REVISTA DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO
CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
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haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998
Shocks externos en
economías vulnerables:
una reconsideración de Prebisch
Nancy Birdsall, Vicepresidenta
Ejecutiva, Banco Interamericano de Desarrollo
Carlos Lozada, Latin America Research Group, Banco de la Reserva Federal de
Atlanta
Este artículo se basa en Birdsall y
Lozada (1996). Las opiniones expresadas son las de los autores y no representan las del
Banco Interamericano de Desarrollo o las de sus miembros, ni las del Banco de la Reserva
Federal de Atlanta, o el Sistema de la Reserva Federal.
Si entendemos por crisis el punto
de inflexión de un proceso,-americano que puede conducir a su renovación o a su colapso,
podremos comprender por qué ha habido tantas crisis a lo largo de la historia. Pero es
necesario aprender las lecciones que se derivan de esas situaciones y esto requiere una
actitud abierta.
(Iglesias, 1993, pp 67 y 68).
Desde que existen las finanzas ha
habido crisis financieras -en los Estados Unidos las hubo en todo el siglo XIX y el XX, y
en Europa se remontan a una época tan antigua corno la del auge y derrumbe del comercio
de bulbos de tulipán en la Holanda del siglo XVII, citada en los textos de estudio.
Promocionadas como las primeras crisis de la era de la globalización, la crisis del peso
mexicano de 1994-1995 y la crisis asiática de 1997-1998 reflejan simplemente la
vulnerabilidad permanente de las economías emergentes ante los choques financieros.
Durante el siglo XX, las economías de América Latina han mostrado una especial
vulnerabilidad ante los choques desencadenados por las variaciones de precios de los
productos básicos, los movimientos de las tasas de interés internacionales y las
fluctuaciones del volumen y la dirección de las corrientes de capital. Estos factores han
obrado recíprocamente y agudizado los cambios en la política económica interna, lo que
se ha traducido en una alta volatilidad de los indicadores económicos claves como las
tasas de consumo e inversión, el tipo de cambio real, la inflación, los equilibrios
fiscales y externos y el ritmo de crecimiento del PIB.
La vulnerabilidad permanente de América Latina a los choques externos en la nueva era de
la economía de mercado hace recordar la opinión de Raúl Prebisch de que, al formular la
política económica interna, deben considerarse especialmente las fuerzas económicas
internacionales. Por una parte, las recomendaciones originales de política de Prebisch,
con el proteccionismo comercial que implicaban, han sido abandonadas en favor de los
esfuerzos de reforma del mercado en curso en América Latina. Por otra parte, las viejas
preocupaciones relativas a la vulnerabilidad externa han vuelto a plantearse en los años
90, especialmente luego de las crisis mexicana y asiática. El nuevo desafío es descubrir
cómo América Latina y otras regiones emergentes pueden enfrentar los choques externos en
el marco de una economía de mercado global.
En las secciones siguientes se analiza la evolución de la política económica de
América Latina durante los últimos cincuenta años, destacando el impacto de los choques
externos y la reacción ante ellos. Concluimos señalando algunas falsas soluciones y
nuevas enseñanzas que se pueden desprender de las últimas crisis de México y Asia
oriental. El pensamiento sobre la política económica ha evolucionado desde la ideología
de Prebisch al paradigma del mercado, para culminar con una nueva síntesis que
reconsidera los nexos entre las fuerzas externas y las políticas y las instituciones
internas.
1. Prebisch y la sustitución de importaciones
La creencia de que el desarrollo impulsado por las exportaciones no era una opción
correcta para América Latina estaba muy arraigada en la región durante la posguerra. La
recesión internacional de los años 30, los disturbios económicos causados por la
segunda guerra mundial y las políticas proteccionistas de las naciones desarrolladas
--como el arancel Smoot-Hawley de Estados Unidos, de 1930- habían debilitado la demanda
de productos básicos con la contracción consiguiente de las economías de América
Latina. La división internacional del trabajo -con el norte que producía artículos
manufacturados y el sur que abastecía de bienes primarios- parecía contraria al
desarrollo a largo plazo de la región, debido a las fluctuaciones adversas de la
relación de precios del intercambio y a la concentración de la tecnología en las
industrias fabriles del norte. Esta dicotomía de "centro-periferia",
poderosamente descrita por Prebisch (CEPAL, 195l), dominó el pensamiento económico
regional durante los primeros años de la posguerra.
En ese tiempo prevalecía la convicción de que las políticas económicas internas
debían ajustarse para enfrentar las restricciones externas al crecimiento de la región.
Prebisch sostuvo que la industrialización interna fomentaría la difusión de la
tecnología, aumentaría el empleo, elevaría la productividad de la mano de obra y
reduciría la vulnerabilidad de la región al sistema económico internacional. Esta tesis
fue la base teórica de las políticas de industrialización por sustitución de
importaciones que procuraban fortalecer el desarrollo industrial con la protección de los
mercados internos aplicando aranceles, cuotas y otras restricciones, y con la promoción
subsecuente de las industrias locales.
Aunque algunas de estas tendencias de política eran evidentes en América Latina antes de
sus estudios, Prebisch proporcionó la base intelectual para la estrategia de desarrollo
que dominó la región durante los decenios de 1950 y 1960. Prebisch evaluó más adelante
el papel de su trabajo en este período y reconoció que su propuesta de política
intentó dar una justificación teórica para la política de la industrialización que ya
se seguía (especialmente en los países grandes de América Latina), a fin de animar a
los demás a que también lo hicieran y proporcionar una estrategia ordenada para llevarla
a cabo (Prebisch, 1984).
