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Heinz
Dieterich 5.9.2003
El Estado gangsteril contra
Allende
Hoy en seis días caerán las bombas sobre el Palacio de la Moneda, serán intervenidas
las estaciones de radio, televisión y los periódicos, ocupados militarmente los
sindicatos, llenado el Estadio de Santiago de presos políticos, arrancadas las primeras
uñas de las víctimas del terror, violadas las mujeres apresadas y desaparecidos los
ciudadanos de la patria chilena.
Hoy, hace tres décadas, el general Augusto Pinochet, contratado por la Casa Blanca en
Washington para ahogar en sangre la democracia constitucional del Presidente Salvador
Allende, afinaba los últimos detalles del golpe de Estado que acabaría con la
liberación nacional y social del país.
Junto al "general rastrero", como Allende tituló el último día de su vida al
traidor ---a quien había hecho comandante en jefe del ejército el 23 de agosto de
1973--- estaba una pandilla de mercenarios, conocidos como las Fuerzas Armadas de Chile,
que regresaron la institución castrense a su ignominiosa tradición de matar mineros y
"pampinos pobres", en pos de los intereses de la oligarquía secular.
Clases medias y pequeñas burguesías, desde médicos hasta transportistas, habían hecho
alianza con la oligarquía, azuzados implacablemente en la guerra santa contra el
"comunismo" de la Unidad Popular, por el diario nacional más importante, El
Mercurio, y su dueño Agustín Edwards, íntimo amigo de David Rockefeller, con estrechas
vinculaciones a la transnacional Pepsi Cola y la Central de Inteligencia estadounidense,
la CIA.
Edwards había volado apresuradamente a Estados Unidos, a pocos días de las elecciones
generales del 4 de septiembre de 1970, en las cuales la Unidad Popular (UP) de Salvador
Allende había ganado la mayoría relativa de los votos, derrotando con el 36.3 por ciento
de los votos al derechista Partido Nacional (PN) y a la democracia cristiana (PDC), que
sólo obtuvieron el 34.9 y 27.8 por ciento del sufragio, pese a los millones de dólares,
con los cuales la CIA había corrompido el proceso electoral.
En la mañana del 15 de septiembre, el magnate mediático desayunó en un hotel de
Washington, D.C., con un grupo selecto de pesos pesados de la política estadounidense:
Richard Helms, Director de la CIA, John Mitchell, Fiscal General de la nación y Donald
Kendall, presidente de la Pepsi Cola, quién había convocado al encuentro. Edwards expuso
sin rodeos ante los comensales que era imperiosa la intervención estadounidense, a fin de
evitar que Allende llegase a la presidencia.
Presionados por las insistencias intervencionistas de los empresarios Edwards y Kendall,
Helms y Mitchell convencieron al presidente Richard Nixon y su Asistente de Seguridad
Nacional, Henry Kissinger, de que era impostergable una reunión de emergencia en la Casa
Blanca, ese mismo día, para "arreglar" el asunto de Allende.
Cuando terminó la reunión entre los cuatro funcionarios de la Casa Blanca, el mismo 15
de septiembre de 1970, la sentencia de muerte de Allende había sido firmada. Nixon
instruyó a la CIA de que un gobierno Allende era "inaceptable" para Estados
Unidos y que tomara "un papel directo" en la organización de un golpe militar
para impedir su asunción a la presidencia. Toda la operación debía realizarse bajo el
control directo de Kissinger.
Fue dentro de este contexto, que la Casa Blanca le envió al Presidente democratacristiano
en funciones, Eduardo Frei Montalva, el siguiente mensaje, a través de su embajador Korry
y el ministro de defensa chileno: si Allende llega a la presidencia, Estados Unidos hará
"todo lo que está dentro de su poder para condenar a Chile y los chilenos a las
privaciones y la pobreza más extrema, dentro de una política diseñada para largo
tiempo".
Tres años tuvieron que esperar los dueños del terrorismo internacional estadounidense,
Richard Nixon y Henry Kissinger, al servicio del capital transnacional y de los
megaempresarios como Edwards y Kendall, hasta que su sueño de destruir la democracia de
la Unidad Popular chilena, pudo ser realizado.
Tres largos años, porque cuando Nixon y Kissinger ordenaron a la CIA a concertar el golpe
de Estado, la CIA les respondió que "la acción militar era imposible", debido
a la "inercia apolítica y constitucionalista de los militares chilenos".
La destrucción sistemática de la economía, la formación de bandas terroristas
paramilitares como "Patria y Libertad", la organización y el financiamiento de
la guerra psicológica a través de los medios nacionales e internacionales y la
construcción sistemática de una fracción fratricida en las Fuerzas Armadas, para
generar el clima del coup d´ état, abrieron el camino hacia la matanza de Pinochet que
hasta el día de hoy ha quedado impune.
Las razones de la matanza fueron expresados en un documento secreto de la CIA, de
septiembre de 1970. Constatando que Estados Unidos "no tiene intereses nacionales
vitales en Chile" (sic), la CIA advirtió que un triunfo de Allende tendría
"considerables costos políticos y psicológicos", en cuanto que: a) amenazaría
la "cohesión hemisférica", b) por las reacciones (repetidoras-H.D.) que
generaría en otros países y, c) porque sería una derrota "psicológica" para
Estados Unidos y un "avance psicológico definitivo para las ideas marxistas".
Dos décadas antes, el ideólogo liberal del gobierno de John F. Kennedy, Arthur
Schlesinger, analizando la necesidad de destrucción del gobierno de Fidel Castro, había
llegado a la misma conclusión, aunque en un lenguaje diferente, más claro:
La idea de la revolución cubana, de que el pueblo debe tomar las riendas de su propio
destino, es una idea "que encontrará muchos seguidores entre los pobres de todo el
hemisferio que enfrentan similares problemas. No queremos que esa idea se expanda".
La Unidad Popular de Chile cometió justo este "crímen" de querer implementar
un proyecto histórico de democracia popular y soberanía nacional en el hemisferio
occidental, que desde la proclamación de la Doctrina Monroe en 1823, genera la sentencia
de muerte de los responsables por parte de un Estado imperial, que Noam Chomsky
caracterizó adecuadamente en los años ochenta como un Estado gangsteríl.
Hoy día, hay más ciudadanos pobres y más presidentes progresistas que nunca en el
hemisferio, que procuran la soberanía popular. Por eso, las políticas destructivas del
Estado gangsteril que acabó con Allende, se operan en la actualidad a una escala mucho
mayor que en 1970.
Contra Cuba, esa política es evidente; contra Venezuela, Argentina y Brasil, es
---todavía--- clandestina. Por eso, la sospecha de Noam Chomsky, de que Washington esté
"apoyando de nuevo, en Venezuela, un golpe de estado", debe tomarse muy en
serio.
Hay dos personajes legendarios en América, cuyos pensamientos nunca deben descartar las
fuerzas democráticas de América Latina: Noam Chomsky y Fidel Castro.
Recordemos este 11 de septiembre, cuando Fidel le regaló a Salvador Allende un fusil
Ak-47. Fue un simbolismo con el cual el Comandante indicó, de donde venía el golpe del
Estado gangsteril.
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