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De La Huella No. 1
Julio de 2001
Los vengadores de mártires

Por Manuel Salazar Salvo

-¡Hay que arrastrar con papas y caldo!-, gritaba José Opazo Gómez , el jefe de la Brigada de Homidios, al frente del pizarrón donde estaban marcados los detalles del asesinato del coronel Roger Vergara.

-¡Hay que trabajar firme!-, insistía el jefe policial ante unos 60 detectives reunidos en los subterráneos del cuartel central de calle General Mackenna.

El día del homicidio del oficial de ejército, el equipo de guardia de la BH había salido raudo al escenario del crimen. Los agentes y los peritos fijaron el sitio del suceso con fotografías y planos, examinaron el cadáver, empadronaron el sector y conversaron con los atemorizados testigos, mientras los hombres de la CNI y carabineros protegían el lugar.

Opazo abandonó un momento la reunión.

Le esperaban algunos integrantes de la inteligencia militar y de la Brigada Azul, una de las unidades de la CNI.

Un inspector agregado a la CNI, cuya chapa era la de "Marcos Roa", le dijo:

-¡No te metai en huevás Opazo! La CNI sabe quienes fueron.

Roa era muy amigo de Roberto Fuentes Morrison, "El Wally", que había sido el jefe operativo del Comando Conjunto. Cuando el policía estaba en la IV Comisaría Judicial, en la Plaza Almagro, se le "prestaba gente" a la Dirección de Inteligencia de la Fuerza Aérea.

Opazo y Roa comentaron que Roger Vergara estaba investigando una cuantiosa falsificación de IVA en la que aparecía envuelto el general Manuel Contreras y varios otros integrantes de "La Tía", como apodaban los policías a la DINA.

Esa noche Opazo, formó su equipo. Allí estaban Vidal, Silva, González, Brusset, Maturana, Salazar, Valenzuela, Rojo, Céspedes, Castro, González…

Entre ellos acordaron usar chapas o sus respectivos apodos. Era toda una fauna: "Chancho", "Torito", "Foca Loca", "Huaso", "Búho", entre otros motes innombrables.

Al día siguiente Opazo se junta con Minor Otsú, el jefe de las unidades especializadas, y parten a la reunión del Comando Antisubversivo, CAS, que había formado el general Pinochet bajo la dependencia institucional del Ministerio de Defensa y el mando personal del general Humberto Gordón.

El CAS debía aclarar el asesinato de Vergara y contener los crecientes ímpetus del MIR

Allí estaban congregados los mejores recursos humanos de Investigaciones, de la CNI y de Carabineros.

El entusiasmo era evidente.

Investigaciones ofreció 400 hombres en 40 vehículos.

Un oficial de la CNI puso a disposición "nuestras redes".

Un coronel de Carabineros prometió "nuestros anillos".

Y como impulsados por un resorte, se lanzaron a las calles.

Cuando Opazo volvió al cuartel central, el director de la policía civil, el general ( R ) Ernesto Baeza, lo llamó a su despacho para comunicarle que también se sumaría al trabajo un equipo de la Brigada Investigadora de Asaltos, la BIA, al mando de Nelson Lillo, tan talquino como Opazo.

Entre los convocados figuraban Rodríguez, Moscoso, Ramírez, Vega, Navarro, Díaz, Figueroa, Riveros…, casi todos con experiencias obtenidas al investigar los asaltos bancarios perpetrados por el MIR.

Acordaron entonces dividirse los procedimientos.

Unos deciden montar un operativo de radioescucha en las inmediaciones de la población Juan Antonio Ríos, en la comuna de Independencia; otros, vuelven a empadronar el lugar del crimen; los más, suben a sus vehículos y se dirigen a los domicilios de miristas conocidos.

En los cuarteles de la CNI y de Carabineros también se preparan para la cacería.

Pronto empiezan a llegar los detenidos, a diferentes lugares, casi todos mantenidos en secreto.

Poco después de las ocho de la mañana del 23 de julio son sacados de un colectivo en el cual se dirigían al Campus Oriente de la Universidad Católica los estudiantes de Periodismo José Eduardo Jara y Cecilia Alzamora.

Al día siguiente, el jueves 24, son detenidos el ceramista y egresado de Derecho, Agustín Dávila, junto a su mujer, Marcela Bunster

El 26 de julio es secuestrado Gonzalo Romero Estrada, 26, estudiante de sexto año de Medicina cuando se dirigía por la mañana al Hospital Clínico de la Universidad Católica.

En otro sector de Santiago es apresado Santiago Rubilar Salazar, integrante de los comandos de asalto a bancos y partícipe en el atentado en contra de Roger Vergara.

Ese mismo día agentes de la CNI detienen a Carlos Castillo Merino, Kenny Sánchez Contreras y Ramón Casanellas y los llevan a un lugar secreto. Lo mismo le ocurre a Miguel Yáñez Valdés.

El día 27, 14 agentes de la CNI movilizados en cinco vehículos llegaron en la madrugada a la población Clara Estrella y se llevaron a la estudiante de Filosofía de 18 años, Norma Orellana Riffo.