Desde 1950 hasta 1960, América Latina creció a una tasa media anual de casi 5%. La
sustitución de importaciones logró impulsar la industria pesada en algunos de los
países más grandes de la región y creó una modesta base para el crecimiento de la
industria manufacturera interna. Sin embargo, la estrategia comenzó a toparse con puntos
de estrangulamiento en los últimos años del decenio de 1960 y primeros del de 1970. La
producción de bienes duraderos avanzados requirió insumos de bienes capital intermedios
que no estaban disponibles nacionalmente; esta necesidad de insumos extranjeros agravó el
propio problema que la región procuraba evitar: la dependencia estratégica del centro.
Asimismo, para explotar economías de escala, los productos complejos necesitaban a menudo
mercados más grandes que los internos. Ya en 1963, Prebisch reconoció que la época de
la sustitución fácil había terminado (Prebisch, 1963).
La sustitución de importaciones tuvo también efectos no buscados en el mercado de
trabajo. Las políticas de industrialización sustitutiva dieron lugar a la creación de
industrias de uso intensivo de capital y no tuvieron éxito en generar una demanda
importante de trabajo. Aunque se crearon algunos puestos de trabajo de alta productividad
en la manufactura, no se produjo la conexión prevista entre la manufactura, la
tecnología y la productividad creciente de la mano de obra, con el mejoramiento
consiguiente de salarios y condiciones de vida.
Mirando hacia atrás, la industrialización sustitutiva aparece como un enfoque de corto o
mediano plazo que se prolongó demasiado. A pesar de los defectos de la estrategia, la
región en su conjunto experimentó tasas de crecimiento aún más altas en los años 60,
con un promedio anual de 6% entre 1960 y 1973. Los resultados eran tan favorables que las
tendencias del proteccionismo y la intervención del Estado en América Latina
persistieron durante el decenio de 1970.
Para continuar el proceso de crecimiento estimulado por la sustitución de importaciones,
muchos países latinoamericanos comenzaron a importar fuertemente, confiados en la entrada
de capitales -facilitada en alto grado por los "petrodólares" de la crisis del
petróleo de 1973- para complementar el ahorro interno en el financiamiento de la
inversión. Entre 1975 y 1982, la deuda externa de largo plazo de América Latina aumentó
de 42.5 mil millones de dólares a 176.4 mil millones (Edwards, 1993). Por la naturaleza
asimétrica de la industrialización sustitutiva, el Estado y las empresas estatales
recibieron la "parte del león" de los fondos y la afluencia de capitales
financió un déficit cada vez mayor del sector público. Un ambiente internacional
favorable, de bajas tasas de interés reales y una demanda renovada de exportaciones de
América Latina ayudaron a los gobiernos de la región a servir su endeudamiento cada vez
mayor con poca dificultad entre 1975 y 1979.
La segunda crisis del petróleo en 1979 alteró radicalmente la perspectiva de la deuda en
América Latina. Los altos precios del petróleo coincidieron con la caída de los precios
de los productos básicos. Para combatir la inflación, las autoridades de Estados Unidos
elevaron abruptamente las tasas de interés internas, con lo que aumentó
considerablemente la carga del servicio de la deuda para América Latina. Estos factores,
junto con la fuga de capitales durante los últimos años del decenio de 1970, desataron
la crisis regional de la deuda y marcaron el comienzo de la "década perdida" de
América Latina.
II. La década perdida y la vuelta al mercado
Enfrentados a una caída repentina y abrupta de las corrientes de capital, muchos
países latinoamericanos restringieron las importaciones, impusieron aranceles más
elevados, crearon sistemas de tipos de cambio múltiples y aplicaron impuestos ineficaces,
en la esperanza de atenuar los crecientes déficit internos y externos. Como persistían
los déficit y el financiamiento extranjero seguía bajando, los gobiernos recurrían a
sus bancos centrales en busca de financiamiento, lo que provocaba inflación. A mediados
de los años ochenta, algunos países experimentaron con estrategias heterodoxas,
procurando combatir la inflación "inercial" mediante la congelación de los
precios y los controles del tipo de cambio y los salarios. Estas medidas alentaron
finalmente la espiral inflacionaria, sobre todo porque no se reconoció el papel
fundamental de la disciplina fiscal en la estabilización de los precios. La inflación
alcanzó casi 7 500% en Perú durante 1990 y varios otros países --entre los que destacan
Argentina, Bolivia, Brasil y Nicaragua- experimentaron episodios de hiperinflación en
algún momento durante ese decenio. Estas condiciones contribuyeron al bajo ritmo de
desarrollo económico durante la década. Luego de promediar 5.9% durante los años 70,
las tasas anuales de crecimiento del PIB cayeron a 1% entre 1980 y 1990 y fueron negativas
sobre una base per cápita (BID, 1996).
Hacia fines de los años 80 surgía un nuevo consenso en política económica. Las
autoridades responsables de esa política comenzaron a reconocer que finalmente se había
agotado el modelo de desarrollo conducido por el Estado que se había utilizado en las
décadas anteriores. El evidente éxito de Chile -un ajustador temprano-, el derrumbe de
las economías estatistas de Europa oriental y de la Unión Soviética y el crecimiento
acelerado de las economías del Asia oriental, animaron a los gobiernos latinoamericanos a
aplicar reformas basadas en el paradigma del mercado: apertura al comercio internacional,
estricta disciplina fiscal y privatización de empresas de propiedad del Estado. El viraje
de la política reflejaba también la influencia cada vez mayor de los economistas
latinoamericanos con estudios en los Estados Unidos en la administración técnica y
política de varios países y el apoyo de las instituciones financieras multilaterales, en
forma de préstamos, de estudios empíricos y de diálogos de política. La magnitud de la
crisis de los años 80 pudo también haber contribuido al cambio dramático en el foco de
atención; las condiciones económicas y sociales calamitosas de la región habían
ampliado el espacio político de maniobra para los dirigentes latinoamericanos, haciendo
políticamente viables cambios radicales de política.
