REVISTA DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO
CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998
Desarrollo e integración
regional:
¿otra oportunidad para una promesa incumplida?
Osvaldo Sunkel
Coordinador del Programa de Desarrollo Sustentable del Centro de Análisis de
Políticas Públicas, Universidad de Chile
I . Introducción
La importancia de los cambios políticos y socioeconómicos trascendentales que han
ocurrido en la América Latina en los últimos tiempos, a saber, la transición de
gobiernos autoritarios a otros más o menos democráticos y la adopción de paquetes de
reformas neoliberales radicales, han opacado un acontecimiento de la mayor relevancia en
el ámbito de las relaciones internacionales intralatinoamericanas: el vigoroso
resurgimiento de los esfuerzos de cooperación e integración económicas regionales
Diversas iniciativas se han ido planteando desde fines del decenio de 1980, nacidas de
distintas motivaciones. La formación del Mercosur -el Mercado Común del Cono Sur- es
probablemente el hecho más novedoso y promisorio. Fue creado en 1991 por Argentina y
Brasil, los dos pesos pesados de América del Sur, junto con Paraguay y Uruguay, países a
los que se sumó Chile como miembro asociado en 1996. Aun cuando en esencia es un sistema
de cooperación, hasta ahora bastante exitoso, la iniciativa del Mercosur es consecuencia
de y a la vez contribución a cambios cualitativos en otras áreas.
Es probable que el más importante sea la histórica revocación de los acuerdos militares
y de seguridad en el Cono Sur, donde se han superado con largueza clásicas rivalidades de
Argentina con Brasil y con Chile. Esto, a su vez, ha facilitado una expansión sin
precedentes de la inversión externa directa de empresas de la región, donde el sector
privado chileno en rápida expansión desempeña un papel de liderazgo.
La mayoría de los países de América Latina han suscrito también una iniciativa de
cooperación política sin precedentes, institucionalizada en el Mecanismo de Consulta
Permanente, también llamado Grupo de Río. Ha habido intentos de revivir el Pacto Andino
y el Mercado Común Centroamericano, que hasta ahora han sido infructuosos. Mayor
importancia ha tenido el gran número de acuerdos bilaterales o multilaterales de libre
comercio firmados en los últimos años entre países latinoamericanos. Por último, sin
desestimar su importancia, está el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC),
que ha significado un viraje histórico en la política exterior mexicana, con importantes
consecuencias hemisféricas.
¿Contribuirán éstas y otras instancias del nuevo regionalismo en América Latina al
desarrollo económico a largo plazo, a la sustentabilidad ecológica y a la resolución de
conflictos regionales?
Este es el tema central de este artículo. Se pueden esgrimir muchos argumentos en favor
de esta hipótesis: la posibilidad de lograr economías de escala en un mercado mucho más
grande, la mayor estabilidad y credibilidad de las políticas económicas a consecuencia
de los compromisos de integración regional, los imperativos de una economía
financieramente globalizada, el mayor atractivo consiguiente de la región para la
inversión externa directa, el mayor poder de negociación conjunta a través de la
acción colectiva, la mayor atención a las políticas sociales y ambientales y la mayor
eficacia de las mismas, y el dividendo de paz que podría lograrse como fruto de
relaciones militares más amistosas y la solución oportuna y efectiva de los conflictos
regionales.
El estado de ánimo de América Latina respecto de estos problemas es bastante optimista.
Esto no sólo se debe a las cifras positivas de comercio e inversión, sino que también a
la voluntad política sin precedentes que han mostrado los gobiernos y la adhesión
entusiasta de la empresa privada. Sin embargo, este proceso renovado de integración y
cooperación regionales está aún en una etapa inicial, y a pesar de que promete mucho,
una revisión cuidadosa de la experiencia histórica sugiere cierta necesidad de cautela.
La mayor parte de los argumentos anteriores, u otros similares, fueron planteados antes,
cuando se abordaron, con seriedad pero con poco éxito, intentos de integración en
América Latina, tanto para la región en su conjunto como para diversas subregiones.
Podría ser útil, en este contexto, un análisis detallado de las tendencias más
destacadas a más largo plazo y de las características estructurales del continente, así
como de la experiencia histórica más reciente y los cambios en el plano internacional.
II. Condiciones básicas
que favorecen la integración y la cooperación
Las aspiraciones y las iniciativas para lograr la integración y la cooperación en
América Latina se remontan a los movimientos de independencia y la consolidación de
Estados independientes a principios del siglo XIX. Hay bases sólidas para este interés
continuado y creciente que dura más de dos siglos:
a) La unidad geográfica del continente latinoamericano y la contigüidad física de los
países de la región;
b) El legado cultural iberoamericano y la identificación, o por lo menos la afinidad con
los conquistadores -que se convirtieron primero en administradores coloniales y, luego, en
las elites dominantes de la creciente población "mestiza", por efecto de una
historia y una cultura comunes o compartidas: idioma, religión, tradiciones e
instituciones;
c) La historia de dominación internacional y amenazas a los países de América Latina
que se inicia en la colonia y sigue con las guerras de Independencia y los posteriores
actos e intentos de subversión y agresión de las principales potencias neocolonialistas
e imperialistas: Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas;
d) El creciente reconocimiento, al principio sólo en el terreno político, pero más
recientemente en lo económico y las relaciones internacionales, de una problemática más
o menos común, de haber compartido un pasado similar, de abrigar intereses políticos,
económicos y culturales comunes, y de las significativas ventajas y oportunidades para el
desarrollo que se obtienen con la integración regional y la cooperación;
e) El desarrollo, principalmente en la segunda mitad del siglo, de un sinnúmero de
instituciones internacionales regionales y subregionales --económicas, financieras,
educacionales, profesionales, empresariales, políticas, culturales y muchas otras,
públicas y privadas- que han favorecido el movimiento creciente de los conocimientos, las
comunicaciones y las personas;
f) Un incremento significativo del turismo intrarregional, intercambios estudiantiles,
migración de trabajadores, profesionales y ejecutivos de negocios, lo que ha favorecido
la comprensión y el conocimiento recíproco entre pueblos y países;
g) El papel que ha desempeñado una de las instituciones regionales más importantes en el
ámbito del desarrollo socioeconómico -la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL), de las Naciones Unidas-, que desde sus primeras publicaciones en el
decenio de 1940, y hasta ahora, ha tratado a los países de América Latina como miembros
de una región con un mismo trasfondo socioeconómico e institucional y una experiencia y
evolución histórica similares y ha interpretado en estos términos su proceso de
desarrollo socioeconómico y, con ello, le ha conferido a la región un tipo de identidad
socioeconómica y una estrategia de desarrollo, incluso una base teórica y planes
concretos para la integración regional.
En el polo opuesto de estas condiciones favorables la integración y la cooperación
regionales topan con obstáculos formidables, geográficos, históricos y de otro tipo.
