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"Rorrito", me decía Pepe, "nunca
escriba si no tiene algo que decir". Nunca escribí sin tener algo que decir. Ahora
también tengo algo que decir. Tengo que decir la ira contra los bandidos, asesinos,
maleantes, traidores, hijos de puta en uniforme de generales que destruyeron físicamente
tantos seres humanos, que silenciaron tantos seres humanos con la barbarie de sus actos
bestiales, en nuestro hermoso pais dibujado con cósmica maestría por montañas que
semejan galaxias terrestres, azules que son mar y cielo al mismo tiempo, y mil colores que
tejen el origen de la vida sin parar. Tengo que decir también que seres humanos como
José Gómez López no pueden ser silenciados por alimañas en uniforme militar,
defensores del capital extranjero, defensores del poder del dinero nacional. Cuando los
bandidos, asesinos, maleantes, traidores, hijos de puta en uniforme de generales sean
olvidados por la historia, los José Gómez López de todos las latitudes estarán en la
memoria de los pueblos. Leer este cuento escrito por Pepe en tan terribles circunstancias,
es como si estuviéramos conversando de nuevo, planificando de nuevo la edición de
mañana de Puro Chile, y aprobando, con el otro compañero de sueños, que murió de
angustia en Paris, Eugenio Lira Massi, el título de primera pagina describiendo a los
jueces de la Corte Suprema chilena como ¡VIEJOS DE MIERDA!, por conspiradores y cazurros.
Y luego, al día siguiente, cuando las fuerza oscuras nos presionaban para retractarnos,
hacer florecer nuestra portada con ¡NO SON DE MIERDA, SON LADRONES!. Gracias Pepe, por
sobrevivir de tan hermosa manera por encima de la miseria humana que los generales
traidores esparcieron por Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. Róbinson Rojas, 10 de febrero del año 2001 |
Reproducido de La Firme. Le duela a quien le duela.
Sábado 10 de febrero del 2001
JOSÉ GÓMEZ LÓPEZ Escribir en la cárcel con todo lo
que significa estar privado de libertad, llevado a Fiscalías Militares para largos e
inútiles interrogatorios, ante jefes militares que fueron compañeros de liceo -el
inefable Lastarrias-, retornar a la celda, escribir a escondidas protegido por el tejido
humano de los demás presos, entre ellos un capitán de ejército por porfiado, sí, por
porfiado, porque continuó investigando sobre el Plan Zeta cuando el alto mando lo había
prohibido y terminó preso, José Gómez López era despertado de madrugada para que junto
a siete o seis presos políticos volviera a respirar el aire de la libertad de la calle,
atisbarla a lo más, y sufrir la angustia, no el miedo creo yo, de ser puestos a
disposición de un pelotón de fusilamiento. Y la ejecución se realizaba, en sitios
desconocidos, apartados. Mario Gómez López |
CUENTO DE JOSÉ GÓMEZ L. Los picachos nevados de la cordillera los tenía encima de los ojos. Ya cuando abrió las puertas de vidrio del balcón, una masa de aire helado lo había sacudido como si hubiera abierto la puerta colosal de la heladera del mundo. El cordón blanco de Los Andes interrumpía brutalmente la perspectiva de esa noche transparente. Los ojos -como los de un conejo ante la lámpara del cazador- se congelaban en la inmovilidad de aquel hechizo y el tiempo se interrumpía -¿se interrumpía o no existía?- porque le acudían a la memoria episodios y personas de épocas distintas y de todas las edades y advertía que el corazón surtía sangre con desenfrenada generosidad como si funcionara por su cuenta o fuera un alegre batarate. Los rígidos fantasmas blancos erizados de púas estaban alineados como una barrera de hielo que acorralaba a la ciudad en medio de la noche. Desechó la idea que se trataba de una bufanda de hielo que acogotaba a la ciudad, por dos razones: una, porque le pareció injusto atribuirle a la montaña la proclividad de sus propios instintos y la otra porque la idea del corral le parecía mucho más adecuada. Él, en ese balcón saliente, estaba helado, pero quizás por eso mismo se sentía como un factor de ese paisaje. Pensó que si estiraba una mano podría alcanzar los cerros y acariciarles los copos como si se tratara de la tusa de un caballo. Tuvo el impulso de hacerlo y perezosamente empezó a mover su brazo derecho, pero desde la sección del cerebro que maneja los reflejos de la prudencia le hicieron una seña y se retuvo porque sabía que desde atrás la voz de la Maggie le llegaría suavemente a las orejas en ese tono anestesiante que él, alguna vez, había asociado a la imagen propia, genérica y antonomástica de la mujer, levemente tocada, en este caso, por la cálida y fragante luz rosada de un velador en penumbras. "¿Qué pasa?", diría. Y dejaría a continuación un silencio insinuante para dar entrada a una forma de respuesta. Él lo sabía porque estaba amaestrado, pero esta vez no diría nada y esperaría..."