INFORME DE LA COMISION
NACIONAL DE VERDAD Y RECONCILIACION
Presidente de la Comisión: Raúl Rettig Guissen. Miembros de la Comisión: Jaime Castillo Velasco, José Luis Cea
Egaña, Mónica Jimenez de La Jara, Ricardo Martin Díaz, Laura Novoa Vázquez, Gonzalo
Vial Correa, José Luis Zalaquet Daher. Secretario de la Comisión:
Jorge Correa Sutil. Santiago de Chile, 4 de
marzo de 1991
____________________________VOLUME 1
TERCERA PARTE
CAPITULO I
SEPTIEMBRE A DICIEMBRE DE 1973
A.- VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS
COMETIDAS POR AGENTES DEL ESTADO O PERSONAS A SU SERVICIO
1. VISION GENERAL
a) INTRODUCCION
El presente capítulo comprende sólo las violaciones de derechos
humanos de responsabilidad del Estado por actos de sus agentes o personas a su servicio,
con resultado de muerte o desaparición, ocurridas durante el período de consolidación
del régimen militar, es decir, hasta el 31 de diciembre de 1973. Naturalmente, esta fecha
- como todas las que se emplean para delimitar períodos - es arbitraria. Algunos casos
que, por sus características, corresponden al período, pero que son cronológicamente
posteriores a la fecha precitada, se tratan en el capítulo siguiente, con indicación de
que en él resultan anómalos.
b) EL CONTROL DEL ORDEN PUBLICO
Ocurrido el 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas y de Orden
lograron su objetivo más inmediato - control efectivo del país, sin focos de acciones
armadas de los partidarios del régimen depuesto - en muy pocos días. Se puede decir, en
verdad, que dicha acción fue mínima; irregular respecto a su ubicación, forma y
armamento empleado; descordinada, y sin la menor probabilidad de éxito, ni siquiera en el
nivel local. De tal modo, de las trece regiones en que después fue dividido el país,
sólo en tres se pueden anotar episodios relevantes de acciones armadas y de oposición al
nuevo régimen; la VII, la X y la Metropolitana.
Tocante a la VII Región, el incidente - cuyo escenario fue la
precordillera, Paso Nevado -constituyó más bien un intento de un grupo de partidarios
armados del régimen depuesto, en orden a refugiarse en la República Argentina,
atravesando los Andes, y no una acción de resistencia al nuevo régimen; murió aquí un
carabinero. En la X Región, actual provincia de Valdivia, Complejo Maderero y Forestal
Panguipulli, se produjo una tentativa fracasada de asalto al retén de Neltume. La
realizaron elementos de izquierda extrema de aquel complejo, especialmente miembros del
Movimiento Campesino Revolucionario (MCR), rama del MIR, que tras su fracaso y sin que
hubiera víctimas, se dispersaron sin efectuar nuevas operaciones. Finalmente, y como era
de esperarse, fue en la Región Metropolitana, y específicamente en Santiago, donde hubo
acciones armadas en número considerable. Ellas mostraron su mayor ímpetu el día 11,
para declinar luego hasta desaparecer rápidamente. El día 11 los enfrentamientos, con
fuego muy nutrido, tuvieron por escenario el centro de la capital, especialmente, con
víctimas fatales del Ejército y Carabineros alrededor del Palacio de La Moneda; algunas
poblaciones periféricas, v.gr. La Legua donde también murieron carabineros; y ciertas
fábricas de la conocida como "área social", donde actuaron - con la baja
fuerza y efectividad ya dichas, pero con muerte de uniformados - los "cordones
industriales" que habían establecido ciertos sectores de la Unidad Popular y afines.
Mas toda acción armada había cesado en Santiago y su Región a las 48 horas, si se
descuenta el fuego disperso y ocasional de francotiradores, o incidentes de otra índole,
todavía menos significativos y numerosos.
Se producen,en los escasos episodios referidos, las víctimas del
primer período, a quienes esta Comisión ha considerado como tales por haber caído en
los enfrentamientos, ya porque participaron desde uno u otro bando en ellos, ya porque
fueron personas alcanzadas por las balas en esos mismos incidentes.
Es de notar, igualmente, que en todo el país la regla general fue que
las autoridades depuestas entregaran sus cargos a las nuevas, sin dificultad, e incluso de
manera formal; y que los requeridos por bando a constituirse detenidos lo hicieran, en
gran número, voluntariamente.
Controlado el país, concluida cualquier acción armada, las Fuerzas
Armadas y de Orden, bajo el mando centralizado de la Junta de Gobierno instituida en
Santiago, dieron una organización provisional a todo el territorio, unificando en ellas
mismas el poder político, administrativo y militar, y "repartiendo" aquel
territorio entre las distintas ramas uniformadas.
A los fines del "reparto" señalado y - tomando como base la
división administrativa entonces imperante, de "provincias" divididas en
"gobernaciones", a cargo respectivamente de "Intendentes" y
"Gobernadores" -, en cada capital de provincia asumió la Intendencia el
uniformado que allí tenía mayor rango; lo mismo sucedió con los gobernadores de los
departamentos. Así, por la naturaleza misma de los hechos, el máximo jefe militar de
cada lugar fue igualmente su máximo jefe político, gubernativo y administrativo. Además
el Intendente, cabeza de la provincia, fue jefe de zona del estado de emergencia y juez
militar. En este último papel, por delegación de la Junta, según se explica al tratar
de los Consejos de Guerra en el Capítulo III de la Segunda Parte, tuvo asimismo el poder
de ratificar sentencias de muerte dictadas en Consejo de Guerra, que antes correspondía
en exclusividad a la Comandancia en Jefe.
En seguida, e igualmente por la naturaleza misma de los hechos - amén
de otras consideraciones -, el "reparto" condujo a que las máximas autoridades
provinciales, con el abanico de poderes ya descritos, fuesen fundamentalmente del
Ejército, salvo en las provincias de Valparaíso (Armada) y Llanquihue (Fuerza Aérea).
Tocante a las Gobernaciones, sus cabezas fueron asimismo, en su mayoría, del Ejército,
seguido por Carabineros, y - con representación sensiblemente menor - de la Armada y la
Fuerza Aérea.
El caso de la "Junta Provincial Militar" de Punta Arenas,
constituyó una excepción pronto terminada.
La Comisión, por falta de antecedentes, no pudo determinar con
exactitud el papel jugado, en este período y en las diversas provincias por los distintos
servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas y de Orden, ni cómo dicho papel se
coordinaba con el de las otras autoridades descritas. Pero hay indicios de que esos
servicios tuvieron, o en la práctica se tomaron -atendida la emergencia, y la fluidez
inicial de la organización del país -, atribuciones muy amplias, inclusive supeditando
de hecho, en ocasiones, a aquellas autoridades, especialmente en regiones. Esto, por lo
menos, fue notorio en el aspecto represivo, que es el que interesa a la Comisión, a
medida que avanzaba el mes de Octubre. En cuanto al "grupo DINA", referido en el
Capítulo II de esta Segunda Parte, - ya constituído desde noviembre de 1973 como
"Comisión DINA" -, desempeñó aparentemente un rol relevante en el
endurecimiento de la represión, según se explica más abajo.