III . La difícil realidad
geográfica para la integración regional
Las disciplinas básicas comprometidas en el estudio de la integración regional
--economía, política, sociología y relaciones internacionales- son ciencias abstractas
que habitualmente operan en el limbo geográfico, como si la realidad geográfica no
existiera o no importara. Cabría aquí un breve recordatorio sobre los hechos escuetos de
la realidad geográfica latinoamericana.
Aunque América Latina es una entidad territorial única, lo que es una ventaja evidente,
es un continente vasto, con difíciles territorios interiores, formados principalmente por
la cordillera de los Andes y la cuenca tropical del Amazonas, zonas que están hoy, y
seguramente seguirán estando, escasamente pobladas.
La inmensa y maciza cordillera de los Andes que corre por la costa occidental y la vasta
cuenca amazónica que está en el corazón de la región representan obstáculos
insalvables para establecer grandes asentamientos al interior y para la facilitar las
comunicaciones entre las costas orientales y occidentales, así como entre el norte y el
sur del continente. Hasta entre los países del Pacto Andino (Venezuela, Colombia,
Ecuador, Perú y Bolivia), así como en el gigantesco Brasil, el transporte de superficie
es extremadamente difícil, limitado, lento y caro.
Las áreas de concentración demográfica y actividad económica y social están por lo
tanto dispuestas, de forma centrífuga, en las costas o sus cercanías. A lo largo del
litoral hay pocos puertos, distantes entre sí y de otros continentes, excepto en los
Estados islas del Caribe, donde el colonialismo prevaleció hasta hace poco.
IV. Un legado histórico
defragmentación interna y regional y una fuerte integración internacional
Los países de América Latina tienen una tradición centenaria de fragmentación
interna en lo político, lo social y lo económico y de ignorarse y darse las espaldas
mutuamente, mientras estrechan fuertes lazos económicos, culturales y políticos
extrarregionales con la potencia dominante de la época.
Las prácticas mercantilistas de la Corona española promovieron en varias colonias la
producción de metales preciosos y productos agrícolas con destino exclusivo a la Madre
Patria, pero prohibieron el comercio y las comunicaciones entre las colonias y con otros
países
Después de la independencia, y durante gran parte del siglo XIX, los acontecimientos
políticos contribuyeron a una mayor fragmentación y a la separación de las antiguas
colonias en varios países distintos. Los grupos dominantes de los asentamientos
coloniales, o sus sucesores, buscaron consolidar su poder local desmembrando la
administración colonia] altamente centralizada y estableciendo gobiernos nacionales con
el objetivo de crear estados nacionales en cada una de las antiguas provincias españolas.
Sólo Brasil escapó a esta suerte, gracias sobre todo al traslado del trono de la
monarquía portuguesa a la colonia, cuando el país fue invadido por las tropas de
Napoleón.
La gran era de la expansión económica capitalista internacional a América Latina fue la
del último cuarto del siglo XIX. Como consecuencia de la revolución industrial, con
poblaciones urbanas más grandes, mayores ingresos y mayores niveles de producción
industrial y productividad en Europa, aumentó considerablemente la demanda de alimentos y
minerales. La gran baja en el costo de la tierra y del transporte marítimo y las
comunicaciones, debido a las innovaciones tecnológicas y al mejoramiento de las vías
férreas, la navegación, el telégrafo y el cable submarino, generó transferencias
masivas de capital y recursos humanos a la región para desarrollar actividades de
exportación. Uno tras otro, los países se incorporaron a la economía internacional a
través del patrón característico de especialización centro-periferia de fines del
siglo XIX: exportación de bienes primarios e importación de manufacturas.
Mientras más economías de América Latina, con su bonanza exportadora, se integraban a
la economía atlántica, más se separaban entre sí. Las exportaciones eran sacadas de
las áreas de producción a los puertos por medio de redes ferroviarias en forma de delta,
desde las que eran enviadas a ultramar, en tanto que las importaciones se quedaban
principalmente en los puertos y las capitales de los distintos países. El comercio y el
transporte marítimo entre los puertos y las capitales de los distintos países eran tan
raros como el comercio y el transporte entre ciudades y pueblos del interior.
No se tendió en esta época de bonanza ninguna vía ferroviaria entre dos países de
América Latina, y la región jamás supo de vías fluviales, el primer sistema de
transporte masivo interior de Europa y Norteamérica. Aún hoy, a fines del siglo XX, las
vías férreas internacionales entre países de América Latina siguen siendo una rareza.
Las únicas que subsisten (y apenas sobreviven) unen a Bolivia con sus vecinos, por su
condición mediterránea, y a Argentina y Chile.
Así pues, las relaciones características del patrón centro-periferia del siglo XIX
fortalecieron el carácter extrovertido y centrífugo de las economías y las sociedades
latinoamericanas. Sus sectores exportadores eran como extensiones de ultramar de sus
socios metropolitanos, con quienes desarrollaron fuertes lazos comerciales y financieros,
de inversión, tecnología, de transporte y comunicaciones, y también vínculos y
asociaciones políticas, sociales y culturales. Nada de esto caracterizó las relaciones
entre los países de la región, que siguieron dándose la espalda en mutuo aislamiento.
Mientras tanto, durante el período de desarrollo hacia afuera, que siguió hasta 1930,
hubo una integración internacional económica, comercial y financiera estrecha y muy
dinámica que significó el predominio de la libra esterlina -moneda que tenía gran
respaldo económico y militar y que encontró expresión en amplios y crecientes flujos de
comercio, crédito, inversión y migración internacionales.
La configuración mundial del Imperio británico y sus zonas de influencia, entre ellas
los países de América Latina, estaba acompañada de situaciones nacionales de economías
muy abiertas y con escasa protección, tanto en los países del centro como de la
periferia. Esto permitió un proceso de asignación de recursos de acuerdo con ventajas
comparativas. Como las ventajas comparativas que habían adquirido los países centrales
se concentraban principalmente en la industria manufacturera, su comercio de exportación
se especializó en manufacturas, y como los países de la periferia no habían adquirido
ventajas comparativas similares se especializaron en sectores de utilización intensiva de
recursos naturales y mano de obra barata.
A esta situación estructural correspondió una organización específica del poder
político: la coalición dominante la formaron los sectores exportadores (manufactureros
en el centro, productores de materias primas o comerciantes -mayoritariamente extranjeros
en la periferia), los sectores importadores (de materias primas en el centro, bienes
manufacturados en la periferia), los grandes intereses empresariales y, sobre todo, los
sectores financieros, que facilitaban y, en gran medida, controlaban este estado de cosas
económico y sociopolítico. Su interés por maximizar el comercio y el financiamiento con
el centro no dio lugar a una gran intervención del Estado en la economía, salvo para
crear los servicios institucionales y de transporte que requería el modelo de crecimiento
hacia afuera, y para imponer y hacer cumplir las reglas del juego.