¿Está lloviendo otra vez?". Él sabía que así hubiera sido y también sabía que esa vez lo trastornaba porque no le hablaba tan sólo en la oreja, sino que le tocaba el más recóndito teclado de su universo físico y lo enardecía. Además a él le gustaba escucharla aunque no le prestara atención a lo que dijera, porque le ocurría con esa voz igual que con el aroma de esa mujer. Se le acercaba para olfatearla. Permiso para olerla -le decía... "¿Dónde?... y ella se resistía blandamente al atraque... ¿aquí en el cuello... en el pecho o en la cintura y el vientre otra vez, igual que siempre?" ...Toda sería mejor... "Así se habla- decía mientras se quitaba todo. Por eso me gustan los hombres absolutos. Nada de esas cosas tímidas y vacilantes que se van dando de a poco y que terminan siempre en raptos veloces, espasmódicos y brutales que son lo peor, porque son schocks. Asustan". Pero hoy, él quería arrancarle al diálogo y fugarse también de ella. Por eso pensó una variante para el impulso de su mano derecha que ya iba saliendo como una serpiente hacia la noche, con la palma hacia abajo. La detuvo y dio vuelta la palma hacia arriba y la atrajo hacia su cuerpo. Tenía la nariz helada y no podía olorosar la noche. Se puso la palma en la boca y los dedos juntos en la nariz y sopló aire caliente para llevarlo de la boca a la nariz y la mano derecha le quedó chica para enormidad de frío que tenía y entonces juntó las dos en un hueco en que cabía cualquiera nariz, incluso la suya. Sopló aire caliente sorprendido y quedó a la espera. "¿Tienes frío?", preguntó ella regaloneándolo, pero él no contestó, porque estaba empecinado en la idea de que la voz de atrás lo interrumpía, lo neutralizaba y él estaba en otra cosa, en algo íntimo y personal. Alguna vez le pasa a uno ¿no?. ¿Cómo le iba a decir a la Maggie que frente a ese paisaje se sentía igual que un feligrés prosternado ante el altar tratando de alcanzar una humilde forma de comunión con el espíritu de Dios?. A él -pensaba- le pasaba lo mismo. Reclinado en ese balcón de un sexto piso bajo la cúpula de esa noche negra y silenciosa, por encima de los techos bajos que aún merodean el sector oriental del cerro Santa Lucía sentía una forma de comunión con esos cerros nevados que se metían por el balcón a la sala, a pesar de que él sabía que estaban a unos ochenta kilómetros de distancia... El indio Horacio había dicho que si la nevazón empezaba a la oración lo mejor pa'uno era dejar el viaje p'al otro día con luz natural porque los caballos eran cierto que eran aguantaores pero si la nevazón venía muy tupía y el trecho era muy largo después de un tiempo y así como de un repente los pingos pue'en perder el sentío y la oreja ya no le sirven pa'orientarse entre la nevazón, el ventarrón y el frío y entonces ya no saben pa'onde tirar los poures brutos y diai se empacan nomás y que'an con uno arriba hasta que se acaba to'o y a esa altura pa' que sepa ya no no tiran ni pa'la querencia porque se les acaba el intinto y andando así al tun-tun pu'en caer lo más bien a un barranco porque la nieve blanca tapa las hondonás como si juera una sábana y así todo parece plano pero blanco y negro y los caballos se ciegan y uno tamien y diai viene el desepero y ya no va que'ando ná pu's patrón pa'quear empala'o o pa'no aparecer nunca más hasta el verano en que lo encuentran porai a uno en un barraco con la cara llena e'risa... Claro, pues Horacio, le podía decir ahora, desde veinte años de distancia, pero cuando uno tiene dieciocho años anda buscando probarse en todas las pruebas y aquella tarde de julio iba a cumplir dos meses solo en El Pelán, en la pura compañía de dos caballos y dos vacas con sus respectivos terneros que vivían tabique por medioi conmigo y pateaban las tablas toda la noche tratando de pasar para este lado seguramente para arrimarse al calorcito del fogón que yo no apagaba nunca. Demás yo estaba aislado en ese peladero del valle de Lonquimay y ese día de julio me había dado por hacerme presente en la Junta pa'la borrachera de esa noche con motivo del San Enrique y yo sabía que si me tiraba los treinta kilómetros con ese tiempo por las huellas de los cerros subiendo y bajando los riscos y enfrentándome a los precipicios que bordean el curso del Bío-Bío y llegaba a La Junta me iban a quedar mirando espantados y me dirían que ya era un baquado o poco menos y por eso fue que sonriéndole orgullosamente a la aventura saqué al Zaino para ensillarlo, porque uno a los dieciocho años, Horacio, hace cualquier prueba por los puros aplausos. -La noche estaba limpia. Rolex daba su hora luminosamente celeste: las 7 y 15. No siempre era así, quiero decir que no siempre la hora era del mismo color ni de igual nitidez, pero ocurre que después de una lluvia de otoño, el denso pozo de humo en que revuelcan sus vidas los santiaguinos, queda lavado y todo se despeja. Entonces los cerros nevados se acercan, avanzan sobre la ciudad, la cercan, la ocupan y la limpian y uno siente que esa es la única autoridad auténtica e incontestable, el único poder en todo ese contorno, que notifica su jerarquía por presencia y que no acepta desafíos, discusiones ni aniñadas. Esta era una noche en que el paisaje ejercía su imperio sobre la comarca y él sentía esa llamada de los cerros y pensaba que sólo le faltaba aullar como los lobos para sentirse un ente propio y familiar de ese misterio. Eso le pasaba. Sentía admiración y respeto por ese paisaje y un sentimiento egoísta lo empujaba a la más absoluta soledad porque le parecía que lo podían echar si se hacía acompañar por alguien. "Aquí estoy -¿ve?