Aunque el alcance y el ritmo de la reforma variaron entre países (Rosenthal, 1996), es
posible hacer algunas generalizaciones. Las reformas iniciales consistían en ajustes
macroeconómicos importantes para estabilizar la economía, es decir, reducir la
inflación. Incluían una estricta disciplina fiscal y una política monetaria restrictiva
y, en algunos casos, la inamovilidad del tipo de cambio nominal. La importancia del
Estado, prominente en América Latina en décadas anteriores, disminuyó en favor de los
poderes del sector privado y del mercado. La desregulación y la privatización de las
empresas del Estado fomentaron una mayor competencia y contribuyeron a reducir
distorsiones en la economía. Por último, muchos países redujeron unilateralmente los
aranceles y eliminaron varias barreras al comercio, lo que ayudó a acelerar el
crecimiento de la productividad regional.
Estas políticas estaban en abierta contraposición con el consenso de los primeros años
de posguerra, según el cual los factores externos eran los impedimentos más relevantes
para el crecimiento. Más que la solución a las restricciones externas, como lo planteaba
Prebisch, las políticas internas proteccionistas y centradas en el Estado se consideraban
la causa profunda de los problemas del desarrollo de la región. La idea de que se podían
eliminar las trabas al crecimiento, eliminando las distorsiones de política interna pasó
a dominar el pensamiento económico de la región y de las instituciones financieras
multilaterales. Tanto el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) como el Banco Mundial
acentuaron la importancia de las políticas internas desde principios del decenio de 1990.
Según el BID: "Durante los próximos años el progreso de las economías
latinoamericanas probablemente estará más bien impulsado por el éxito de los procesos
de reforma internos que por el comportamiento de la economía mundial" (BID, 1992, p.
20), en tanto que el Banco Mundial afirmaba que "el futuro de los países en vías de
desarrollo está en gran parte en sus propias manos... La estrategia correcta para los
países en vías de desarrollo, sean las condiciones externas de apoyo o no, es invertir
en la gente, en educación, salud y control demográfico; ayudar a que los mercados
funcionen bien fomentando la competencia y la inversión en infraestructura; liberalizar
el comercio y la inversión externa; evitar el déficit fiscal excesivo y la alta
inflación." (Banco Mundial, 1991).
III. Los flujos de capital y las crisis financieras
A mediano plazo, los resultados positivos justificaron las reformas de mercado de
América Latina. Los esfuerzos de estabilización dieron como resultado una disminución
significativa de la inflación regional; ya en 1997, la mayoría de los países de la
región tenían inflación de un solo dígito y la tasa media había caído a 9%, la más
baja desde 1977 (BID, 1998). Igualmente, el desarrollo económico regional se recuperó
durante la primera mitad del decenio de 1990 y alcanzó 5. 1 % en 1994. Aunque en algunos
países como Argentina, El Salvador y Perú el fuerte crecimiento fue posible gracias en
parte al aprovechamiento de la capacidad productiva previamente subutilizada, en la
mayoría de los países el crecimiento rápido de principios de los años 90 fue
alimentado por nuevas inversiones y aumentos de productividad (BID, 1996).
Gran parte de la nueva inversión en la región fue facilitada por las corrientes de
capitales extranjeros, que reaparecieron con fuerza durante los años 90. Después de casi
desaparecer entre 1983 y 1990, crecieron en forma pujante hasta llegar a representar 4%
del PIB regional en 1991 y 6% en 1993 y 1994. El gráfico 1 muestra la evolución de las
corrientes de capitales a la región desde fines del decenio de 1980 hasta 1997.
Varios factores contribuyeron a esta oleada de capitales. El aumento de las tasas de
crecimiento y la menor inflación, resultado de las reformas de mercado -y también de la
privatización y la desregulación de los mercados internos-, ofrecieron a los
inversionistas nacionales e internacionales nuevas posibilidades de obtener una alta
rentabilidad. La atracción de la alta rentabilidad y las oportunidades para diversificar
el riesgo apuntalaron la participación creciente de las economías emergentes en los
mercados internacionales de capital. Finalmente, las bajas tasas de interés en Estados
Unidos durante los años 90 se sumaron al atractivo de la alta rentabilidad que ofrecían
los mercados emergentes.
Por otro lado, los avances
tecnológicos recientes han elevado en gran medida el ritmo y la eficacia con que el
capital puede fluir desde y hacia mercados emergentes. Innovaciones de punta en el sistema
financiero internacional han facilitado la difusión casi instantánea de la información
entre los agentes del mercado, lo que ha reducido sustancialmente los costos de
transacción y permitido el desarrollo de nuevos instrumentos financieros. La integración
de las economías emergentes en este sistema permite que las fuerzas del mercado
recompensen rápidamente la actuación o las políticas económicas positivas, así como
expone y castiga la mala gestión o inconsistencias económicas subyacentes. Los hechos
ocurridos en los años 90 también han demostrado que la nueva tecnología del mercado
internacional tiene la capacidad de difundir rápidamente el pánico financiero a través
de los países y las regiones.
GRAFICO
1
Afluencia de Inversiones a América Latina, 1988 a 1997
(miles de millones de dólares)
La afluencia de capital en el
contexto de sistemas financieros cada vez más integrados presenta ventajas evidentes para
las economías emergentes. En primer lugar, éstas pueden impulsar el desarrollo
económico desligando las inversiones en la economía local de la disponibilidad de ahorro
interno. La integración financiera también promueve el crecimiento al cambiar la
composición de las inversiones de un país a favor de los proyectos de mayor
rentabilidad, gracias a que es mayor la capacidad de los inversionistas para diversificar
sus inversiones y evitar así algo del riesgo implícito normalmente en las inversiones
más rentables (Banco Mundial, 1997).