Predominaron políticas de laissez-faire, así como su racionalización en
términos ideológicos y teóricos, por ejemplo, la teoría liberal clásica de la
asignación de recursos a nivel nacional e internacional de acuerdo con la teoría
estática de la ventaja comparativa internacional. La época del predominio y hegemonía
británicos en América Latina empezó a ser desafiada crecientemente por el expansionismo
de los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX hacia México y el Caribe, y
en los primeros decenios del siglo XX hacia América Central y del Sur. Este nuevo
fenómeno reforzó los patrones descritos anteriormente.
Lo esencial que cabe destacar es que la economía internacional que se expandió tan
dinámicamente durante este período moldeó y estructuró un sistema de transporte,
comunicaciones, comercio, finanzas, instituciones, intereses, asociaciones y políticas
que encerraron a cada país periférico en un sistema de relaciones casi exclusivas con el
centro, distanciándolos más aún entre sí.
V. La gran depresión y sus
secuelas
La fase de desarrollo capitalista del siglo XIX terminó con la gran depresión de los
años 30 y el colapso de la primera etapa de la Pax Británica. La siguió un largo
interregno previo a la fase de la hegemonía mundial de los Estados Unidos -Pax Americana
-que surgió después de la segunda guerra mundial. Durante los decenios de 1930 y 1940
profundos reajustes sacudieron al sistema internacional; los mercados comerciales se
desintegraron; los mercados financieros privados y la inversión privada desaparecieron; y
sólo permanecieron algunas pequeñas corrientes comerciales. La crisis generalizada del
comercio, las finanzas y la inversión internacional privada se manifestó en todos los
países como desequilibrios graves en sus transacciones internacionales y en una severa
depresión de la actividad económica acompañada de un elevado desempleo.
La mayoría de los países se salieron del sistema internacional de comercio y
financiamiento basado en el patrón oro y la libra esterlina, aislando sus economías al
aplicar fuertes medidas proteccionistas en el comercio y controles cambiarios en el área
financiera. Como corolario de esos realineamientos, en ambos casos se creó una brecha
entre los sistemas de precios nacionales y el internacional, lo que se reflejó en el
cambio de los precios relativos de los bienes primarios agrícolas y los industriales.
Como resultado, hubo un ajuste en la asignación de recursos: en la periferia
privilegiando el desarrollo de un sector manufacturero y, en el centro, el apoyo y
promoción del desarrollo agrícola.
Es importante destacar que ese proteccionismo -que posteriormente en América Latina se
llamó "sustitución de importaciones"- ocurrió simultáneamente en los países
del centro y la periferia. Cada país protegió y promovió la producción interna de lo
que anteriormente había importado. Los países centrales protegieron y promovieron su
agricultura y, de esta forma, surgió un aparato institucional completo de apoyo y
promoción de la agricultura que aún hoy -cincuenta años después- constituye un
obstáculo grave al comercio internacional y a la producción agrícola del Tercer Mundo,
y que ha sido muy difícil desmantelar. En América Latina, la crisis de 1930 condujo a la
protección y promoción generalizada de la manufactura, lo que marcó el inicio de una
fase de desarrollo industrial y modernización deliberada.
Estos procesos no sucedieron en forma automática. Fue necesaria una acción decisiva del
Estado en el decenio de 1930 y después, por lo que implicó una rearticulación de las
coaliciones hegemónicas de poder dentro de las clases dominantes en ambos tipos de
países. Las coaliciones dominadas por intereses exportadores, importadores, empresariales
y financieros externos fueron desplazadas -no sin serios conflictos políticos- y
sustituidas por coaliciones basadas principalmente en sectores empresariales dirigidos por
el Estado, grupos de clase media y trabajadores organizados. Este cambio se reflejó en la
importancia asignada al desarrollo de los mercados internos, la producción, el empleo,
los servicios sociales y el mejoramiento de la distribución del ingreso, es decir, nació
el keynesianismo.
Desde la perspectiva política, estos cambios estuvieron representados en el surgimiento
del New Deal en los Estados Unidos, el Estado del bienestar en el Reino Unido y los
países escandinavos, el nacionalsocialismo y el fascismo y posteriormente la
socialdemocracia y la democracia cristiana en Europa continental, el socialismo en la
Unión Soviética y "desarrollismos" de distintos tipos en el Tercer Mundo y en
América Latina.
Estos fueron los decenios de 1930 a 1970, que se caracterizaron en los países de América
Latina por gobiernos que defendieron una activa intervención estatal para apoyar el
desarrollo industrial, las inversiones en infraestructura de transporte, comunicaciones y
energía, reformas agrarias, redistribución de los ingresos, aumentos de los servicios
sociales (vivienda, educación, salud y seguridad social) y otras políticas públicas que
favorecieron a los sectores empresariales y profesionales del país, la clase media y la
fuerza de trabajo organizada. En general, eran coaliciones amplias y progresivas, del
centro a la izquierda, de carácter urbano, modernizador, nacionalista y populista. El
keynesianismo, el socialismo y las teorías del desarrollo proporcionaron un respaldo
teórico e ideológico para esos programas.
Desde el punto de vista de la integración latinoamericana. debe notarse que en la nueva
época de rápido crecimiento económico que hubo en los decenios de 1950 y 1960 el
énfasis se puso en construir un mercado interno integrado y protegido, más que amplio y
regional. En estas circunstancias, no debería sorprender que los argumentos en favor de
la ¡integración regional, que esgrimieron especialmente los organismos internacionales e
instituciones creadas para ese propósito, no tuvieran en la práctica mucha acogida.
En el ámbito internacional, después del quiebre, en el decenio de 1930, del sistema de
relaciones económicas internacionales privadas del siglo XIX, se hizo necesario construir
un nuevo sistema de relaciones económicas internacionales por medio de instituciones
públicas como las Naciones Unidas y las organizaciones surgidas de Bretton Woods (el
Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el GATT). El Plan Marshall se
transformó en modelo para promover la integración y la cooperación regionales, no sólo
en Europa, sino en todas partes; así se establecieron organismos e instituciones
bilaterales, multilaterales e internacionales de cooperación técnica, económica y
financiera.
La experiencia más importante, que constituyó un ejemplo para el resto del mundo, fue
sin duda el esfuerzo de integración europeo. El Plan Marshall y la construcción de la
Comunidad Económica Europea fueron piedra angular de la reconstrucción y modernización
de los países de Europa. En el ámbito político, representaron un viraje fundamental de
la política basada en el equilibrio de poder.
