Compañeros:
Gastada mi voz de llamar a objeto que puedan ubicar nuestros restos,
extenuado de demandar en vano vuestra atención, he decidido escribir esta nota que espero
llegue a su destino para así ayudarlos a encontrar nuestro lecho oculto. En mi grupo,
somos quince y por favor no me pregunten de que color político pues deben ustedes saber
que en la muerte existe un solo gran Partido.
Vuestra jornada ha sido larga y dura y se hará más difícil aún,
pues tendrán que buscarnos por mares, ríos, lagos, cerros, montañas, cuarteles,
cementerios, basurales, escuelas, etc. La verdad es, compañeros, que nuestros huesos
están repartidos por cada rincón de toda la larga y angosta patria chilena y no deben
esperar ayuda de los criminales, pues recibirán sólo mentiras.
Razón tienen ustedes al exigir que las bestias en uniforme confiesen
sus crímenes. Ellos son los autores del martirio y flagelación brutales que segaron
nuestras vidas jóvenes de esperanzas llenas y que ahora, sin vergüenza, mantienen
silencio cobarde ocultando nuestro paradero de desaparecidos por ellos creado.
No renuncien camaradas, por favor, en esta tarea eterna. Sepan que
vuestros esfuerzos serán recompensados algún día, ese justo día en que los culpables
reciban el castigo que sus crímenes se merecen; aquel día en que muchas madres dejarán
de llorar y el sol de la justicia vuelva a brillar en el cielo puro y azulado de Chile.
Recuerden, además, que para lograr el justo descanso que nos merecemos, son necesarias
dos cosas: Justicia y Castigo.
Deseo guardar el último hálito de mi voz y la última gota de fuerza
que me queda para cuando llegue la oportunidad de acusar a mis verdugos, por ello voy a
interrumpir aquí esta nota que ojalá llegue a manos de un chileno verdadero, uno con el
corazón bien puesto, uno sin miedo, uno de ustedes compañeros.
Un desaparecido.