El "reparto" del territorio nacional para el ejercicio del
poder político, administrativo y militar, que se ha referido en los párrafos anteriores,
sólo debe entenderse como una mejor forma de operar el mando, y no como una absoluta
autonomía, ya que todas las autoridades dependían de y respondían al poder central. No
obstante lo anterior, sobre todo en el primer período, lo ocurrido en cada Región en
materia de control del orden público y de violaciones a los derechos humanos tuvo
sustanciales diferencias que dependieron, en medida importante, de la realidad que ellas
presentaban y de la actitud que asumió cada uno de los Jefes de Zona. Así, en algunos
lugares, incluso las máximas autoridades del Gobierno depuesto fueron avisadas, hasta
telefónicamente en una ocasión, para que se entregaran voluntariamente a las nuevas;
mientras en otros se ejerció un control férreo y drástico del orden público desde los
primeros días. El poder central, sin embargo, se hizo sentir fuertemente en el mes de
octubre, especialmente en aquellas zonas en las cuales se estimó que se había actuado
"con mano blanda". No obstante estas diferencias, que pueden apreciarse en las
diversas regiones, fue común la detención y prisión de las autoridades nacionales y
regionales del Gobierno depuesto así como de los principales líderes, militantes o
activistas de los grupos políticos y sociales que lo sustentaban. Ello nos lleva, en la
próxima sección, a narrar suscintamente lo que fueron esos procedimientos de detención
y reclusión.
c) DETENCION Y RECLUSION
c.1) Métodos de detención
Las detenciones asumieron numerosísimas formas. Algunas fueron
producto de ser requeridos los afectados, por bando, a presentarse ante la autoridad
militar en general, o específicamente a un lugar preciso; al cumplir los requeridos con
este llamado, se les detenía.
Hubo también detenciones por búsqueda particular de una persona, en
su casa o lugar de trabajo; frecuentemente - para pueblos o ciudades pequeñas - en la
vía pública.
Se hicieron habituales las "redadas" en zonas rurales, y los
allanamientos en las grandes industrias de ciudades importantes y en los centros mineros
de relevancia. En Santiago se allanaron masivamente las más importantes poblaciones
populares.
Efectuaban corrientemente las detenciones patrullas de Carabineros, a
veces ayudadas por efectivos de Investigaciones y civiles. Cuando éstas eran masivas,
como en los allanamientos o redadas, las practicaron los efectivos de las otras ramas de
las Fuerzas Armadas y de Orden. Entonces actuaban tropas más numerosas y con mayores
elementos, v.gr. varios vehículos, a veces verdaderos convoys, y el operativo podía
durar algunos días. Las redadas suponían una preparación más cuidadosa y la
confección previa de listas, con las cuales se iba procediendo metódicamente. Solía no
existir correspondencia entre la rama institucional cuyos efectivos detenían, y aquella
que había solicitado la detención y, en definitiva, recibía al afectado.
Estas detenciones se efectuaron a lo largo y ancho del país. En los
pueblos más pequeños, Carabineros detuvo a alcaldes y regidores municipales, dirigentes
locales de partidos políticos y todos quienes se consideraba como "agitadores".
En las grandes ciudades las detenciones alcanzaron a miles de personas.
Cuando se hacían en los domicilios, ellas iban habitualmente
acompañadas de allanamientos violentos a los hogares, normalmente en busca de armas.
En estos allanamientos o detenciones selectivas no se opuso
resistencia.
c.2) Los recintos de detención
Fueron los Regimientos, las Comisarías de Carabineros, las Cárceles y
los Cuarteles de Investigaciones. Estos y las Comisarías, en las ciudades más pobladas,
eran generalmente lugares de tránsito. Desde allí se pasaba al Regimiento, para una
reclusión más prolongada, pues constituía el lugar donde se interrogaba, fuere
formalmente (Fiscales Militares y su personal), fuere irregularmente. Agotado el
interrogatorio previo, de cualquiera de estos tipos, los detenidos podían ser dejados en
libertad; mantenidos en reclusión o, si se decidía someterlos a Consejos de Guerra, se
les enviaba, para aguardarlo, principalmente a las Cárceles. Se habilitaron algunos
recintos especiales como ser los de Pisagua (Primera Región); Campamento de Prisioneros
Nº 2 de Tejas Verdes (Quinta Región); Isla Quiriquina (Octava Región), Isla Dawson
(Décimo Segunda Región) y otros. Su traslado a ellos no necesariamente significaba el
final del período de interrogación. Podía éste reanudarse al acercarse el Consejo, o
por la imputación de nuevos delitos, o para fundamentar el caso contra nuevos detenidos.
En tal evento, el preso era interrogado yendo y viniendo entre el Regimiento y la Cárcel
(casi nunca en ésta), o en el campamento mismo, demasiado distante como para permitir
fácilmente los traslados.
Lo que venimos especificando, correspondió al campo y a los pequeños
pueblos y ciudades. En las más importantes de éstas últimas, hubo variaciones
significativas.
Así, en Valparaíso, la Armada utilizó buques como lugares de
detención, algunos propios y otros requisados al efecto.
Se usaron igualmente para los fines de detención o interrogatorio,
aprovechando la falta de clases por la emergencia, y durante períodos más o menos
prolongados, los establecimientos educacionales de las Fuerzas Armadas y de Orden, como
ser, en Valparaíso, la Academia de Guerra Naval, y en Santiago la Escuela Militar y la
Academia de Guerra Aérea.
De los más notorios lugares de detención inicial en la capital,
incluso internacionalmente, fueron dos recintos deportivos: el Estadio Nacional y el
Estadio Chile. Mayores detalles al respecto se hallarán en los análisis regionales.
Salvo por lo que toca a las Comisarías, y a un solo campo de
prisioneros, los restantes no eran lugares habilitados para recibir prisioneros. El alto
número de detenidos obligó a improvisar lugares de detención. Por lo mismo, en ellos
reinaba el hacinamiento, se dormía generalmente a suelo raso y los servicios sanitarios,
la alimentación, y otros servicios de primera necesidad dejaban mucho que desear. En
estos lugares los detenidos estaban sometidos a un régimen absoluto de incomunicación
con el exterior, no existía regularidad de vida, y el nivel de incertidumbre que sufrían
respecto a la suerte que correrían era absoluto. No se sabía cuando serían trasladados
a otros lugares, sometidos a proceso o dejados en libertad.
En las afueras de estos recintos esperan sus familias. Ellas saben, o
les han dicho, que han sido detenidos, que están aquí o allá, en un recinto de
reclusión. Aún, suelen llevarles a ese recinto ropa, comida. Luego, un mal día... ya no
se encuentran allí. A veces les dicen que nunca han estado allí. Otras, que les han
trasladado a tal o cual parte, donde también se los niegan. Otra, que los han puesto en
libertad. Otras, la respuesta es una burla, una amenaza, una alusión siniestra. En
algunos casos no reaparecerán jamás.
