Por Sebastián Espinace
EQUIPO DE INVESTIGACIÓN
“-¿A usted no le parece atemorizador que los cinco mayores
grupos económicos controlen casi las dos terceras partes del
patrimonio total de las 250 mayores empresas privadas del país?
- No sé si ese dato corresponde o no a la realidad; le doy
de barato que así sea. Eso no es nada comparado con el poder
empresarial que todavía tiene el Estado. En Chile el Estado
sigue siendo, lejos, el mayor empresario. ¿Quién lo supera? ¡Nadie!
Ningún grupo posee ni la mitad de lo que tiene CODELCO; y si a
eso le suma CAP, ENAP, Chilectra, Endesa, Ferrocarriles, verá
que es una monstruosidad. Es un gigantismo absoluto todavía.”
Así respondió Pablo Baraona, uno de los padres del modelo
neoliberal chileno, en una entrevista publicada en “El
Mercurio” en 1981. Hoy el modelo ha cambiado, y no
precisamente porque haya disminuido la concentración de la
propiedad, sino porque “monstruosidad” y “gigantismo
absoluto” ya no son términos aplicables al Estado. Ahora, el
absolutismo hay que buscarlo en otro lado.
A mitad de semana, los responsables del modelo económico
chileno y artífices de las dos oleadas de privatizaciones de la
segunda mitad de la década de los setenta y de los ochenta
celebraron 50 años del desembarco de esta ideología en Chile.
Este grupo de economistas, conocidos hasta ahora como los
Chicago Boys y rebautizados por Ricardo Ffrench-Davis como los
“Chicagones”, se originaron en un acuerdo suscrito en 1956
entre la Universidad Católica y la de Chicago, que consistía
en becas para cursar master y doctorados para los egresados de
economía más sobresalientes de la Pontificia.
Entre quienes realizaron sus cursos de postgrado en esa época
destacan Sergio de Castro, Ernesto Fontaine, Pablo Baraona y
Ricardo Ffrench-Davis, este último uno de los grandes críticos
a las enseñanzas de Milton Friedman y otros Nobeles de esa
escuela económica. Si bien las becas se terminaron en 1961, la
influencia de los Chicago Boys no dejó de caer con estrépito
en Chile. En los años venideros más estudiantes emigraron al
hemisferio norte para continuar sus estudios en esta entidad.
Cuando sobrevino el golpe de Estado, cerca de medio centenar de
economistas ya habían pasado por sus aulas, donde el nivel de
adoctrinamiento era insospechado y, según Ffrench-Davis, sólo
podía asemejarse al que recibían en esos años otros colegas
en la Universidad de Patricio Lubumba, en la Unión Soviética.
La penetración neoliberal en Chile fue de tal magnitud que
algunos adoptaron el dogma sin haber pisado nunca las aulas de
Chicago, como los ex ministros de Pinochet y ex candidatos
presidenciales, Hernán Büchi y José Piñera Echeñique.
El nuevo modelo económico que se aplicaría en nuestro país
a partir de 1975 comenzó a gestarse a fines de los sesenta en
el Centro de Estudios Socioeconómicos (Cesec), con la finalidad
inicial de ser aplicado en el Gobierno de Jorge Alessandri si éste
resultaba electo. Al ganar Allende, los Chicago Boys se vieron
obligados a postergar sus ansias de materializar la teoría económica
que los había impregnado.
Después de un largo trabajo subterráneo durante la Unidad
Popular, aglutinados en el departamento de estudios de la Sofofa,
donde afinaron los detalles de un programa económico que rompería
totalmente con el modelo existente, por fin pudieron actuar. La
oportunidad se las proporcionó la dictadura.
De hecho, cuando Pinochet ordenó bombardear La Moneda, “El
Ladrillo” –que es el nombre con que se dio a conocer el
manual de este peculiar equipo económico- ya estaba escrito y
en manos de quien tomaría las riendas de la economía nacional,
el entonces comandante en jefe de la Armada José Toribio
Merino, quien una vez precisó a la prensa que aprendió de esta
disciplina en la Enciclopedia Británica, por eso era el más
indicado para dirigir esa área. Sin duda lo dijo en uno de sus
memorables martes.
DESDE LAS CATACUMBAS AL PODER
Así, cuando el humo aún salía del palacio de Toesca, los
Chicago ya estaban asaltando el poder, pero por etapas. Primero
realizanron asesorías en algunos ministerios y en instituciones
que serían clave en el proceso, como la Corfo y Odeplan. Luego,
a partir de mediados de 1975, en medio de la crisis económica,
se instalaron definitivamente en el poder con el ingreso de
Sergio de Castro al Ministerio de Economía y de Jorge Cauas al
de Hacienda, con poderes de superministro con sucursal en todo
el gabinete. Cerraba el trío perfecto Pablo Baraona, quien se
hizo cargo del Banco Central. Con ellos llegaron al Gobierno
otros hasta entonces desconocidos que no tardaron en dejar sus
huellas en la historia económica nacional, como Hernán Büchi,
Jorge Díaz, Felipe Lamarca y Nicolás Irarrázabal.
