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Tomado de El Siglo,
13 de agosto 2004 Operación
"Retiro de Televisores"
Pinochet dio la orden
Por Julio Oliva García
Acosado por las huellas de sus
robos, Pinochet vive momentos decisivos en tribunales. A la investigación por sus
crímenes se han agregado la de las cuentas del Banco Riggs, el nuevo procesamiento de su
hijo y la confesión de algunos autores de exhumaciones ilegales que lo acusan como quien
dio directamente la orden para hacer desaparecer definitivamente los cuerpos de los
prisioneros asesinados. Esta operación es la que, en mensaje encriptado, el dictador
denominó "Retiro de Televisores".
A fines de 1978, siendo teniente en la Sección II de Inteligencia del Regimiento Buin, el
capitán (R) Pedro Andrés Rodríguez Bustos recibió una orden codificada de la
Comandancia en Jefe del Ejército, que a su vez era enviada a todas las guarniciones y
divisiones del país. 21 años después, en 1999, declaraba ante el ministro Juan Guzmán
Tapia que ese mensaje en clave estaba firmado por Augusto Pinochet Ugarte y daba órdenes
perentorias "de reunir a los oficiales y suboficiales que hubiesen estado sirviendo
en esas unidades entre los años 1973 y 1974. Dicha reunión debía tratar de obtener de
este personal la información que tuviesen respecto al paradero de los cuerpos de personas
ejecutadas y enterradas al interior de unidades militares o, en este caso específico, en
el campo militar de Peldehue, atendiendo que ese campo iba a traspasar parte de sus
terrenos a la Compañía Minera Andina y, por lo mismo, debía saberse si en dichos
terrenos se encontraban inhumaciones clandestinas, ya que de ser así se requería la
exactitud de los lugares para proceder a la exhumación y eliminación de los
cadáveres".
A pesar de que esta información traspasó las paredes de los tribunales, muchas voces
interesadas se alzaron para desvirtuar la declaración de Rodríguez Bustos, incluso desde
instancias oficiales que hablaban de una "operación de inteligencia", lo que
atentó en contra de la credibilidad del ex uniformado.
El peso de los hechos
Sin embargo, el capitán Rodríguez insistiría y otros testimonios vendrían a avalar su
exposición. A principios de julio de 2004 ratificaría sus dichos, comenzando por su
historia personal: "Ingresé a la Escuela Militar en el año 1967, egresando como
subteniente en el año 1972, sirviendo en diferentes unidades del país, entre las cuales
puedo destacar el Regimiento de Artillería Motorizado N° 2 Arica, con
guarnición en La Serena, Escuela Militar, Regimiento de Infantería N° 1
Buin, Cuartel general de la Segunda División, Regimiento de Infantería N° 4
Rancagua con guarnición en la ciudad de Arica.
Hago presente que, luego de haber prestado servicios de refuerzo en el Regimiento Buin,
entre los años 1974 y 1975, cumplí funciones como Oficial Instructor en la Escuela
Militar, debiendo agregar que el año 1976 soy destinado al Regimiento Buin, donde pasé a
cumplir funciones en la Sección II, Inteligencia, debiendo señalar que el año 1978 se
recibe una orden de comando emitida por la Segunda División de Ejército, cuyo comandante
a esa fecha era el general Enrique Morel Donoso. Dicha orden tenía como referencia la
orden de la Comandancia en Jefe del Ejército y fue remitida a todas las guarniciones y
divisiones del país". La orden impartida, que apuntaba a no repetir el
"bochorno" de Lonquén, sería conocida como "Operación Retiro de
Televisores".
En otra parte de su declaración, el oficial Rodríguez señala que "esta reunión
la que congregaba a los que habían participado en ejecuciones y entierros
clandestinos- tuvo el carácter de general para estas personas, pero los comandantes de
regimientos debían recibir la información en forma individual de los que la iban a
proporcionar, así fue como sucedió en el Regimiento Buin y el comandante de la época,
coronel Mario Navarrete Barriga, hoy general en retiro, recibió en su oficina privada al
personal que debía entregar algún tipo de información, ya que a esa fecha existía un
solo oficial que había estado en esos años. Esa información se mantuvo con el carácter
de secreto, al igual que la calificación que tenía la orden emanada del escalón
superior. Debo hacer presente que, en mi calidad de Oficial de Inteligencia de dotación
en esos años de la Sección II del regimiento Buin, con el grado de teniente, recuerdo
que entre los suboficiales que se presentaron ante el comandante para entregar la
información que poseían, puedo mencionar a dos funcionarios que trabajaban bajo mi
dependencia: Juan Ibáñez y Jorge Aguilar, debiendo agregar que a la fecha desconozco
qué otros suboficiales de dotación del Buin fueron los que se presentaron ante el
comandante para entregar información.