Con posterioridad se inauguraron nuevos campamentos de prisioneros
(Ritoque, Puchuncaví), a los cuales algunos detenidos fueron trasladados; a medida que
pasaba el tiempo; en ellos las condiciones de vida resultaban más aceptables. Sin
perjuicio de la obligación de realizar trabajos, a veces pesados, estos campamentos
permitieron a los detenidos llevar una vida más sistemática y regular. La incertidumbre
respecto de sus suertes era menos aguda y se fue permitiendo un régimen de visitas que
les posibilitó contacto con sus familiares y el mundo exterior. En algún campamento, por
ejemplo Chacabuco, se consiguió un nivel de vida tolerable, con la efectiva cooperación
de la autoridad militar. Solieron aceptarse las actividades deportivas y culturales. Los
detenidos, por su parte, se organizaron internamente para mejorar sus condiciones de
existencia, estableciendo, por ejemplo, servicios médicos atendidos por quienes - entre
ellos mismos - tenían tal profesión.
Condenado el detenido, por Consejo de Guerra, a alguna pena privativa
de libertad, la cumplía en cárceles, o presidios.
No es posible olvidar que tampoco, siempre la detención llevaba a un
centro de detenidos como los descritos. A veces, especialmente en las zonas rurales, sólo
era el preludio de una ejecución fulminante.
d) MALTRATOS Y TORTURAS
Casi universalmente se presentaron en estos meses, los malos tratos y
las torturas, en distintos grados y formas.
Las golpizas y vejaciones al ser detenida una persona, en el vehículo
de su traslado, en las comisarías y al ingresar a su lugar definitivo de reclusión,
fueron usuales.
También fue usual la tortura en los interrogatorios. Numerosos
testimonios relacionan éstos con la tortura. Cuando el detenido se mostraba
"duro" para confesar, lo interrogaban bajo apremio. No estuvieron exentos de
este procedimiento los procesados por Consejos de Guerra. Un ex-fiscal de importancia en
procesos de guerra del Norte, reconoció ante miembros de la Comisión la habitualidad de
la tortura, como método para conformar las "evidencias" después presentadas a
los Consejos.
Los métodos de tortura fueron variadísimos. Los golpes violentos y
continuados hasta producir fracturas y derramamiento de sangre se usaron casi
universalmente. También el agravar, hasta constituir tortura, la rigurosidad de la
detención. Por ejemplo: permanecer los detenidos tendidos boca abajo en el suelo, o al
revés de pie, largas horas sin moverse; permanecer horas o días desnudos, bajo luz
constante o, al contrario, enceguecidos por vendas o capuchas, o amarrados; alojar en
cubículos tan estrechos, a veces fabricados ad hoc, que era imposible moverse;
incomunicación en algunas de estas condiciones, o varias; negación de alimentos o agua,
o de abrigo, o de facilidades sanitarias. Asimismo fue común el colgar a los detenidos de
los brazos, sin que sus pies tocaran suelo, por espacios de tiempo prolongadísimo. Se
emplearon diversas formas de semi asfixia, en agua, en sustancias malolientes, en
excrementos. Las vejaciones sexuales y violaciones son denunciadas con frecuencia.
Igualmente la aplicación de electricidad y quemaduras. Muy usado fue el simulacro de
fusilamiento. En algunos centros se empleaban refinamientos de torturas, como el pau de
arará, perros y apremios de los detenidos ante sus familiares, o viceversa.
Sería imposible resumir aquí todos los lugares de tortura que hubo en
el país durante el período que analizamos. Fueron numerosísimos. Por otra parte, no en
todos los centros de detención se torturó, aunque sí, estos meses, en la mayoría; de
los más exentos de apremios serían las cárceles, en su mayor parte. De siniestra
memoria para quienes pasaron por allí, son los que se detallarán más abajo para
ejemplificar, y además el antiguo aeropuerto de Cerro Moreno, en Antofagasta; barcos de
la Armada o bajo su control, en Valparaíso; el Estadio Nacional, el Estadio Chile y la
Academia de Guerra Aérea, en Santiago; la Isla Mariquina y el Fuerte Borgoño, en
Concepción; la Base Aérea de Maquehua, en Temuco y diversos regimientos, comisarías,
retenes y centros aéreos y aeronavales en todo el país.
En el Campamento de Prisioneros de Pisagua, todos los detenidos eran
interrogados, y todos los interrogatorios estaban precedidos o acompañados por golpe y
aplicación de electricidad. Diariamente, algunos detenidos eran escogidos para tratos
degradante, trabajos pesadísimos durante largas horas o ejercicios físicos de
extenuación como correr por suelos con desnivel con la vista vendada, o intentar subir a
la carrera una escala, mientras sus guardias hacían fuerzas para empujarlos hacia abajo.
Concluído un día de interrogatorio, se solía dejar a veinte o treinta reclusos que lo
habían sufrido, tendidos a la intemperie por hasta 48 horas, bajo el calor diurno y el
hielo nocturno. Uno de los así apremiados, Nelson Márquez, cuyo caso se cuenta más en
detalle páginas adelante, terminó con ello de enloquecer, e intentó fugarse;
recapturado a los pocos minutos bajo el muelle, fue muerto a tiros de inmediato.
En la Comisaría de Rahue, Osorno, se da cuenta de violaciones, golpes
sostenidos con las culatas de las armas, aplicación de electricidad, simulacros de
ahorcamiento, ser colgados los detenidos, por los brazos de vigas, etc. Fue un centro
habitual de desapariciones, a efecto de las cuales se empleaba el puente sobre el río
Pilmaiquén, como lugar de fusilamiento y para la disposición de los cadáveres en las
aguas de dicho río.
Especial relevancia, en este período y con posterioridad, tuvieron el
Campamento de Prisioneros Nº 2 de la Escuela de Ingenieros Militares del Regimiento de
Tejas Verdes, y la Escuela misma, ambos estrechamente relacionados, después, con la DINA.
Funcionó este complejo desde el 11 de septiembre de 1973, y hay
abundantes testimonios sobre su modus operandi desde esa fecha hasta mediados de 1974.
Aunque centrado en la zona de San Antonio -importante por su puerto, y
potencialmente conflictiva por su larga tradición sindical y política de izquierda , al
parecer el complejo Campamento-Escuela sirvió asimismo para recluir e interrogar personas
venidas de otros puntos, en una especie de embrión de lo que sería la DINA. Después,
parece, lo tomaría la propia DINA. Dichas personas provenían de distintos centros de
reclusión de Santiago.
Los detenidos, que en algunos momentos alcanzaron a cien, permanecían
habitualmente en el Campamento, y sólo eran llevados a la Escuela para interrogarlos,
cuando de ésta así se solicitaba por teléfono. El traslado se efectuaba en
camiones-frigoríficos proporcionados por empresas pesqueras del puerto, o requisados a
ellas. Desde su salida y hasta su regreso al Campamento, los detenidos iban con la vista
vendada o encapuchados.
En la Escuela, eran llevados - para el interrogatorio - al subterráneo
del casino de oficiales, o bien al segundo piso. Allí el detenido, desnudo, era atado a
una silla, o a un sommier metálico, y objeto de golpes, que incluso solían causar
fracturas, y de aplicación de electricidad en la boca, genitales, etc. Existían otras
formas de tortura, como colgar a la víctima de los brazos, sin que sus pies tocasen el
suelo, por horas, hasta que perdía el conocimiento. Para las mujeres detenidas, la
tortura era sexual y revestía múltiples y aberrantes formas.