Es por estos años también cuando los gremialistas y los
Chicago Boys comienzan un idilio que dura hasta el día de hoy,
que tuvo su máxima expresión, entre otras particularidades, en
el traspaso de las empresas del Estado a manos privadas. De esta
manera se creó toda una camada de nuevos ricos entre los
funcionarios estatales más eficientes de la época, y que aún
perdura en el mercado los grandes empresarios. Según el libro
“El saqueo de los grupos económicos del Estado chileno”, de
la periodista María Olivia Monckeberg, entre 1985 y 1989, el
Estado de Chile se deshizo de 30 empresas, lo que significó una
pérdida que se estimó en más de mil millones de dólares.
Pero la cronista se quedó corta. El informe de la comisión
especial de la Cámara de Diputados del 2004 recalculó el daño
fiscal en 2.209 millones de dólares, considerando la enajenación
de 32 empresas sólo entre 1985 y 1987.
Entre otros antecedentes, el informe parlamentario consideró
la información proporcionada por la Contraloría General de la
República, organismo que constató que “gran parte de las
empresas enajenadas fueron vendidas a un precio de venta
inferior a su valor libro”, estimando la merma de un mínimo
27% a un máximo de 69% del capital comprometido en cada empresa.
Se trató, simplemente, de una liquidación.
Pero también fue época de grandes transformaciones: surgió
el nuevo sistema de pensiones, hoy en pleno proceso de reforma
por su ineficiencia, y se dio un gran impulso a la salud privada
al reemplazar la solidaridad del sistema estatal por el
individualismo de las isapre. De la teoría de los Chicago Boys
surgió también la privatización de la educación, con la
nueva Ley General de Universidades que terminó con los
aranceles diferenciados trocándolo por el crédito fiscal en
las universidades públicas y la aparición de cuanta
universidad privada quisiera fundarse en Chile.
Fue la época de la municipalización de las escuelas y
liceos fiscales, la subvención estatal a particulares que
abrieran colegios que hoy se cierran dejando a centenares de niños
presionando el jibarizado sistema público. Se desarrollaron
grandes colegios que cobran millonarias cuotas de incorporación
y mensualidades de más de US$ 500 por alumno para aquellos que
quieren educación de calidad y pueden pagarla.
OLDS CHICAGO
Hernán Büchi y José Piñera, los administradores
del modelo en los ’80.
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En otras palabras, se destruyó todo lo que en cincuenta años -desde
los gobiernos del Frente Popular de fines de los años treinta-
se había construido. El Estado fue desmantelado. Con él se
terminó con la educación, la salud y la previsión.
Todo esto, convenciendo a los chilenos y a medio mundo de que
los avances económicos de la dictadura no sólo justificaban
los atropellos de los DDHH sino que eran un “milagro”. En
circunstancias que durante los 17 años de gobierno militar la
economía chilena creció sólo a un ritmo promedio de 2,4 por
ciento anual, mientras que en las dos décadas precedentes, las
de la posguerra, la cifra fue de 4,3 por ciento. El “milagro
económico” chileno, la contrarreforma neoliberal, significó
un retroceo para el país, para la gran mayoría, un desastre.
Los hombres decisivos en el cambio de la política económica
del país han envejecido. Han pasado muchos años desde que
dejaron las aulas de Friedman y Harberger; las reuniones en la
Sofofa para tratar de armar “el modelo”; de las reformas y
decretos impulsados en el Gobierno militar; de las gerencias,
presidencia y directorios de las empresas públicas. Ya no son
imberbes profesionales, hoy son prósperos hombres de negocios
que disfrutan del modelo que forjaron durante años. En otros
casos, siguen propagando el modelo a través de la docencia
tanto en universidades tradicionales como en las privadas que
sobrevivieron y se fortalecieron con el paso de los años.
Uno de ellos es Sergio de Castro, ministro de Economía
(1975-76) y ministro de Hacienda (1976-1982), quien jugó un rol
fundamental en la primera oleada de privatizaciones. Al alejarse
del mundo público ingresó de lleno a la empresa privada,
participando activamente incluso en aquellas que habían sido
privatizadas por el equipo económico que él ayudo a formar,
como es el caso de la Sociedad Química Chilena (Soquimich) de
la cual fue director. Actualmente aparece vinculado además a 29
sociedades cuyos ejes de acción están inmersos en áreas tan
diversas como la minería, agricultura, proyectos inmobiliarios
y sociedades de inversión. Dentro de su abultado currículo se
encuentra también el haber sido socio en Copesa y AFP Provida
de Álvaro Saieh, uno de los primeros doctorados en Chicago.