Debo señalar que, en reuniones de coordinación entre oficiales de inteligencia con el
comandante del destacamento especial de Inteligencia de la II División, se nos informó
que la información remitida a la división y guarnición militar de Santiago tendría
siempre el carácter de secreto, pero no obstante ya habiendo hecho un catastro de los
lugares donde se encontraban cuerpos, estos iban a ser exhumados por personal del
Regimiento de Ingenieros de Puente Alto con apoyo de personal del Comando de Aviación,
para su desaparición. También trascendió en esas reuniones que algunos restos humanos
iban a ser trasladados dentro del mismo campo militar de Peldehue, desde su fosa original
a otros lugares.
Con respecto al cumplimiento de esta orden a nivel nacional, debo señalar que de lo
ocurrido con cuerpos enterrados en unidades militares de provincia, debo suponer que el
procedimiento fue el mismo al aplicado a Santiago, tanto para obtener información del
personal, como para proceder a la ubicación y exhumación de los cuerpos".
En efecto, después de recopilada la información, usando como pretexto público el que se
estaba negociando la venta de terrenos de Peldehue con la empresa Minera Andina, se
dispuso que era primordial limpiar una franja de tierra que corría al sur del predio, que
se le denominaba "Cajón de los Ratones". Por lo mismo, se hizo necesario el
traslado de fosas hacia el norte de Peldehue, hacia el cerro Las Tórtolas.
La remoción de cuerpos tuvo como fecha el 23 de diciembre de 1978, día en que un equipo
de uniformados procedió a las exhumaciones usando una máquina retroexcavadora, para
iniciar las siniestras labores, y luego se dieron a la tarea con picos y palas durante
muchas horas. Quien guiaba la búsqueda y excavación era el suboficial Eliseo Cornejo
Escobar, uno de los que había participado en los ametrallamientos de 1973. La
supervisión había quedado en manos del comandante Hernán Canales Varas.
Los cuerpos, mayoritariamente enteros gracias a la conservación proporcionada
naturalmente por la tierra de la zona, fueron metidos de a uno en sacos de papas,
trasladados al camión tipo Unimog y subidos a un helicóptero Puma del Ejército. El
destino final de los ejecutados de La Moneda estaría mar adentro.
Los traslados de fosas serían comprobados por la ministro Amanda Valdovinos, quien
descubriera los restos de Juan Luis Rivera Matus, a quien la "Mesa de Diálogo"
había dado por lanzado al mar. Unos meses después vino una nueva sorpresa: en una gran
fosa al interior del Fuerte Arteaga se encontraron más de 500 piezas óseas, entre
fragmentos de cráneos, extremidades y dientes, que corresponderían a parte de los
detenidos de La Moneda. Junto a los restos humanos había restos de granadas y balas. Todo
indicaba que, tras ser fusilados a pocos días del golpe militar, los prisioneros habían
sido arrojados a la fosa y hechos explotar.
Por todo Chile
Las últimas investigaciones realizadas en Cuesta Barriga por el ministro Héctor Carreño
dieron como resultado el hallazgo de dientes y pequeñas vértebras, presumiblemente
pertenecientes a parte de la dirección clandestina del PC secuestrada a fines de 1976. El
hecho de que no pudiesen encontrarse huesos de mayor tamaño era prueba de que también
aquí habían sido removidos los cadáveres.
Volvieron a tomar fuerza, después de años de silencio obligado, los testimonios de
lugareños que aseguran haber visto camiones del Ejército trasladando cuerpos en 1987.
En Calama, la investigación del ministro Juan Guzmán permitió identificar restos de
Carlos Berger y a Domingo Mamani. Los fragmentos encontrados evidencian remociones. En
Pisagua existe la confirmación de que efectivamente hubo remociones de cuerpos y que
fueron destruidos.
En Chihuío, las 18 personas que fueron ejecutadas y enterradas en octubre de 1973 serían
removidas cinco años después, cuando una patrulla militar llegó al sector a desenterrar
los cuerpos sin que hasta ahora se conozca su destino final. En 1990 el ministro en visita
Nibaldo Segura se constituyó en el lugar y pudo establecer que efectivamente había
restos óseos muy fragmentados que quedaron después de la remoción de restos, los que
fueron enterrados simbólicamente en el cementerio de Valdivia.
