que irme del país. Si me
quedaba, si apelaba a los trabajadores, al pueblo, hubiese sido un río de sangre. Yo vi a
España después de la guerra civil, yo vi a esos crápulas bombardeando la Plaza de Mayo,
¡valientes!" Juan Domingo Perón, 3 de octubre de 1955
[Investigación histórica de Enrique Pavón Pereyra y
otros]
Hoy se cumplen cincuenta años del
acontecimiento fundante de la barbarie oligárquica contemporánea.
A las 12.40 del mediodía del jueves 16 de junio de 1955
una escuadrilla de combate de 29 unidades de la aviación naval conducida por militares
amotinados con apoyo en tierra de infantes y "comandos civiles" ametralló y
arrojó sobre la Casa de Gobierno, los alrededores de la Plaza de Mayo atestada de gente,
la residencia presidencial (el palacio Alzaga Unzué, en avenida del Libertador donde
ahora se levanta la Biblioteca Nacional) y otras zonas de gran densidad de población en
un día hábil, nada menos que nueve toneladas y media de explosivos. Los aviones
provenían de Punta Indio, Morón y Ezeiza. Una de las primeras bombas de 50 kilos de
trotyl estalló sobre el techo de la Casa Rosada; otra, por ejemplo, destruyó un
trolebús repleto de pasajeros y mató a casi todos los pasajeros. Un día común de
trabajo se convirtió en un infierno horroroso. La barbarie reinó en la calle. Bandadas
de palomas volaban enloquecidas en todas direcciones. Una
vez que hubo comenzado el bombardeo, los infantes que estaban en el ministerio de Marina,
acompañados de los comandos civiles armados ?como Miguel Angel Zabala Ortiz, futuro
canciller del presidente Illia- se lanzaron hacia la Casa Rosada y el ministerio de
Guerra. Como ya estaban preparados para la batalla interpretaron la iniciación del
bombardeo -que se había retrasado por la niebla- como la señal de que los dados habían
sido arrojados. Cientos de porteños se refugiaron con temor bajo las arcadas de la
avenida Leandro N. Alem y vieron cómo avanzaban las tropas rebeldes. Lo único que
consiguieron éstas fue matar y lesionar a civiles indefensos. Los infantes de marina
lograron llegar hasta una estación de servicio que hacía cruz con la Casa Rosada y desde
allí intercambiaron feroces disparos con los defensores. Otras unidades rebeldes que iban
en camino hacia el ministerio de Guerra, al enfrentar fuerzas superiores no tuvieron otra
posibilidad que regresar. La llegada de vehículos blindados con tropas del ejército
condenó a los insurgentes al fracaso. Los infantes de marina tuvieron que retroceder
hasta el edificio del ministerio de Marina donde se atrincheraron y repelieron a tiros un
asalto inexperto llevado a cabo ¡con palos! por un grupo de trabajadores encolerizados.
Al caer la tarde la rebelión se había desplomado. Los pilotos volaron con sus aviones al
Uruguay. El ministerio de Marina se rindió al ejército. Uno de los almirantes que había
encabezado la revuelta se suicidó. Los civiles que participaron en ella -que en un
momento había llegado a apoderarse de una estación de radio y emitir proclamas sobre el
levantamiento- abandonaron el país o se escondieron. Abriéndose camino por las calles
taponadas de vehículos incendiados y aceras llenas de escombros, la policía recogió los
muertos y ofreció primeros auxilios a los heridos. La Asistencia Pública y todos los
hospitales porteños se vieron abarrotados de trabajo.
Hubo por lo menos unos 350 argentinos
muertos y 2.000 heridos, de los cuales muchos quedaron lisiados en forma permanente. Los
agresores huyeron hacia Montevideo, donde solicitaron y obtuvieron asilo político al
gobierno de Luis Batlle Berres. Al día siguiente el diario Clarín -que no se
caracterizaba, ni entonces ni ahora, por sus simpatías peronistas- escribió: "Las palabras no alcanzan a
traducir en su exacta medida el dolor y la indignación que ha provocado en el ánimo del
pueblo la criminal agresión perpetrada por los aviadores sediciosos que ayer bombardearon
y ametrallaron la ciudad".
No existía un estado de guerra,
quienes atacaron por sorpresa vestían uniformes militares argentinos y las víctimas
fueron civiles desarmados, también argentinos. La siniestra operación fue conducida por
el contralmirante de infantería de marina Samuel Toranzo Calderón. Se trataba de
aeronaves y armas de guerra adquiridas con el ostensible propósito de defender a la
nación contra un ataque extranjero, que fueron empleadas contra el propio pueblo
argentino. En la ciudad vasca de Guernica, por ejemplo, las bombas fueron arrojadas desde
aviones alemanes de la Legión Cóndor, conducidos por pilotos alemanes.
El país quedó literalmente al borde
de la guerra civil, perplejo, caótico, imprevisto, desconcertante. Una masacre, un
episodio asesino inconcebible que no tiene parangón en la historia, la antesala de la
irrupción oligárquica-imperial tres meses después, el 16 de septiembre, el preludio del
drama creciente que se iría desatando hasta alcanzar en dos décadas los mayores niveles
de espantosa crueldad durante el período abierto el 24 de marzo de 1976. En realidad, el
16 de junio de 1955 fue la verdadera fecha de nacimiento del Proceso.
El presidente Juan Domingo Perón
había sido reelecto en 1952 con el 68 por ciento absoluto de los votos. Salió sano y
salvo del ataque porque se refugió en los sótanos del ministerio de Ejército, en el
edificio Libertador, a cargo del general Franklin Lucero. Ese día nefasto de junio, que
había amanecido inclemente, oscuro y con mucha niebla, estaba previsto un desfile aéreo
en desagravio a la bandera que había sido quemada frente al Congreso cinco días antes,
cuando la procesión de Corpus Christi.