Concluida la sesión de tortura, el detenido era devuelto de la Escuela
al Campamento.
En éste las condiciones de hacinamiento, sanitarias y de alimentación
revestían el carácter de verdaderos malos tratos. Una forma de incomunicación era en
containers, sólo con algo de comida y sin ninguna facilidad sanitaria. Otra forma: los
llamados nichos bajo las torres de vigilancia. Confeccionados con las estructuras
metálicas de los portones, y destinados a los detenidos que se juzgaban más peligrosos,
los nichos les inmovilizaban - asimismo sin ninguna facilidad sanitaria y además, aquí,
sin alimentos - durante días .
Fue característica del complejo la presencia de médicos, también
encapuchados, que controlaban la tortura (de modo que no fuese mortal) y atendían de
urgencia a las víctimas más dañadas por ella.
En la rutina habitual, el detenido cuyo interrogatorio no ofrecía ya
posibilidades de nuevas revelaciones, era remitido o devuelto - generalmente en estado
lamentable - a la Cárcel Pública de San Antonio.
El informe de un organismo humanitario, a fines de 1973 y comienzos de
1974, hace ver el alto número de atenciones médicas que requerían los prisioneros de la
cárcel, número cinco o seis veces superior en porcentaje a los de otras cárceles
visitadas. Señala asimismo las insuficiencias habitacionales y sanitarias del complejo.
Deja constancia de las torturas practicadas, entre ellas de "violaciones
varias". Reclama del engaño sufrido en el Campamento, donde les dijeron que ya no
había prisioneros que entrevistar, en circunstancias de que los existentes habían sido
hacinados y encerrados en camiones-frigoríficos hasta la noche, esperando que los
visitantes se retirasen.
Como se comprobará en la relación de los casos particulares
concernientes al complejo Tejas Verdes, muchas personas murieron en él, o salidas de él
a la muerte, algunas condenadas por Consejos de Guerra, otras ejecutadas sin proceso
alguno, otras a consecuencia de la tortura. Las muertes de estas últimas, y de los
ejecutados sin juicio previo, o bien se encubrieron con falsos Consejos de Guerra; o bien
con certificados de defunción que adolecían, por lo menos, de falsedad intelectual en
cuanto a la causa del deceso; o bien no se explicó a la familia en forma alguna lo
sucedido, devolviéndole el cadáver en urna sellada transportada por un
camión-frigorífico. Este fue el caso, por ejemplo, de Oscar Gómez Farías, quien -
torturado hasta enloquecer, y mostrando en su cuerpo las huellas visibles y terribles del
apremio sufrido - atacó desnudo a un guardia armado, el cual le dio muerte en el acto, el
27 de diciembre de 1973.
Los casos individuales de centros de tortura que hemos relatado, puede
que no sean enteramente los comunes de Chile en este período. Las denuncias recogidas, y
que en gran parte son la fuente de las descripciones que preceden, es asimismo posible que
adolezcan de inexactitudes. La Comisión no ha recibido colaboración para desvirtuarlas o
atenuarlas, de parte de quienes -desde el otro lado - deberían también conocer los
mismos hechos. Pero el conjunto de datos reunidos le parece conformar, por su inmenso
número y virtual uniformidad una realidad de tortura indiscutible y que, como expiación
y enseñanza, no se puede dejar en el secreto ni en el olvido.
e) LAS MUERTES Y DESAPARICIONES
e.1) Las víctimas.
El grueso de las muertes y detenciones seguidas de desaparición
durante el período, fue fruto de actos que se enderezaron contra funcionarios destacados
del régimen depuesto, especialmente de sus más altas autoridades y de los "mandos
medios" en áreas sensibles de la anterior agitación social, como ser CORA, INDAP,
Salud, de la habitación, de las Intendencias y Gobernaciones, regidores y alcaldes
municipales, comunicadores sociales, etc. También contra jefes y dirigentes políticos,
sindicales, vecinales (Juntas de Vecinos, Centros de Madres, JAP), poblacionales,
indígenas y estudiantiles, estos últimos tanto de la enseñanza superior como de la
media. Naturalmente, el rasgo distintivo de todos tales jefes, dirigentes y funcionarios,
fue el haber sido partidarios o simpatizantes del gobierno caído, de la Unidad Popular, o
de la extrema izquierda afin a aquélla, por ejemplo del MIR. Muchas veces, no obstante,
dichas relaciones políticas se deducían de la conducta "conflictiva" de la
víctima en huelgas, paros, tomas de terrenos o de predios, manifestaciones callejeras,
etc.
En la indicación de quiénes eran "conflictivos", jugaron
algún papel elementos civiles, en especial agricultores, comerciantes, transportistas,
etc., y un número menor de ellos proporcionó elementos para las detenciones -
vehículos, lugares de interrogatorios - o aún participó en la ejecuciones. Se registran
casos significativos de éstos en las regiones: IV (localidad de Salamanca), VIII (Santa
Bárbara, Quilaco, Quilleco y Mulchén), X (Liquiñe, Entre Lagos) y Metropolitana
(Paine). En las demás regiones o localidades la intervención de civiles en las
detenciones o ejecuciones resulta esporádica.
Caracterizar a las víctimas de estas violaciones a los derechos
humanos resulta difícil. Sin embargo, las muertes y desapariciones tuvieron diversas
magnitud, características y periodificación en las distintas regiones estudiadas. En
algunas, esta Comisión da por acreditadas cerca de 500, como es el caso de la
Metropolitana. La siguen la VIII Región con poco más de 200, y la IX y X con entre 100 y
150 víctimas cada una. Las demás, por lo general, no alcanzan a 50, y hay algunas de 10
o menos.
En algunas regiones las muertes se concentran en los primeros días
después del 11 de septiembre de 1973. En otras, como se verá, prácticamente no las hay
hasta que comienzan las "órdenes de endurecimiento" que se aludirán al final
de esta parte, a mediados de octubre de ese año. En todo el país, las muertes y
desapariciones declinan a partir del mes de noviembre. Difícil resulta por ende dar un
panorama nacional de las mismas. No obstante, se intenta a continuación una
clasificación de estas muertes y desapariciones, conforme a las razones que pueden haber
llevado a los agentes del Estado a efectuarlas.
Debemos considerar, en primer lugar, las ejecuciones selectivas de
carácter político. Un muy apreciable número de las muertes de este período son de este
tipo y afectan a las autoridades nacionales y locales del régimen depuesto y a los
líderes y militantes más activos de los partidos que lo sustentaban. Ellas se insertan
dentro del clima reinante - inmediatamente después del 11 de septiembre de 1973 - de
hacer una "limpieza" de elementos juzgados perniciosos por sus doctrinas y
actuaciones, y de atemorizar a sus compañeros que podían constituir una eventual
"amenaza". Esta idea pudo derivar de uniformados afectos a las teorías de la
contrainsurgencia que analiza el Capítulo I de esta Segunda Parte (es decir, las mismas
concepciones que sustentara el llamado, en ese capítulo, "grupo DINA", que en
esta etapa no operaba aún a nivel nacional). También la idea de la "limpieza"
pudo derivar del extremo, y destructivo pasionalismo político y social a que había
llegado el país en aquellas fechas, tema abordado igualmente en el referido Capítulo.