- solo. ¿Me puedo quedar? No hay nadie más". Y tenía que ser a solas porque él, por último, no era un predicador ni un pastor de almas extraviadas. No tenía nada que explicar ¿Para qué, por lo demás, si nadie le hubiera entendido una papa?-----...la verdad era que yo arriba del Zaino me sentía dueño del mundo que quedara a tiro de su tranco o de su galope, según se fuera dando la cosa y por eso lo ensillé silbando una furtiva lágrima y haciéndole cariño en el cogote. Me puse el poncho de castilla y un sombrero alón y puntiagudo que se parecía a los boyscouts, le metí las prevenciones en la montura, le dí cuerda al reloj luminoso, me subí diciéndome upa muchacho y le dije al Zaino "primero nos tiramos hasta allá arriba ¿vís? Le echamos una mirada al río desde esos setecientos metros y nos vamos dejando caer"...------ un resplandor luminoso lo interrumpió. Era una circunferencia oscura encerrada en un círculo rojo. Un pestañeo de mippe llenó el hueco con infinidad de círculos rojos y al final apareció al medio, en letras blancas, la firma de es proeza: Coca-Cola. Hizo un gesto despectivo con la boca y dijo: no le hacen ni caso a este paisaje. Todo esto les da lo mismo. Podrían vivir en cualquier parte. Desplegó la mirada por el sector y pensó que esa ciudad era una simple aglomeración de transeúntes, de gente de paso. Miró a la derecha y sonrió descomedidamente... ¡Mire, señor, aquel Cristo de torta de novia que le pusieron de cucurucho a la casa central de la Universidad Católica. Es una huevadita. Dios me perdonará, pero con esos colosales cerros de guardianes de la comarca, estar usted señor, presidiendo esta ridícula asamblea de tabiques DFL-2!. No son hijos suyos, señor, estos fantoches. ¡Miserables! -y pensó que les gritaba- no han creado nada compatible con la solemne, la augusta, la imponente y poderosa majestad de este paisaje. Puras cagaditas. Casuchas, ¡mire los edificios: chicos, chatos y tímidos y ese Cristo Enano, señor, medio a medio de esta tremenda catedral de piedra y hielo!... ¡qué piedras de hielo!... y cobre y fierro y plata, manganeso y oro y quizás que otras cosas que estos pelotas no tienen ni la más remota idea. ¿Sabe lo que sienten frente a todo esto y frente a usted, señor? Miedo sienten. Por eso hormiguean a sus pies y violan las tierras de los valles como afuerinos fugitivos hasta que las agoten y luego las abandonan ya viejas y erosionadas y se dedican a alguna cosa más lucrativa. Saquean la parte blanda y fácil y a usted lo miran furtivamente y desde lejos como si le hubieran robado. Y no se acercan, porque no se atreven, porque podría ser una relación muy dura, como la de un hijo insuficiente con un padre más que suficiente. Usted sabe lo que pasa. El hijo se arranca del rigor y se hace pariente de algún calor pasivo que proteja y perdone todo----- si no hubiera sido por el ventarrón la nieve se hubiera dejado caer plumita y me la habría quedado mirando a través de una sonrisa pero el viento la alborotaba y la tiraba en chiflones ululantes encima de uno como esos batallones de monstruos armados de rastrillos que lo picotean impunemente en las pesadillas, pero pensaba que eso ocurría en ese momento ahí nomás en El Pelán porque al fin y al cabo estábamos a la orilla del Bío-Bío y frente al boquerón del Rahue, en una basta extensión desnuda de toda protección, donde nunca nadie sabía si los rugidos eran propios del viento o del tremendo boche que armaban las aguas del Rahue al chocar con las del Bío-Bío, de modo que le dije al Zaino "cuando nos metamos entre los cerros le vamos a hacer el quite al viento, así que tira hacia arriba, muchacho"-----Y aquí... todo esto es lo que han hecho y le pegó una despectiva mirada circular a la ciudad. Una manada de elefantes enloquecidos pasaría por encima de todos y sólo quedaría un hacinamiento de escombros y un horizonte de polvo. Claro que no debo, señor, expresarme en imágenes como esta -no tengo derecho- porque ellos contestarían riéndose de mi y gritando "¡falso, falso, tres veces falso!" a causa de que aquí no se dan los elefantes. Menos mal, después de todo, porque la Alameda -con tránsito de elefantes- estaría transformada en una zanja. Una luz se encendió en el quinto piso, la de su izquierda. Detuvo de perorata muda, encendió un cigarrillo y afirmó los codos en el soporte. Esta es la pobre herencia de la que los pisaverde -que han sido los dueños, los usufructuarios y los inventores de todo- nos obligan a sentirnos orgullosos y por la cual debemos sentir el más venerable respeto. Y si uno piensa y formula observaciones cae en la ignonimia del antipatriotismo porque no ha escuchado las enseñanzas de los mayores que consienten en el consejo de sacarle ventajas a lo que tienen, pero no a conquistar lo que no tienen. -"¡Suéltame! ...¡su...el...ta...mé...¿estás loco?"....¡No!...¡déjame, linda!...