11
DE SEPTIEMBRE DE 1973
*Frida
Modak
Ya
se va haciendo costumbre, y mala costumbre, diría, que en estas
fechas nos sorprendan con curiosas teorías o historias fantásticas
de lo que habría sucedido el 11 de septiembre de 1973 en La
Moneda. Eso no tendría mayor importancia si no conllevara una
falta de respeto, da lo mismo si voluntaria o involuntaria,
hacia el Presidente Allende, lo que me resulta intolerable. Como
antídoto a las sorpresas desagradables que puedan surgir este año,
se vale recordar.
El
11 de septiembre de 1973 llegué a La Moneda alrededor de las
ocho de la mañana. Una hora antes, una llamada telefónica en
la que me preguntaban si el Presidente estaba en la casa de
gobierno me indicó que había salido de la residencia
presidencial de Tomás Moro, a la que me había comunicado por
última vez con Augusto Olivares a las
tres y media de la mañana. Mientras él y otros asesores
trabajaban con el Presidente en el discurso con el que convocaría
a un plebiscito para dirimir las diferencias con el parlamento,
les iba entregando toda la información que recibía sobre el
movimiento de camiones que transportaban militares hacia
Santiago.
Los
llevaban para reforzar la guarnición capitalina, decían sus
jefes, porque el día 11 se iban a efectuar manifestaciones de
sectores políticos opuestos. No convencían a nadie, pero no se
les podía decir que estaban mintiendo. Horas más tarde Isabel
y Tati Allende, Nancy Julien y yo, tampoco podíamos decirle a
los chilenos que las transmisiones que hacían las radioemisoras
controladas por los militares mentían. No había ningún medio
a través del cual pudiéramos advertirles que los ministros que
supuestamente se habían entregado a los uniformados en realidad
habían sido detenidos en La Moneda, a donde llegaron a estar
junto al Presidente.
No
podíamos decirles que Augusto Olivares no se había entregado
sino que estaba muerto y que también había muerto el
Presidente, información que se retuvo por muchas horas y que
nosotras cuatro conocimos en el lugar en que nos habían dado
albergue, porque la comunicación telefónica con el Palacio de
Gobierno nunca se interrumpió y así, mientras nosotras caminábamos
por las calles en busca de un lugar seguro, hubo quienes
pudieron seguir el curso de los acontecimientos.
El
sábado 15 de septiembre, cuando la señora Tencha Bussi de
Allende y sus hijas Carmen Paz e Isabel se preparaban para
viajar a México, el cúmulo de mentiras que decía la dictadura
no tenía límites. Estábamos en la residencia del embajador
mexicano y el doctor Oscar Soto, del equipo médico del
Presidente, Nancy Julien, esposa de Jaime Barrios, asesor económico
del Presidente, detenido desaparecido, y yo, decidimos hacer el
relato de lo ocurrido el día 11 y se lo entregamos a la
periodista María Teresa Larraín, de Difusión Cultural de la
cancillería, que debido a esa circunstancia había podido
ingresar a la casa del embajador, le pedimos que lo hiciera
llegar a otros periodistas y a personeros políticos.
Poco
después fui a la habitación de Nana Bussi, hermana de la señora
Tencha, y le pregunté si se llevaría el documento a México.
Por toda respuesta tomó la copia que le mostré y la metió
entre sus ropas. Le pedí, entonces, que lo hiciera llegar a la
embajada de Cuba, para ser enviado a Manuel Piñeiro, jefe del
Departamento América, para que lo difundieran. Después supe
que en La Habana lo habían recibido en la víspera del discurso
que pronunciaría el Presidente Fidel Castro el 28 de septiembre
de ese año. El documento contradecía la versión que se había
recibido en Cuba, que fue ratificada por quien la había
proporcionado, por lo que en el discurso se incluyeron las dos
informaciones.