Sin embargo, el aumento de las corrientes de capital y la integración financiera también
presentan riesgos significativos. Las grandes entradas de capital, comunes en las etapas
iniciales de la integración del mercado financiero, aumentan los costos potenciales de un
vuelco repentino de esas entradas. Las salidas rápidas se desencadenan generalmente por
una pérdida de confianza en las políticas o gestión macroeconómica de un país y
pueden también difundirse rápidamente a otras economías que no presentan necesariamente
las mismas debilidades del país que las originó. Los problemas de una economía
emergente en particular pueden provocar un retiro temporal de capitales de varias o de
todas las economías que se consideren en la misma clasificación de activos. Algunos
observadores sugieren que tales salidas se producen por un comportamiento de
"manada", es decir, los inversionistas institucionales y los administradores de
fondos tenderán a copiar el comportamiento de sus pares, de modo que la calidad de sus
carteras de inversiones no parezca peor que la del conjunto de la industria. La sanción
por el bajo rendimiento es a menudo mayor que el premio al rendimiento extraordinario,
especialmente si a los administradores de fondos de los mercados emergentes se les exige
una rentabilidad similar a la mediana de los fondos de su categoría o mercado (Banco
Mundial, 1997). Esto puede conducir a situaciones en las que desequilibrios de menor
importancia lleven a cuantiosos retiros de capital, o en las que el castigo a la economía
sea mayor que el delito de haber causado el desequilibrio original.
Los riesgos asociados al aumento de los flujos de capital a una economía emergente pueden
agudizarse cuando las afluencias son intermediadas por un sistema financiero local
subdesarrollado o regulado inadecuadamente, que puede estar en ese momento experimentando
un auge crediticio, como es típico en las primeras etapas de la recuperación económica
después de la estabilización. En un ambiente de inflación rcducida, desarrollo
económico renovado y fuertes corrientes de capital hacia el país, los bancos locales
tienden a expandir el crédito para gasto privado en consumo e inversión. A menos que las
prácticas crediticias se supervisen rigurosamente, es probable que los fondos lleguen a
personas o entidades que no serán capaces de cumplir sus obligaciones si ocurre
repentinamente una caída de la actividad económica o un alza de la tasa de interés
(Birdsall, Hausmann y Gavin, 1998). Desafortunadamente, esas debilidades financieras sólo
se hacen evidentes después que el crecimiento económico o la afluencia de capitales -o
ambos comienzan a desacelerarse.
Este último escenario describe algunos elementos de la crisis mexicana de 1994-1995.
Junto con los esfuerzos de estabilización del país que comenzaron a fines del decenio de
1980, las autoridades introdujeron reformas al sector financiero, que incluían la
liberalización de las tasas de interés y la privatización y desregulación del sistema
bancario. Estas condiciones se juntaron para desatar un auge de créditos bancarios a
principios de los años 90. Mientras la corriente de capitales a México crecía a un
promedio anual de 8% del PIB en el período 1990-1993, el crédito bancario al sector
privado aumentaba de menos del 10% del PIB en 1989 a cerca de 40% en 1994 (Birdsall,
Hausmann y Gavin, 1998).
La repentina devaluación del peso en 20% en diciembre de 1994 precipitó un retiro
financiero masivo que obligó al gobierno a la postre a adoptar un régimen de cambio
determinado por el mercado. Aproximadamente unos 22 mil millones de dólares salieron de
México en tan sólo algunos meses, equivalentes a 6% del PIB del país. La crisis se
acentuó por el hecho de que proporciones importantes de la deuda de corto plazo en
dólares del gobierno vencían en momentos en que los mercados de capitales
internacionales estaban menos dispuestos a financiar a México. El impacto en el sector
bancario fue devastador, pues la inflación, las altas tasas de interés, la actividad
económica reducida, el alto peso del servicio de la deuda y el deterioro de la cartera de
préstamos contribuyeron a la caída de los cocientes de capital de los bancos. El
gobierno se vio obligado a intervenir mediante una serie de medidas de rescate urgente y
de iniciativas de reforma del sistema bancario que todavía siguen en marcha en 1998.
Encabezada por los Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional, la comunidad
internacional respondió a la crisis poniendo abundante ayuda financiera a disposición de
México, lo que pennitió al gobierno enfrentar sus obligaciones mientras que las
autoridades mexicanas emprendían ajustes de política (tales como la austeridad fiscal y
la política monetaria restrictiva) para tranquilizar a los agentes del mercado. Aunque el
crecimiento económico en México se reanudó vigorosamente en 1996 y 1997, la crisis
cobró un precio elevado en 1995, cuando aumentaron en forma dramática el desempleo y las
bancarrotas y el PIB mexicano cayó en 7%.
La crisis mexicana también tuvo efectos de contagio regional, desatando salidas de
capital en otras economías latinoamericanas, sobre todo en Argentina, país que debió
soportar gran presión debido a su "plan de convertibilidad" (plan Cavallo)
-régimen de tipo de cambio fijo que amarra el valor del peso local al dólar de los
Estados Unidos y prohibe la emisión de cualquier nueva moneda que no tenga respaldo de
reservas internacionales. Durante tres meses, a principios de 1995, se sacó del país
aproximadamente 18% de los depósitos del sistema bancario de Argentina, gran parte de los
cuales fueron a parar al vecino Uruguay. Aunque más de dos tercios de estos depósitos
habían retornado antes de terminar el año, Argentina también sufrió en 1995 una grave
recesión, con una caída del PIB del 4.4%. A diferencia de México, Argentina mantuvo su
régimen de cambio fijo, a pesar del costo en términos de crecimiento negativo y alto
desempleo. Argentina fue la víctima principal del llamado "efecto tequila" es
decir, el contagio de las dificultades de México.
Si la crisis mexicana demostró que el contagio -merecido o no- puede propasarse a otros
países de la misma región, la crisis asiática en curso muestra que ese contagio puede
amenazar a economías geográficamente distantes tanto en zonas desarrolladas como en
vías de desarrollo.