En noviembre de 1979, el Vicario de la Solidaridad Ignacio Ortúzar le entregó al
ministro Humberto Espejo, quien investigaba la detención de seis campesinos de Paine,
antecedentes acerca de inhumaciones masivas e irregulares en el Patio 29 del Cementerio
General, en 200 fosas con cadáveres identificados y N.N. Entre los cuerpos sepultados con
identificación había varios detenidos de Paine que habían pasado por el Cerro Chena.
El tribunal constató la existencia de decenas de tumbas con más de un sepultado, así
como la existencia de más de 100 con anotaciones de N.N. A fines de 1979, el ministro
Espejo comunicó al director del Cementerio la prohibición de incinerar, exhumar o
trasladar los restos de personas enterradas sin identificación. A principios de los 80,
trabajadores del Cementerio informaron que se estaban llevando los cuerpos, finalmente
sólo se pudo identificar a 78 personas de un total que podría haber llegado a más de
200.
Un ex agente de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), entrevistado por Qué
Pasa bajo el alias de "don Eduardo", asegura que las exhumaciones ilegales
continuaron hasta muy avanzado el régimen dictatorial. Así fue como en 1986, ante las
presiones que ejercía la Iglesia Católica y el difícil panorama político que se
enfrentaba, "como se tenía certeza de que había lugares con fosas con restos de
detenidos desaparecidos en Peldehue", afirma, "se encomendó la tarea a unidades
especializadas de inteligencia a objeto de que se produjeran exhumaciones con el apoyo
reservado del Comando de Aviación del Ejército. Los trabajos se realizaron con rapidez y
reserva, pero no estuvieron exentos de dificultades. El terreno era muy duro y pedregoso
y, si bien los cuerpos estaban enterrados a poca profundidad -entre 50 centímetros y un
metro bajo tierra-, fue necesario llevar maquinaria pesada desde el Comando de Ingenieros
que quedaba en Santiago, para remover la tierra.
Este proceso duró cerca de un mes. A medida que avanzaban las remociones de cadáveres,
se iban almacenando en bolsas de polietileno negro grueso y se ordenaban a un lado de la
fosa, para luego cargarlas dentro de un helicóptero Puma, que despegaba hacia la costa
ubicada entre Quintero y Valparaíso. La tripulación de la aeronave estaba compuesta por
dos oficiales pilotos, dos suboficiales mecánicos y otro telecomunicador. Las bolsas con
los cuerpos eran mezcladas con piedras para hacerlas más pesadas. Eran lanzadas al mar
desde mediana altura, ya que se creía que al momento de caer se podía romper el
polietileno y disgregar su contenido en el mar. Todo se hizo en el más absoluto
secreto".
El suboficial Balboa Ortega
Ratificando los dichos de Pedro Rodríguez Bustos, aparece el testimonio de Juan Carlos
Balboa Ortega, retirado como sargento primero del Ejército, quien señala que "en
marzo de 1979 postulé y fui aceptado en un curso de auxiliar de inteligencia impartido
por la Escuela de Inteligencia ubicada en Nos, egresando a fines de agosto de ese año. Al
llegar a mi unidad, el Regimiento de Caballería Blindada N° 3, "Húsares de
Angol", fui destinado a la Sección II de Inteligencia, siendo en esa época el
comandante del regimiento el coronel Patricio Escudero Troncoso. A fines de 1979 se
recibió en la unidad un criptograma secreto con denominación A-1, que indica máxima
urgencia, proveniente del Comandante en Jefe del Ejército, Capitán General Augusto
Pinochet Ugarte, dirigido a todas las unidades militares del país. En resumen, este
documento informaba que todos los comandantes de unidades serían responsables
administrativamente de la aparición de cuerpos de ejecutados políticos en su
jurisdicción, por lo cual ordenaba realizar todas las diligencias correspondientes para
evitar que terceros encontraran los lugares de inhumación de cada jurisdicción militar.
Este documento fue recibido, visado por el jefe de sección y entregado personalmente al
coronel Patricio Escudero. Recuerdo claramente haber leído este criptograma y haberlo
comentado con los otros integrantes de la sección, entre ellos los suboficiales
Rebolledo, Cáceres y Castro. Los criptogramas clasificados A-1 pueden ser recibidos a
cualquier hora del día y llegan a la sección Telecomunicaciones del regimiento, que los
entrega a la Sección II. El funcionario de esta Sección que los recibe tiene una hora de
plazo para descifrarlos y entregarlos al comandante. Posteriormente, en el mes de marzo de
cada año, se procede a su incineración junto con todos los documentos recibidos hasta el
31 de diciembre".