Cualesquiera causas que haya tenido, es probable que ella haya sido - en gran medida -
espontánea en los primeros días. Ninguna de estas características, por cierto, la
justifica, ni menos justifica que sus consecuencias de muerte y otras violaciones de los
derechos humanos quedaran sin castigo. Todavía más, la falta de sanción, es probable,
estimuló e hizo permanentes los excesos.
Otras muertes afectaron a personas simpatizantes del gobierno depuesto,
muchas veces sin militancia política, y generalmente de sectores modestos, de aquellos a
quienes se consideraba "conflictivos", según hemos explicado arriba.
Cooperó al ambiente de venganza política, y a las muertes indicadas
en los dos acápites anteriores, la profusa difusión del llamado "Plan Z", del
cual la opinión pública sólo conoció un facsímil publicado en el Libro Blanco del
Gobierno de Chile, el año 1973. El documento reproducido allí es general, no específico
ni detallado, no parece - por lo menos a los ojos de hoy día - realista ni fácilmente
realizable, se refiere sólo a Santiago, y no hay mayor información sobre su autor o
autores, ni sobre el grado de avance en materializarlo. Sin embargo, el Plan Z - por la
vía del rumor y de la noticia intencionada - se convirtió en una minuciosa lista de
personas opositoras a la Unidad Popular, que debían ser eliminadas, con variantes
regionales y locales, y nuevas nóminas de esas personas, ya para cada pueblo, por
pequeño que fuese. Se alimentó así una justificación interna de matar, o permitir o
por lo menos condonar la muerte del adversario, atribuyéndole iguales intenciones.
También ha conocido la Comisión de casos de ejecuciones selectivas de
pretendidos delincuentes. La "eliminación" de supuestos antisociales es otra
forma de "limpieza", que interesa recordar para el análisis del fenómeno de
ésta. El paralelismo con los ejecutados políticos es evidente: los unos - según idea de
sus verdugos - dañan a la sociedad por sus doctrinas y actividades político-sociales,
los otros por acciones criminales de tipo común; éstos y aquéllos son delincuentes por
igual, y la sociedad se libra de todos quitándoles la vida.
Caso relevante es el de algunas de las personas que aparecieron
inhumadas clandestinamente en la fosa colectiva de Pisagua, descubierta en 1990; su
ejecución fue igualmente clandestina, (pues nunca se había reconocido su asesinato). No
tenían vinculaciones políticas, sino que pretendidos lazos - no comprobados o
comprobadamente falsos - con el tráfico de droga. Pero el ejemplo de Pisagua se repite a
lo largo del país, en las grandes ciudades como en los villorios rurales: delincuentes
habituales; alcohólicos consuetudinarios; hombres violentos que golpean a sus mujeres o
protagonizan incidentes con los vecinos; jóvenes drogadictos, o que inician una carrera
de pequeños delitos; etc., aparecen muertos en la calle; o a la vera del camino; o,
misteriosamente, en la Morgue, de dos o tres disparos. O, al revés,
"desaparecieron".
En todos estos casos, está implícita la idea perversa de que la
sociedad se ha liberado, drásticamente, de un elemento indeseable y perjudicial.
También la Comisión ha conocido en este período casos de muertes que
perpetran agentes del Estado, haciendo un uso innecesario o excesivo de la fuerza. Este
tipo de muertes no es deliberado, sino producto de la ostentación de la fuerza, o del
descuido o exceso culpable en su empleo, propios de quienes la detentan cuando a ello se
une la conciencia de circunstancias que cabe que les proporcionen impunidad. El caso
típico es la persona muerta por circular en horas de toque de queda, no existiendo motivo
para suponerle una especial peligrosidad y habiendo otras formas de reducirlo y de
sancionarlo por la infracción.
Por último la Comisión ha detectado algunos casos de ejecuciones
selectivas de venganza personal. Muertes violatorias de derechos humanos, en esta época,
son ajustes de cuentas personales, que pueden tener origen político, pero también no
tenerlo, sino otro de muy distinta índole. Algunas cuentas se saldaron con la muerte a
fines de 1973, por quienes tenían la fuerza y contra quienes no la tenían. Y los
primeros no fueron sola, ni siquiera principalmente militares, sino también y quizás en
buena mayoría civiles, que podían disponer en ese instante de apoyo armado por obra de
autoridad, amistad, falsas denuncias o intrigas políticas.
e.2) Los procedimientos empleados
Múltiples formas presentaron las muertes que hemos descrito en el
acápite anterior. Algunas revisten la apariencia de una legalidad que no existe o es
discutible, como los Consejos de Guerra. Otras intentan explicarse como aplicación de la
llamada "Ley de Fuga", o publicitando que se trataba de extremistas que habían
intentado atacar alguna unidad o recinto policial o militar. En otras, se certificó la
muerte sin dar explicación alguna. Otras víctimas permanecen hasta la fecha como
desaparecidos. Las principales fueron:
e.2.1) Consejos de Guerra
La mayoría de ellos tuvo lugar en el presente período. Presentan un
carácter muy dispar. Respecto de más de algunas de las muertes que se anunció su
decisión de un Consejo de Guerra, la Comisión ha concluído en que éste,
presumiblemente, nunca se efectuó, y no fue más que el modo de explicar una ejecución
ilegal. Otros, en cambio, se efectuaron con mediana sujeción a la legalidad vigente; aún
cuando, en ninguno de aquellos en que se condenó y ejecutó a alguien, se respetaron
plenamente las reglas de un debido proceso.
Los Consejos, y sus irregularidades de fondo y forma - por las cuales
la Comisión ha considerado que las muertes resultantes de ellos fueron siempre
violatorias de los derechos humanos de las víctimas -, se analizan in extenso en el
Capítulo III de la Segunda Parte. Sería redundante repetir aquí ese análisis. En las
secciones dedicadas a cada región, que siguen, se agregan otros pormenores que refuerzan
la convicción indicada. A todo ello, sólo cabría aquí añadir dos antecedentes más.
Primero; la Comisión ha comprobado los graves efectos que surtieron, en los Consejos,
tanto la pobre asesoría jurídica de que dispusieron, no ya las víctimas solamente, sino
también sus jueces, como el nivel insatisfactorio de que estos últimos adolecían en
cuanto a conocimiento de los principios elementales del derecho, aún descontando que en
su mayoría no eran abogados. Se pudo creer por estos jueces - incluso, originalmente, de
buena fe - que determinadas personas "merecían" la muerte, y que así lo
habían resuelto la superioridad; en consecuencia, ellos no hacían sino cumplir con su
deber al refrendar una decisión que estaba tomada de antemano y en un nivel, por decirlo
así, administrativo-militar. Por ende, el Consejo era, respecto de esas personas, sólo
una manera de legalizar o formalizar la decisión previa ya referida.