¿por qué no?...así encanto así. -¿Y con referencia a sus dominios?. Bueno, buscan lo que les es entretenido y placentero. Se van a los festivales de refregones en las carpas de Farellones o sobre seguro en la Hostería de Portillo, porque es rico sobarse y gozarse los pellejos -con el frío, el viento y la nieve afuera- y armar una partuza y ocupar los úteros disponibles de todas las gatas ronroneantes que peregrinan por el paisaje. Eso es lo que son: visitantes de este paisaje, señor, no sus habitantes. Se empinó sobre la punta de los pies y sacó la cabeza en punta hacia los cerros, con la intención de hacerse notar y para que se le escuchara bien. ¿No tendrían que haber levantado todos los jóvenes católicos un Cristo colosal en cualquiera de esos cerros para que lo pudieran ver los japoneses cómodamente instalados en su territorio?... Pero ya ve, son unos cagones. Esto es lo que han hecho -y mostró con un gesto desdeñoso hacia el Cristo Enano de la derecha-. Nada más. A veces pienso que aquí mandan las mujeres porque no tienen más remedio, no porque les guste. ¿Qué van a hacer con semejantes ejemplares?... ¡Yo mismo!... dijo en medio de su perplejidad, pero adoptando un tono distinto pa' dejar esa parte fuera del discurso y rechazar la idea de que él pudiera ser uno de esos mismos. "¡Pero cómo se te ocurre!... ¿Y si llega Ramón?... ¡Estás loco, loco de remate... no pienso sacarme la ropa!... por favor... me ahogas... Advirtió que se había entristecido y se quedó pensando sólo para sí mismo. Los japoneses habrían llegado a creer en Dios ¿Qué hubieran hecho si una noche como ésta, se le hubiera aparecido en sus ventanas el Cristo de los chilenos? ¿Se han puesto a imaginar lo que hubiera ocurrido de aparecérseles el milagro del Cristo en la pieza? -El quinto piso se debatía en un jadeo... ¡te adoro, mujer!... ¡yo me muero, Raúl mío, me mueeeerooooo!... Se habrían convertido a la fe de puro susto... Los milagros los hacen los hombres ¡qué joder!. Cuando un pueblo tiene fuerza es capaz de cualquier cosa. Échenle una miradita a los judíos: hicieron creer en Dios a media humanidad... Por lo menos -pensó- los chilenos podrían haber sido los que hicieran el milagro del Cristo para los japoneses. -...El viento jugaba a sacarme de la silla y obligaba al Zaino a resoplar y a sacudir la cabeza para que no le entrara la nieve por la nariz pero ya estábamos arriba del primer cerro y desde ahí se veía derechito allá al fondo el cañón del río que iba azulito y yo le conversaba al Zaino "ahora nos tiramos culebreando la huella... así Zaino, eso mismo... trajch-trajch... trajch-trajch... afirmando fuerte las de atrás pa'ir rompiendo la escarcha y peando las patitas como si fueran estacas porque de eses modo... trajch-trajch... no nos vamos re-nunca de hocico al río porque no somos ningunos lesos ¿no cierto?... trajch-trajch... yo sé que vos no le tenís ni pizca de miedo a esta huevada pero yo le tengo un poco ¿sabís?... trajch-trajch... pero ¿sabís quien me ha enseñado a espantar el miedo? vos, pu's Zaino que ni mirai pa'l río...trajch-trajch...¿o lo mirai? porque vamos de punta hacia abajo y hace rato que no pasa nadie por esta huella... trajch-trajch... porque la escarcha està gruesa, dura y enterita y apuesto que el indio Horacio iría miao de susto...trajch-trajch... Y diciéndonos que esta sería la última huevada que íbamos a hacer antes de sacarnos las re-mierda... trajch-trajch chchchchchchchchchchchchchchchchchchcchchcchchchchchchchchchchchch ¡afìrmate hermano !chchchch chchchchchchchchch ¡mierda! chchchchchchchchchc hasta aquella curvita nomás te pido schschschschschschschsch ¿vís vamos parando? sch-sch---sch-----sch... so-so... sooo-soooo ¡buena la refalaíta zaino!...pero tenís suerte y yo también... descansa un poco y seguimos y allá abajo si querís le sacai la lengua al río y de llapa le tomai el agua...¿seguimos?...trajch-trajch... trajch-trajch.- le echó una pitada a su cigarro y volvió al objeto de su discurso y empezó a pensar en un tono de voz que él calculó más alto.- ''Sí, hombre,sí... mañana, pero ahora debes irte... Ramón está por llegar... y tengo que peinarme un poco... ¡mmira cómo estoy!. Raúl, ¿me das el porta-ligas?... estoy agotada''... porqque mire, señor,el Cristo de la Universidad. Es para la risa,con el perdón de Dios. Es un Cristo Familiar, doméstico, de puertas adentro, chiquito como el nieto de doña Filomena que hay que tener a mano y cortito no sea cosa que le vaya a pasar algo al pobrecito. Digamos un Cristo de entrecasa para las viejas señoras y un Cristo amorosito para las niñas dijes, pero un Cristo para los japoneses, eso ya sería otra cosa, ¿no es cierto? Sería a un tremendo Cristo de los hombres, un mensaje de la energía,de la fe y el poder de los hombres... EL CRISTO DE LOS ANDES, sería. Pero hasta donde vamos -hasta aquí, señor- todo es chiquito. Fíjese en la virgen del cerro... otra expreción de la abulia y la módica fe de todos ellos. Tenían un cerro entero para ella -haciéndola crecer- pudieron llegar al cielo, pero ahí está, a ras del piso.Hay que acercarse para verla y en el caso de los miopes y los cortos de vista saben de su existencia por lo que les cuentan. Ese cerro era un adecuado pedestal para un soberbio monumento que expresa el coro de la fe de todo un pueblo pues bien, ahí la tiene: cada día se hace más chica. Ella es