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De Puro Chile - 24 julio 2007

UN 21 DE DICIEMBRE

Por Germán Altamirano

Fuerzas militares y de marina fueron trasladadas rápidamente a Iquique y estuvieron a cargo del General Silva Renard. El 21 de Diciembre de 1907, poco antes de las 4 de la tarde, Silva Renard ordenó a sus tropas abrir fuego contra los indefensos “pampinos” iniciando de esa manera la más terrible de las masacres de las muchas que registra la lucha social chilena.

A fines de 1907, la inestabilidad económica que Chile todo sufría por la drástica baja del valor de su moneda en el mercado internacional y que así creaba un alza desmedida de los precios en general, castigaba con crueldad a los eternos perdedores de toda sociedad, la clase trabajadora.  Víctimas favoritas eran los obreros de las salitreras que funcionaban en medio del desierto nortino en lo que entonces se conocía como las provincias de Tarapacá y Antofagasta y en jerga popular como “la pampa salitrera”. 

Allí se agrupaban miles de obreros chilenos, peruanos y bolivianos atraídos por la esperanza de un empleo que les permitiera evitar la extrema cesantía reinante.

La mayoría de las minas eran en su mayoría de propiedad extranjera, en especial ingleses y éstos no pagaban a sus trabajadores con dinero sino con “fichas” que tenían valor solamente en la “pulpería”, tienda, que existía en cada “oficina”. Tal estrategia permitía a los empresarios explotar a sus obreros por partida doble: con largas jornadas y bajos salarios y además vendiéndoles monopólicamente productos con precios astronómicos fijados al capricho de los inescrupulosos patrones. Por ello, la situación de los “pampinos” era deseperada, prácticamente les era imposible sobrevivir y mantener a sus familias.

Por tal razón presentaron una justa petición a sus jefes solicitando mejoras a sus míseros salarios y a sus precarias condiciones de trabajo. La respuesta negativa que recibieron les hizo declarar la huelga general. Así, miles de obreros acompañados por sus mujeres e hijos iniciaron una larga marcha hasta el puerto de Iquique para presentar sus demandas a las autoridades locales.

Nunca cometieron vandalismo ni desorden alguno, todo lo contrario, se fijaron a sí mismos estrictas normas de conducta. Sin embargo,las autoridades chilenas declararon el estado de sitio a pesar de no existir una rebelion ni causa que lo justificase. Simplemente, los hambrientos pedían pan para ellos y sus familias y eso era peligros.  Fuerzas militares y de marina fueron trasladadas rápidamente a Iquique y estuviero a cargo del General Silva Renard. El 21 de Diciembre de 1907, poco antes de las 4 de la tarde, Silva Renard ordenó a sus tropas abrir fuego contra los indefensos “pampinos” iniciando de esa manera la más terrible de las masacres de las muchas que registra la lucha social chilena.

Existen diversas y contradictorias versiones sobre el número de muertos y heridos resultado de la carnicería; desde los cientos hasta los miles. En realidad la cantidad de víctimas sólo tiene significancia estadística. 

Lo importante es que se cometió una masacre de hombres, mujeres y ninos sin existir justificación alguna. 

El General Silva Renard, responsable principal, continuó su carrera militar y jamás enfrentó justicia alguna por su crimen. Los sobrevivientes fueron embarcados de regreso a sus “oficinas” respectivas sin recibir respuesta alguna a sus peticiones.  Y aquí no ha pasado nada.

La historia socio-política de Chile está llena con ejemplos de la conducta opresora y asesina de las “fuerzas del orden” las que siempre han logrado de alguna u otra manera justificar sus crímenes obteniendo una hipócrita impunidad de la cual somos responsables todos los chilenos.

Hoy, lo único que existe en recordación de la tragedia es un modesto monolito en la esquina suroeste de la Escuela Santa María, donde se cruzan las calles Latorre y Amunategui. Este monolito es visitado una vez al año por unos pocos para entregar un modesto homenaje a los caídos.

Este 2007 se cumplirá el primer Centenario de la matanza y ya se anuncia que el acto será trascendental.  Seguramente autoridades locales y nacionales estarán presentes con sus discursos inútiles y aburridos y una vez más

“ningún ratón tendrá las agallas de colgarle el cascabel al gato.” Y la historia continuará inexorable y las páginas de las luchas sociales chilenas seguirán siendo escritas con persecución, cárcel y sangre.

Pero, existen dos tristes e irrefutables verdades. Una es que los borrachitos que utilizan el monolito como punto de reunión, bar y urinario continuarán dándole el mismo uso gracias a la indiferencia de la autoridad que seguirá mirando hacia otro lado.  Aunque seguramente esta situación será erradicada por un par de semanas durante el Centenario.

La otra verdad es mucho más dificil de eliminar pues es evidente que el rojo que luce el pabellón patrio chileno ha sido teñido con mucho más sangre indígena y obrera que aquella vertida por los “valientes soldados.”

Ante esta vergonzoza realidad, modestamente y desde tierras lejanas envío mi saludo fraterno y comprometido a todos aquellos chilenos de corazón bien puesto que de una u otra manera luchan por convertir la sociedad chilena en una llena de justicia e igualdad social.

 

Germán Altamirano

Vancouver, Canada.

 

 
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