En claro contraste con las políticas de desarrollo, la geografía y la historia
latinoamericanas, la integración de Europa fue construida sobre una base económica y una
realidad geográfica favorable: una región relativamente pequeña e históricamente muy
integrada, con redes de comercio intraeuropeo, infraestructuras de transporte y
comunicaciones, preexistentes, extensas y bien establecidas, así como una rica dotación
de recursos humanos y naturales. Por último, no hay que olvidar la amenaza del comunismo,
un desafío político común, tanto interno como externo, además del aliento político
poderoso y la ayuda económica masiva de los Estados Unidos, condicionada a la
cooperación económica y política europea.
VI. El antiguo regionalismo: del
decenio de 1950 al de 1970
En cuanto a la integración latinoamericana, a pesar de los serios obstáculos que se
han mencionado y que permanecían intactos, las nuevas estrategias nacionales de
industrialización que se seguían en la mayoría de los países parecían proporcionar
una oportunidad única para crear mercados regionales mayores y para mejorar la escala y
la eficiencia del proceso de sustitución de importaciones.
Un antecedente importante fue el crecimiento del comercio intralatinoamericano durante las
dos guerras mundiales. En esos períodos, debido a la concentración en el esfuerzo
bélico y a las prioridades consiguientes de la producción industrial y de los embarques
de Europa y los Estados Unidos, América Latina tuvo serias dificultades para mantener sus
mercados en Europa y Norteamérica, y sus fuentes tradicionales de abastecimiento de
importaciones, recursos financieros, inversión y tecnología.
En estas circunstancias, fue posible alguna expansión de las relaciones económicas entre
los países de la región y, de hecho, la hubo, gracias a la negociación de acuerdos
comerciales multilaterales o bilaterales de compensación. Estas experiencias, y la de la
gran depresión de 1930, mostraron a la vez los peligros de una dependencia excesiva de la
exportación de productos primarios y la importación de productos industriales, y las
oportunidades abiertas por las dificultades externas para la promoción del desarrollo
industrial y la integración económica de la región. Esta intelección, entre otros
factores, promovió activamente el sentimiento común entre los dirigentes de los países
latinoamericanos de que la industrialización, la modernización, el desarrollo y la
integración regional eran a la vez necesarias y factibles.
Este sentimiento se institucionalizó a fines del decenio de 1940 con la creación de la
Unión Panamericana, inspirada por los Estados Unidos, y con la creación -con motivación
más independiente- de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones
Unidas. Como se sabe, esta última tuvo gran influencia en dar contenido intelectual a los
movimientos de desarrollo e integración regional de América Latina. A estas
instituciones se unió posteriormente el Banco Interamericano de Desarrollo, que agregó
la fuerza financiera a las iniciativas de desarrollo e integración.
Como resultado, la integración y la cooperación económica pasaron a ser un objetivo
explícito de política de los países de la región a fines del decenio de 1950, lo que
llevó al establecimiento de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), el
Mercado Común Centroamericano, la Comunidad del Caribe (CARICOM) y, posteriormente, el
Pacto Andino. El objetivo era crear un mercado más amplio para las industrias que
desarrollaba cada país en forma aislada para aprovechar las ventajas de las economías de
escala y la especialización.
El objetivo debía lograrse mediante un arancel externo común, la rebaja de los aranceles
entre los países de la región, la armonización de las normas y procedimientos
administrativos y el desarrollo de una infraestructura de transporte y comunicaciones. En
el caso del Pacto Andino, se realizaron esfuerzos adicionales de planificación industrial
conjunta y desarrollo tecnológico.
A pesar del tiempo y esfuerzo que dedicaron los gobiernos, las organizaciones regionales e
internacionales, las asociaciones profesionales y empresariales y las instituciones
académicas a estos sistemas de integración, los resultados, aunque interesantes en
algunos aspectos, defraudaron las expectativas cifradas en ellos. Un importante indicador
que dio motivos de desaliento fue el comercio intralatinoamericano, que nunca se elevó a
más de un quinto del comercio externo total, cifra no mucho mayor que la alcanzada
ya después de la segunda guerra mundial gracias a los acuerdos bilaterales de comercio.
Sin embargo, cabe reconocer que para algunos países en particular, y en campos distintos
del comercio, como la energía y la infraestructura, sobre todo en la cuenca del Plata,
hubo progresos en materia de integración y cooperación y las cifras resultaron mucho
más prometedoras.
No obstante, los obstáculos históricos fundamentales descritos anteriormente seguían en
pie, y el proceso de industrialización, crecientemente protegido, favoreció la
integración del mercado interno y no la del mercado regional. Aunque se avanzó en el
desarrollo de la infraestructura de transporte con la construcción de la Carretera
Panamericana y algunas otras carreteras internacionales, lo limitado de estos esfuerzos
muestra cuán restringida y precaria es todavía la base física de la
integración. Con los esfuerzos de integración no se logró rebajar los aranceles ni
inducir a la empresa privada a explotar mercados más grandes y a competir en las
actividades industriales más protegidas y dinámicas. Los gobiernos no tenían interés
ni eran capaces de coordinar inversiones, tecnología y mercados en el caso de las
empresas públicas, un campo muy importante donde existían grandes oportunidades.
Otro acontecimiento inesperado tuvo su origen en la naturaleza del proceso de
industrialización sustitutiva de importaciones y la reaparición de la inversión externa
directa a través del nuevo fenómeno de las empresas multinacionales. El desarrollo
industrial se basaba en parte en la infraestructura e industrias básicas, promovidas por
el Estado y en parte en las restricciones a las importaciones de bienes durables de
consumo final. Pero aunque la protección debía favorecer a la industria nacional, las
empresas multinacionales también sacaron ventajas.
Soslayaron los aranceles proteccionistas y la prohibición de importar bienes terminados
instalando plantas de producción (principalmente de armaduría) en los mercados
nacionales de los que se pretendía excluirlas. Pero la producción local de bienes
terminados requería la importación de bienes de capital, insumos y tecnología. Cuando
podía disponer de ellos en condiciones ventajosas la subsidiaria de otro país
latinoamericano con un proceso similar, la integración regional servía como instrumento
de racionalización de las estrategias regionales de las empresas multinacionales. Cuando
no era el caso, la importación de dichos bienes y servicios se realizaba directamente
desde las respectiva casa matriz.
En ninguno de estos casos, el objetivo de construir capacidades nacionales y aprender del
desarrollo industrial y tecnológico se logró plenamente. Por el contrario, los esquemas
de integración regional favorecieron el enlace de subsidiarias de las empresas
multinacionales en distintos países entre sí y con sus países sede. En el contexto del
proceso de transnacionalización que se estaba produciendo, la integración regional,
corno se estaba llevando a cabo, fue principalmente un instrumento de mayor
transnacionalízación.