Pablo Baraona, otro de los “históricos” y más
influyentes personajes del Chile de libre mercado, fue ministro
de Economía (1976-1978 y 1988-1989) y de Minería (1989). Amigo
entrañable de De Castro desde la década de los sesenta,
participó también en la elaboración de “El Ladrillo”. Con
el retorno a la democracia, Baraona se interesó más en la política
y en la educación, que en los negocios. Actualmente forma parte
del Consejo Directivo de la Universidad Finis Térrea junto a
otros Chicago Boys de cuna, como Álvaro Bardón y el mismo De
Castro, o de adopción, como Felipe Lamarca.
Otros allegados al neoliberalismo que no pasaron por Chicago,
como Jorge Cauas, Hernán Büchi y José Piñera, no sólo
adoptaron como suyas las políticas económicas elaboradas en el
Cesec y la Sofofa, sino que en algunos casos las llevaron a la
práctica con más fuerza y rudeza que cualquiera de los auténticos.
Cauas, por ejemplo, ministro de Hacienda (1974-1976), que
hizo su postgrado en la Universidad de Columbia, fue quien aplicó
en 1975 el Programa de Recuperación Económica, más conocido
como “tratamiento de shock”, el primer paso en la
liberalización de la economía. Al salir del ministerio, en
1976, se hizo cargo del Banco de Santiago, en ese entonces de
propiedad del grupo Cruzat-Larraín. Cauas siguió ligado a
Manuel Cruzat hasta 1997 en Isapre Cruz Blanca y actualmente es
director del BCI y participa en otros directorios vinculados a
esta misma entidad financiera.
Hernán Büchi Buc, ministro de Hacienda (1985-1989) y
candidato a la presidencia (1989), es ingeniero civil egresado
de la laica Universidad de Chile. El entonces caminante de corte
príncipe valiente comenzó su participación en el Gobierno
militar como asesor del Ministerio de Economía. De ahí en
adelante lideró junto a José Piñera reformas como la creación
de las isapre y la reforma previsional. Hoy los dos corren
distinta suerte. Mientras el primero se ha dedicado a deambular
en diversos directorios de prestigiosas empresas, Piñera ha
acumulado miles y miles de millas viajando alrededor del mundo
“vendiendo” puerta a puerta su proyecto previsional,
principalmente en Sudamérica, donde no tardaron en instalarse
sucursales de las primeras AFP chilenas. Últimamente también
ha incursionado en los Estados Unidos, donde ha establecido
contactos con la Casa Blanca.
Büchi llegó al equipo económico de la dictadura de la mano
de Sergio de Castro e hizo una meteórica carrera pública en la
que fue subsecretario de Economía, de Salud, ministro Director
de Odeplan y superintendente de Bancos e Instituciones
Financieras, antes de ser titular de Hacienda. En este cargo,
elaboró el plan que concretó la segunda y mayor oleada de
privatizaciones de empresas públicas de la historia.
Una vez culminados sus servicios técnicos, la derecha lo
levantó como su candidato a la presidencia en 1989 y, tras la
derrota en las urnas, entró de lleno a la empresa privada.
Desde entonces ha participado en empresas asociadas a los grupos
de mayor poder económico del país, los mismos beneficiados con
su plan privatizador. Así, a partir de los noventa ha ocupado
silla en los directorios de Lucchetti, Falabella, Madeco y
Copesa. Además de ser socio de Joaquín Lavín en la
Universidad del Desarrollo y poseer participación en al menos
12 sociedades ligadas al sector forestal, inmobiliario y de
inversiones.
Entre las empresas emblemáticas que el ex ministro
“traspasó” a manos de privados están Lan Chile, hoy de
Sebastián Piñera; Entel, vinculada al grupo de Juan Hurtado
Vicuña, un exitoso empresario que participó en los directorios
de Endesa, Chilectra y Chilmetro cuando éstas eran empresas públicas,
donde además el hermano de Hernán, Richard Büchi, hoy es
gerente general; y CTC, que pertenece a la transnacional Telefónica
Internacional.
Si bien la Concertación ha manejado políticamente el país
desde el retorno a la democracia, los Chicago Boys y el
gremialismo se pueden jactar de lo perdurable y rentable que
resultó para ellos el sistema económico que implementaron. El
pequeño círculo de empresarios surgido bajo la sombra del
nuevo modelo no ha hecho más que acrecentar la concentración
de la propiedad de las ex empresas estatales, en vez de
constituir una vía de equilibrio al poder del Estado, como
planteaba Pablo Baraona en la citada entrevista a “El Mercurio”
a la que se alude al comienzo de este reportaje. LND