apenas la Virgen del cerro y debe estar inventariada en el lote como el funicular, el León, la jirafa, el oso polar, los monos del poto colorado, el viejito de las fotos, el parque República de México,el barquillero, el guatón de los globos y los remolinos y ese sospechoso a alquimista venido a menos y disfrazado de médico que les enseña a los niños que el algodón no sólo se usa para después de las inyecciones sino que se puede comer como si fuera caramelo. Ella es -calcule usted- una más en medio de esa feria... ¿se dá cuenta? Tendrían que haberla hecho LA SEÑORA del cerro y ese sería ahora el cerro de la Virgen y no el cerro de San Cristóbal. Estando la Virgen ahí ¿qué tiene que ver San Cristóbal o no se dieron cuenta que los mal pensados pueden pensar cualquier cosa? es que carecen de imaginación, además. Jamás se les ocurrió algo tan simple como que si hubiera sido el cerro de la virgen los hábitos de las muchachas habrían sido más resistentes a las tentaciones nocturnas, porque ir a escuchar el canto de los pájaros y el rumor de los árboles en el cerro San Cristóbal es hasta romántico, pero haber ido a cometer esa clase de actos poéticos compartidos en el cerro de la Virgen hubiera sido otra cosa. Hubieran entrado a jugar factores activos del respeto, los sanos prejuicios y la tradición. El ámbito de residencia de una virgen no es lo mismo que el predio de San Cristóbal... para las muchachas, se entiende. El cerro de la Virgen habría sido un recinto más abierto a la peregrinación diurna que a la tentación nocturna con una fe más auténtica y más enérgica habrían mejorado las costumbres y los hábitos de los peregrinos y las peregrinas del cerro -se escuchaba el silencio y ningún otro ruido... Empezó a hablar para si mismo porque consideró que las cosas que en ese momento le estaban pasando por la cabeza eran más bien cuestiones domésticas, de segundo orden, impropias de su discurso... el alcantarillado lo hicieron para una aldeita de trescientas mil personas y ahora son dos millones y los desagües lo mismo: con dos tarros de agua caída se salen, se desbordan y se inunda todo y el señor Ministro tiene que ponerle la firma a un decreto que declara calamidad nacional a la catastrófica circunstancia de la caída de dos tarros y medio de agua... las carreteras las hicieron para que pasearan las señoras pudientes con sus niños y cuando empesaron a transitarlas camiones con carga pesada quedaron listas para el mismo decreto y no digo nada de los puertos, ni de los ferrocarriles, ni de los puentes, ni de todo eso que llaman la infraestructura económica de un país, porque todo parece que lo encargaron a una juguetería. Estaba rígido, tieso y no sabía si era por el frío o por alguna otra causa, como la que sintiera el frío subjetivo de más allá de los picachos que tenía al frente. El Zaino era chato y anchito, de patas y cogote cortos, pero firme y atorunado y lo hallaba porfiado y empeñoso, capaz de peleársela a cualquier temporal y a cualquier huella y era por eso que andaba con él y además porque era del valle y lo había criado el viejo Carter, en cambio el Guanaco -más alto de cruz, más esbelto- tenía los remos débiles y si ropesaba con una piedra se iba de hocico y por último cualquier día se lo iban a llevar por que lo habían traído en un arreo desde santa Bárbara y seguro que era robado -por eso se lo habían vendido barato- y un día llegaría el dueño y tendría que entegárselo porque si no tendría que pasar días enteros en el juzgado para perder lo mismo. Será bonito y elegante el huevón -le decía el Zaino- pero vos soi firme como los rotos y vai a todas las parás y soi mucho mejor que yo que no sería capaz ni de llevarte de la jeta por arriba de este metro de nieve. Prendió otro cigarro, tomó aliento, se afirmó con más sentido de la propiedad sobre su balcón y prosiguió desahogándose... salen de excursión al Cajón del Maipo y para ellos es lo mismo que si fueran de pic-nic al balneario flubial de Peñaflor. Se les deja caer una nevazón -ahí nomás en los baños morales- mueren ocho y es una tragedia nacional y los papás les prohiben a sus hijos los paseos a los cerros porque la muerte ronda los cerros,dicen... ¿Ve? Viven de allegados del paisaje .- '¡'Amor! Ramoncito mío...¿por qué has tardado tanto?... No,no ha llamado... ¿Raúl?... no, tampoco... no ha venido nadie amor mío... pero ¡cómo eres Ramón, amor mío!... me preguntas hasta por Raúl y no me das ni un beso... -se instalan a vivir en mejoras en los faldeos y a espaldas del volcán Villarrica y un día este bosteza el natural hastío de su inmovilidad secular y se viene abajo entreverado en un río de lava y escupe bloques de hielo de cinco toneladas y arrasa todo y arrastra un pueblo entero y lo tira al medio del lago Panguipulli y, claro, mueren veinte. ¡Una mejorita a los pies de ese volcán! Es como subir un elefante al tejado e instalarlo como pisa-fonolas para que no se vuelen con el viento... somos un grupito exraviado en un paisaje que nos resulta ajeno. Una geografía difícil, dicen.¿Habría que irse de esta geografía, entonces?