Pasaron
algunos años y recibí, en México, una llamada del diputado
Andrés Aylwin, quien me llevó de regalo una copia de ese texto,
diciéndome que había tenido gran circulación clandestina y
que se había leído con profunda emoción. Ese es el texto que
viene a continuación, ya no es clandestino, y muestra
no sólo la voluntad inquebrantable del Presidente
Allende de no rendirse, sino también su decisión, expresada
desde las primeras horas, de salvar las vidas de quienes lo
acompañaban y que se expresó tanto cuando los que quisieron
parlamentar con los militares salieron de La Moneda, como cuando
les ordenó a los demás que se entregaran cuando la tropa
derribó la puerta de Morandé 80.
SUCEDIÓ EN LA MONEDA
“El
pueblo debe saber lo que realmente ocurrió la mañana del
martes 11 de septiembre en La Moneda. Debe saber cuál fue la
actitud del Presidente Salvador Allende, porque la verdad está
siendo ocultada por los gorilas que han usurpado el mando. El
compañero Presidente dio un ejemplo de consecuencia
revolucionaria que se trata de silenciar, porque constituye el
mejor legado que pudo dejar al pueblo. Trazó un camino para
seguir luchando hasta alcanzar la victoria final.
“El
Presidente Allende llegó el 11 de septiembre a las siete y
media de la mañana a La Moneda. Sabía de la insubordinación
que encabezaban los hasta entonces comandantes en jefe del ejército
y la fuerza aérea. Sabia que habían depuesto al Almirante
Montero y al general Director de Carabineros, General Urrutia.
En La Moneda sólo lo acompañaban sus más cercanos
colaboradores y algunos miembros de la escolta presidencial.
“El
presidente Allende estaba cumpliendo lo que tantas veces dijo:
de La Moneda lo sacarían muerto, pero no se rendiría ni
exiliaría. Era el Presidente de Chile, el genuino mandatario
del pueblo y lo fue hasta el último instante.
“De
inmediato se adoptaron las medidas necesarias para la defensa de
La Moneda. En esos instantes lo llamó Augusto Pinochet,
comandante del ejército, quien le comunicó que ponía a su
disposición un avión y le daba todas las garantías para que
saliera del país. En términos duros y definitorios el compañero
Allende le hizo saber que no se rendía. Más tarde lo llamó el
almirante José Toribio Merino para conminarlo a que se rindiera.
El presidente Allende le respondió que eso quedaba para los
cobardes y los traidores como el autor de la llamada. En ese
momento se habían retirado, por orden de sus nuevos superiores,
los carabineros que acordonaban La Moneda en abierta intención
para defenderla.
“Entretanto,
y a través de los medios populares, el Presidente Allende había
informado a los trabajadores de lo que estaba sucediendo y de su
decisión de mantenerse en su puesto. Llamó a los trabajadores
para que se dirigieran a sus fábricas. A esa hora, 9.30 A.M.,
casi todas las emisoras populares habían sido bombardeadas por
la FACH a fin de ser silenciadas.
“Momentos
después se iniciaba el ataque a La Moneda y se anunció que ésta
sería bombardeada en pocos minutos. El Presidente, con casco y
metralleta, hizo salir al personal de servicio y luego a sus
edecanes. Al no concretarse el bombardeo, reunió a todos sus
colaboradores en el Salón Toesca. Les dijo que agradecía el
comportamiento que siempre tuvieron y la actitud asumida por
ellos de mantenerse en los peores momentos a su lado. Sin
embargo, él no quería sacrificios inútiles de vidas. Por lo
tanto, los que no tuvieran armas ni estuvieran en condiciones de
combatir, debían irse. Exigió que las mujeres que allí se
encontraban dejaran La Moneda. Él se quedaba a combatir.
“Nadie
se movió. Se determinó entonces llevar a las mujeres a un
lugar más seguro. El Presidente volvió a su despacho y desde
allí ordenó al general Baeza que enviara un jeep a recoger a
las mujeres. Ëste se comprometió a dar garantías en ese
sentido. El compañero Allende fue al lugar en que se
encontraban las mujeres y les reiteró que debían salir. Dos de
sus hijas le señalaron que no lo harían porque los militares
podían tomarlas de rehén para presionarlo. Su respuesta fue:
´Si lo hacen, les diré que las maten, que pasen a la historia
como asesinos de mujeres´.