El impacto de Asia en América Latina puede simplificarse destacando dos canales de
contagio: las finanzas y el comercio, Algunos países latinoamericanos --especialmente
Brasil- experimentaron retrocesos financieros inmediatos, debido a que percibían que
también los afectaban algunos de los desequilibrios de Asia. El déficit importante en
cuenta corriente y una moneda sobrevaluada convirtieron a ese país en blanco para el
ataque especulativo; el Banco Central fue forzado a gastar unos 8 mil millones de dólares
(cerca del 10% de las reservas totales) para defender el real a fines de 1997. Mientras
tanto, el Gobierno del Presidente Cardoso tuvo que adoptar medidas fiscales estrictas que
retardarán notablemente el ritmo de crecimiento del PIB del país al 1.5% estimado para
1998, comparado con la tasa de 3.1% de 1997.
Las corrientes de capital a la región también experimentaron una importante caída a
fines de 1997. Las emisiones de bonos de América Latina cayeron a menos de 4 mil millones
de dólares en el cuarto trimestre de 1997, comparados con los 20 mil millones del
trimestre anterior (CEPAL, 1998). Asimismo, los índices bursátiles de la región
tuvieron caídas en el cuarto trimestre de 1997 y en el primer trimestre de 1998, y a
mediados de 1998 todavía no recuperaban sus niveles previos a la crisis asiática. Las
acciones brasileñas cayeron abruptamente debido a los desequilibrios ya mencionados,
mientras que al mercado argentino lo afectó su vulnerabilidad dual: un régimen de cambio
fijo y su fuerte dependencia del Brasil como socio comercial. Las pérdidas en los
mercados asiáticos pudieron también haber llevado a los inversionistas internacionales a
hacer efectivas las ganancias obtenidas a principios de año en América Latina.
En tanto que el efecto financiero se percibió inmediatamente después de las
devaluaciones asiáticas, el efecto comercial tardó levemente en aparecer. Las monedas
debilitadas y el comienzo de períodos recesivos en las economías asiáticas afectadas
están haciendo que las economías de esa región reduzcan sus importaciones. Entretanto,
economías como las de Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela están siendo afectadas
por un deterioro de la relación de precios de su intercambio. Los precios de productos
primarios como el cobre y el petróleo -rubros de exportación vitales para muchos países
de América Latina- han experimentado bajas significativas en 1998, debido en gran parte a
la reducida demanda asiática. Corea del Sur, por ejemplo, es uno de los consumidores de
cobre más grandes del mundo. Chile, en particular, está muy expuesto a los efectos
negativos de la crisis asiática, ya que el 30.5% de sus exportaciones están destinadas a
esa región (incluido Japón). Le siguen Perú con 15.8% y Brasil con 13.2% (CEPAL, 1998).
Los saldos de la cuenta corriente, afectados ya por el impacto de la corriente de El Niño
en la agricultura y la pesca, se están deteriorando en varios países de la región y
pueden alcanzar o aún sobrepasar los déficit equivalentes al 6% del PIB en Colombia,
Chile, y Perú en 1998.
A pesar de estos síntomas de contagio, no parece que América Latina sucumbirá a un
ataque agudo de la gripe asiática. No obstante, la crisis en Asia ha subrayado otra vez
más la vulnerabilidad de América Latina a los choques externos, a través de ambos
canales, el comercial y el financiero. Particularmente, la crisis ha puesto en evidencia
la estrechez de la base de exportación de América Latina y la dependencia permanente de
los productos primarios como fuente de divisas ---otra forma de dependencia contra la cual
Prebisch advirtió hace décadas. En parte como resultado de la crisis asiática, se
espera que el crecimiento regional de América Latina se desacelere a cerca de 3% en 1998
después de una tasa de crecimiento de 5.1% en 1997.
IV. De vuelta a Prebisch
El breve examen anterior sugiere que la historia económica de América Latina en la
posguerra se caracteriza por episodios recurrentes de vulnerabilidad a los choques
económicos. La caída de la relación de precios del intercambio para los productos
primarios luego de la gran depresión del año 30 sirvió de base para las políticas de
sustitución de las importaciones en el período entre el fin de la guerra y hasta
terminar el decenio de 1960. La abundancia de petrodólares en el sistema internacional en
el decenio de 1970, junto con las crisis del petróleo y la posterior recesión
internacional coadyuvaron en hacer estallar la crisis de la deuda en América Latina en el
decenio de 1980. Las condiciones de la "década perdida" se agravaron en varios
países por una mala elección de políticas internas. Finalmente, a pesar de haber
transcurrido casi una década de las reformas del mercado en México y otras naciones de
América Latina, las crisis de los años 90 muestran que sigue la vulnerabilidad de la
región a las perturbaciones externas.
Esta vulnerabilidad externa ha demostrado ser recalcitrante a los distintos paradigmas
económicos que han enarbolado los responsables de la política en la región. La crisis
de la deuda de los años 80 golpeó a América Latina cuando todavía estaba sumida en
sistemas económicos estatistas. Por el contrario, las crisis mexicana y asiática suceden
a un período de liberalización y reformas del mercado. El paradigma del mercado ha
resultado hasta ahora (mediados de 1998) algo mejor que el modelo estatista para reducir
al mínimo la vulnerabilidad de la región a los choques externos. Pero en ningún caso la
ha eliminado como lo sugiere la caída prevista del crecimiento regional para 1998. De
hecho, la actual vulnerabilidad de América Latina a las fuerzas externas sugiere que el
conflicto centro-periferia que planteó Prebisch todavía está vivo y goza de buena
salud.