Durante los decenios de 1970 y 1980 la integración económica se diluyó perdiendo
interés y credibilidad. Esto se debió en parte a sus magros resultados y, en parte, a
los hechos trascendentales que marcaron el escenario de¡ desarrollo económico en este
período: importantes vuelcos políticos a principios de los años 70, las dos
crisis de] petróleo de 1973 y 1979, el estampido de la deuda externa y el desinfle de la
efervescencia crediticio de fines del decenio y comienzos del siguiente, así como el
prolongado proceso de ajuste económico, reconstrucción y reforma del decenio de 1980 y
principios del de 1990.
Cada uno de estos acontecimientos saca a relucir nuevos ejemplos de la arraigada
inoperancia, incapacidad y falta de voluntad de las clases dirigentes de América Latina
para actuar conjuntamente a nivel regional, a diferencia de la elites tecnocráticas que
eran partidarias de la integración y la promovían. Los cambios políticos que estaban
sucediendo, como el proceso de la Unidad Popular en Chile, la lógica de la guerra fría y
los intereses hegemónicos de los Estados Unidos prevalecieron sobre la autodeterminación
y el apoyo regional. Cuando ocurrieron las dos crisis del petróleo, de 1973 y 1979, no
había forma de establecer cooperación entre los países exportadores e importadores de
petróleo en la región, con la excepción de mecanismos menores puestos en práctica por
México y Venezuela para ayudar a las economías más débiles de América Central y el
Caribe. Al suceder la crisis de la deuda, la CEPAL y algunos gobiernos de la región
hicieron grandes esfuerzos en diversas ocasiones para organizar y presentar un frente
deudor común ante la comunidad bancaria internacional, las instituciones multilaterales
de crédito y los gobiernos de la OCDE a fin de mejorar su poder de negociación. Nada se
sacó en limpio de esos esfuerzos.
El proceso de industrialización pudo haberse convertido en el instrumento para la
creación del mercado regional si los esfuerzos de integración se hubieran tomado en
serio. Pero, como se indicó, tuvo lugar en compartimentos estancos en que cada nación
desarrollaba lazos nuevos y más fuertes con las economías desarrolladas que con los
países vecinos.
VIl. La gran transformación
Para comprender la situación regional actual y sus proyecciones futuras, es necesario
referirse al nuevo contexto nacional e internacional para el desarrollo en los años 90,
teniendo en cuenta los antecedentes históricos de extraversión socioeconómica y
política y el contexto geográfico descrito hasta ahora.
La aparición de la empresa transnacional a fines del decenio de 1960 marcó el comienzo
de un proceso de transnacionalización de la estructura de producción que posteriormente,
con la revolución de las comunicaciones, se extendió a los patrones de consumo, los
estilos de vida y la cultura. Casi al mismo tiempo, se estaba volviendo a crear un mercado
financiero internacional privado para América Latina. En el decenio siguiente,
principalmente por efecto de las crisis del petróleo y la sobreabundancia de
petrodólares, alcanzó dimensiones extraordinarias.
Nacía un nuevo período de integración económica regional --esta vez, de carácter
transnacional. Siguió con la expansión de la inversión privada transnacional y los
patrones de tecnología y producción. Culminó con la creación de un sistema financiero
transnacional muy integrado, de carácter privado, controlado por una pequeña cantidad de
grandes bancos y especuladores transnacionales, que gradualmente adquirieron gran libertad
de acción al poder eludir la capacidad de supervisión de las autoridades financieras
nacionales.
Durante el decenio de 1970 se reorganizó a fondo una parte importante de la
institucionalidad pública nacional e internacional que tuvo sus orígenes en el anterior
período de cambio sistémico y que había durado varias décadas de la postguerra. De
hecho, el proceso mundial de reforma económica comenzó a fines de los años 60. La nueva
era se abrió dramáticamente en el ámbito internacional con el colapso del sistema de
relaciones económicas internacionales de Bretton Woods, las dos crisis del petróleo en
1973 y 1979, y la adopción de políticas neoliberales por las administraciones de
Thatcher y Reagan. Hoy forma claramente parte esencial del proceso global de
transformación. Pero los asombrosos acontecimientos de los últimos años, sobre todo los
que afectaron repentinamente y de improviso a los países del bloque de la ex Unión
Soviética, han opacado las fuerzas más fundamentales que han actuado por muchos
decenios, tanto ahí como en otras partes del mundo.
Para nuestros propósitos, algunos de los fenómenos más relevantes son: los Estados
Unidos perdieron la abrumadora preponderancia económica que había tenido por más de
medio siglo, aunque retuvieron su incontestado poderío militar; Europa, y especialmente
la Alemania reunificada, junto a Japón, han surgido como poderes económicos comparables
o aún superiores y buscan ejercer ese mismo poder en el terreno político; el anterior
sistema público multilateral de relaciones económicas internacionales que nació tras la
segunda guerra mundial ha sido erosionado por la expansión de las empresas
transnacionales, por la desregulación financiera internacional y por el auge de los
eurodólares, petrodólares y la inversión externa directa; ha sido sustituido por un
sector empresarial transnacional privado, reconstituido, estrechamente integrado y muy
poderoso, particularmente en el área de la inversión y las finanzas, así como por
mecanismos internacionales de administración económica informales, altamente elitistas e
ineficientes, cuyo elemento aglutinante ha sido el Fondo Monetario Internacional. Está
naciendo un nuevo orden económico mundial trilateral en un avanzado estado de
globalización.
Se ha desplomado el socialismo, como existía en los países del bloque soviético,
arrastrando consigo la confrontación este-oeste que caracterizó el sistema bipolar de la
guerra fría; el fin del Segundo Mundo dejó sin sustento a la confrontación norte-sur;
los anteriores países del Tercer Mundo (Grupo de los 77), como los anteriores países
socialistas, se han realineado en este nuevo esquema tripolar, o se han quedado
simplemente en el limbo y enfrentan la desintegración económica, social y hasta
política.
Entre tanto, ha ocurrido una profunda revolución científica y tecnológica. El
desarrollo de la microelectrónica, la robótica, la biotecnología, los nuevos materiales
y la revolución de la informática han producido cambios fundamentales en los sistemas
económico, sociocultural y político, incluso en la naturaleza de las relaciones
laborales y entre las empresas y en el proceso de trabajo, así como en las tradicionales
ventajas comparativas, tanto internacionales como locales. Más aún, la degradación
ambiental, el agotamiento de los recursos naturales, y el peligro que corren los
ecosistemas locales, regionales y globales han introducido una nueva dimensión a los
problemas humanos: la necesidad de evolucionar hacia un desarrollo sustentable como se
proclamó en la Cumbre de Río de 1992.