El suboficial Balboa señala que "en enero de 1980 me encontraba de vacaciones en un
fundo cercano a Mulchén, donde tuve la oportunidad de saber que un grupo de personas de
ese lugar había sido asesinado en un lugar que correspondía a la jurisdicción de mi
regimiento. Al volver de mi feriado legal le comuniqué esta situación al comandante
Escudero, quien me ordenó que fuera a buscar el criptograma que impartía instrucciones
sobre este tema y que daba cuenta que serían pasados a retiro los comandantes de
regimientos en cuya jurisdicción se encontraran cuerpos de ejecutados políticos. Lo
encontré y se lo pasé al comandante, quien llamó al comandante del regimiento de Los
Angeles, haciéndole ver que había un problema de jurisdicción, ya que se conocían los
antecedentes de ejecutados políticos por parte de personal de esa unidad militar. Por lo
anterior, el comandante del regimiento de Los Angeles solicitó que me presentara de
inmediato en su unidad.
En Los Angeles me reuní con el comandante del Regimiento de Infantería de Montaña
Reforzada N° 17, que me contactó con el jefe de la Sección II de su unidad para
organizar el viaje. Al día siguiente salimos en dos vehículos, una camioneta y un
station wagon, sin identificaciones militares y de civil. Por el camino Curaco nos
dirigimos hacia el sector El Amargo, donde el suboficial Paredes (ver recuadro), de
dotación del Departamento II de la III División de Ejército de Concepción, conversó
con un lugareño sobre los entierros en el sector.
El primer lugar que visitamos se encontraba en el sector El Amargo, a un costado del
camino en la rivera norte del río Renaico. Como no correspondía a mi jurisdicción lo
hice presente y unos ocho o nueve funcionarios cruzaron el río. Unas tres horas después
regresaron cargando siete u ocho sacos paperos, cada uno con un cuerpo. Luego fuimos unos
diez kilómetros al oriente, donde fueron desenterrados otros cuatro cuerpos y subidos a
la camioneta, al igual que los primeros. El grupo de Los Angeles estaba bajo las órdenes
del teniente jefe de la Sección II, pese a lo cual el mando operativo lo tenía el
suboficial Paredes de Concepción, quien dirigía los trabajos mientras el oficial daba su
aprobación".
Sobre el mismo tema, el ex director de la CNI Odlanier Mena Salinas asumió públicamente,
a fines del 2000, que "el hallazgo de cuerpos en Lonquén produjo una grave
conmoción social interna. El país estaba en los preliminares de la casi guerra con
Argentina. Uno de los elementos fundamentales era la cohesión del frente interno, es
decir, que la gente estuviera convencida de que el país tenía la razón para ir a la
guerra y que apoyara a sus Fuerzas Armadas. Se podía inferir que si aparecían nuevos
lonquenes el frente interno se iba a dañar. Por esto los comandantes en jefe
resolvieron que las unidades, no CNI, hicieran un catastro de los posibles cementerios
ilegales que hubiera en cada zona".
Mena intenta descartar la participación de la CNI, pero todos los indicios apuntan a que
trabajaron en conjunto con las secciones de inteligencia del Ejército para evitar
"nuevos lonquenes" y, de este modo, mantener "la cohesión del frente
interno". De esta forma, la única solución era obedecer la orden de Pinochet y
"retirar los televisores".
Prácticas nazis
En Auschwitz se llegó a un promedio de 24.000 asesinatos diarios usando el método de las
cámaras colectivas de gas para luego aplicar la incineración, en crematorios
científicamente planificados, como forma de asegurar la eliminación de los cadáveres.
Existían 46 nichos de horno, cada uno con capacidad para entre tres y cinco personas. La
incineración duraba media hora y, para la limpieza, se ocupaba una hora diaria. Cuando
estos hornos no daban abasto, en agosto de 1944, se cavaron seis enormes fosas y se
reabrieron algunas anteriores hechas en el bosque contiguo. Las fosas tenían
canalizaciones en un lado para recoger la grasa humana hirviendo, que serviría para
mantener su funcionamiento junto con la aplicación de aceite y alcohol, pues se
necesitaba un fuego fuerte y permanente. Después de encender los hornos con coque al
empezar el día hasta que alcanzaban la temperatura adecuada, apenas requerían un poco
más de combustible para funcionar.