Lo que Prebisch y sus contemporáneos no pudieron prever era la manera como, durante la
última década del siglo veinte, la fluidez y la magnitud de las corrientes de capital
ampliarían la integración financiera global. A comienzos del siglo las corrientes
internacionales de capitales -principalmente la inversión extranjera directa y las
corrientes oficiales de gobiernos u organismos- eran escasas o se orientaban de
preferencia hacia el sector público. Hoy, cantidades masivas de capital fluyen en forma
instantánea hacia adentro y hacia afuera de sistemas financieros altamente integrados,
por medio de la privatización de los mercados de valores y crédito, y de un creciente
arsenal de otros instrumentos de inversión, lo que aumenta las oportunidades a la par que
las vulnerabilidades. En los mares cada vez más revueltos de los mercados de capitales
internacionales, grandes y volátiles, las economías emergentes, como pequeños botes a
remo, son cada vez más vulnerables, con sus cuentas de capital abiertas, en tanto que las
grandes economías desarrolladas son los grandes cruceros marítimos del sistema
internacional, suficientemente grandes para capear las tormentas relativamente indemnes.
A pesar de algunas bajas recientes en el volumen de capitales que entra a las economías
emergentes, parece que las entradas y salidas -y, por lo tanto, la vulnerabilidad-
continuarán masivamente. Mientras las corrientes privadas a las economías emergentes
cayeron de 304 mil millones de dólares en 1996 a alrededor de 233 mil millones en 1997,
todavía se espera que alcancen unos 221 mil millones en 1998, de los cuales más de 90
mil millones estarían destinados a América Latina (Instituto de Finanzas
Internacionales, 1998). Estas corrientes anuales representan casi cuatro veces el máximo
alcanzado durante el auge crediticio de la banca comercial de 1978-1982 (Banco Mundial,
1997).
V. Reducción de la vulnerabilidad: las falsas soluciones y las nuevas enseñanzas
La masificación de la afluencia de capitales y la mayor exposición resultante de las
economías de mercado emergentes a las realidades económicas y financieras
internacionales han aumentado claramente la vulnerabilidad de estas economías. ¿Cuál es
la respuesta apropiada de política para enfrentar esa vulnerabilidad en América Latina y
en otras regiones emergentes?
A principios de la posguerra se suponía que las políticas proteccionistas centradas en
el mercado interno reducirían la vulnerabilidad externa. Como secuela de la crisis de la
deuda, las políticas de sustitución de importaciones y de intervención estatal se
convirtieron en los nuevos pecados capitales y la liberalización y la apertura del
mercado en las nuevas tablas de salvación. En la crisis mexicana, por ejemplo, las
autoridades respondieron señalando su compromiso permanente con los procesos de la
liberalización y de reforma del mercado. México mantuvo sus mercados abiertos,
restringió sus políticas fiscal y monetaria y empezó el proceso de fortalecer el
sistema bancario. De la misma forma, las economías asiáticas están actualmente
evolucionando -aunque muy lentamente- hacia una mayor transparencia y una mayor
orientación del mercado.
Las crisis del mercado de los años 90 no han hecho más que consolidar el paradigma del
mercado. Lejos de querer salirse del sistema económico internacional, América Latina y
otras regiones emergentes están tomando todas las medidas necesarias para no quedar fuera
de él. En este contexto, post-Prebisch, de fines del siglo veinte, sin embargo, las
consecuencias de las crisis mexicana y asiática no pueden ser ignoradas. ¿Cuáles son
algunas de las enseñanzas que nos dejan las crisis de los años 90? ¿Qué políticas
podrían reducir los riesgos de la vulnerabilidad externa para las economías de América
Latina y a la vez aprovechar los logros de la integración financiera internacional?
En primer lugar algunas soluciones falsas:
No basta con una política fiscal prudente. Comúnmente, las cuentas fiscales
parecen sólidas en períodos de afluencia masiva de capitales, porque esas corrientes se
asocian a menudo con aumentos rápidos del gasto que elevan temporariamente los ingresos
fiscales. Sin embargo, cuando termina esa efervescencia, el déficit fiscal reaparece en
el momento mismo en que el gobierno está menos preparado para financiarlo (Birdsall,
Hausmann y Gavin, 1998). Por ello, la solidez fiscal puede ser un fenómeno cíclico, y no
necesariamente una condición sostenible. Por ejemplo, tanto México como Argentina
tenían saneada la situación fiscal antes de la crisis de 1994-1995; de la misma forma,
Indonesia, Corea, Malasia, Singapur y Tailandia tenían superávit fiscales en los años
previos a la crisis financiera de esa región. De hecho, la ironía del desequilibrio
fiscal subyacente es que cuando está terminando el período de auge y las corrientes de
capital comienzan a reaccionar a la desaceleración económica, el gobierno a menudo se ve
obligado a restringir más aún el gasto para convencer a los agentes del mercado que la
política fiscal del país es prudente y sostenible. En efecto, en las economías
emergentes a veces la política fiscal se fuerza para ser "procíclica"
contrayendo cuando la economía se está desacelerando, en contraposición al
comportamiento de las economías desarrolladas en las que se pueden emplear políticas
fiscales expansivas para amortiguar los descensos económicos (Hausmann y otros, 1996).
Las tasas de ahorro interno elevadas no inmunizan a las economías contra el contagio
financiero. La baja tasa de ahorro interno de México (1 6% del PIB en 1993) fue
citada como una de las condiciones subyacentes que habían ayudado a la crisis del peso de
1994-1995. El argumento era que los ahorros bajos llevan a las economías a confiar
excesivamente en el ahorro externo para financiar la inversión interna, haciéndose así
la economía vulnerable a un vuelco repentino de las corrientes de capital extranjero. Por
el contrario, las tasas de ahorro comparativamente más altas de Asia se citaban como
razón de su aparente invulnerabilidad a los choques financieros. En 1993 las tasas de
ahorro de Indonesia (31% del PIB), Corea del Sur (35%, Malasia (38%), Singapur (47%) y
Tailandia (36%) eran mucho más altas que la de México y que el promedio regional de
América Latina (19%). Sin embargo, los acontecimientos recientes de Asia sugieren que,
aunque son cruciales para el crecimiento económico de largo plazo, las altas tasas de
ahorro por sí solas no garantizan la solidez de las inversiones y no son capaces de
aislar a las economías de la turbulencia financiera internacional.