"Cabecita negra",
"gorila", "grasita", "descamisado" son algunas, entre otras
muchas, de las palabras que el peronismo injertó en el habla de los argentinos. Pero ya
había algunas antiguas y caídas en desuso que Perón reincorporó al léxico popular y
político: tal el caso de "chirinada". Chirino era el apellido del sargento que
mató a traición a Juan Moreira en 1874 y en el campo se usaba "chirinada" como
sinónimo de una traición barata. Perón, hombre de la pampa y de la Patagonia, denominó
así al frustrado movimiento militar del 28 de septiembre de 1851, en vísperas de las
elecciones por la reelección presidencial, encabezado por el general retirado Benjamín
Menéndez (conspirador en disponibilidad, lo llamaban), intentando aprovechar el
dramático y doloroso golpe de la noticia del cáncer terminal de Evita. En febrero del
año siguiente, un levantamiento de similar característica y destino lo condujo el
coronel José Francisco Suárez.
El 15 de abril de 1953, mientras en el
país se construían aviones nacionales a reacción, locomotoras y automóviles, en
Campana se producía tolueno sintético y se contaba con una gran planta petroquímica en
Santa Fe, al tiempo que salía de los astilleros argentinos el barco mercante más grande
de América Latina, la CGT, que representaba a la clase trabajadora que participaba de
más de la mitad del producto bruto interno y gozaba de pleno empleo y de las mejores
leyes sociales de la historia, organizó un acto de adhesión al presidente en Plaza de
Mayo. El acto tuvo un final trágico: comandos civiles hicieron estallar varias bombas,
matando a cinco personas e hiriendo a veinte. La estación del subte "Ministro Roque
Carranza" (después ministro de Defensa del presidente Alfonsín) recuerda hoy
paradójicamente a uno de los terroristas que colocaron una de esas bombas en la estación
Plaza de Mayo de la Línea A. Grupos desprendidos de la concentración popular esa misma
noche incendiaron al Jockey Club, símbolo y nido de la oligarquía porteña, y las sedes
de los partidos Socialista, Conservador y Radical.
En 1946, al asumir Perón su primera
presidencia, contó con todo el apoyo de la iglesia. Pero año tras año esa adhesión se
fue perdiendo hasta transformarse, al final de la segunda presidencia, en uno de los más
firmes arietes contra el gobierno, tras la guía de los obispos Tato y Novoa. Del
distanciamiento se pasó al enfriamiento total, hasta que en octubre de 1954 Perón acusó
públicamente a ciertos obispos y sacerdotes de "sabotear" su política: la
escalada anticlerical pasó muy pronto a campaña antirreligiosa. Se derogó la ley de
enseñanza religiosa, se implantó el divorcio popular y hasta se sancionó una ley que
declaraba la necesidad de reformar la constitución justicialista del 49 para establecer
la separación de la iglesia y el Estado. La respuesta eclesial no se hizo esperar: la
tradicional procesión católica de Corpus Christi del 11 de junio de 1955, prohibida por
el gobierno, se transformó en una imponente y multitudinaria manifestación política de
250.000 opositores. La siempre liberal, pro-británica y masónica del rito celeste
escocés Marina de Guerra encontró entonces en el enfrentamiento con la iglesia la
oportunidad de ganar oficiales del Ejército provenientes del nacionalismo católico. La
conspiración militar tomaba forma: ya no se la podría bastardear llamándola
"chirinada". Además, Monseñor Copello, el Cardenal Primado, fue llamado a
cumplir funciones en el Vaticano y lo reemplazó Monseñor Lafitte, arzobispo de Córdoba,
cuna de la futura contrarrevolución de septiembre.
Durante la noche del 16 de junio, como reacción popular a
los bombardeos (aunque existen evidencias de que fueron atentadas desde el interior de los
templos) y luego de un dramático discurso de Perón, fueron saqueadas e incendiadas la
Curia Eclesiástica -ubicada al lado de la Catedral- y las iglesias de Santo Domingo, San
Francisco y San Ignacio. Tato y Novoa huyen a Río de Janeiro y desde allí declaran que
han sido expulsados por el gobierno. Poco después, trascendió que el Papa Pío XII ha
excomulgado al general Perón.
Debemos decir ahora que el enfrentamiento entre el peronismo y la iglesia a
mediados de los '50 dejó "heridas que no cierran" y ha dañado fuertemente y
por largo tiempo al movimiento nacional -y seguramente también a la iglesia argentina-. Y
además que sólo la firme actitud frente a las presiones vanguardistas por parte del
general Perón, resumidas en la cita que presenta esta nota, nos liberó de una guerra
civil de resultado catastrófico y trágico en la que la dirección gorila estaba
dispuesto a hundirnos: "...hubiese sido un río de sangre. Yo vi a España después
de la guerra civil, yo vi a esos crápulas bombardeando la Plaza de Mayo...".
También resulta verdaderamente notable como ejemplo de la
manipulación de nuestra historia y de nuestra conciencia colectiva que, cincuenta años
después de ocurridos semejantes hechos de espanto, esté hoy más presente en la memoria
del imaginario de amplios sectores de la sociedad argentina el incendio de las iglesias
(¡y hasta el del Jockey Club!), por cierto repudiables y en los que hubo daños
materiales pero ninguna víctima que lamentar, que el siniestro bombardeo que originó la
masacre fundacional de la barbarie oligárquica contemporánea.
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