¿o traer otros hombres para esta geografía y nosotros buscarnos una más sencillita? Había trancurrido mucho rato y no escuchaba el tráfico de la ciudad, ni siquiera el de la Alameda que lo tenía a treinta metros por la derecha. Escuche que le hablaban. -¿Por qué los rugidos del león se escuchan aquí tan fuerte algunas noches?-le preguntó la Maggie a su espalda. -Tiene unos pulmones así tan grandes y debe estar enojado -contestó sin darse vuelta. Ella, con una risita que sofocaba:''¿Son idiotas los leones también?'.' -Sí, cuando tienen frío. -¡Ah!... (silencio de cinco segundos y la misma voz otra vez)... ¿Te traigo entonces una manta?. -¡No! dijo por la manta ''y no es su clima'', para aclarar el problema del león. -Pobrecito el leoncito-comentó ella haciéndose cargo de la difícil situación del animal. El león del Zoológico, en las noches heladas de otoño llevaba sus rugidos desde las faldas del cerro San Cristòbal hasta las almohadas de las viejas, a través de unas veinte o treinta cuadras de distancia. ''¿No habrá manera, señor Director, de hacer algo, para que el león no le ruja a una en la oreja, toda la noche?'', le había escrito la vieja del departamento del lado al director de un diario. -''¡Qué león tan salvaje! le había dicho la misma vieja a la Maggie, una mañana que siguió a una de esas limpias noches en que el león le rugía- no a la vieja, por cierto, sino que a las montañas. ''¡Brutazo este animal!'' le había contestado la Maggie riéndose de ella, sin mostrarle los dientes. ''¿Y por qué no le dices -le había dicho yo- que el mejor remedio es que se consiga otra vieja y se ponga a conversar con ella? no escucharían ni los rugidos de una manada de leones que estuvierán al lado afuera de la puerta esperando para darse un festín de viejas al natural''. Le hubiera pedido a la Maggie que no le hablara, pero sabía que eso podría significar que se le acercara, así que optó por despreocuparse de su retaguardia -íbamos en las dos horas y todavía no llegábamos a los Mallines en los Aroca, que era la mitad del recorrido y el cálculo yo lo había hecho sobre tres horas, de manera que partiendo a las cinco debería llegar a las ocho, pero ya eran las siete, estaba como boca de lobo y el Zaino tranqueaba lento porque la nieve blanda le subía bastante más arriba de las rodillas aunque todavía se podía distiguir la huella ya que la nieve estaba por allí más baja que en los costados y tranqueábamos por un desfiladero con paredes de nieve por cada lado. Yo recordaba que por esas lomas había galopado con el Zaino y éste me habìa tirado al suelo unas cuantas veces porque yo no era ningún centauro y me destibaba en la silla corriendo por los lomajes. Empecé a preocuparme porque no me orientaba y llegué a pensar que pudiéramos andar perdidos porque no aparecían los mallines de los Aroca, pero el Zaino no se había parado en ningún momento lo cual era señal de que sabía muy bien para donde iba. Por lo menos eso era lo que yo pensaba, cuando emergió a un costado de la ruta una casuchita a medio enterrar en la nieve frente a una extensa superficie enteramente plana y la vine a ver cuando íbamos pasando al lado y debido principalmente al hilo de humo azul que salía por el caño del fogón, pensé que podía pasar a verlos y resolver ahí si seguía o me quedaba, pero eso significaría que los otros dijeran después que yo no había sido culo y eso si que no y como el Zaino pasó sin mirar para el costado, segguimos. Volvió sus ojos sobre el Cristo de los brazos abiertos y de inmediato se sorprendió ubicando la mirada en un punto intermedio entre éste y los picachos nevados. ¡Vamos a ver qué pasa!¿cuál será el resultado si observo la montaña con el rabo del ojo izquierdo y el Cristo con el rabo del ojo derecho?... Primer resultado de su observación con el rabo del ojo derecho: ''pobrecito,me da la idea que se unde y que levanta los brazos para pedir auxilio''... primer resultado de su observación con el rabo del ojo izquierdo: '' me he transformado en un bisco cojo y desequilibrado, con este ojo por allá arriba y el derecho que está a punto de caérseme de la cara''... Dudó un rato acerca d la efectividad de los datos que le pproporcionaba su dispareja visión y quiso cerciorarse complementariamente con la ayuda de sus brazos. Movió el brazo izquierdo en punta con el dedo índice extendido en dirección a la montaña (todo esto lo hacía con sumo cuidado, parsimoniosamente como si estuviera haciendo la prueba del equilibrista del circo) y el brazo derecho en la misma forma, hacia el cristo. quería graficar las proporciones de los datos que le había entregado su visión compartida. Se quedó con el brazo izquierdo por allá arriba... la cabeza ladeada y el brazo derecho por allá abajo... ¡Cresta!, dijo... es mucho peor de lo que había estado pensando: el Cristo queda debajo de este sexto piso, por lo menos dos pisos màs abajo... ¡Pobre Cristo!. -¿Qué te pasa Germán?...¡Estàs todo chueco!... ¿Qué pasa con tus brazos?. -¿Ah?. -Que, qué es lo que pasa con tus brazos...¡mira como los tienes!. -Nada -contestò sin darse vuelta y bajando los brazos a sus costados...