“Luego
señaló que cada una de las compañeras que estaban ahí tenía
una tarea que cumplir en el futuro. ’Este proceso, dijo, no
termina aquí. El pueblo las va a necesitar, las revoluciones no
se hacen con sacrificios inútiles de vidas. Si yo pudiera, me
iría a un Cordón Industrial para resistir junto a los
trabajadores, pero sé que no lo puedo hacer’
“Finalmente,
desde el citófono de la guardia llamó otra vez al general
Baeza, reiterándole que debía hacer llegar el jeep para sacar
a las mujeres. Le señaló: ´Aunque usted sea un traidor,
espero que al menos sepa respetar a las mujeres´. Aún se
dudaba salir. Entonces, el compañero Presidente decidió que si
no salían, él saldría con ellas y se dirigió a abrir la
puerta de Morandé 80. Entonces, las compañeras salieron acompañadas
de un carabinero que, sin armas, llevaba un pañuelo blanco.
Afuera ningún jeep esperaba a las mujeres como lo había
prometido el general Baeza. Sólo había balas. El carabinero
abandonó rápidamente el lugar dejando a las mujeres solas
enfrentando el tableteo de las ametralladoras.
“Eran
poco más de las once de la mañana. El cañoneo contra La
Moneda era intenso. El Presidente hizo salir
a otros de sus colaboradores. Sólo quedó junto a él,
el grupo que iba a combatir. En esos momentos recibió un
llamado del Ministerio de Defensa en el que se le advertía que
el bombardeo se iba a iniciar a las 12 del día y se le
conminaba a rendirse. El Presidente reiteró que no se rendía.
“A
las 12.10 comenzó el intenso bombardeo de La Moneda, mientras
seguían disparando los cañones y las ametralladoras. Los
tanques que estaban en calle Moneda fueron llevados hasta
Agustinas para desde allí abrir fuego de cañones. El bombardeo
de la FACH duró una hora. La Moneda empezó a incendiarse y se
lanzaron bombas lacrimógenas. Los que se encontraban en su
interior seguían en sus puestos. Los carabineros de la Guardia
de Palacio se habían retirado. Un grupo de detectives se quedó.
“Inmediatamente
después del bombardeo un tanque entró por la puerta de Moneda
hasta el Patio de los Naranjos, fue destruido. Alrededor de las
13 horas, en el primer piso, ante la decisión de no entregarse
a los militares, se quitó la vida el compañero Augusto
Olivares. Posteriormente, el almirante Carvajal llamó a La
Moneda pidiendo que fuera una delegación a parlamentar con
ellos. Con tal objeto salieron los compañeros Fernando Flores,
Daniel Vergara, Osvaldo Puccio y su hijo. No se conoció
resultado alguno porque no regresaron. El compañero Clodomiro
Almeyda se encontraba en su ministerio y desde allí fue sacado
por los militares.
“Continuó
la lucha, esta vez en el sector del ala de Morandé, que no
estaba afectada por el fuego. Los militares derribaron la puerta
de Morandé 80 e ingresaron tomando 8 a 10 prisioneros. Un
emisario fue enviado al segundo piso para comunicar que se
otorgaban 10 minutos para rendirse. Eran las 13.55 horas.
“El
presidente Allende ordenó que todos salieran desarmados, porque
él sería el último en hacerlo. Cuando todos iban descendiendo
hacia la puerta de Morandé 80, el compañero Presidente se
disparó en la cabeza con la
metralleta que le había regalado el comandante Fidel Castro y
que es con la que combatió durante todas esas horas.
“Algunos
miembros de su guardia personal permanecieron en el segundo piso
y combatieron hasta que fueron acribillados. La batalla en La
Moneda había terminado aproximadamente a las 14.45 horas.
“El
compañero Presidente cumplió con lo que había dicho: defender
con su vida el proceso revolucionario hasta las últimas
consecuencias. De su actitud y de sus palabras fluye un mensaje
claro al pueblo. El proceso revolucionario chileno no ha
terminado. Sigue. El pueblo debe unirse más que nunca. Debe ser
uno solo, organizándose, luchar concientemente, sin actitudes
espontáneas o individuales que sólo disminuyen la fuerza del
pueblo mismo”.
*Secretaria
de Prensa del Presidente Allende.