Por último, el papel predominante del Estado luego de la segunda guerra mundial en
distintas modalidades políticas y económicas, ha ido cediendo paso a una sociedad civil
fortalecida y renovada en los ámbitos social, político y cultural. Podría decirse que
los acontecimientos de mayo de 1968 y la Primavera de Praga fueron premonitores, en los
mundos capitalista y socialista, de los movimientos socioculturales que ganaron fuerza e
impulso desde entonces, y que representan a las minorías, a movimientos de la juventud y
a los derechos de la mujer, al poder verde, a la descentralización, a la democracia
participativa y a la defensa de los derechos humanos, que han llevado a la proliferación
de organizaciones de base no gubernamentales con la consiguiente contracción del Estado.
Lo propio ha sucedido en el campo económico, en que se destaca el papel preponderante del
mercado y el fortalecimiento de la inversión privada, con participaciones declinantes del
gasto público en el PIB, la privatización masiva de empresas y servicios
públicos y la preponderancia de la inversión privada sobre la pública. Este proceso se
ha visto reforzado por la gran expansión de la empresa transnacional, lo que se ha
traducido en un proceso de globalización sin precedentes y nuevos tipos de relación
entre el Estado y el capital nacional e internacional. Todo eso lleva a una profunda
reorganización de las relaciones entre el sector público y el privado, tanto en el plano
nacional como internacional.
Como la globalización y otras formas más compleja,s de interpenetración económica
privada de los mercados, estos fenómenos oponen restricciones adicionales al ejercicio de
las políticas nacionales de desarrollo. Las prácticas nacionales que afectan la
competitividad internacional llegan a formar parte de las condiciones que se imponen a los
intentos de reforma económica, mientras las negociaciones internacionales y regionales ya
no tratan de productos, sino de políticas. Esta es la razón de haber dado un mandato
más amplio a la Organización Mundial del Comercio (anterior GATT) para que
pudiera identificar diferencias institucionales y de políticas como fuentes de
distorsión y, con ello, limitar las posibilidades de emprender políticas nacionales
relativamente autónomas o independientes. Esta es otra manifestación concreta del nuevo
contexto internacional globalizado.
Los segmentos más modernizados de las economías y sociedades latinoamericanas han estado
nuevamente viviendo un proceso de asociación e integración al nuevo sistema
internacional globalizado. Esto se hace más evidente en el sector empresarial, donde se
ha establecido una gran variedad de relaciones personales e institucionales con empresas
extranjeras. Pero también sucede en el sector público. Cada rama del gobierno,
particularmente en los ámbitos económico y financiero, ha desarrollado vínculos
estrechos y sistemáticos con instituciones financieras internacionales y con gobiernos de
países desarrollados.
Ha surgido una nueva clase de empresarios, burócratas y técnicos expertos y
profesionales de alto nivel de organismos internacionales, privados y gubernamentales.
Como en épocas anteriores, tienden a desarrollar vínculos más estrechos con los países
industrializados de Norteamérica, Europa y Asia que con sus vecinos latinoamericanos,
excepto cuando es parte de una estrategia transnacional o se trata de un interés
emergente de empresas latinoamericanas en mercados vecinos.
Aunque la iniciativa de los Estados Unidos para promover la creación de un área de libre
comercio en el hemisferio ha sido estimulada sin duda por el surgimiento de poderosos
bloques económicos en Europa y Asia, para algunos grupos de influencia en América Latina
y los Estados Unidos el interés por extender el TLC para incorporar a América Latina en
su conjunto, probablemente sea consecuencia de esta nueva realidad socioeconómica
regional.
VIll. El desarrollo sustentable y
el nuevo regionalismo
Reconocer y procurar comprender
estas tendencias internas e internacionales, así como los escenarios posibles en el
futuro es de importancia crucial para formular estrategjas y políticas de desarrollo, y
debieran formar parte de los procesos de reforma económica. El contorno del futuro no
sólo dependerá de éstas y otras fuerzas, sino también -y muy críticamente, en esta
etapa, en que la situación todavía no se decanta de las visiones más amplias y de más
largo plazo y las proposiciones institucionales concretas que se puedan plantear a nivel
global, regional y nacional para confrontar, adaptar o enfrentar esas tendencias.
Algunas funciones públicas relativas a políticas industriales, el desarrollo de la
ciencia y la tecnología, la educación, el combate de la pobreza y el logro de una mayor
equidad, así como la conservación del medio ambiente, requieren urgentemente de
estrategias de desarrollo de más largo plazo, tanto a nivel nacional, como regional e
internacional. Podrían ser emprendidas en parte por el sector privado o por
organizaciones no gubernamentales, quizás por mandato del Estado, o por el Estado por sí
mismo, o en colaboración con el sector privado, y también por colaboración
internacional entre Estados. ¿Podría una nueva regionalización contribuir a
funciones como éstas y similares?
Hay necesidades públicas equivalentes a nivel internacional. Por ejemplo, ¿se
desarrollarán los tres bloques emergentes en un ambiente de colaboración o de
conflicto?, y ¿qué significará cada uno de estos escenarios para sus relaciones mutuas
y aquellas con los países del ex bloque socialista y el mundo en desarrollo? ¿Tendrá
algo que decir este grupo de países en desarrollo en la administración de la economía
internacional? ¿Será posible acceder a mercados altamente protegidos y compartir, o
aprovechar, la rápida evolución del conocimiento tecnológico que se concentra en las
empresas globales? ¿Habrá una cooperación nueva y más apropiada y asistencia para los
países subdesarrollados y ex países socialistas, y si la hay, de qué forma?:
¿negociación o imposición con distintos tipos de condicionalidad? Más aún, ¿cómo
compartiremos y protegeremos los cada vez más amenazados sistemas ambientales de apoyo a
la vida en el mundo? ¿Cómo responderán a estos desafíos las empresas individuales, los
grupos de empresas, las industrias, los países y los grupos de países? ¿Puede un nuevo
tipo de regionalismo en el contexto latinoamericano contribuir a la solución de estos
problemas?
En lo que toca a los requisitos internos para la articulación y consolidación de los
procesos de reforma económica y el logro de un desarrollo sustentable, los objetivos más
importantes son el mejoramiento de la productividad y la competitividad y un significativo
aumento del valor, tamaño y dinamismo del sector exportador, un gran incremento del
ahorro y la inversión, la reforma tributaria y, por último, pero de igual importancia,
las políticas de protección del medio ambiente. ¿Pueden la integración y la
cooperación en América Latina hacer contribuciones positivas en estos temas?
Estas son preguntas complejas que no tienen respuestas simples. Pero una cosa está clara.
Los gobiernos latinoamericanos no han mostrado interés, hasta ahora, en desarrollar una
visión respecto del futuro de la región, una visión que requeriría de respuestas
concretas a las preguntas formuladas anteriormente.
Se supone, al parecer, que las reformas neoliberales en cada país -liberalización,
desregulación, privatización y reducción del papel del Estado y una economía abierta-
más iniciativas como TLC, Mercosur y los acuerdos bilaterales y multilaterales de
comercio, traerán consigo el desarrollo económico y social.