El segundo antecedente que es menester consignar, y que incide en los
Consejos de Guerra, se refiere a los interrogatorios. La Comisión según adelantamos ha
comprobado que, en esta etapa, todos ellos - o por lo menos una proporción abrumadora de
ellos - fueron precedidos por diversas formas de amedrentamiento físico y psíquico,
cuando no por la tortura pura y simple. En tales circunstancias, la Comisión se encuentra
moralmente impedida para aceptar que en ningún Consejo de Guerra de 1973 los
interrogados, encausados y condenados hayan tenido, verdaderamente, un "debido
proceso". El derecho a defensa fue también, por lo general, suprimido o severamente
restringido.
e.2.2) Las ejecuciones al margen de todo proceso
La Ejecución: Métodos y lugares
Por lo general, las muertes fueron de personas detenidas y se
practicaban en lugares apartados y de noche. Algunos de los fusilamientos al margen de
todo proceso fueron, sin embargo, fulminantes y se efectuaron al momento de la detención.
Varios ha debido conocer esta Comisión, especialmente en las regiones del Sur en que la
persona, sometida ya al control de sus captores fue ejecutada en presencia de su familia.
Los métodos de ejecución fueron muy variados. En ocasiones el
detenido era muerto de un solo, o dos tiros en el cráneo. A veces era acribillado.
Algunas veces se le hacía correr con la ilusión ( o sin ella) de que tenía alguna
posibilidad de librar con vida, para de inmediato dispararle por detrás. En ocasiones,
v.gr. durante el viaje aéreo de la comitiva santiaguina que se describirá luego, se usó
el arma blanca. No faltan tampoco las mutilaciones previas, o de los cadáveres.
La Comisión se ve en la necesidad de dejar constancia de que, en
numerosas ocasiones, la muerte fue aplicada junto con torturas y ensañamientos que no
buscaban, aparentemente, más objetivo que agravar hasta lo indecible el sufrimiento de
las víctimas. Por ejemplo, en el caso de Eugenio Ruiz-Tagle, muerto en Calama el 19 de
octubre de 1973, su madre, que pudo ver un momento el cadáver, lo describe así: "le
faltaba un ojo, tenía la nariz arrancada, una oreja que se le veía unida y separada
abajo, unas huellas de quemaduras muy profundas, como de cautín, en el cuello y la cara,
la boca muy hinchada, quemaduras de cigarrillos, por la postura de la cabeza tenía el
cuello quebrado, muchos tajos y hematomas". Otros casos son los del cantante Víctor
Jara y del Director de Prisiones del régimen caído, Littré Quiroga, ambos largamente
torturados en el Estadio Chile. El cadáver de Jara, con manos y rostro muy desfigurados,
presentaba 44 orificios de disparos. Quiroga, golpeado de modo incesante, fue visto por un
testigo "literalmente agónico", "con dificultades para respirar",
"casi no podía hablar". Por lo que parece, las torturas se debían en gran
parte a su cargo público, persiguiendo como finalidad principal hacerlo sufrir. Su
cadáver presentaba, asimismo, múltiples heridas de bala. Ambos cuerpos, el de Jara y el
de Quiroga, fueron abandonados en el Zanjón de la Aguada, habiendo ocurrido la muerte el
12 ó 13 de septiembre de 1973. Todos estos casos se describen más adelante para los
efectos de la convicción, pero hemos querido destacarlos aquí como ejemplos de
ensañamiento en la ejecución.
Las explicaciones oficiales frente a estas muertes
Algunas de estas ejecuciones se publicitaron e intentaron justificarse
como aplicaciones de la llamada "ley de la fuga", es decir, la muerte de los
detenidos que - según las autoridades - intentaron huir o evadirse y no obedecieron las
intimaciones previas a no hacerlo, formuladas mediante la voz, disparos de advertencia al
aire, etc.
Una variante común, a veces individualizada como "ley de la
fuga", a veces no, es que la víctima -según las autoridades - hubiera agredido a
sus captores, o interrogadores, o hubiese intentado quitarles sus armas de servicio.
En todos estos casos, la Comisión ha visto claramente un intento de
justificar, sin respeto por la verdad, fatales violaciones de los derechos humanos.
En primer término, el sentido común, cualquiera noción básica de
derecho que se tenga, y los expertos que consultó, han hecho que la Comisión concluya
que no existe la "ley de la fuga" en los términos colacionados. No es "per
se" justo ni legal que el captor de un detenido, o su custodio, por el solo hecho de
intentar evadirse aquél, y aunque hayan precedido toda suerte de advertencias, le dé
muerte. En cada caso específico deberán sopesarse sus restantes circunstancias:
peligrosidad del detenido; otros métodos posibles para interrumpir su fuga, menos
drásticos que matarlo; facilidad de recapturarlo aunque se fugue, etc. Lo último era
especialmente relevante en Chile y para este período, con el país férreamente
controlado por las Fuerzas Armadas y de Orden, con estado de sitio, toque de queda, etc. Y
más relevante todavía en lugares donde, por la naturaleza del entorno físico, la fuga
era una verdadera locura, como ser el Campamento de Prisioneros de Pisagua. En fin, si
debido a una fuga era necesario a la postre - después de ponderado todo lo que precede -
disparar contra el evadido, se imponía no hacerlo, de partida, a matar.
En la especie la Comisión encontró, sin embargo, que la autoridad -
en sus versiones oficiales de estos hechos - no probó, ni siquiera enunció, ninguna de
tan imprescindibles circunstancias; más aún, en ningún caso de "ley de la
fuga" la Comisión pudo hallar rastro de investigación judicial (que era de absoluto
rigor, habiendo muertos) ni interno-institucional sobre los sucesos, pese a múltiples
indagaciones y requerimientos al respecto. Ni hubo sobreviviente alguno, en los casos
alegados, a la supuesta aplicación de la "ley de la fuga".
Más aún, y prescindiendo de lo anterior, en ninguno de los casos que
la Comisión estudió, la pretendida "fuga" le pareció ni aún mínimamente
verosímil. Aparecen intentando fugarse personas inermes, custodiadas por un contingente
numeroso y bien armado; personas amarradas, engrilladas o encadenadas; personas heridas, o
en precario estado físico por obra de largas detenciones y de torturas, personas que se
han presentado voluntariamente, etc.
Otra explicación comunmente dada a través de la prensa por las
autoridades e igualmente inverosímil, por las mismas razones anotadas fue que las
personas habrían muerto al oponer resistencia a sus detenciones o al haber intentado
atacar una unidad militar o policial.
Al hablar de enfrentamientos, no se quiere decir que no los hubo
reales, sino que también se les inventó como encubrimiento de estas
ejecuciones,conforme, - en cada caso en que ello ocurre - ha comprobado esta Comisión.
Puede aventurarse que estos modos de explicación no fueron
espontáneos. Resulta indiciario que las excusas del primer tipo - leyes de fuga - se
concentren en algunos días del mes de octubre de 1973, en tanto que las de supuesta
oposición o resistencia aparezcan entre el 18 de septiembre y fines de ese mismo mes.
La mayoría de las ejecuciones del período no han recibido
explicación alguna dada por la autoridad, ni dada a la prensa en aquel período ni a esta
Comisión durante su funcionamiento, a pesar de los requerimientos que se hizo al
respecto.
En una proporción de las muertes de este período, ellas se encuentran
oficialmente consignada en el Registro Civil. En los restantes casos, los cuerpos fueron
ocultados; y, hasta la fecha, las víctimas figuran como detenidos desaparecidos.
e.2.3) Las muertes por tortura
Ya en un acápite anterior hemos dado cuenta de los malos tratos con
que habitualmente se practicaban las detenciones, y el modo sistemático con que se
ejerció la tortura en diversos centros de reclusión. Algunas de esas víctimas no las
resistieron y murieron en medio de ellas.