El suboficial Juan Carlos Balboa señala en parte de su testimonio respecto al destino
final de los cuerpos exhumados que ignora lo sucedido "no obstante, recuerdo que el
suboficial Paredes comentó que había realizado un curso de inteligencia en Alemania,
donde había aprendido a incinerar cadáveres, incluso dijo que había que tener una
parrilla grande, poner los cuerpos encima e iniciar el fuego con leña y petróleo,
combustible que debía seguir poniéndose en el fuego cada cierto tiempo hasta conseguir
que se convirtieran en cenizas completamente".
El Departamento II de Inteligencia del Regimiento Los Angeles contaba con un horno de
ladrillos con chimenea. Allí fueron lanzados los cuerpos de una docena de ejecutados de
la zona.
Los que saben del "destino final"
En la Escuela de Artillería de Linares, al momento de las exhumaciones ilegales se
encontraba al mando el teniente coronel Patricio Gualda Tiffani, quien desde 1985 a 1988
sería el último rector designado de la Universidad de Santiago (USACH).
Gualda dio al capitán Mario Gianotti Hidalgo la orden de formar un equipo de
desenterradores, según él luego de recibir la información del "retiro de
televisores" por parte de su segundo, el subdirector Ricardo Gaete Villaseñor. Uno
de los integrantes del especial equipo era el teniente Hernán Véjar Sinning.
Los autores de la desaparición de seis prisioneros en Linares, procesados por el ministro
Alejandro Solís, son el ex vicecomandante en jefe del Ejército Jorge Zincke Quiroz; el
ex director de la Escuela de Artillería de Linares y ex comandante de la Guarnición de
Ejército de la Región Metropolitana, mayor general Carlos Morales Retamal; el general
(R) y ex subsecretario de Relaciones Exteriores del régimen militar, Humberto Julio; y
los coroneles en retiro Juan Morales y Félix Cabezas.
Por este caso fue citado a declarar el ex director de Investigaciones, Nelson Mery, quien
después de septiembre de 1973 fue destinado a la Escuela de Artillería de Linares, en
calidad de oficial de enlace con el entonces director de la unidad, coronel Gabriel del
Río.
En el caso de los desentierros de Peldehue, el ministro Juan Carlos Urrutia mantiene
procesados a cinco uniformados, entre quienes destaca el comandante del Regimiento Tacna
en 1978, coronel Hernán Ricardo Canales Varas. Los otros implicados son el jefe de
inteligencia de la época Luis Antonio Fuenzalida Rojas, y los suboficiales Eliseo Cornejo
Escobedo, José Canario Santibáñez y Darío Gutiérrez de la Torre. Anteriormente, el
mismo juez había procesado, como autores del secuestro de 12 prisioneros de La Moneda, a
otros nueve uniformados, entre los que figuran el general Luis Joaquín Ramírez Pineda y
el brigadier Pedro Espinoza Bravo, quien habría supervisado el ametrallamiento y la
sepultación clandestina de los ejecutados.
Canales Varas, en tanto, es quien aparece comandando la operación de exhumación y retiro
de los cuerpos que eran ensacados y subidos a un camión Unimog, para luego llevarlos
hasta el helicóptero que los conduciría a su "destino final". Los
"favoritos" de Pinochet para pilotear estos helicópteros eran los mismos que
participaron en la Caravana de la Muerte: Antonio Palomo Contreras, Emilio de la Mahotiere
González y Luis Felipe Polanco.
En el caso de Pisagua, los mismos que están procesados por los secuestros y ejecuciones
deben tener información de lo ocurrido con algunos de los cuerpos que aún no son
encontrados. Entre ellos aparece el suegro del actual Comandante en Jefe del Ejército, el
ex vicecomandante Carlos Forestier, junto a Pedro Espinoza Bravo y el suboficial Miguel
Aguirre.
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DEDICATORIA:
BANCO DE DATOS RROJAS está dedicado a la
memoria de Salvador Allende, José Tohá, Victor Jara, Orlando Letelier, Carlos Prats, y
miles de otros ciudadanos chilenos y extranjeros asesinados por orden de Pinochet, Merino,
Leigh y Mendoza, los cuatro bandidos que atormentaron al pueblo chileno por casi veinte
años, en complicidad con las compañías transnacionales de Estados Unidos y terroristas
estatales como Henry Kissinger para servir las necesidades económicas y políticas de la
clase capitalista internacional.
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