Esta suposición encuentra asidero
en algunos acontecimientos importantes de los últimos años. Ellos pueden entregar la
clave sobre lo que falta por saber de integración cooperación y nuevo regionalismo en
América Latina.
Como se esperaba, el paquete de reformas neoliberales ha llevado a un importante
aumento de las exportaciones a base de recursos naturales y mano de obra barata,
actividades en las que Latinoamérica tiene ventajas comparativas, y también a un gran
aumento de las importaciones. Lo que es sorprendente es el fuerte e inesperado
resurgimiento del movimiento integracionista después de casi veinte años de
abandono y deterioro. Los acuerdos de comercio preferente para promover el comercio
intrarregional estaban asociados al "viejo regionalismo", como una forma
de proteger la industrialización, pero han vuelto en los últimos años. En el decenio de
1980, en el período recesivo posterior a la crisis de la deuda, las economías
latinoamericanas todavía estaban relativamente protegidas, y representaban mercados
pequeños y estancados. El giro regional hacia las exportaciones, impulsado por la crisis
de la deuda, tenía por objetivo a las economías más grandes y dinámicas de la OCDE.
Entre las políticas adoptadas para este fin estuvieron la liberalización unilateral del
comercio, el tipo de cambio real elevado y los sistemas de promoción de importaciones.
Como uno tras otro los países de América Latina adoptaron estas políticas de reducción
radical de aranceles y de eliminación de las barreras no arancelarias, las economías
latinoamericanas se abrieron mucho más al comercio y a la inversión internacionales.
Cuando estas economías comenzaron a recuperarse hacia fines del decenio de 1980 y
principios del de 1990, junto con la expansión del comercio externo, el comercio
intralatinoamericano comenzó también a revivir y, en los últimos años, a crecer en
forma vigorosa.
Al mismo tiempo, la región se
encontró también en una nueva situación política, con regímenes democráticos
en la mayoría de los países. Esto redujo los roces internacionales que caracterizaban a
los regímenes militares y favorecieron relaciones más estrechas, amplias y amistosas
entre los gobiernos y las sociedades civiles. Con el tiempo se llegó a la creación de un
nuevo foro político, el Mecanismo de Consulta y Concertación Política Latinoamericana,
más conocido como el Grupo de Río, un original mecanismo de consulta permanente, de alto
nivel, donde los Presidentes de distintos países latinoamericanos debaten habitualmente
temas y políticas de interés común.
Más aún, los procesos de reforma neoliberal que estaban ocurriendo en los países
trajeron consigo la convergencia respecto de políticas económicas destinadas a corregir
los aspectos básicos, es decir, reducir los déficit públicos y externos y la inflación
y lograr la estabilidad macroeconómica.
Una de las consecuencias principales de estas reformas fue el fortalecimiento del
sector privado, en parte gracias a la privatización de grandes empresas públicas. A
medida que estos nuevos grupos empresariales se hicieron más fuertes y adquirieron más
confianza, comenzaron a detectar interesantes posibilidades financieras en países
vecinos, tanto en el comercio como en las inversiones. Todos estos elementos contribuyeron
al resurgimiento del interés tradicional y permanente en la integración y la
cooperación, toda vez que parecía no estar en conflicto con el proceso de apertura de la
economía al comercio exterior sino que, en la práctica, podía hacer un aporte positivo
a ese objetivo, proceso que se ha llamado de "regionalismo abierto".
Como resultado de estas tendencias, han resucitado tres de los cuatro acuerdos
tradicionales de integración subregional: el Grupo Andino, el Mercado Común
Centroamericano y la Comunidad del Caribe (CARICOM). La institución más grande y
antigua, la ALADI (anterior ALALC), perdió su razón de ser con la creación del Mercosur
y de la integración de México al mercado común de América del Norte (TLC). En
consecuencia, las exportaciones subregionales han adquirido un gran dinamismo en el caso
del Mercosur, algo menos en los casos del Pacto Andino y América Central, y ninguno en la
Comunidad del Caribe.
Asimismo en los últimos años, ha habido una verdadera explosión de acuerdos comerciales
bilaterales, todos los cuales incluyen la liberalización total o parcial del comercio
entre los firmantes.
Una novedad completa son las iniciativas hemisféricas, que incluyen a los Estados Unidos.
Apartándose significativamente de lo que ha sido su diplomacia hemisférica habitual, el
Presidente Bush anunció en 1990 la "Iniciativa de las Américas", con la
intención de crear una zona de libre comercio desde "Alaska a Tierra del
Fuego". En 1992 se firmó el tratado del TLC y comenzó a ser ejecutado a partir del
primero de enero de 1994. En diciembre de ese año, al culminar la Cumbre de las
Américas, con la que el Presidente Clinton buscaba reafirmar la nueva política
hemisférica de los Estados Unidos, los presidentes de los países firmantes del TLC
-Canadá, México y los Estados Unidos invitaron formalmente a Chile a integrar la
asociación, un gesto de la misma índole que hasta ahora no ha prosperado.
El resultado de esta renovada actividad de integración ha sido la gran expansión del
comercio intralatinoamericano en los últimos años. La proporción de exportaciones e
importaciones intralatinoamericanas respecto del total de exportaciones e importaciones ha
aumentado hasta llegar casi al 20 por ciento para el conjunto de los países integrantes
de ALADI. Sin embargo, más interesante que este promedio, es el hecho de que en algunos
países como Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay esa proporción sube al 40 y 50 por
ciento, y que en otros como Brasil, Chile, Colombia y Venezuela, estas proporciones,
aunque todavía bajas, estén aumentando considerablemente, por lo menos en el caso de las
exportaciones a la región.
Estas tendencias son, sin duda, consecuencia en aran medida de una liberalización muy
importante y generalizada del comercio, con tratamiento preferencial para los socios de la
región: un proceso especial de reducción de aranceles dentro del proceso de reducción
generalizada de aranceles. A pesar de haber mostrado mucho dinamismo en los últimos
años, no está claro si ese ritmo podrá mantenerse por mucho tiempo más.
Después de todo, como se mencionó, el comercio intralatinoamericano ha alcanzado ya
niveles cercanos al 20 por ciento del total del comercio de América Latina en ocasiones
anteriores. Puede tratarse, por lo tanto, de una recuperación de los mercados y niveles
de comercio después de una crisis y no de una expansión genuina. Más aún, el rápido
crecimiento de las exportaciones puede ser resultado de "exportaciones
reprimidas" y de capacidad ociosa que prevalecía antes de las reformas de
liberalización y desregulación. 0, como han manifestado algunos críticos en el caso del
Mercosur, puede tratarse de un fenómeno de desviación, más que de creación de
comercio.
