Ascanio Cavallo: Un crepúsculo penoso
Si Pinochet se dedicó a labrar su jubilación y su
herencia filial entre el fin de su gobierno y su permanencia en la comandancia en jefe, la
transición debe ser mirada con ojos menos nobles de lo que lo ha sido hasta hoy.
La Tercera: 25-07-2004
El general (R) Pinochet ha tenido mala suerte en su breve pero acelerado crepúsculo.
Quién iba a imaginar que una investigación iniciada con motivo de un 11 de septiembre
que no fue el suyo, bajo el amparo de un Patriot Act único y excepcional, derivaría en
la revelación de cuentas secretas abiertas a su nombre y al de sociedades de fachada,
operadas en los años en que aún era el más poderoso de los comandantes en jefe y
también después, cuando era el prisionero más disputado de Europa Occidental.
Claro que la mala suerte es, en este tipo de casos, una forma caprichosa del destino, o de
lo inevitable. El señorial Banco Riggs, por lo que se sabe ahora, operaba con el tipo de
garantías de secreto que tienen los paraísos fiscales, y con el estilo de gimnasia
judicial que practican las instituciones con la conciencia oscura. Pero lo hacía en un
país que no es un paraíso fiscal, que es proclive a las investigaciones financieras y
que tiene un mercado ferozmente competitivo.
Los que estaban en el secreto del general (R) debieron sentir algún escalofrío cuando
comenzaron los rumores de que el Riggs podría ser comprado, cosa que hizo (con un acuerdo
preliminar que se consuma el 2005) el pasado 16 de julio PNC Financial, un operador
financiero de Pennsylvania. PNC puede retirarse del trato si las revelaciones sobre las
maniobras del Riggs afectan su patrimonio o su marca, lo que ha comenzado a suceder desde
que los reguladores norteamericanos dictaron, hace sólo unos días, las primeras multas
por "lavado de dinero".
En esa penosa categoría está ahora el general (R), con la poco gratificante compañía
de diplomáticos sauditas y políticos de Guinea Ecuatorial.
El hecho es que las revelaciones del Senado norteamericano han producido una verdadera
devastación en lo poco que ya quedaba del pinochetismo, en la derecha (donde militan casi
todos sus ex funcionarios) y, lo que es más incordiante, en las filas militares.
Una de las razones es que las cuentas secretas vienen a pulverizar la orgullosa versión
de que, por un lado, Pinochet no siguió el patrón de otros dictadores
latinoamericanos, y, por el otro, el Ejército mantuvo, con las correcciones necesarias,
su vieja tradición de austeridad en los ingresos. Una cosa ya no es cierta; la otra, sí.
Ambas constataciones colisionan con el estrépito de un obús en las conciencias
profesionales.
A decir verdad, una elite del Ejército -la que estaba más cerca del entonces comandante
en jefe- sentía olores extraños hace muchos años. Esa elite siempre supo que el general
(R) debió ser destituido por el caso de los cheques pagados a su hijo mayor por el
Ejército, porque conocía y había autorizado una transacción prohibida por la ley. En
Bandera 52, la sede del Comité Asesor del comandante en jefe, no era sorprendente la
entrega de maletines con dinero a socios, proveedores y acreedores de la misma persona.
Pero muchos de esos oficiales estaban dispuestos a defender a finish a su general,
primero, porque no se trataba de sus propios negocios, y luego, porque creían -con
razón- que cualquiera de esos hechos serviría a los adversarios del régimen militar
para cobrar venganza.
Pero el olfato incomodaba ya entonces. Por ejemplo, a los que oyeron de cuentas en un
paraíso fiscal insular, que no es ninguno de los que han aparecido en las recientes
investigaciones de Washington. ¿Existen aun esas cuentas? ¿Se agregan al patrimonio
aparecido en el Riggs? En otras palabras, ¿es el Riggs la sombra de la verdad? Si no lo
es, y allí está todo lo que hay que saber, persiste un problema
mayor: los ejecutivos del Riggs captaron sus depósitos en 1994, cuando aun era comandante
en jefe del Ejército. Los dineros, según todos los indicios, no provenían de Chile. Ese
ano, y los dos anteriores, el general había realizado una serie de visitas a industrias
militares de Inglaterra, Sudáfrica, China, la República Checa y Suiza.
Peor aún, en 1996 ?el penúltimo año de mando militar de Pinochet-, el Riggs inventó
dos sociedades de papel en otro paraíso fiscal, Bahamas, para mover los dineros a nombre
de la familia. ¿De qué, de quién, de qué circunstancia se escondían esos fondos,
apenas doce meses después de que el Presidente
Frei ordenara al Consejo de Defensa del Estado cerrar la investigación de los
"pinocheques"?
La devastación del antiguo pinochetismo es comprensible. Muchos, o todos, sus componentes
estarían dispuestos a aceptar cuentas irregulares, configuradas por donativos, a partir
de septiembre de 1998, el momento de su arresto en Londres. ¿Pero antes de eso? Las
explicaciones no han hecho más que agravar las sospechas. Una de ellas es que numerosos
empresarios chilenos ofrecieron recursos a Pinochet luego de que entregó la Presidencia;
por esa vía se ha enterado el país de que ciertas personas, no identificadas, creyeron
que podían pagarle sus servicios a quien seguiría siendo, por ocho años más, el
comandante en jefe del Ejército. Esta versión no aclara si el general aceptó esa
generosidad en el mismo momento en que pedía reciedumbre y sacrificios a sus subalternos.
Otra explicación es que el general guardaba ahorros para el evento de una persecución
por parte del gobierno entrante, o, en fin, para sus días finales. Esta línea hace que
los 8 millones de dólares conocidos hasta ahora parezcan una especie de Ahorro
Previsional Voluntario, una Cuenta 2.
Dos cosas se pueden dar por ciertas. Una: Pablo Rodríguez tendrá que redoblar su
astucia jurídica para lograr que los actos de su cliente parezcan lo menos impresentables
que sea posible. Otra: no dejarán de ser impresentables.
La singular gravedad de estos hechos no es política, sino sistémica. Si el general (R)
se dedicó a labrar su jubilación y su herencia filial entre el fin de su gobierno y su
permanencia en la comandancia en jefe, la
transición debe ser mirada con ojos menos nobles de lo que lo ha sido hasta hoy. Al
envenenarse el historial de Pinochet se envenena, pese a quien le pese, el propio
historial de Chile.
Es un triste oscurecimiento para el general (R), y un más triste despertar para el país. |