- ¿No se dieron cuenta huevones que estaban haciendo un cristo para que diera lástima?... Ánimo Dios -dijo mirando hacia las mobtañas- ya vendrán tiempos mejores!... un día le hago un cabro encachado a la Maggie y a lo mejor de grande entiende la idea y el plan para hacer catòlicos a todos los japoneses. -Lindo ¿te traigo una manta?. Sin darse vuelta contestó que no -¿estás pesado? -Sì. -Me fascinan los hombres pesados.¿Sabes qué hora es, plomo de mi alma?... Las nueve y media, ¿Me vas a llevar al cine?. -¿Y por qué no miras la noche?. -Bueno -dijo como si hubiera estado tejiendo una chomba. El parlote de la pareja del quinto piso y el ruido de platos, tenedores y cuchillos inerrumpía en oleadas la quietud de la noche. Pasando los mallines teníamos que alejarnos hacia el suroeste digamos a mano derecha o hacia Chile para que se entienda mejor y el Zaino tiraba tupido sin hacerle caso a la cortina de nieve que no nos dejaba ver a más de medio metro entre los lomajes completamente blancos en que el único color distinto era la noche negra mientras los dos íbamos callados aunque el pobre bruto resoplaba y estornudaba para espantar la nieve. Como a la hora siguiente le tiré las riendas y las sujeté para detenerlo y él me rechazó porque quería seguir, pero yo necesitaba sacudir el sombrero y el poncho que tenían una gruesa costra de nieve. Al final me hizo caso, sacudí el sombrero, me aporrée el poncho con el mismo sombrero le sacudí la tusa y le refregué la cabeza, la cara y las orejas para sacarle la nieve, pro sin bajarme de la silla por qué me hubiera enterrado en la nieve y no habría podido subir de nuevo. Después seguimos otra vez en silenccio hasta que el Zaino se paró por su cuenta frente a un enorme cerro y ahí se quedó. No hubo recurso que lo convenciera a moverse aunque le pegué unos talonazos y le hablé cariñosamente'' ¿Por qué te parai ahora huachito, qué es lo que pasa? ''Y el animal sacudía la cabeza, paraba las orejas y resoplaba plantado ahí en medio de la nieve como si fuera el caballo de una estatua. Lo empujé, le rogué que siguiera tirando y no hubo caso hasta que agarró ciaje por decisión propia pero cambiando de rumbo tirándose hacia la Argentina digamos, es decir en el sentido contrario a la ruta que llevábamos.Yo lo quise sujetar pero no me hizo caso y me dí cuenta que él mandaba y que yo tenía que dejarlo. A ratos se paraba, sacudía la cabeza. Resoplaba y seguía pero yo iba ya entendido que estábamos perdidos y que tanto él como yo nos íbamos helando quise ver la hora pero el reloj estaba más parado que el de la intendencia y yo no podía ya ni siquiera hablarle porque tenía los dientes apretados y no me funcionaban las mandíbulas a pesar de que me cacheteaba la cara y el mentón y tampoco sentía los pies ni las piernas y un chorro de agua helada me corría desde el cogote hasta las verijas y no se veía nada: puro blanco y negro como había dicho el Horacio y el Zaino que iba por su cuenta como ya lo dije y que de repente se paraba bruscamente, levantaba la cabeza y miraba hacia los costados, tranqueaba cuidadosamente, orillaba unas lomas con temor y yo iba perdiendo un poco la noción de las cosas por qué no aguantaba el dolor de cabeza ni la presión salvaje que sentía en toda la espalda, hasta los riñones. Así vagamos quizás cuantas horas hasta que el Zaino empezó a apurar el tranco con mucho brío en la subida de una loma y al llegar arrìba se detuvo, dió un rodeo y se instaló con la cabeza alta y las orejas paradas frente a un bajo donde se divisaban a traves de la bruma blanca, menos densa que arriba, unas dos o tres casuchas que tenían humo y luz pero quedaban bastante lejos y me puse a gritar no sè que, creo que sólo aullaba como un animal herido, tratando de horadar la monstruosa voz del viento helado, pero nadie escuchaba y no sé cuanto rato habrá estado aullando por que cuando desperté la señora Carter me dijo gracias a Dios m'hijito lindo creíamos que no iba a volver más lleva tres días sin despegar los ojos retando al Zaino y con tanta fiebre Dios mío. El cielo negro sólo se interrumpía al chocar con la cinta blanca de los cerros, pero se fundía con las sombras de la base de la montaña que era el fantástico andamiaje en que se afirmaba el milagro de ese paisaje en suspención. Los ruidos de la ciudad se escuchaban como el rumor de un canal subterráneo. Desde el balcón se habría podido escuchar el rruido de una gotera siempre que el león en ese momento estuviera tomando impulso para el próximo rugido y la señora del quinto piso no estuviera haciendo el amor con algún otro amigo de su marido. -¡Por Dios que ha trabajado harto ese pobre animal! -dijo ella desde atrás. ''¿No se cansará?''