De hecho, la mayoría de los hechos que explican la expansión del comercio son del tipo
"de una vez y para siempre" y no puede esperarse que se repitan en los años que
vienen: como se ha sugerido, el comercio empezó de un nivel muy bajo y una parte
sustancial del crecimiento ha sido de recuperación de los niveles antiguos; la crisis
económica y el estancamiento que prevalecieron en el decenio de 1980 han sido superados
en alguna medida y los mercados internos han alcanzado niveles normales de actividad
económica; las barreras arancelarias y no arancelarias se han reducido marcadamente,
sobre todo entre los países de la región; la privatización ha alcanzado una etapa
avanzada; la inversión externa se ha recuperado; la estabilidad macroeconómica, aunque
todavía frágil en algunos países importantes, parece haber sido alcanzada, pero hay
nuevas amenazas derivadas de la inestabilidad financiera internacional y de la crisis
asiática. Y a pesar de existir todavía alguna holgura, ninguno de estos fenómenos puede
repetirse en el futuro.
Por lo tanto, el crecimiento adicional del comercio intralatinoamericano deberá provenir
del aumento de productividad, competitividad e inversiones de las empresas de América
Latina y extranjeras y de grandes inversiones en infraestructura de transporte y
comunicaciones. Siendo estos procesos de mayor plazo, son también las fundaciones más
firmes y sólidas para el desarrollo de un nuevo regionalismo. Sería prematuro todavía
evaluar la factibilidad de esa desviación, pero hay evidencia de que los acontecimientos
se mueven en esa dirección.
Hay una proliferación de tratados bilaterales para la promoción y protección de las
inversiones, aspecto que no había sido incluido en acuerdos anteriores. En el caso de
Argentina, Brasil y Chile, países que disponen de investigaciones sobre la materia, ha
habido un aumento de la inversión en otros países de América Latina (en el caso de
México, la mayor parte de su inversión externa está en los Estados Unidos). La
inversión de empresas latinoamericanas en otros países de la región o fuera de ella son
consecuencia natural de estrategias de grupos empresariales de gran tamaño o
conglomerados que están naciendo o se están expandiendo en la región. Se están
liberalizando y expandiendo las corrientes y los mercados financieros. Empresas
latinoamericanas participan en los procesos de privatización de otros países de la
región. Hay en la región un proceso de adquisiciones y fusiones entre grandes empresas,
algunas de las cuales ocurren entre empresas latinoamericanas, aunque en su mayoría se
trata de empresas de los Estados Unidos u otros países de la OCDE. Concretamente, ha
habido fuertes inversiones en la modernización y expansión de empresas privatizadas de
telecomunicaciones, energía y otras.
Otro hecho importante ha sido la adopción de procesos de reestructuración y ajuste
macroeconómico neoliberal similares en todos los países. Entre otras cosas, ello ha
reducido los procesos inflacionarios y las fluctuaciones de precios y tipos de cambio. La
convergencia de políticas macroeconómicas y microeconómicas generalmente ha estimulado
el comercio, las inversiones y la cooperación en general. Pero hay todavía una gran duda
a este respecto debido a la fragilidad de estos procesos en varios países, incluidos
especialmente Argentina y Brasil.
Estas y otras comprobaciones similares apuntan claramente en la dirección de un proceso
de mayor integración regional. Pero es difícil imaginar que este proceso siquiera se
acerque al modelo europeo.
La geografía, para comenzar, sigue representando un obstáculo -físico formidable, a
pesar de que la revolución tecnológica en el transporte y las comunicaciones ha mejorado
la situación a este respecto. Los recursos de inversión necesarios para una
infraestructura de transportes moderna siguen siendo inmensos, y aunque se materializaran,
los sistemas de transporte resultantes serían de alto costo relativo.
La disparidad de los niveles de subdesarrollo es muy amplia y la distribución desigual de
los costos y los beneficios de la integración generaría grandes tensiones entre los
países, las distintas regiones y los grupos sociales dentro de cada país. A este nivel
de desarrollo, es poco probable que se pudieran asignar fondos para aliviar este tipo de
problemas.
Muchas de las políticas que se requieren para lograr un desarrollo sustentable y
equitativo, como las mencionadas en los párrafos iniciales de esta sección, podrían
lograrse a través de la cooperación regional. No obstante, las instituciones y las
políticas regionales son demasiado débiles y unidimensionales -preocupadas sobre todo
del comercio y la cooperación para representar un aporte significativo en materia social
o de ciencia y tecnología y en las negociaciones internacionales.
Tampoco hay ejemplos claros de cooperación política práctica en el área de
sustentabilidad ambiental. En contraste con la situación europea, hay muy pocos problemas
ambientales comunes en América Latina, como la contaminación transfronteriza del aire y
los ríos, la lluvia ácida, etc. Por otro lado, la región del Caribe y las cuencas del
Río de la Plata y del Amazonas presentan enormes problemas, de todo tipo, y de difícil
solución.
Más aún, con el predominio abrumador de las políticas neoliberales del laissez-faire
y la fuerza creciente del sector privado, frecuentemente asociado con las empresas
transnacionales, es posible que la actividad económica se expanda, pero no está claro si
la integración contribuirá a un mayor grado de autonomía del proceso de desarrollo
latinoamericano o si, a la postre, promoverá una asociación más estrecha y una mayor
incorporación a un bloque hemisférico bajo la hegemonía de los Estados Unidos, en una
etapa más avanzada del proceso de transnacionalización.
De ser así, no se sabe a ciencia cierta si se favorecería una mayor integración entre
los países latinoamericanos o si tendería a reproducir nuevamente el histórico patrón
centrífugo de mayor integración de cada país con la potencia dominante y no con sus
vecinos regionales.
Hay también una evidente posibilidad de fragmentación y hasta polarización de los
procesos regionales de integración, si se tiene en cuenta que México, América Central y
el Caribe siguen con su proceso de acercamiento e integración formal al TLC, mientras el
Mercosur se convierte en polo de integración alternativo, con Brasil como potencia
hegemónica principal. Pero esto requeriría de parte de Brasil y Argentina un nivel
objetivo de desarrollo, un compromiso y una autonomía subjetiva o ideológica, y un grado
de integración mutua y coordinación que aún está por alcanzar. Asimismo, irnpondría
un grave dilema a los países del Pacto Andino y a Chile.
En síntesis, al contrastar las tendencias recientes y las posibilidades de integración y
cooperación en América Latina con la problemática planteada a comienzos de este
artículo, que incluye aspectos que son críticos para el logro de un desarrollo futuro
sustentable y equitativo, pocas dudas caben de que este nuevo regionalismo tiene el
potencial para convertirse en una gran fuerza en esa dirección, pero que subsisten serios
obstáculos por vencer antes de lograr los beneficios potenciales de la integración y la
cooperación regionales para un desarrollo sustentable.
(Traducción del inglés)
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