Casi simultáneamente, en otro lugar de Santiago, es detenido por militares y civiles Patricio Sánchez Contreras, y conducido a un recinto secreto

A las nueve de la mañana del 28 de julio son sacados de la residencial donde vivían, en calle Manuel Montt, muy cerca del lugar del atentado al coronel Roger Vergara, la secretaria arsenalera Nancy Ascueta González, 24, y el pintor Juan Capra, 40.

El lunes 28 la CNI detiene a Juan Alejandro Rojas Martínez, quien se había refugiando en la parroquia San Cayetano, en la Vicaría Sur. La CNI lo sindicaba como uno de los eslabones para llegar a los asesinos de Roger Vergara.

Carabineros arresta en la población El Pinar a Esme Ríos López, lo conducen a la 12° Comisaría y luego a un recinto secreto

Más tarde, a las 21 horas, es sacado de una casa en la calle San Martín el estudiante de ingeniería de la UTE, Haisam Chaghoury Said, 22.

En la noche cae Eduardo Arancibia, acusado de ser uno de los jefes de las milicias del MIR. La CNI informa luego que esta detención permitió identificar varias chapas de los atacantes de Vergara.

Pasado el mediodía del miércoles 30, son detenidos en pleno Paseo Huérfanos el jefe de prensa de Radio Chilena, Guillermo Hormazábal, y el editor informativo de la radio Presidente Ibáñez de Punta Arenas, Mario Romero, hermano del hasta esa hora desaparecido estudiante de Medicina Gonzalo Romero.

A mediatarde, la Radio Chilena, propiedad del Arzobispado de Santiago, temiendo un nuevo secuestro, altera sus transmisiones normales y exige la libertad de Hormazábal, convocando a sus auditores para que ayuden a encontrarlo.

Probablemente ese gesto periodístico, salvó la vida de muchos.

Esa noche Guillermo Hormazábal fue liberado en un sitio eriazo de Pudahuel

 

Mario Romero, sin embargo, fue conducido desnudo hacia un sillón donde lo amarraron para aplicarle electricidad. Le preguntaban por sus contactos en el MIR.

Luego lo sacaron en una camioneta y condujeron –como más tarde sabría- a la Octava Comisaría Judicial de Investigaciones.

Allí le desnudaron los genitales y le introdujeron una aguja en la uretra. Las descargas eléctricas que siguieron le parecieron eternas.

De pronto la pesadilla terminó. Fue subido a un vehículo donde escuchó la voz de su hermano y de otras personas. Poco más tarde fueron liberados en un terreno baldío.

El viernes 1° de agosto una mano anónima depositó en el correo una carta que llegaría cuatro días después al vespertino La Segunda: "Señores, ante la incapacidad de las fuerzas de seguridad y de policía, con esta fecha hemos formado el Comando de Vengadores de Mártires (Covema). Asumimos las responsabilidades que ustedes y la sociedad han eludido. Dios y Patria", decía la nota.

Estaba escrita en un papel pequeño, con la tipografía de una máquina ubicada en los subterráneos del cuartel central de General Mackenna.

Pocas horas después, en la madrugada del sábado, Eduardo Jara y Cecilia Alzamora fueron abandonados en La Reina. Una patrulla de carabineros, llamada por vecinos del sector, condujo a ambos estudiantes a la posta de Ñuñoa.

Jara presentaba costras en las muñecas y en los genitales, una hemorragia generalizada y un traumatismo encéfalo craneano.

Esa mañana le sobrevino un paro cardíaco. Murio cuando tenía 26 años y un hijo de dos.

Algunos de los liberados recuerdan hasta hoy las voces de dos de sus interrogadores. Uno aparentaba ser culto y bueno; el otro fraseaba como un centroamericano medio tonto.

La conmocion pública era enorme.

El gobierno negó que algún servicio de seguridad hubiese participado en los secuestros, en un gesto claramente interpretado en los cuarteles de Investigaciones.

José Opazo Gómez, disfrazado de cura, había viajado junto a un agente de la CNI a Brasil, a la caza de una siquiatra ayudista del MIR.

El general de Ejército Osvaldo Hernández fue puesto al frente de un sumario destinado a esclarecer los hechos.

Decenas de detectives fueron conducidos en buses y bajo vigilancia armada a prestar declaraciones al Regimiento de Telecomunicaciones, ubicado en esos años en la calle Antonio Varas

Media docena de miembros de la BH quedaron detenidos.

Mientras, cuatro inespectores de la policía civil se dirigieron al aeropuerto de Pudahuel para recibir a Opazo, quien regresaba con las manos vacías.

En breves minutos le pusieron al tanto de los hechos.

-¡Yo dí la orden y voy a poner la cara!-, gritó el jefe policial al entrar a su oficina.

Sacó de un closet su mejor terno, una camisa blanca, una corbata y pidió que le lustraran sus zapatos mientras se duchaba y afeitaba.

A los pocos minutos lucía impecable.

-¡Ahora llévenme al Telecomunicaciones!-, ordenó.

Pero, a esa altura, ya no bastaban las actitudes viriles.

El general Ernesto Baeza tuvo que presentar su renuncia a la dirección de Investigaciones.

Junto con su partida, desapareció el proyecto que tenía para refundar y centralizar todos los servicios de inteligencia y seguridad interna.

Baeza había perdido una muy secreta batalla.