Las muertes por torturas pueden considerarse simplemente una forma o
especie de la ejecución. Sin embargo, se les da tratamiento aparte por cuanto la tortura,
comunmente - cuando no es sólo una manera de hacer más dolorosa la sanción o la muerte,
caso menos frecuente al que ya nos hemos referido -, busca extraer del torturado alguna
información. En esta época, la información buscada es cualquiera que se estime
necesaria o útil para los fines de la "limpieza". Pero hay una indagación que
se repite incesante y monótonamente en los casos particulares de tortura: la de todo
cuanto conduzca a ubicar depósitos de armas ocultadas por el régimen caído o sus
partidarios.
A este respecto, conviene hacer notar que, si bien esos depósitos
existían, y muchos de ellos fueron hallados en el curso de 1973 y aún de 1974, su
importancia era muchísimo menor de lo que las Fuerzas Armadas y de Orden suponían,
inducidas por la propaganda sobre ello - de ambos bandos - anterior al 11 de septiembre.
Al no encontrar lo que se presumía en materia de armamento, los
uniformados multiplicaban los esfuerzos de búsqueda, y este fue uno de los motivos más
usuales - y más inútiles - de la tortura, a fines de 1973. Es lógico pensar que muchos
de los muertos por tortura figuren asimismo como "desaparecidos".
f) DISPOSICION DE LOS CADAVERES
Los hallazgos posteriores de restos en los más diversos y distantes
puntos del país, correspondientes a ejecutados del período que se analiza - Lonquén,
Pisagua, Calama, Chihuío, Paine, etc. - ilustran uno de los aspectos más dolorosos de
estas muertes: la tendencia a no entregar los cadáveres, ocultándolos de distintas
maneras: en fosas clandestinas o piques de minas, arrojándolos a ríos o al mar,
dinamitándolos. Incluso de combina, en un solo acto, la ejecución y la eliminación del
cuerpo; así, en Santiago y el Sur se practica con amplitud el fusilamiento en puentes
fluviales, de modo que el cadáver caiga al agua y sea arrastrado por la corriente. Se dan
casos extremos de inhumanidad en este sentido. Gente piadosa rescata cadáveres que flotan
en un río, para que luego los agentes del Estado los lancen nuevamente a aquél. A las
familias de algunos inhumados de Pisagua, se les dijo oficialmente y bajo firma oficial
que sus deudos estaban vivos y libres bajo fianza; que los urgieran a firmar semanalmente
en la comisaría respectiva, pues de lo contrario sí que corrían peligro de prisión; y
que los motivos por los cuales no regresaban al hogar sólo la familia podía colegirlos,
y no eran de incumbencia de las autoridades.
La negación y ocultamiento de los cadáveres de los ejecutados se
repetirá, como veremos, en el período que sigue (1974- 1977). Pero en éste tendrá un
carácter sistemático. En el período que analizaremos es un proceder anárquico e
irracional. A veces presenta, sí, la finalidad de no responder sus ejecutores del crimen,
de ningún modo. A veces, la de esconder los maltratos previos o póstumos de los cuerpos.
Pero otras veces no es imaginable ninguna razón. Por ejemplo, que no se entregaran y en
cambio se inhumaran clandestinamente los restos de los fusilados en Pisagua por sentencia
de Consejos de Guerra, reales o supuestos, pero fusilamientos a los cuales las autoridades
habían dado amplia difusión.
g) TRATAMIENTO A LAS FAMILIAS
Lo anteriormente señalado respecto de la disposición de cadáveres es
sólo un ejemplo del maltrato que se dio a las familias de los detenidos, las cuales -
aún suponiendo que las víctimas hubieren incurrido en algún delito - no tenían ninguna
parte en ello. Como prácticas que se reiteran monótonamente, podemos enumerar las que
siguen:
- Negar a la familia el hecho de la detención;
- Negarle el lugar de la misma, o aquel al cual el detenido ha sido
trasladado;
- Negarle la visita, o permitírsela sólo por breves momentos y en
presencia de guardianes, aún después de concluídos larguísimos lapsos de
incomunicación y duros interrogatorios;
- Ocultarle la muerte del detenido;
- Entregarle el cadáver en urna sellada, con prohibición de abrirla;
prohibición de velatorio o de funeral público; orden de enterrar de inmediato y sin
acompañamiento; orden de enterrar en otra parte;
- larguísimas esperas para recibir alguna noticia de los detenidos,
las más de las veces de pie, tratados - los parientes que aguardan - con grosería o
crueldad verbal, ocasionalmente con violencia física, y casi siempre con prepotencia;
- destrucción o robo de objetos y muebles en los allanamientos;
- extorsiones a las familias, bajo falsas y torturantes promesas de
libertad; en alguna parte, la familia debía manifestar su buena disposición depositando
dinero en una cuenta del Banco del Estado;
- orden perentoria de dejar la ciudad o pueblo en un plazo brevísimo,
etc. etc.
No sería exacto decir que en todas partes las familias de los
detenidos fueron tratada de esta manera, pero en muchos lugares así fue, y por un tiempo
excesivamente prolongado.
Frente a ello, resulta admirable la paciencia, pertinacia y dignidad
con que las familias se empeñaron, primero, en mantener el contacto con los detenidos;
segundo, en auxiliarlos y consolarlos; tercero, en defenderlos legalmente; y cuarto, ya
muertos o desaparecidos, en buscar sus restos para honrarlos.
h) EL ENDURECIMIENTO DE OCTUBRE
Según la Comisión pudo concluir, a las pocas semanas del 11 de
Septiembre, la superioridad del mando central llegó a convencerse de que era distinto el
enfoque dado a la intervención militar por ella misma, del que presumiblemente le daban
las autoridades uniformadas de algunas provincias.
Estas - pensaba dicha superioridad -, salvo excepciones, no habrían
sufrido la dura resistencia encontrada en Santiago por el movimiento militar, y antes de
éste a menudo habrían cultivado relaciones amistosas, o por lo menos de convivencia, con
los correspondientes jerarcas o funcionarios provinciales del régimen depuesto. Como
consecuencia de todo ello, se habrían vivido en algunas provincias y continuarían
viviéndose situaciones de "blandura", y aún de lenidad, que podrían estimular
un renacer de la resistencia opositora y que era necesario y urgente corregir.
Se dieron en la práctica algunos hechos en provincias que, en el
concepto de los altos mandos, justificaban las aprensiones indicadas y hacían necesario
adoptar medidas para poner pronto atajo a una situación que a todas luces convenía
evitar.
De estos hechos y consideraciones, al parecer nació la idea de
instruir a las autoridades provinciales, en orden a uniformar y hacer más rápido y
severo el castigo de los delitos de carácter político, juzgando en Consejos de Guerra a
numerosos detenidos por ese concepto.