. -Si quieres se lo vamos a preguntar. -¿Para qué? Mejor lo llamo por teléfono ¿el señor leòn? y me echaran una elevada por repetir chistes añejos pensó que además esa mujer era simpática y que no se podía pelear con ella y se dió vuelta hacia la sala. Estaba sentada en un extremo del sofá francés como ella le llamaba, porque era un sofá cómodo que servía para todo -decía- hasta para sentarse y que ella había tapizado con un raso a rayas en tonos grises a prueba de cualquier clase de manchas. ''este es mío'', decía, dejando resbalar una sonrisa y acariciándole levemente el tapiz. Se la quedó mirando. Estaba en el círculo de luz de una lámpara que era como un boquete en la oscuridad del resto de la ala. Tenía la pierna derecha cruzada sobre la izquierda y las rodillas más altas que su cintura y la falda de color fucsia estaba recogida, descubriéndole los muslos. La larga cabellera rubia desparramada alrededor de su sonrisa movía lentamente la punta del zapato derecho desprendiendo negligentemente el talòn de la parte del taco. El espectáculo que ofrecía lo hizo darse vuelta hacia la oscuridad de la noche de afuera, revisando minuciosamente el anfiteatro. -No me ve nadie -explicó ella. Aquellos de allá -dijo mostrando un edificio iluminado por la izquierda- están casi tan lejos como el león, que es el único al que le tengo miedo. Me exhibo sólo para ti tonto... ¿qué te pasa?... tienes cara de japonés. -¿Si? -le preguntò con preocupaciòn. -Claro, una cara que no se entiende, como dices tú. -¿Estoy turnio, acaso? -No -dijo sonriendo- tienes una cara más bien triste y cansada, pobrecito. No le dijo nada más y la miro de nuevo. Muslos largos, poderosos, flexibles y adaptables como un par de brazos, duros pero suaves. Ella lo observaba con insistente curiosidad. Hizo un gesto de abandono y le dijo: ''esta noche no te animas aunque te muestre las piernas con el arte de una cortesana''. Le sonrió con tristeza ''Estoy de mal humor", le explicó. -estuve veinticinco días con pulonía y la vieja Carter me salvó la vida con puros caldos de hierbas y compresas que ella sabía y siempre me dijo que con haber despertado ya estaba todo bien y que de ahí pa' arriba ella se encargaba y para que no se sienta sólo le voy a poner aquí al lado a la Sonia y la Sonia tenía quince años y el cutis tan lindo como la pelambre sedosa de los perros de toda esa zona y no hablaba una palabra pero tenía unos ojos verdes del porte de una palta por los que se podía leer en el fondo de ella los signos de la estremecedora temperatura de su vientre y yo, pensaba que no me iría nunca de la casa de los Carter y proyectaba que cuando creciera un poco la Sonia la iba a llenar de chiquillos con los ojos verdes y el pelo castaño igual que ella y el cutis de ese color del bronce opaco. -''¿Te motivan los cerritos?''. Le preguntó ella... los cerritos, pensó. Claro, los cerritos... y se dió vuelta hacia la noche... ¿qué edad tendrá la Sonia?... treinta y cinco y debe estar llena de chiquillos de otro... ''Yo tenía uno, La Silla, ¿lo conoces? por la noche cuando le cerraba los postigos desde esa casa de la avenida Príncipe de Gales, le hacía una seña de despedida... yo quedé de volver, juré y re-juré que volvería. ¿Cómo no voy a volver? le dije al viejo Carter ¿no le dejo mis medias de oveja,de chivos y de vacas,,no le dejo al Zaino, ve?... Y por las mañanas le hacía una venia y en el otoño lo esperaba a que se pusiera su elegante camisa blanca...¿Estará rico el viejo Carter y tendrá ahora peones propios? No creo,espero que no... Creo que pololeaba con él, por lo menos le hablaba mucho.De aquí no se ve pero quedaba justo en el marco de la ventana e mi dormitorio''. Ella hablaba con esa voz cadenciosa, cálida y espesa que a él le daba la idea que podía calentar una heladera y el ritmo de sus palabras era como el sonido propio de esa noche...''Creo -decía- que ese es el único que me vió desnuda desde chica hasta hace poco, pero no me importaba por que consideraba que era mi compañero, así como tú''. -Y pensabas, claro, que era un cuadro que te habían puesto en la ventana... y yo iba a volver a fundar la ciudad de los confines y obligaríamos al mundo entero a hablar de esos pioneros y la Sonia me decía que se moriría si yo no volvía...¡soy un desetor de mierda,eso soy!. Ella advirtió que él intentaba maltratarla y le salió al paso: ''¿entonces no soy más que una tontita que decoraba el dormitorio con los cerritos, crees tú?. -¿Y tú?. -Creo que soy una tontita que te eligió a ti. No sé, pues, ¿qué crees tú?. Se le acercó afectuosamente y le acarició las piernas sin ninguna delicadeza hasta más allá de todo respeto. Estás helada, le dijo, y así no sirves para una noche como ésta. Ella se puso ágilmente de pie y le dijo ''en quince minutos estoy lista'' y se dirigió al baño soltò el chorro de agua caliente y dejó la puerta abierta. -Creo que esta noche te voy a hacer un cabrito -le dijo. A través del ruido ella le preguntó:''¿Qué, esta noche qué?''. Él le repitió en voz más alta y ella volvió a la sala con una falsa expresión de sorpresa. ''Tonto, ¿por qué no me lo dijiste antes?. En quince minutos tendrás lista una rica mujer pasada por agua tibia''. Ella se fué y el volvió al balcón. -Si mi amor ... decía una voz que contestaba a alguien que le hablaba del interior... ¡Sí, claro, Ramón mío... yo también te quiero... Si, ya voy pero primero me bañaré amor y luego iré corriendo a la cama.. .La vió volver de nuevo, ahora medio desnuda, con esa impúdica desemboltura de los animales fuertes y hermosos. ''Oye, dime, ¿de dónde sacaste esa ocurrencia de contra todos tus principos?''. -Es un problema que tengo con los japoneses -le contestò muy seriamente mientras se prosternaba para besarle el vientre. COLORIN |