Los controles de capital y la represión financiera no aislan a las economías del
pánico financiero. Como el "efecto tequila" impactó más seriamente a
México y Argentina, ambos países con sistemas financieros liberales y cuentas de capital
abiertas, se dedujo que una liberalización financiera excesiva podría resultar
peligrosa. Una lección de la experiencia asiática, sin embargo, parece ser que los
controles de capital también son peligrosos; las restricciones de algunos gobiernos
asiáticos a las corrientes de capital y su control sobre la actividad bancaria interna
han socavado la disciplina del mercado, facilitando el desarrollo de sistemas bancarios
que carecen de transparencia o supervisión adecuada y que invitan al deterioro de las
carteras de préstamos en el corazón de la crisis económica de Asia. Esto no quiere
decir que los esfuerzos de los gobiernos por reducir al mínimo la volatilidad de las
corrientes de corto plazo -como lo han hecho Chile y Colombia al aplicar un impuesto
efectivo sobre las afluencias de corto plazo (mediante mecanismos de encaje)- no sean una
respuesta sensata, mientras estas políticas no se conviertan en un mal substituto para
mantener los fundamentos macroeconómicos y financieros en su lugar.
En segundo lugar, algunas nuevas enseñanzas:
El problema real: sistemas bancarios débiles épocas de bonanza. La crisis
financiera de Asia y su predecesora de América Latina son la demostración de que la
combinación de bancos débiles y épocas de bonanza es peligrosa. En ambas regiones, las
crisis fueron detonadas por el auge del crédito bancario en sistemas financieros
débiles. Cuando el crecimiento es fuerte, todas las inversiones tienen elevada
rentabilidad, y los bancos y otros financistas caen en la tentación de considerar
solventes a todos los prestatarios. En México, la estabilización de la inflación y las
fuertes entradas de capital de fines de los años 80 y principios de los 90 alentaron una
peligrosa bonanza crediticia de este tipo. Los préstamos al sector privado aumentaron
entre 1989 y 1994, mientras que la menor inflación aumentaba la demanda interna de
depósitos bancarios nacionales y las corrientes de capital, intermediadas en parte por el
sistema financiero, proporcionaban a los bancos fondos adicionales para conceder
créditos. Al mismo tiempo, el gobierno redujo radicalmente su dependencia de la deuda
bancaria interna. Todos estos hechos eran en sí mismos beneficiosos, pero la magnitud de
la ola de préstamos resultante favoreció la crisis bancaria que siguió a la
devaluación del peso en 1994.
De la crisis bancaria mexicana aprendimos que las autoridades responsables de la política
macroeconómica deben mantenerse vigilantes sobre el sistema bancario, e "ir contra
la corriente" de las bonanzas crediticias para asegurarse de que los préstamos
bancarios no crezcan demasiado rápidamente y de que los bancos sean suficientemente
fuertes para resistir los choques a los que estarán inevitablemente expuestos. La crisis
asiática ha reforzado esta lección.
Un sistema financiero débil puede ser el talón de Aquiles de una política de tipo de
cambio fijo porque limita la política monetaria. México en 1994 y Tailandia en 1997
hicieron frente a una opción imposible. Tasas de interés más altas fortalecerían sus
monedas pero amenazarían a los bancos sobreexpuestos; tasas de interés más bajas
salvarían a los bancos pero pondrían en peligro las monedas. En ambos casos, los
mercados comprendieron bien que la opción era imposible y, como se había perdido la
confianza se comprometieron la moneda y los sistemas financieros.
La promesa de mantener un tipo de cambio puede alentar a los prestatarios locales
(públicos y privados) a que se endeuden excesivamente a corto plazo en moneda extranjera
-deuda que será muy desestabilizadora si el compromiso del tipo de cambio no es
sostenible a la postre. Los tesobonos mexicanos (deuda a corto plazo del gobierno
en dólares) -de los que los inversionistas comenzaron a huir en 1994-, se emitieron
principalmente como un instrumento para "esterilizar" las corrientes masivas de
capitales que llegaban a México en el período 1990-1994, a fin de evitar que estas
afluencias generaran una expansión inflacionaria de la oferta monetaria interna. Estas
corrientes de capital fueron intermediadas a través del sistema bancario dando por
resultado que los pasivos de corto plazo en dólares fueran atados a activos no
realizables de mediano y largo plazo. La deuda a corto plazo en dólares alentó la
bonanza crediticia ya analizada y expuso al sistema financiero a la carga de una rápida
proliferación de reembolsos (en pesos) de corto plazo cuando bajó el tipo de cambio.
Concentrar la atención en el sector bancario conduce a dos conclusiones para las
economías emergentes:
a) Consolidación del sector financiero en el largo plazo
La crisis financiera de México ha inspirado esfuerzos concertados en toda la región
para fortalecer el sector bancario. Chile, de hecho, había iniciado cambios radicales
después de la turbulencia financiera de 1982. Allí, y en toda América Latina -incluidos
México, Argentina, Venezuela y Perú-, el sistema bancario se ha abierto a inversionistas
extranjeros que han aportado no sólo nuevos capitales, sino conocimientos técnicos de
administración, mayor transparencia y adherencia del sistema a los estándares
internacionales de auditoría y contabilidad. En Argentina se alentó la consolidación,
permitiendo la absorción de los bancos débiles por los bancos fuertes. A través de la
región, se han extremado los estándares de prudencia y la capacidad de supervisión se
ha fortalecido grandemente.
b) Intervención agresiva ante
una crisis
La región también ofrece lecciones sobre cómo contener una crisis bancaria una vez
que el problema estalla. Una de ellas es actuar con rapidez para evitar que los bancos con
problema se comprometan en comportamientos de alto riesgo. En México y la Argentina en
1995, los bancos insolventes eran cerrados o reestructurados rápidamente para restablecer
la confianza de los inversionistas y para que el sistema financiero pudiera volver a
otorgar los créditos necesarios para la recuperación económica. Los dueños y los
acreedores, beneficiarios de las operaciones arriesgadas de los bancos, asumieron por lo
menos parte de los costos. En Argentina, la fuerza renovada del sector bancario se reveló
durante los primeros tiempos de la crisis asiática. En vez de una salida masiva de
capitales como ocurrió en 1995, la mayor parte de los depósitos en el sistema bancario
han seguido siendo estables en medio de la crisis asiática.