La Comisión ha reunido un conjunto de antecedentes que la llevan al
convencimiento de que en semejante propósito se insertó la misión encomendada a un alto
oficial del Ejército, quien recorrió el país por vía aérea entre Septiembre y Octubre
de 1973, con el objeto abierto, y al parecer oficial, de acelerar y hacer más severos los
procesos de los detenidos políticos, instruyendo al efecto a las autoridades locales. La
legalidad de esta misión oficial era muy dudosa, según se ha podido apreciar. Hasta el
punto de que incluía instruir al Intendente de Coquimbo para que citara a un nuevo
Consejo de Guerra, a fin de que éste condenara a muerte a una persona que había sido
sancionada con pena menor por un Consejo anterior y en sentencia ya dictada. Pero no se
hablaba de ejecuciones sin proceso; más aún, el mensaje del delegado en viaje contenía
una referencia expresa y repetida a facilitar el derecho a defensa de los procesados.
Se puede entonces - con las limitaciones y advertencias que preceden -
afirmar que esta misión del más alto nivel llevó al Norte y al Sur del país - y
puntualmente a todos los lugares donde, según la autoridad, se habían dado por las
respectivas autoridades muestras de "blandura" - un mensaje abierto u oficial de
celeridad y severidad en los juicios de guerra, pero con relativo respeto de los marcos
jurídicos. Y decimos "relativo respeto" por algunas alternativas del viaje
(como la que se relató sobre el Consejo de Guerra de La Serena) y porque de todos modos
el "mensaje abierto" de la comitiva significaba ya, de por sí, interferir de
algún modo en la labor e independencia de los tribunales de guerra, por encima de la
jurisdicción delegada de los jefes militares de las provincias y departamentos visitados
y aunque la misión no tuviese propiamente funciones de tribunal.
A estas alturas, conviene precisar que el alto oficial delegado se
trasladó a los distintos lugares del país que debía visitar en compañía de otras
personas, también oficiales de Ejército, que aparecían a simple vista como integrantes
de un grupo oficial, para apoyo del delegado principal y bajo su autoridad. Sin embargo la
Comisión ha podido establecer que ello no fue necesariamente así, pues casi todos los
demás integrantes de la comitiva provenían de distintos estamentos y unidades del
Ejército, donde no estaban supeditados ordinariamente a la jerarquía única y exclusiva
del alto oficial delegado. Un elemento de juicio adicional, e importante, es que todas
estas personas, salvo el jefe superior, pertenecerán después a la DINA, y varias de
ellas con cargos destacados en dicho organismo e intervención relevante en ejecuciones
irregulares.
La comitiva visitó numerosas ciudades: Valdivia, Temuco, Linares,
Cauquenes, Talca, La Serena, Copiapó, Antofagasta y Calama, principalmente.
Paralelo al "endurecimiento" abierto y hasta cierto punto
regular que el alto oficial delegado debería obtener en su recorrido, se dio - en aquella
misma comitiva y en parte de su seguidilla de viajes - otro "endurecimiento" muy
distinto.
Algunas de las breves estadías de la comitiva en viaje, efectivamente,
coinciden con ejecuciones sin proceso; a menudo, como se ha visto, agravadas por la
sevicia; disimuladas con versiones falsas; y que en muchos de los casos conllevan la no
entrega y el ocultamiento de los cadáveres, e incluso su destrucción, presumiblemente
para ocultar la saña empleada en el crimen.
Estas ejecuciones, que ocurrieron en octubre de 1973, con mayor detalle
en las secciones regionales de este mismo capítulo, que siguen. Pero su resumen es: 72
muertes que se distribuyen en 4 ejecuciones en Cauquenes (4 de octubre), 15 en La Serena
(16 de octubre), 13 en Copiapó (17 de octubre), 14 en Antofagasta (19 de octubre) y 26 en
Calama (19 de octubre).
Conviene ahora examinar la relación de la comitiva de alto nivel
venida de Santiago, con estas ejecuciones.
La comitiva estuvo físicamente presente en las ciudades y horas de
todas ellas.
En todas, se pretextó la "ley de fuga"; hace excepción el
caso de Antofagasta, donde en algunos de los casos se inventaron (según parece) Consejos
de Guerra para los fines de ocultamiento de la verdad, y de regularización formal de la
documentación pertinente.
Por último, las ejecuciones todas fueron selectivas, de socialistas,
comunistas y miristas, con énfasis sobre los primeros. Se advierte que, de 72 ejecutados,
40 son socialistas.
De las coincidencias anteriores, se desprende una fuerte posibilidad de
que miembros de la comitiva hayan intervenido en los cinco grupos de ejecuciones
indicados. Sin embargo, la Comisión no ha podido convencerse de que tales personas hayan
actuado en Cauquenes, donde no hay ninguna prueba concreta de que así fuese; donde no
coincide el número relativamente reducido de las víctimas, con el muy superior de las
otras ejecuciones; y donde la comitiva estuvo muy pocas horas.
En cambio, la comisión se ha acercado más al convencimiento pleno en
el caso de las muertes pretextadas como ley de fuga en Copiapó, sin alcanzar ese
convencimiento, no obstante, con absoluta cabalidad. Los hechos de Copiapó son similares
como dos gotas de agua a los de La Serena, Antofagasta o Calama. Quien, de la oficialidad
local, de Copiapó realizó materialmente los crímenes, es inverosímil que lo haya hecho
sin orden superior. Y no hay explicación que haga plausible que fuese el jefe local quien
diese esa orden, hallándose en la plaza un superior con facultades máximas delegadas, u
oficiales de su comitiva que pudieran atribuírse la representación de este Superior, o
una autoridad paralela a la de éste. Pero los antecedentes aportados hacen improbable que
miembros de la comitiva hayan efectivamente actuado esa noche del 16 al 17 de Octubre en
Copiapó, aunque no puede descartarse por entero la posibilidad de que, al menos, los
hechores locales hayan sido instigados o inducidos por esos miembros.
Distinto es el caso de La Serena, Antofagasta y Calama.
Aquí es absolutamente cierto e indiscutible, con pruebas definitivas,
que por lo menos tres miembros de la comitiva participaron de manera directa en los
crímenes. Y como éstos se fueron produciendo, sucesivamente, a medida que aquélla
llegaba - en etapas también sucesivas de un mismo viaje - a dichas tres ciudades, es
inescapable la conclusión de que no sólo participaron en las ejecuciones, sino que las
organizaron e indujeron a las oficialidades locales a participar en ellas. Pues para las
referidas tres ciudades se presenta esta última característica común (que se halla
comprobada, aunque no integralmente, para Cauquenes y Copiapó): a saber, que
coprotagonizan los crímenes oficiales de la comitiva y oficiales de la ciudad respectiva,
usando tropas y otros elementos (v.g. vehículos) de ésta, y en toda apariencia sin
saberlo el superior local, y mientras este se encontraba relevado del mando, según
resulta de los antecedentes reunidos a este respecto por la Comisión. En cuanto al jefe
formal de la comitiva, los remitimos a lo dicho al tratar el caso de Copiapó.
Cualquiera alternativa que se haya dado, no cabe discutir que este
viaje al Norte, con su carácter oficial y extraordinario, con la altísima autoridad -
emanada de la Comandancia en Jefe - que lo presidía, con su secuela de impactantes
ejecuciones sin proceso, y con su ostentosa impunidad, no pudo dar a los oficiales de las
Fuerzas Armadas y de Orden sino una sola señal: que el mando era uno solo y había que
ejercerlo duramente.
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