Manejo de la crisis: una respuesta macroeconómica integral y creíble. La
experiencia reciente de América Latina y las dificultades en algunos países asiáticos
muestran que si una crisis obliga a revisar el marco de la política
macroeconómica, esa revisión debe ser global y creible. El conjunto de acciones
internacionales de rescate no bastará para restaurar la confianza. Los mercados
financieros deben recuperar la confianza en que la crisis se está tratando con un
conjunto eficaz y coherente de políticas internas. En 1995, las autoridades mexicanos
reforzaron su compromiso con las reformas del mercado que habían iniciado a fines del
decenio de 1980. Anunciaron un conjunto de recortes del gasto fiscal, aplicaron una
política monetaria restrictiva y mantuvieron sus mercados abiertos; las exportaciones
crecieron rápidamente (más de 30% en 1995 y cerca de 17% en 1996), mucho más de lo que
se contrajeron las importaciones. Gracias a la reforma tributaria anterior a la crisis,
México tenía un impuesto de valor agregado relativamente eficiente que fue elevado para
contener los desequilibrios fiscales potenciales creados por la crisis. Este aumento de la
tributación era instrumento para contrarrestar las presiones inflacionarias desatadas por
la crisis y, lo que es más importante, para restablecer la confianza en la viabilidad
fiscal del país a mediano plazo. El manejo rápido y plausible de la crisis también
proporciona la base para diferenciar entre las economías atrapadas en una crisis
"regional". Esa información es esencial para que los agentes del mercado puedan
discernir entre economías que experimentan distintos desequilibrios o que emplean
distintas políticas para manejarlos.
Otras reformas institucionales. Siendo alentador el vigor renovado con que las
autoridades responsables de las políticas en América Latina continuaron el proceso de
reforma y ajuste en la región, incluso haciendo frente a las crisis recientes, una
solución integral ante los riesgos de la era de la globalización exige algo más que la
simple profundización de las reformas en curso. Si bien es cierto que la liberalización
del comercio, la desregulación de los mercados internos, la apertura al capital
extranjero y la privatización de las empresas del Estado han demostrado ser un primer
paso de importancia trascendental para América Latina, no lo es menos que las crisis de
los años 90 sugieren que esas medidas no bastan si la región ha de emprender una
trayectoria sostenible de desarrollo. En última instancia, para América Latina, el
desafío de principios del siglo XXI será el de las llamadas reformas de "segunda
generación" o institucionales. El mejoramiento ya mencionado de las estructuras de
supervisión y regulación bancaria es apenas un ejemplo de esas reformas.
Esta importancia destacada de las reformas institucionales no es una consideración nueva.
Cuando la industrialización sustitutiva comenzó a llegar a sus inevitables puntos de
estrangulamiento, el propio Prebisch señaló una serie de restricciones institucionales
que necesitaban ser abordadas para consolidar las reformas anteriores y continuar el
proceso de crecimiento (Prebisch, 1963). La distribución sesgada del ingreso era una
restricción al crecimiento en la medida que impedía la movilidad social ascendente; el
sistema tributario, potencialmente un poderoso instrumento de desarrollo económico y de
justicia distributiva tenía ínfimo desarrollo y estaba mal administrado (Prebisch,
1963). El clientelismo en el sector público constituía una rémora importante para el
proceso de desarrollo (Prebisch, 1963). Finalmente, Prebisch abogó por la promoción del
ahorro interno, advirtiendo que si los años venideros van a ser testigos de la
transición a un ritmo de desarrollo aceptable, la inversión con recursos internos
tendrá que aumentar. Permitir que una deuda externa considerable se acumule, sin promover
enérgicamente la movilización de los recursos propios de la región hasta alcanzar el
punto en que puedan satisfacer completamente los requerimientos de la formación de
capital, sería una invitación a consecuencias deplorables (Prebisch, 1971).
Prebisch planteó la necesidad de introducir las reformas institucionales necesarias para
corregir las fallas de las políticas tradicionales de industrialización sustitutiva. Las
crisis de los años 90 han demostrado que las reformas del mercado a fines del decenio de
1980 y principios del de 1990 son igualmente insuficientes para eliminar los obstáculos
al crecimiento económico de América Latina y que, como en el caso de las bonanzas
crediticias de los bancos, las reformas del mercado pueden producir consecuencias
involuntarias graves que dificulten el buen desempeño económico. Para contrarrestar la
vulnerabilidad permanente de América Latina, la atención debe ahora fijarse en
otras reformas institucionales --- como una reforma más profunda del sector financiero,
la consolidación y reforma de los sistemas judiciales, una nueva estructura del mercado
de trabajo y la reforma de los sistemas tributarios y presupuestarios.
Diseñar y ejecutar estas reformas institucionales de segunda generación no es tarea
fácil -ni en el plano técnico ni en el político. Sin ellas, el enorme potencial de
América Latina para aprovechar plenamente las ventajas de la globalización sigue estando
a merced de las vicisitudes externas --como lo advirtió Prebisch, en otro tiempo y a
propósito de otros riesgos.
(Traducción del inglés)
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